DESPUÉS DEL 99
Prefacio
Separación en un día de nieve…
Los murmullos se instalaron directamente en su pecho, una sensación abrasadora le consumía las entrañas, un miedo incontrolable se apoderó de ella a medida que las palabras se hacían claras y la red de consecuencias le hacía comprender con completa claridad qué sucedía y qué habría de suceder.
"He oído que Susanna quiere obligarlo a casarse." Retumbaba en su mente el agrio comentario.
—No me dijo nada… Terry sonreía… Y con tanto dolor— Se lamentó Candy en voz alta por primera vez esa noche.
Los ecolálicos sonidos del claqueteo de los caballos hipnotizaba su mente en caos, pero su alma desesperada mantenía palpable el más aterrador miedo que jamás había sentido en su vida.
Mientras tanto, en las silenciosas habitaciones del hospital San José Susanna suponía que Terry habría de encontrarse desarrollando el último acto de Romeo y Julieta, con vacilación buscando confirmar sus inquietudes sin ser evidente, le agradeció a su madre por haberle pedido a Terry que fuera a verla en cuanto terminara la premier. Era un hecho, en menos de una hora Terry llegaría. Ya se había enterado de la presencia de Candy en New York, no podía perder más tiempo. La situación ameritaba medidas desesperadas, debía construir un personaje que la ayudara a ser feliz. Y ese había sido su empeño, calculando cada pequeño detalle, desde las nuevas coletas con las que peinaba su rubio cabello, aunque estas caían lisas en su pecho y no en rizos rebeldes.
—¡Mamá quiero comer fresas!— Demandó Susanna altiva.
Su madre la miró con sorpresa e incredulidad mientras balbuceaba que era casi imposible conseguir fresas en pleno invierno y a esa hora.
—¡Dije que quiero comer fresas!— Exclamó Susanna obstinada.
La Sra. Marlow resignada cuelga en sus hombros su amplio chal dispuesta a hacer lo posible por complacer a su hija. Justo antes de que saliera del cuarto, Susanna le dice:
—Mamá… Lamento portarme así— En su mente solo habitaba el pensamiento que le exige tener a su madre lejos de las escenas que se sucederían el resto de la noche, no debía ser detenida por nadie.
Su madre le dirige una mirada piadosa y abandona el lugar. La mente de Susanna se debatía entre hacer lo correcto y hacer lo necesario. Detestaba ser altanera y grosera con su madre, detestaba ser un obstáculo entre Candy y Terry, y lamentaba tener que obligarlo a casarse con ella, pero aquellas eran cosas que necesitaba hacer si acaso pretendía ser feliz. Así que al final de todas sus trasgresiones verbales o de sus acciones egoístas, depositaba una breve disculpa, un rápido oasis de lo correcto. Sin embargo era consciente de que nadie haría lo correcto, en aquel momento todos harían lo que para ella era lo necesario.
En la habitación 12 del segundo piso del Hospital San José, Candy llamó a la puerta, este era el ineludible encuentro con su destino, uno en el que siempre parecía ser la perdedora irrefutable. Al entrar, sus ojos se detuvieron en los narcisos ubicados en el centro de una modesta mesa cerca de la cama. Luego un torbellino de sucesos la sacudió mientras la madre de Susanna se desesperara al hallar la cama vacía y en ella una nota de la que todos sospechaban el contenido, Susanna había huido con la intensión de acabar con su vida.
Al instante, todo el personal del hospital y Candy misma buscaban a la joven actriz, nadie parecía tener éxito. Y en medio de la desesperación una helada brisa golpea a Candy, proveniente de la azotea, la puerta estaba completamente abierta como señal e indicación evidente de que en aquella hora tan inusual alguien se encontraba afuera en la parte más alta del edificio.
Mientras tanto, Terry buscaba ansioso a Candy, no añoraba nada tanto como poder tenerla entre sus brazos y reconfortase con su calor y su dulzura. Pero la rubia no apareció, no podía aplazar más su prometida visita, así que apesadumbrado y agotado por los trágicos acontecimientos de los últimos días, acudió a Karen y le pidió que la buscara y le dijera por él que en un par de horas iría a su hotel.
Unos minutos más tarde, la recepcionista del hospital saludó a Terry con los ojos entornados y le comunicó los recientes sucesos, la relativa calma que Candy le había generado abandonó de inmediato su atormentada mente, la culpa se apoderó nuevamente de su corazón y sin pensar siquiera salió en su busca. Siguiendo las voces alarmadas de la azotea subió a toda prisa, encontrándose con Susanna en el suelo, su madre angustiada y el personal medico rodeándolas. Estaba viva aún... Un leve suspiro de alivio levantó su pecho y entonces la vio, allí, a sólo un par de pasos de él, con el rostro descompuesto, las mejillas enrojecidas por el frío y sin ningún abrigo. Una mirada de reclamo lo atormentó, el reclamo en los ojos de su amada pecosa, la cobardía no dejó lugar al honor, quería rodearla en sus brazos y proteger su pequeño cuerpo de aquella inclemente nevada, sus ojos no abandonaban su rostro.
Susanna podía verlo todo con claridad, podía ver el enorme amor que de aquellos jóvenes emana deslizándose vertiginosamente a través de sus miradas, debía actuar, no podía perder ahora que estaba segura de estar tan cerca. La Sra. Marlow leyó la mirada de terror en Terry, miedo por perder a Candy, dedujo rápidamente, así que sin pensarlo dos veces le pide que lleve a Susanna a su habitación. Él agachó su cabeza y como un hombre condenado se dirigió hacia Susanna. Candy cerró los ojos con la mayor agonía de su vida, palpando en aquella nevada, a pesar de que su piel era insensible, que con certeza había perdido a Terry.
"Mis brazos pesan como el plomo… ¿Alguna vez me libraré de esto?" Pensó Terry con tristeza. Su destino parecía sinuoso y obscuro. Sin más valor ni energía pasó por el lado de Candy sin siquiera mirarla, podía sentir como parte por parte quebraba su inocente corazón. Susanna entonces, aprovechó para acunarse en los brazos de Terry y le susurró algo que Candy no escuchó con claridad, aquello era simplemente insoportable.
Todos se iban, Candy se quedó vacía y sola, expuesta al clima y al dolor, y al irrefrenable tormento de los celos, que incoherentes intentó ignorar, pero son aquellos celos los que parecieron cambiar de manera tan drástica los pensamientos e interrogantes que la llevaron al Hospital San José a confrontar a Susanna, cuando consideraba que obligarlo a casarse con ella era un acto ruin y un truco sucio, eso la convencía que todo aquello no podía ser amor. Pero los celos y la inexperiencia habían enlodado su buen criterio, su mente no conseguía aclararse, estaba enojada, estaba enojada con Terry. Impulsivamente decidió hacerse a un lado, desatinadamente se rindió sin haber nunca luchado aquella batalla, pero después de todo estaba cansada de batallar por un amor que el destino se empecinaba en arrebatarle.
—¿Despedirte?— Murmuró Terry con desconcierto y miedo en su voz.
—Pienso tomar el tren nocturno— Dijo ella.
—¿Te vas esta noche?— La angustia debilitaba su masculina voz.
—Ya nos hemos visto…— Añadió Candy con fingido desenfado —No puedo dejar mi trabajo mucho tiempo… Además Albert me preocupa— Terminó haciendo filoso hincapié en sus últimas palabras, estaba enojada, se sentía herida, y aunque irracional quería herirlo, aun cuando era completamente consciente del dolor incomparable que él padecía.
—Te llevaré a la estación— Declaró Terry.
—Será mejor que no— Le responde ella con un dejo de rabia en la voz.
Terry corrió tras ella, prediciendo amargamente el rumbo de su encuentro —Candy, te llevaré a la estación— Insistió una vez más.
—¡No! ¡Dije que no!— Respondió Candy con rabia, levantando la voz, frunciendo el seño y con tanta amargura como nunca antes se vio en ella.
Terry reprimió sorprendido una exclamación, lo estaba echando de su vida, lo sabia, este era el final.
—Eso hará las cosas más difíciles— Suspiró Candy, intentando recuperar la compostura y reducir la severidad en sus palabras.
Ella prosiguió y a cada paso aumentaba la velocidad, bajando vertiginosamente las escaleras casi interminables que la llevaban a la primera planta del edificio. Terry se quedó inmóvil durante unos segundos eternos, su mente intentaba comprender que ella ya nunca más haría parte de su vida. De repente un impulso desesperado lo poseyó, tenía miedo y la impotencia lo doblegaba, pero corrió tan rápido como le fue posible, y desacatando todas las normas de la época y la buena conducta de un caballero, traspasó la enorme barrera del decoro, se lanzó hacia ella y la abrazó por la espalda, apretando su cintura entre sus brazos, entrelazando sus dedos para evitar su partida, hundiendo su cabeza en su cuello, impregnándose de su aroma para siempre, deleitándose en la suavidad de su piel y la sedosidad de sus cabellos. La apretó contra su pecho e irónicamente la sintió suya por primera vez.
—Candy no quiero perderte— Sollozó agónico —Quiero que el tiempo se detenga para siempre—
—Terry…— Suspiró Candy quedándose sin aliento.
—No digas nada, déjame estar así un momento— Le dijo él con la voz derrotada.
El corazón de Candy se hinchó con la deliciosa sensación de su presencia cubriéndola, con su amor cobijándola. Las tibias lágrimas de Terry se deslizaron por su cuello, su pecho se oprimió y descubrió que no hay mayor dolor que el del ser amado. Pero su decisión había sido tomada, se había convencido de que separarse, separarse así, era la decisión correcta, la decisión necesaria.
—Candy… ¿Vas a ser feliz verdad?— Murmuró Terry suavemente en su oído, construyendo por ver primera, verdadera intimidad entre los dos —Tienes que prometerlo Candy, promételo—
Ella con dulzura acarició su mano, mirándolo de soslayo pero sin volverse hacia él. —Terry… tu también—
Y con estás últimas palabras se desprendió de sus manos y corrió alejándose de él. Terrence mantuvo los brazos extendidos en su dirección, sintiéndose más solo que nunca, y tan asustado como un niño pequeño en su primer día de escuela, se sentía perdido, exhausto y vacío, todo había acabado.
Continuará...
