Canción del capítulo: Save Tonight de ZAYDE WØLF

"Necesito hablar contigo. Sólo contigo. Nos vemos en el estacionamiento de la escuela en 20."

Cuando apretó "enviar", un escalofrío le recorrió el cuerpo y llegó hasta las puntas de sus dedos. Dejó el celular en el asiento del acompañante. ¿Tal vez había sido mala idea? Pero, ¿y si esta era su última oportunidad? Tomó el volante del Jeep y con su mano derecha empujó la palanca de cambios.

Mientras se abría paso por el asfalto entre los árboles, Beacon Hills parecía el mismo de siempre. Bueno, el mismo que cuando se encontraba a salvo de peligros. Sin embargo, Stiles sabía que nada estaba bien. Si el pueblo estuviera realmente a salvo, si él lo estuviera, tal vez el encontrarse con Lydia un jueves a las 12:30 pm en el estacionamiento de la escuela estaría bien. Pero tal vez si no corriera ningún peligro no estaría llendo a encontrarse con ella en tales circunstancias.

Cuando el edificio de la secundaria se hizo visible, el alma, que ya se le había estado balanceando al borde, se le cayó por el piso. Esta sería tal vez la última vez que estaría en la escuela, tal vez la última vez que hablaría con alguien, y tal vez la última vez que la vería. Y enfrentar esa verdad era escalofriante. Pero enfrentarse a ella y contárselo era todavía peor. Porque entonces su sufrimiento ya no lo afectaría solo a él. Pero no contárselo a nadie ponía en juego muchas cosas. Cosas como su vida, o la de Lydia, o a Scott, o a todo Beacon Hills.

Le temblaba todo el cuerpo, temblaba de la misma forma que lo había hecho aquella noche en el Beacon Hills Memorial Hospital, cuando el monótono pitido del marca pasos de su ya inconsciente madre se había convertido en un sonido continuo y sin interrupciones. Cuando los médicos lo habían sacado de la habitación para entregar el cadáver a la morgue. Esa noche había estado solo. Su padre no había estado ahí cuando pasó. Y ahora todo era igual. Su padre no lo acompañaba, nadie lo hacía, porque estaba solo. Porque se habían olvidado de él. Al igual que su entrenador y su mejor amigo. Y presumía que no eran los únicos. Pero como Lydia había respondido a su mensaje con un "Nos vemos allí", conservaba la esperanza de que ella todavía lo recordara.

Bajó del auto. Sus pies golpeaban el suelo, pero él no sentía nada. Sus pies golpeaban el suelo, y con cada paso que daba, un millar de agujas se le clavaban en las caderas y los pulmones. Su corazón empezó a latir con más rapidez. Tanta que hasta podía escuchar como la sangre recorría cada porción de su cuerpo. Pudo sentir el esfuerzo que hacían los músculos de su corazón. Y aunque lo más normal fuese que su respiración se acelerara y se hiperventilara, el dolor que le provocaban sus pasos hacía que respirara lento y entrecortado. Y le faltaba el aire. Cuando llegó a la puerta principal, Lydia no estaba allí. Así que decidió recorrer el edificio.

No mucho tiempo después escuchó el sonido de un auto cercano. Salió corriendo y atravesó las puertas dobles con tal desesperación que casi tropieza. Y unos minutos más tarde, el Toyota color azul metálico de Lydia se estacionaba justo enfrente del suyo. Se desabrochó el cinturón y abrió la puerta. Corrió lo más rápido que pudo. Lo primero que pudo distinguir de ella fue su cabello de color rubio rojizo. Recordó cómo solía llamarla rubia frutilla, hace mucho tiempo. Y se rió para sus adentros. Cómo habían cambiado las cosas. Corrió derecho en su dirección y casi chocó con ella. Pero no fue hasta que realmente le echó una mirada, que se detuvo en seco, y un semblante de preocupación se instaló en su rostro. Se quedó callada. Su cara de preocupación se debería de notar. Pero él la tranquilizó.

–Hola –dijo, como si todo fuese igual que siempre.

–Hola –respondió ella, sin entender muy bien la situación.

–Viniste...

–Por supuesto. ¿Qué es lo que me quieres decir? Me estás empezando a preocupar, Stiles.

–No sabes lo bien que se siente que digas mi nombre –Y ante el desconcierto de Lydia, Stiles se acercó a ella y la tomó de la mano–. Déjame que te explique. Necesitas saber algo.

Ambos se sentaron en el Jeep. Stiles no quería quedarse afuera, no sabía quién o qué podría estar allí.

–Prométeme que entenderás si te digo que no puedo ayudarte. Aunque quisiera.

–¿Ayudarme con qué? Stiles, ¿qué es lo que está ocurriendo? –Su expresión se tornó preocupada. Le dolía que lo estuviera. Y le dolía aún más decirle lo que le iba a decir.

–¿Recuerdas de lo que hablaron Scott y Deaton? ¿Recuerdas lo que vi anoche en el campo de Lacrosse? ¿Los Ghost Riders?

–Sí.

–Entonces sabes lo que ellos hacen. Sabes lo que les han estado haciendo a los habitantes del pueblo.

–Sí. Me lo dijiste hoy. Además de todo lo que he estado viendo. Pero dijiste que podría no ser cierto –Y en su voz pudo notar como la angustia se apoderaba de ella.

–Scott ha ido a ver a Deaton. Según las leyendas, los Ghost Riders son vaqueros que pasan por un pueblo, y aquellos que los ven, son llevados. Pero no sólo se los llevan. Los borran de la realidad. Hacen que todos los olviden, y borran cada rastro de su existencia.

–Y, ¿por qué me cuentas esto? –No lo preguntaba porque no lo entendiera, sino porque quería escuchar lo que Stiles no podía decirle. Que él estaría bien.

–Deaton dijo que no estaba seguro de qué hacer. Están atrapados aquí por la fuerza del Nemeton. Dijo que debería investigar y que esta noche nos diría qué hacer para sacar a estos tipos del pueblo. Pero nunca lo supe. Porque cuando fui a preguntarle a Scott en la práctica de lacrosse, no me reconoció –En ese momento, creyó que el alma a Lydia también se le cayó por el piso. Su expresión pasó de ser de preocupación a una de sufrimiento. Ese sufrimiento inocente. Pero, por más dolor que le causara el verla de esa manera, tenía que seguir–. Fue muy extraño. Entonces recordé lo que había dicho Deaton. Le pregunté a Finstock en qué posición jugaría hoy, y no sabía que yo formaba parte del equipo. Me pasé todo el día buscando a mi padre, pero estaba cubriendo un caso y no lo encontré porque nadie sabía que el Sheriff tenía un hijo. Ni siquiera Parrish. Cuando finalmente pude encontrarlo, mi propio padre, no sabía quién era. Así que lo último en lo que pude pensar fue en hablar contigo. Lydia...

–No. –trató de detenerlo.

–Soy el próximo. Y no sé si volveré –Y ahí fue cuando Lydia se desplomó. No literalmente. Pero gruesas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

–No, Stiles. No...

–Lo siento –Se disculpaba por hacerla llorar. Pero la verdad es que no tenía la culpa de nada más que de eso.

–No puede pasar esto. No está pasando.

–Lo siento. Lo siento mucho, Lydia –Seguía tratando de disculparse en vano. Y aunque sintió el deseo de dejar que las lágrimas cayeran por sus ojos también, no pudo. Ni siquiera llorar podía. Todo lo que podía hacer era disculparse. Entonces, con todo y la culpa que sentía, se atrevió a hacer algo. No sabía si estaba bien o no, no sabía si era debido, pero no podía dejar que no pasara. Porque si no era hoy, tal vez no lo sería nunca. Y el beso duró.

Y cuando se separaron, ambos parecieron entender que no se necesitaban explicaciones para lo que acababa de suceder. Que era algo demasiado obvio, y que al mismo tiempo los había sorprendido a ambos. Como si hubiesen confesado sus sentimientos sin necesidad de palabras. Como si con ese acto todo estuviera dicho. Y que al mismo tiempo tenían un millón de incógnitas, pero que no podían responder a ellas.

–Me olvidarás.

–No lo haré –Lydia tomó su mano. Y él se la estrechó.

–Lo harás –No era fácil decirlo–. Pero no importa si lo haces.

–Pero no lo haré. Stiles, lo prometo –Se secó las lágrimas con la manga de su vestido–. Encontraré una manera de salvarte. Lo haré. E incluso si no te recuerdan, haré que Malia y Scott me ayuden. Recuerda que soy una banshee. Supe, cuando estabas siendo atormentado por el Nogitsune, que estabas en el sótano de Eichen en tus sueños. Sé que puedo llegar hasta ti. No importa donde estés. ¿No eras tú el que dijo que siempre encontramos el camino de vuelta al otro?

–¿No eras tú la que dijo que el naranja y el azul no combinan? –Lo dijo con una pequeña sonrisa.

–¿Qué?

–¿No recuerdas? Aquella vez en la pista de hielo. Era Sophomore Year. Esa noche éramos sólo Allison, Scott, tú y yo. Había sobornado a Boyd para que me prestara el lugar como un favor para Scott. Nos estábamos poniendo los patines y dijiste que tenías frío. Yo te ofrecí mi campera. Pero la rechazaste porque era naranja, y tú estabas de azul. Y luego me explicaste que el naranja y el azul no iban bien juntos.

Lydia sonrió. Claro que lo recordaba.

Luego te ofrecí un Reese's.

–Cómo han cambiado los tiempos.

–Sí –Sonrió–, en ese momento estaba obsesionado contigo. De una manera obsesiva –Ambos rieron.

–Y en ese momento yo era una tonta.

–Claro que no –Stiles la contradijo–. Sólo eras algo superficial. Pero, como dijiste, los tiempos han cambiado.

–Lo sé. Extraño tanto a Allison. –Parecía como si fuese el primero al que le hubiese confesado tal cosa.

Lydia lo tomó de la mano nuevamente.

-No te olvidaré, Stiles.

Tomados de la mano, acostados en el Jeep, esperaron hasta que el cansancio los obligó a cerrar los ojos. Y cuando Lydia despertó, y los rayos del sol pegaban directamente en el asiento a su lado, supo que Stiles ya no estaba.