Disclaimer: no gano nada escribiendo, no gano ni para disgustos.

Esta historia participa en el reto ABC del foro Alas Negras, Palabras Negras (quedas invitado).

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Melancolía

¿Sabrán ellos que es un falso rey?

¿Verán ellos la incertidumbre traslucirse en sus pupilas?

El acero llora como después de cada batalla, gota a gota la sangre, oscura y pegajosa, se desliza a lo largo del filo hasta morir en la punta. ¿Habría sido su padre capaz de recordar las caras, los blasones, los nombres de aquellas personas a las que quitó la vida? ¿Y los gritos, los lamentos?

Un suspiro disipa sus pensamientos, tan rápido como aparecieron, aunque sabe que más tarde volverá a hacerse las mismas preguntas. Cuando los tambores y las trompetas se quedan en silencio, Viento Gris encuentra un sitio para ambos, para limpiar su espada, vaciar su mente, para regresar a Invernalia a ser un niño, a tener hermanos, a ver en el horizonte acercarse, perezoso, el futuro lejano, para no tener miedo, para templar la presión instalada en su pecho.

Y para vaciarse entero, hasta convertirse en una cáscara vacía.

—Volveremos pronto, ¿verdad, Viento Gris? —El lobo agacha la cabeza para dejarse acariciar. Incluso su huargo ha cambiado. Incluso el lobo añora los instantes de paz, en casa, con la manada. Robb puede percibirlo cada vez que se adentra bajo su pelaje.

Nadie le ha preparado para la guerra. Su padre le habló sobre honor y tesón y Ser Rodrik le enseñó la canción del acero; pero nada de eso es suficiente. Ninguna lección del maestre Luwin podría entrenarle contra la traición de Theon, tampoco explicarle por qué, si ha ganado la batalla, tiene la sensación de haberla perdido.

Y cuanto más avanza en su camino, mayor es su deseo de echar la vista atrás y regresar sobre sus pisadas.

—Alteza —continúa sonándole extraño. A Viento Gris le gusta Dacey, camina hacia ella y le lame los dedos enguantados. La chica sonríe, acariciando la peligrosa mandíbula. Es tan alta como Robb e igual de fuerte y no parece que conozca el miedo. Es una Mormont. No puede evitar preguntarse si, en otras circunstancias, Dacey y él hubiesen unido sus casas. No le resulta improbable. A veces, Dacey le observa del mismo modo que Jeyne—. Alteza, Ser Brynden y vuestros hombres ya están reunidos en el salón principal. Cuando dispongáis…

—Enseguida voy —anuncia con voz grave. Bran la llamaba "la voz de Robb el Señor".

Dacey asiente y se aleja. El estruendo del campamento comienza a hacerse audible. En un par de horas, sus hombres habrán bebido tanto, que encontrarán motivos para celebrar.

Robb respira hondo, una vez, otra vez, otra más. Y en su rostro se dibuja la expresión de Robb, el Rey. Envaina la espada, poniéndose en pie, y alza su mirada a un cielo azul melancolía, en el que cientos de cuervos ya baten alas.