"Nada. No pudiste hacer nada.", esas palabras taladran mi cabeza una y otra vez en la penumbra. Como si de un flashback se tratase, me imagino a James, varita en mano, sin ningún miedo, enfrentándose al que sería su verdugo. Daba igual la rapidez con la que le lanzase los hechizos, Voldemort los esquivaba con la misma facilidad con la que nosotros cruzábamos todo Hogwarts por las noches. Puedo ver en su cara que sabe que no saldrá de esta, pero James nunca fue alguien que echase la toalla a la primera. Y menos si se trata de salvar a su familia. "Tendrías que haber estado ahí", me dice mi rencor torturándome cada segundo desde todos los recovecos de mi mente. Sí, tendría que haber estado allí. Luchando codo con codo con mi amigo, con mi hermano, con la única familia que había tenido y que cómo tanto temía se había ido. Si con aquello le hubiese dado una oportunidad. Si gracias a ello se hubiesen salvado, habría dado mi vida con gusto. Pero el destino tiene reservado para mí algo mucho peor que la muerte. Desvaneciéndome poco a poco. Mi esencia, mi cordura y mí esperanza dentro de poco pertenecerían a otros.

No me queda nada mejor que pudrirme en esta celda. Me lo merezco, por no haber hecho todo lo posible. Por no intentar lo imposible. Por haber confiado en alguien, cuando no debí de hacerlo. Todavía no entendía el cómo y tampoco el porqué de todo aquello. ¿Dónde estaba mi amigo? Ese con el que había vivido tantas aventuras. ¿Cuándo dejo de ser Peter para convertirse en el traidor? No sé qué pensar. Tampoco quiero hacerlo demasiado. Cierro los ojos para encontrar un poco de paz. Pero la imagen de mi mejor amigo muerto en el suelo está fijada en mis parpados y en mi mente, aunque finalmente duerma en esta oscura y negra celda de Azkaban.