Mi corazón estaba a punto de salirse de mi interior. Rápido y con fuerzas golpeaba contra las paredes del pecho que lo oprimían mientras que mi cabeza no era más que una secuencia de pensamientos incoherentes. No me lo creía todavía. Aún no asimilaba lo que me estaba ocurriendo. Después este largo camino, había sido algo tan deseado, tan anhelado durante todo este tiempo…
Y es que iba a volver a verlo.
A él.
Corría todo lo que mis piernas podían, incapaz de detenerme ni un segundo, con sus palabras resonando en mi cabeza.
«Se ha ido de nuevo a ese lugar, a ese árbol.»
Desde el momento en el que me separé de él, que me obligaron a apartarme de su lado cuando estaba allí malherido, jamás había llegado a perder la esperanza. Mi primer y mi último pensamiento en el día iban dirigidos hacia él, implorando, suplicando que estuviera sano y salvo, que hubiera sido capaz de sobrevivir. Él… no podía terminar así, no podía haber… muerto, aún le quedaba una larga vida por delante.
Sin embargo, a pesar de mi firme oposición, aún quedaba una pequeña voz en mi cabeza que no dejaba de susurrarme cosas, de oscurecer mis pensamientos y mi corazón. Estaba solo…. No había nadie quién le ayudara…. Herido y sin poder moverse…, me recordaba una y otra vez, golpeando con fuerzas mi corazón.
Y ahora que lo había escuchado, que todos mis desvelos, mis ruegos y esperanzas habían dado sus frutos, fue como si me hubieran quitado una losa de piedra de encima.
Estaba vivo. Él estaba vivo.
Lo había echado tanto de menos… A él y a todos, por supuesto. Jamás olvidaré el salto que pegó mi corazón cuando, al entrar en la venta, identifiqué el azul y gris de sus vestimentas, algo dolorosamente familiar. Incapaz de creerlo, pregunté y aquel hombre, quien sin ni siquiera saberlo, con sus palabras había conseguido expulsar el dolor y la tristeza que había estado acompañándome como una vieja amiga desde que traspasé la puerta… hace 5 años.
El deseo de acercarme a ellos al reconocer los rostros de mis viejos amigos en la venta disminuyó cuando hablaron de él. Mi mente entonces tan solo pudo centrarse en él, en lo cerca que estábamos el uno del otro después de tanto tiempo. Me escabullí de allí lo más silenciosamente posible con la firme decisión de que más tarde los vería. Ahora tenía algo mucho más importante que hacer.
Mi mente, mi corazón, toda yo, ahora mismo solamente se centraba en él.
En verle a él.
Corrí colina abajo intentando no tropezarme. A pesar del tiempo que llevaba en el pasado, aún me costaba acostumbrarme a los zapatos. Jadeaba e incluso tropecé con una piedra del camino, pero apretando con fuerza los dientes, continué el camino sin vacilar.
Y allí, a lo lejos, pude verlo. El árbol del que hablaban.
Sonreí, incapaz de creérmelo todavía. Estaba cerca.
Me detuve unos segundos para observarlo. El árbol en cuestión era enorme, con un grueso tronco y unas fuertes y robustas ramas que se alzaban queriendo tocar el cielo azul. Parecía como si llevara cientos de años ahí, orgulloso y majestuoso, frente a una pronunciada ladera. A sus pies, unas raíces sobresalían del suelo…
Todo el aire de mis pulmones fue expulsado con fuerzas.
Porque sentada en una de esas ramas se encontraba una oscura figura.
El corazón casi se me sale por la boca del salto que pegó.
Llevaba ropa oscura junto con su inseparable armadura, con el pelo negro un poco más largo a como lo tenía en mis recuerdos. Se encontraba encorvado, sus codos apoyados en ambas rodillas, y no podía verle la cara, pero intuía que observaba el paisaje. A su lado, apoyada en la raíz, había una espada.
Era él.
Él.
Incapaz de dejar de mirarlo, saqué cualquier resquicio de fuerza de mi interior después de tanto dolor y sufrimiento y reanudé la marcha. Intenté absorber cada detalle suyo, siento mi pecho expandirse hasta límites insospechables.
¿Cuánto tiempo hacía que no lo veía? ¿Cuánto tiempo había estado extrañándolo? ¿Cuánto tiempo había estado deseando estar a su lado?
No lo sabía, pero para mi es como si hubiera pasado un siglo.
Conforme más me iba acercando, mi respiración se iba volviendo más irregular por el bombeo alocado de mi corazón. Mi visión se difuminaba por las lágrimas que se me acumulaban, aquellas que no quería soltar, no aún. Incluso si parpadeaba demasiado, tenía miedo de abrir los ojos de nuevo y descubrir que en realidad lo estaba soñando.
Solo unos pocos pasos…
Flashes de él venían a mi memoria. Los recuerdos a lo que me había aferrado para continuar cada día aparecían de nuevo en mi mente. Él luchando, protegiéndome, sonriéndome, haciendo una inclinación, mirándome como si estuviera loca, todos y cada unos de sus "¿qué?", abrazándome, durmiendo apoyado en mi hombro, con mi flor en el pelo, peinándome, sosteniendo mi mano… tumbado junto a mi…
La amargura había desaparecido de mi interior. Esta había sido expulsado de mi cuerpo como si una brisa se hubiera llevado unos granos de arena, y ahora lo único que encontraba al rememorarlos era emoción, amor y mucha, mucha agitación.
En ese momento, y cogiéndome totalmente por sorpresa, se giró.
Y me miró.
Una corriente eléctrica me recorrió de los pies a la cabeza cuando sus ojos se conectaron con los míos. Durante un instante, el tiempo se detuvo y desapareció a nuestro alrededor. Solamente estuvimos él y yo, mirándonos como si fuera la primera vez.
Lentamente, como si temiera que al menor movimiento fuera a huir espantada, se levantó. Incredulidad, sorpresa, emoción, seguridad… cariño…, eso y mucho más era capaz de leer en su mirada. Su cuerpo estaba tenso, como si no se lo pudiera creer. Como si el que yo estuviera allí, a tan solo unos pasos de él, no fuera más que otro absurdo producto de su imaginación.
Y, la verdad, a mí me pasaba exactamente lo mismo.
¿Estaba justo enfrente mía?
Los segundos pasaban y ninguno de los dos nos movíamos. Había caído en la profundidad de su mirada color café, ahogándome en todo lo que transmitía y por más que mi mente lanzara la orden hacer algo, me encontraba paralizada.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que pudiera alzar una de mis manos para quitarme el sombrero que me había acompañado a todas partes, pues quería que me viera bien. Sus pupilas siguieron mi movimiento y, finalmente, salió de su ensoñación. Parpadeó varias veces para aclararse la mente, cerró sus manos en un puño -uno visión que me hizo viajar al pasado en mis recuerdos-… y apartó la mirada de mí. Podía ver adivinar como se sentía: inseguro, temeroso, confundido, perdido…, al igual que si yo misma lo estuviera sintiendo.
Todavía creía que no estaba ahí. Todavía pensaba que se lo estaba imaginando.
Pasaron los segundos y entonces me miró de nuevo. Sus ojos me recorrieron primero con desconfianza y, entonces, un brillo de esperanza y emoción asomó en ellos.
Dio un pequeño paso hacia mi.
—Imja.
Su voz fue tan solo un susurro que se perdió con el viento, pero pude escucharlo con claridad, causando que mi corazón se detuviera.
¿Cuántas veces había soñado con el momento en el que volvería a llamarme así, con ese tono grave y firme, profundo e intimidante?
Estaba hechizada y totalmente paralizada. Mis ojos no podían apartarse de los suyos, mis pies los sentía como si se hubieran anclado a la tierra, mi corazón martilleaba con fuerza, las mariposas se habían adueñado de mi estómago…
—¿Llegué un poco tarde? — no se me ocurrió otra cosa que decir.
Apenas me había dado cuenta del momento en el que las lágrimas se me habían saltado y estas corrían con libertad por mi rostro. Sin embargo, aunque tuviera la vista ligeramente borrosa, contemplé el momento exacto en el que sus labios se curvaron en una de sus sonrisas- pequeñas pero intensas- que anteriormente me habían enamorado.
Cuánto las había echado de menos…
No pude más.
Hice que mis piernas reaccionaran y rápidamente corrí hacia él. Necesitaba estar a su lado, tocarlo, asegurarme de que todo esto era verdad.
Sus brazos se abrieron conforme me iba acercando y, ya sí, me tiré a ellos con total confianza y seguridad, sabiendo que estos, pasara lo que pasase, me cogerían. Rodeé su cuello con mis brazos, sintiendo como colocaba sus manos en mi espalda y, de pronto, nos fundimos en uno solo.
Podía sentirlo. Su cuerpo, su corazón, su alma… Estaba junto a mi.
Sollocé como una tonta, pero el alivio que recorría en estos momentos mi cuerpo era imposible de explicar. Sus brazos se tensaron, apretándome si era posible aún más contra él.
—Imja— repitió.
Y esta vez su tono era solemnte.
Como una promesa silenciosa.
·
La sorpresa se adueñó del rostro de Choong Suk.
—¡G-Ge-General! — exclamó mientras sus ojos se abrían como platos.
No podía ser verdad lo que estaba viendo. Debía ser una ilusión óptica…
Dae Man, a su lado, su conmoción la expresó mediante una carcajada.
—¡Doctora de los Cielos!
¿De verdad estaban viendo eso o simplemente era una alucinación?, se preguntaban ambos en su interior.
Durante los cinco años en los que Eun Soo había desaparecido, los Woodalchi habían sido espectadores del cambio que había ocurrido en el carácter de su general: como se había encerrado aún más en sí mismo, como nunca sonreía -pues antes lo hacía a veces-, como había empezado a dormir al igual que antes de que la conociera, como se había vuelto más duro, serio e inflexivo… Y, por más que quisieron ayudarlos, sabían que no podían hacer nada. Simplemente habían visto cómo, día a día, el General Choi Young esperaba y no perdía la esperanza de que algún día su mujer volvería.
Algo que, indudablemente, estaba ocurriendo en estos momentos.
Ante las exclamaciones de Dae Man y Choong Suk, la pareja, que se encontraba abrazada junto al árbol, se separó de forma súbita. No pasó desapercibido para ninguno de los dos las mejillas húmedas y sonrojadas de ella ni el hastío en el rostro de él. Eun Soo se apresuró a quitarse las lágrimas con la palma de su mano, susurrando algo para ella.
—¿Qué ocurre? — espetó el General de malas maneras, pues no le gustaba que le hubieran interrumpido.
Choong Suk se rascó la cabeza con incomodidad y confusión.
—Han llegado noticias del Rey, general. Desea que volvamos a palacio— manifestó irguiéndose para transmitir la orden, aunque no pudo evitar que se le escapara un vistazo hacia ella.
Choi Young asintió ante las palabras en el momento que cogía la mano de la mujer que tenía a su lado y por el rabillo del ojo la vio sonreír lentamente al sentir su contacto.
Dae Man no dejaba de mirar alternativamente a la pareja, aún mudo por la impresión.
—Preparen las cosas, volveremos entonces— ordenó el general y sin más, dio por finalizada la conversación.
Por un instante, ninguno de los presentes se movió o emitió sonido alguno, consiguiendo que ambos Woodalchi se ganaran una rabiosa mirada de parte de su general, que les ordenaba con ella que se marcharan de allí lo más rápido posible. Choong Suk fue el primero en reaccionar y haciendo una inclinación de cabeza, cogió a Dae Man por el cuello de la camisa para llevárselo, pues no dejaba de observar a la mujer. El muchacho protestó por un momento, ganándose con ello que su compañero le chistara, y finalmente se marcharon como alma que lleva el diablo.
—¿Lo has visto? — preguntó un asombrado Dae Man cuando estuvieron a suficiente distancia como para que no los escucharan. Dio un golpe a la mano que lo agarraba y sintió como lo soltaba.
Choong Suk asintió.
—Era… la Doctora de los Cielos.
Ambos se metieron en sus pensamientos, llenos de un sinfín de preguntas: cómo, por qué, dónde, cuándo…, hasta que llegó un momento en el que detuvieron su camino. Los segundos pasaron en completo silencio hasta que, de pronto, en el rostro de Dae Man empezó a extenderse una enorme sonrisa de felicidad. Miró a su compañero que, empezando a asimilar ya las cosas, sonrió también.
—Esto… ¡Esto hay que contarlo! — se carcajeó Dae Man saltando a su compañero de forma amistosa— ¡Ya verás cuando se entere Deok Man!
Choong Suk se unió a sus risas con el ánimo completamente mejorado. La Doctora había vuelto y ponían ellos la mano en el fuego si no era para quedarse junto al general. Finalmente, después de tantas adversidades, de tanta espera y tristeza, de tanta lucha y problemas, lo habían conseguido.
Tenían que decírselo a sus antiguos compañeros de los Woodalchi, aquellos que habían estado en la época de la Doctora de los cielos y habían tratado con ella, porque, con mayor o menor medida, todos la habían echado de menos.
·
—¿Cómo…? — murmuré levantando una de mis manos para colocarla en su mejilla— ¿Cómo sobreviviste?
Dae Man y Choong Suk ya se habían ido. Menudo vergüenza había pasado cuando nos pillaron…
Choi Young me miró fijamente y creí verlo buscar algo en mis ojos. Tuvo que encontrarlo porque tiempo después, una sonrisa surcó sus labios.
—No estoy muy seguro— habló en tono suave y calmado, al igual que cuando se cuenta una vieja historia. Una de sus manos viajó hasta mi espalda baja, acercándome a él— En algún momento, fui incapaz de mantenerme consciente y se me cerraron los ojos. Cuando los volví a abrir sin saber cuánto había pasado, me encontré en el mismo sitio: moribundo junto a ese árbol— ladeó un momento la cabeza para enseñármelo mientras sentía una presión en el pecho al imaginarme la escena— Sentí una gota de lluvia caer en mi frente, seguida de otra, otra y otra más; y fue cuando escuché tu voz en mi cabeza, recordándome lo mucho que te gustaba el momento antes de que la lluvia empezara…—las lágrimas empezaron a acumularse y por mucho que lo intenté, con una leve sonrisa, me secó una rebelde que se había escapado— Que aparecieras en mi memoria me dio algo de fuerza— recordó con melancolía, pero entonces su sonrisa desapareció y sus labios se tensaron en una fina línea— Fue entonces cuando me di cuenta de que te habías ido.
—Gi Cheol me llevó, no pude hacer na…— me lamenté, recordando la terrible angustia e impotencia que sentí mientras ese me maldito me llevaba lejos de él.
No me dejó terminar, pues bajó una de sus manos a mis labios para callarlos.
—Lo sé, imja, lo sé— exhaló, de pronto, con frustración— Algo en mi interior me dijo que tú ya no estabas aquí, en este… tiempo— eligió la palabra sin saber muy bien qué decir— La culpa fue mía, yo debí protegerte como te prometí— espetó con rabia.
Rápidamente negué con la cabeza, acercando mi rostro al suya hasta que nos quedamos a un palmo de distancia.
—No digas eso. No fue tu culpa, tú hiciste lo que pudiste y más…—cuando vi que iba a replicar, sin darle tiempo, seguí— Además, las cosas tenían que ser así, ¿no lo ves?
Sonreí tenuemente, recordando mi año en el pasado. Me había costado aceptarlo, pero después de tanto tiempo en soledad, había llegado a la conclusión de que los sucesos debían haberse dado así. Gracias a eso y a las indicaciones que dejé en mi viaje, era que ahora podía estar de nuevo en sus brazos. Mi yo pasado de ese momento, en realidad era mi yo futuro, así que sin eso no podría haber seguido sus palabras y…
Dejé ese pensamiento colgado pues sabía que llegaba a un tema bastante complicado y enrevesado y ahora mismo no era mi prioridad.
Frunció el ceño por mis últimas palabras- con la rabia aún sin desaparecer del todo de sus ojos- y sabía que iba a exigirme una explicación. No le dejé. Tendríamos más adelante para hablar de esto largo y tendido.
—¿Qué hiciste… cuanto supiste… que no estaba? — inquirí suavemente, volviendo al tema de antes.
Su rostro se endureció, no gustándole mucho lo que estaba pasando por su cabeza, y la mano que había bajado a mi cintura de nuevo se crispó.
Se quedó en silencio por un momento, antes de contestarme.
—Quise ir a buscarte, ir detrás de ti, pero no tenía fuerzas para moverme. Ese fue el momento en el que me he sentido más impotente de toda mi vida. Sin saber si estabas bien, sin poder ir a buscarte…
Supe que decía la verdad por la mirada tan limpia que me estaba mostrando. Además, conocía ese sentimiento porque a mi me había pasado exactamente lo mismo con él. Aunque en mi caso yo sí sabía que estaba herido.
—Intenté con todas mis fuerzas levantarme, pero lo único que pude conseguir fue extender un brazo.
Mi respiración se detuvo un par de un segundo. Debía de estar realmente mal para no poder ni levantarse. A mi memoria llegaba ese guerrero que caminaba aparentando indiferencia después de que hubiera tenido una espada clavada en el estómago o cuando fue a rescatarme tiempo después de que su respiración y corazón se hubiera detenido por unos minutos.
—Estaba intentándolo otra vez cuando, entonces sentí algo. Había un extraño objeto, duro y redondo entre las flores.
—¿Entonces…— empecé a preguntar sintiendo un cosquilleo en el estómago—… lo viste?
¿Había resultado? ¿Lo había conseguido?
Como respuesta obtuve una pequeña sonrisa y que se separara de mi para que tuviera las manos libres. Observé como del bolsillo de su pecho sacaba un frasco de aspirina. Mi frasco de aspirina. Estaba sucio, viejo y con mucho moho. Era ese, el que yo había dejado en el pasado cuando había llegado junto al árbol creyendo que él estaría ahí. Me había detenido, intentando reponer un poco el aire después de la carrera, e intentando que el pánico no me impidiera pensar, volví a la Puerta del Cielo para cruzarla e ir con él lo antes posible. Sin embargo, para el momento en el que llegué, la puerta ya se había cerrado.
Incapaz de creerlo, volví al claro donde sabía que él estaría 100 en el futuro y me derrumbé. Por un rato, fui una Eun Soo débil, insegura y asustada y dejé que la desesperación me controlara. Después, cuando me tranquilicé, cogí aire profundamente y me sequé las lágrimas que se me habían escapado. Me puse de pie y estaba por ponerme en camino hacia la posada más próxima para pasar la noche cuando mis ojos se fijaron en el lugar donde debería estar. A mi memoria llegaron mis viejos útiles de medicina- que ya estaban cuando yo llegué-, el diario, el reproductor, el cascabel en el árbol, la carta dentro del carrete de foto… Y por eso lo dejé ahí, porque quería que de alguna manera le llegara mi mensaje, que supiera que estaba viva y que encontraría la manera de volver a estar juntos.
Y, al parecer, funcionó.
Con mucho cuidado cogí el frasco de aspirina y, mientras lo observaba, distinguí por el rabillo del ojo como sacaba del mismo bolsillo el otro, aunque este era mucho más nuevo. Era el que le había dado en esta época.
—¿Guardas los dos? — pregunté subiendo la cabeza para mirarlo.
Sus ojos hablaban por sí solos.
—Por supuesto. Son tuyos, imja— respondió.
Con la mano que no sostenía el frasco, acarició mi mejilla, acercándose a mí. Mi respiración y pulsaciones se revolucionaron ante su cercanía.
—Cuando encontré este franco tuve esperanzas. Consiguió que tuviera ganas de vivir, de que te esperara porque volverías a mí.
Sus palabras me llegaron al corazón como si un viendo cálido y agradable pasara por mi pecho calentando hasta mi- hasta ahora- frío corazón. La coraza que había tenido que ponerle a mi corazón para no sucumbir a la desesperación y derrumbarse, se resquebrajó justo antes de estallar en miles de pedazos, dejando a ese órgano que me mantenía con vida al aire libre después de tanto tiempo.
—Solamente— siguió diciendo con voz suave— tuve que esperar.
Y ahí estaba yo, con las lágrimas escapándose de nuevo por la emoción.
Volví a rodear su cuello con mis brazos y escondí la cabeza en el hueco de su cuello, buscando esa protección y seguridad que siempre hallaba en sus brazos. La encontré, por supuesto que lo hace. Era como si no hubiera pasado el tiempo. Pasara lo que pasase, sabía que podía contar con él siempre.
Y había sido hoy cuando, de verdad, me había dado cuenta de ello.
A pesar de que no sabía nada de mi, de lo que me había ocurrido, de dónde estaba, de si volvería… él me esperó, con una fe inquebrantable. Sabía que volvería junto a él.
—Imja— susurró estrechándome entre sus brazos.
Lentamente enderecé la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Su mano me quitó por no-sé-cuántas-veces el rastro de ellas de mis mejillas y después pasó a acariciarme un mechón de mi cabello, pasándolo por detrás de la oreja con mucha ternura.
Me perdí en su mirada.
Si me hubieran preguntado antes de toda esta locura dónde se encontraba mi hogar, inmediatamente pensaría en mi pequeño y algo viejo apartamento alquilado. Pero ahora las cosas habían cambiado, quizás desde el primer instante en el que mi mirada se cruzó con la suya. Me daba igual mi vida del futuro. Echaría de menos a mis padres y me dolía no haberme despedido de ellos, sí, pero ahora mi lugar está aquí.
Mi hogar se encontraba allí donde estaba mi corazón.
Lo último que sentí antes de que mis ojos se cerraran fueron sus cálidos y firmes labios rozando los míos.
«Imja…»
Publicado: 16/7/2015
Editado: 1/4/2019
Nota primera:
Debo decir que, al igual que muchas seguidos del dorama, me encantó este último capítulo… pero esa escena, cuando se vuelven a ver… dejó con MUCHÍSIMAS ganas de más. ¿Por qué tuvieron que dejarlo así? ¿Qué más les faba ponernos un poquito más de ellos? Así que me puse a investigar y me di cuenta de que bajo ese capítulo había mucho más enterrado que había salido a la luz. Muchas escenas las eliminaron (como el por qué se salva nuestro guerrero, qué hicieron después de verse y alguna que otra más) y con esas cosas que conseguí más algunas respuestas de la autora pide montar este fics con eso de base y dejando volar mi imaginación… Aunque… ¿sabíais que había escrito un epílogo? ¡Sí, estaba escrito! ¡¿Por qué no lo hicieron?! *se va a una esquina a llorar*
¡Espero que os haya gustado! He intentado por todos los medios ceñirme a la personalidad de cada uno.
Nota de edición:
Hace poco decidí volverme a ver el dorama por 723265 vez. Lo juro, creo que jamás me cansaré de verlo y cada vez me seguiré emocionando con la misma intensidad. Con ello también me releí las dos historias que tenía de ellos y reconozco que mi yo-cuatro-años mayor se llevó las manos a la cabeza ante los errores de expresión, faltas ortográficas y demás que veía. Así que decidí corregirlo y hacerlo ver un "poquito más bonito". ¡Espero que os haya gustado tanto como a mi escribirlo!
