Hetalia es de Himaruya Hidecaz.
Latin Hetalia es de la comunidad Latinohetaliana.
ERASE UNA VEZ UNA PRINCESA EBRIA... Y DESNUDA.
― ¡Seba! ― Sonó la voz de alguien a la distancia
El castaño con reflejos dorados, levantó la vista de su libro, alzando una de sus cobrizas cejas... Y fijó sus felinos ojos amarillos, herencia de cacique Charrúa, en su ventana corrediza, por dónde apareció la muchacha, la mujer chilena.
― ¿Manu? ― Preguntó, aunque sabía era una pregunta inútil, porque la conocía bien.
― Seba, necesito tu ayuda... ¡Con urgencia weón! ― Dijo eso afligida, pero recuperó su compostura habitual dentro de lo que la situación lo ameritaba ― Si querí te cocino, te lavo la ropa, te hago el aseo, lo que queraí, pero ayúdame plis.
― Pero... ― La miró desde los pies a la cabeza ― ¡¿Qué mierda boluda?! ¡Estás desnuda mina!
― Ya po' Seba... Ayúdame...
En la casa del uruguayo, todo era normal, o eso podría decirse, exceptuando la visita, que sería completamente normal, a diferencia porque estaba como su madre la había traído al mundo... Su largo, lacio, y abundante cabello negro, tapaba la mitad de su cuerpo, y su natura era cubierta por una cartera de fiesta, de seda y roja, no es que se haya fijado en los detalles con suma importancia, no era la situación.
― Ta'... Manuela esperáte... ― Suspiró contrariado.
Salió de allí y se dirigió a su closet, buscando algo que pudiera ayudarla, es decir, Manu y él estaban lejos de ser la misma talla, y él no acostumbraba a guardar ropa de fémina en sus cajones. Finalmente dio con una cajita de cartón, su salvación, un bóxer gris que había comprado junto a otros no hace mucho tiempo, para su alegría, aún permanecía nuevo y sellado en su empaque. Dentro de sus cajones, también pudo encontrar una camiseta gruesa gigante... que al menos a ella le quedó grande. Al entregarle todo, y dejarlo en el suelo, por su incapacidad para utilizar las manos, él se volteó mientras ella se ponía ropa, porque ni siquiera era cambiarse, era ponerse lo que no tenía encima.
― ta' bo' ― Se echó el cabello hacia atrás con ambas manos ― ¿Qué acaso Martín no tiene la decencia de dejarte intacta la ropa al menos?
― ¿Qué wea? ― Preguntó asustada y sorprendida ― Si con el rucio no pasa na' de eso... Tábamos jugando naipes y el Luci ganó. El weón, me retó a dejar su casa sin ropa. Y ya, lo hice po', ¿Y qué tanta weá? ¡Pero no voy a ir hasta Chile en pelotas po'!
― Vos no tenés pelotas... ¡Ahss... olvídalo!
― Ya filo, la weá, es que al menos no tuve que pagarles dinero a esos weones por no atreverme... No soy na' gallinita como ellos creen.
― No estoy seguro que lo crean... ― Suspiró al verla hacerse una coleta de caballo alta con un moño que sacó de quien sabe dónde ― ¿Y jugaron vos y cuantos más?
― El Luci y el bolita nomás.
El descendiente Charrúa agradeció eso, porque especialmente esa noche, ya tenía suficiente con un americano desnudo, y no es que le desagradara, pero quizás no fuera la misma sensación si tuviera que estar socorriendo a otros tipejos en las mismas condiciones que la chilena.
Finalmente, ambos se levantaron de las sillas en las que se habían sentado.
― Gracias Uru... ― Dijo controlando un hipo, él suspiró.
― Che... ― La detuvo de estar escalando sobre una ventana, con intensiones claras de retirarse y hacer abandono del hogar uruguayo ― Quédate esta noche, es tarde chilena.
― No... ― Su rostro estaba rojo, y parecía muy alegre.
― Existen las puertas ¿Sabés? ― él se acercó a ella y le pasó los brazos por la cintura, más bien, rodeó su cuerpo con ambos brazos y pudo tocarla con ambas manos ― Bájate... Antes que te hagas daño bo'.
Así, Sebastián la ayudó amablemente a volver al suelo, sabía que era muy pequeñita, y a su lado en efecto así era, pero como prueba final, es que su ropa, que usualmente le quedarían ajustadas a él, a ella le quedaban muy grandes.
― De acuerdo... Me quedaré a alojar en tu casa ― Ella estaba frente a él, pero su seriedad se vio interrumpida por una sonrisita estúpida y un movimiento más o menos brusco en el que ella le sacó los lentes, y se los puso así misma ― ¡Yey, soy Uruguay!
Eso sólo confirmaba sus sospechas.
― Estas re ebria...
― No, no, claro que no ―dio un giro sobre sí misma, casi cayendo, él la afirmó entre sus brazos ― Seba... ¿No tienes de la yerba re-loca?
― Ahora no ― Él suspiró ¿Qué clase de falopero creía que era? ― che... ¿Segura que estás bien?
― ...Puede que haya bebido un poquito ― El diminutivo lo dibujaba con el pulgar y el índice. "Poquito" para Chile, eran al menos varias botellas de varias cosas.
― ¿Y dónde pensabas ir si yo no te brindaba ayuda?
― ¡Eso...! Pues... El Dani es un buen chico, seguro me ayudaba, ¡Pero, que flojera! Mucha vuelta... Así que iba a ir con el Tincho.
― ¿En cueros? ― La miró con una cara de regaño.
― Bueno... Sí...
― Y seguro esperabas, que no te hiciera algo al verte así ¿No?
― Bueno, admito que no lo pensé muy bien, pero hace diez minutos parecía buen plan... ¡El Tincho, será aweonao, pero no es violador po'!
― No sé ― Sinceramente, él quería creer que Martín no perdería la cabeza ― Pero borracha, vos te ponés cariñosa...
― ¿Y cómo los sabes vo'h? ― Preguntó ella dulce.
―... Me estás abrazando.
― En efecto, lo hago.
Ella le había pasado los brazos por el cuello y estaba enterrando su rostro en el cuello de él, Sebastián sentía su respiración cerca del lóbulo de su oreja. Tuvo que abrazarla de la cintura y levantarla un poco, se había dado cuenta, que si la soltaba, había una alta probabilidad que ella terminara en el suelo. No estaba seguro de qué pensar.
― Chilena, vos no podés estar así...
Ella utilizó su pecho, y se acomodó aún más.
― ¿Así cómo?
Sebastián suspiró, no podía pensar bien, y eso que estaba muy sobrio. La chilena estaba en pésimas condiciones, probablemente a la mañana despertara con resaca. Pero no era novedad para aquella mujer que le ganaba bien fácil en un concurso de bebidas a todos los americanos... Aun recordaba cuando Estados Unidos aceptó competir con Chile con cervezas alemanas. La foto del norteamericano en el suelo con 3 botellas de litro a su alrededor, mientras Chile salía caminando del brazo de Prusia a otra fiesta y las tres botellas de litro muy bien ordenadas mientras llevaba la cuarta en la mano, esa foto, seguiría colgada en internet por el resto de sus largas vidas.
― Vas a dormir en mi cama... ― Dijo llevándosela en brazos.
― ¡Wiii, Seba me lleva como princesa! ― Gritaba, demasiado feliz.
La acomodó en la cama y ella le miró expectante. Cuando él se preparó para irse, Manu le agarró de la camisa, deteniéndolo.
― ¿Ya te vaí?
― Duerme... Mañana tomás un bondi ― Se sentó a su lado. Ese fue su gran primer error.
― No te vayaí po' ― Hizo un puchero y salió a medio cuerpo de la cama, abrazándolo y atrayéndolo hacia ella ― Oye Seba... No me vayaí a morder...
― ¿Querés agradecerme molestando? ― Se sintió frustrado.
Ella acarició su cabello, con bastante delicadeza, suspiró en su cuello. Le quitó los lentes y los dejó sobre el velador dentro de su estuche. Segunda equivocación.
― Seba... Quédate ésta noche conmigo ― Pidió, aún abrazada a él.
― Ya estoy contigo... ― Susurró, intentando permanecer con la cabeza fría.
― Sabes a lo que me refiero... ― Se deslizó hasta quedar en frente. Sin nada más que decir, ella lo besó...
Se besaron... en ese silencio de sepulcro. Esa noche calurosa de juerga y gloria.
Mientras Sebastián se hundía en la prospera calidez en los brazos de Manu, Luciano y Julio la buscaban por el camino sin poderla encontrar. Ellos le habían hecho una muy buena broma, pero nunca esperaron que la chilena saliera como su mami Mapu la trajo al mundo y desapareciera... Ambos, muy ebrios en ese momento, y cándidos por la diversión y las bromas, no se percataron que la chilena no volvía. Ahora, que las cosas se habían enfriado un poco, estaban en desesperación. Luciano se sentía culpable, Martín le haría pagar si es que le pasaba algo.
Chile amó a Uruguay por esa noche. Cada parte del territorio uruguayo, Río Negro, Punta del Este, Montevideo... El turismo en su cúspide. De la misma forma, Uruguay conoció por primera vez Atacama, Pucón... Santiago, e incluso Punta Arenas. Cuando todo llegó a su fin, la imagen de la mujer con el cabello alborotado cayendo por sus hombros desnudos penetró en la memoria de Sebastián. Ella movió las manos de sus pectorales a sus brazos y lo abrazó. En ese momento, él atrajo hacía ellos las mantas y la acunó en sus brazos. Esa noche durmieron juntos, abrazados, tan mezclados que no sabían en donde empezaba uno y terminaba el otro. No importó que estuvieran sudados o que ella oliera a alcohol... Sólo durmieron, sólo les quedaba dormir.
Cuando Seba se levantó esa mañana... no la encontró por ningún lado. No pensaba encontrarla tampoco... cerró los ojos y frunció el ceño. Suspiró y miró hacia el costado: en su velador, había un pequeño termo que solía usar cuando salía... Su mate con yerba nueva y lavada, unos croissant y un sándwich con palta/aguacate.
― La concha de la lora... ― Sebastián frunció el ceño. Se sentó desnudo en su cama, la cabeza baja y los hombros caídos.
Sostuvo el pequeño post-it entre sus manos, sin poder contener una pequeña sonrisa al ver el corazón dibujado y dentro, la estampa de unos hermosos labios que habían sido suyos hasta hace poco... "Gracias por ayudarme", ponía en la nota.
― Seba eres un gurise ― Replicó, acostandose otra vez, mientras se tapaba la cara con ambas manos, esas manos... habían tocado la piel de ella ― Tan linda...
Comió tranquilo... despacio, cada vez su estómago sólo podía inflarse, tenía un extraño calambre. Todo empeoraba cada vez que la veía en su mente: Anoche, mientras intentaba amarrarse el cabello una vez más, sobre él, dándole una magnífica vista de su anotomía, de su vientre, de su piel color nata y té.
― ¡Sebi! ― Se escuchó la voz de alguien entrar y dejar las llaves.
Ese era su tercer error... Y el primero que debió tener en cuenta, había roto uno de los pactos implícitos de los amigos y los hermanos, jamás tener relación alguna con el interés romántico del otro...
― Uhhhh esto se va a descontrolar... ¿Tuviste compañía anoche? ¡Desde aquí se te ven los chupetones boludo! Awwwwww la provincia rebelde está creciendo rápido...― El uruguayo estaba de piedra, no sabía qué contestar, Martín querría saber más, lo conocía ― Che... tampoco es para tanto, vos sos grande... ¿Ya nos vamos?
