¿ESTÁS CON ALGUIEN? CREO QUE SÍ

¡Feliz cumpleaños, Hagastian!

Yo empecé a escribir esto cuando eras Hagobi y…, los nicks cambian y yo me entero cuando voy a entregar, qué clásico. Perdón por el retrasoooo, perdón.

Johnlock. ¡Espero que te guste!

o.o.o

— Hay un paciente nuevo, doctor —el chico nuevo es tan educado. Te recuerda a Sherlock. Bueno, sólo a veces.

— Hágalo pasar —después de que Sarah montara el numerito de no-novia celosa y decidiera tomarse un año sabático en Las Seychelles todo se volvió un poco diferente. Aún crees que no fue por propia voluntad, pero...

— ¿Se puede? —un hombre alto y musculoso apareció tras la puerta.

— Sí, claro. ¿Su nombre es?

— Moran. Sebastian Moran —acababa de llegar y ya parecía ansioso por irse. Moran... ¿de qué te sonaba a ti ese nombre?

— Verá doctor —el hombre se autoinvitó a sentarse y comenzó su historia. Actuaba como si no le fueses familiar. Quizá lo habías confundido con otra persona. — Bueno, esto es algo incómodo para mí.

— No se preocupe, lo que diga en esta sala no saldrá de aquí —estabas más que acostumbrado a estas situaciones. ¿Qué sería hoy? Bueno, el otro día practicaba sexo y me hice daño en el pene, pensaste distraído.

— Practicaba sexo y me hice daño en el pene — ¡Venga ya! ¿Habías acertado? John Watson, quita esa cara de sorpresa y felicidad ya, te recriminaste.

— Bueno, pase a la camilla para que le examine —el sujeto no dejaba de mirarte la pierna mientras te acercabas.

— Veo que ya no cojeas —así que al final te conocía.

— ¿Sargento Moran, Afganistán, tercer escuadrón, quinto regimiento? — ¿sería el mismo tipo? Formó una sonrisa que te pareció de superioridad. Y no de ésas de "no ves lo obvio" o "soy Sherlock Holmes y me creo el mejor". No. Ésta contenía rencor y malicia.

— Coronel, recuerda bien. ¿Cómo te va la vida, John? ¡Auch! —aulló de dolor cuando presionaste su miembro, libre ya de pantalón.

— Ahora mismo, seguro que mejor que a ti. Ah, perdón, está inflamado, te dolerá un poco — ¿qué quería después de tanto tiempo? No tenías precisamente un buen recuerdo de él.

— El dolor no me asusta — ¿es que tenías un imán para los arrogantes? Dé qué te sorprendes.

— Mira…, Moran. Lo nuestro fue hace mucho y estuvo bien, pero...

— Siempre te agradeceré que me salvaras en aquella misión, lo sabes —te moviste visiblemente incómodo— No funcionó, lo sé. Tu heterosexualidad y todo eso —masculló. Sí, eso no tenía discusión. Otra época, otra vida, otro todo.

— Bueno —intentaste cambiar de tema— esto no está tan mal como parece. Te recetaré algo para la inflamación y el dolor y en unas semanas volverá a su estado natural. Si no fuera así, pide cita en tu consultorio habitual —soltaste de carrerilla, a ver si así se iba antes. Qué se iba a ir. Había venido a lo que había venido.

— Tranquilo, no vengo a reconquistarte —rio. — Estoy saliendo con alguien —la noticia no te cogió por sorpresa. Fue él el que te "declaró su amor". Y por declarar quieres decir arrinconarte contra una pared sin previo aviso. Luego ya sí fue un poco menos brusco…, razonablemente, hasta que todo acabó. Tú lo acabaste. Él quedó dolido, intentó tirarte por un puente, le arrestaron…, y no volviste a verle. Te hirieron, regresaste a Londres y hasta ahora. — Alguien que acepta cómo es —recalcó. Eso te llegó y te hizo sentirte miserable. — Y, ¿tú qué? ¿Sales con alguien? —te preguntó subiéndose el pantalón con una mueca de dolor.

Te dispusiste a contestar con una negativa, aún pensando en la crudeza de sus palabras pero, aunque debiste haberlo previsto, tu sagacidad te traicionó y sus manos atacaron ávidas y furiosamente tu cuello, presionándolo como si fuera mantequilla.

Intentaste gritar, quitártelo de encima a toda costa, pero te superaba en peso, estatura y, lo más importante, fuerza. Forcejeaste, intentando buscar algún punto débil o cualquier cosa que te zafara de su control. El aire, eso tan poco valorado, ahora te vendría de maravilla.

¿Qué haría Sherlock en mi lugar?, pensaste sin intención. Sí que te faltaba el aire, sí. Y lo viste claro. Aulló, como un lobo herido o el propio dolor en su lamento. Él se lo buscó.

Cayó como un roble sobre la camilla. De milagro no fue directo al suelo. Bueno, más que un milagro fuiste tú, que tampoco querías que se "abriese" la cabeza. Eras médico y era vocacional, aunque fuera él. Así que, inconsciente como estaba, aprovechaste para recuperar algo de aire y correr a llamar a seguridad.

Despertó mientras se lo llevaban a rastras por el pasillo, maldiciendo tu nombre de forma poco amable y haciendo menciones indecorosas a todo el personal. Empezaste a ponerte nervioso. ¿Y si volvía? ¿Y si tenía un arma y tú sin la tuya? ¿Y si…? Las manos comenzaban a sudarte. Aire, aire, necesitabas aire.

Cerraste la consulta, te excusaste en recepción y te marchaste de allí. Fuera estaba nevando pero te daba igual; eso te aplacaría. Caminaste en dirección a ninguna parte, asustándote con cada voz que escuchabas por el camino. Necesitabas una tila triple, al menos y dormir, dormir mucho. Y pensaste en Sherlock y en la imposibilidad de dormir con él en casa.

¿Sales con alguien? Fue lo último que te dijo ese energúmeno. Le contestaste que no con la cabeza y es verdad; desde hace más de tres meses no sales con nadie y así estás que "te subes por las paredes". No sales con nadie, de acuerdo, te repetiste mentalmente. Aunque sonaba más a autoconvencimiento que a realidad.

Llegaste a casa con nieve hasta las orejas. Subiste rápido las escaleras para ocupar tu sillón, dejarlo frente a la chimenea, tomar una gruesa manta y meterte bajo ella hasta dormirte en él. Y el detective, cómo no, se te adelantó.

Allí estaba ya, con el sofá, sí, el sofá frente a la chimenea y un par de mantas bien grandes por encima. ¿Había dejado hueco para tu sillón? Por supuesto que no. Pero hacía mucho frío y el calor te llegaría igual, así que te sentaste en el poco, poco, espacio que dejaban sus piernas y te tapaste sin consideración. Había dos mantas, que cogiera una, pensó el frío más que tú. Y, claro, gruñó.

— Sherlock, ¿has comido? —preguntaste sabiendo que no.

— Has vuelto más obvio de lo que te fuiste —bufó. Qué novedad, suspiraste.

— Te prepararé algo. Me dio hambre tanto caminar —no tanta, pero ya que ibas a la cocina, no estaba de más probar suerte y ver si había algo comestible que llevarte a la boca.

— ¡Qué felicidad! —ironizó. — ¿Estás saliendo con alguien? ¿Alguien que no sea el matón al que le has dado una patada en la entrepierna? —ibas a preguntar cómo diablos, mas sería obvio y esa respuesta ya te la sabías. Aunque jugar un rato…

— Sí, Sherlock. Estoy saliendo con alguien —dijiste levantándote y frotándote las manos en busca de un té caliente, sin manta, no hace falta ni decirlo.

— ¿Sí? ¿Con quién? ¿La conozco? —inquirió elevando la cabeza sobre el sofá. Volviste a los cinco minutos con las dos tazas bien calientes y las dejaste donde siempre.

— No, Sherlock —mejor aclararlo o era capaz de encontrar a alguien que no creías que existiera. — Era una broma. No estoy saliendo con nadie—. Entonces, sin saber "qué cable se le había cruzado ahora", tu compañero sonrió ampliamente y tomó su taza de té. — ¿Qué tramas, Sherlock? —preguntaste sospechoso.

— Nada —no se lo creía nadie. — Pero puedes ir cambiando tu estado en el blog —y volvió a tumbarse. Moviste la cabeza sin entender nada. Lo único que se te ocurría es que Sherlock te buscara a alguien con quién salir, pero antes que eso, era más plausible que él mismo te lo pidiera. Así que, lo dicho, imposible total.

Y ahora estás comiéndote una tostada y tus palabras.

Si bien no creíste que Sherlock te pidiera nunca de los nunca salir, te equivocaste ligeramente.

Volvíais de un caso, como siempre, agotados. Caminabais porque había huelga de taxis y visto lo visto llegaríais antes andando. Y se estaba cumpliendo, salvo que alguien os asaltó en el mismo centro de Londres. ¿Quién?

— ¡Moran! —gritaste al verle. Sherlock aguardó en posición de ataque.

— Veo que no me has olvidado, viejo amigo —rio con violencia en su voz. El sujeto dio un paso adelante y Sherlock, aunque no conociera la situación, se interpuso entre vosotros, dispuesto a todo.

— ¡No, Sherlock! —fue lo último que gritaste antes de que tu amigo recibiera un disparo en el pecho a media distancia y cayera al suelo con todo su peso.

o.o.o

Y esto no acaba aquí. Segunda parte…, ya mismo.