Capítulo I: Primera plana
Sólo dos semanas habían transcurrido desde que la mayor amenaza del último siglo se hubiera desvanecido en las sombras. Era muy poco tiempo para que la gente actuara como si nada hubiera ocurrido, muy poco tiempo para llorar a los muertos y velarlos en sus lugares de descanso, muy poco tiempo para que las labores de reconstrucción fueran organizadas. Nadie podía descansar en paz todavía, no con los fantasmas de las muertes y las torturas frescos en las mentes de la gente, la vida normal que ansiaban estaba todavía a años luz del alcance de cualquiera. Aún se rescataban cadáveres de entre los escombros y aún la mayoría tenía heridas, no sólo en la carne, sino en el espíritu. El optimismo parecía haber sido desterrado de la mente de muchos.
No obstante, aun cuando el panorama no fuera demasiado alentador para el común de los ciudadanos, los funcionarios y dirigentes del Ministerio de la Magia trabajaban incansablemente para mejorar la calidad de vida de los demás. Habían varios proyectos en proceso de revisión para que el Ministro y su grupo de asesores la aprobaran, entre ellos, uno que había desatado una controversia entre algunos políticos locales y otros tantos internacionales. La razón de aquella división era simple: se trataba de un título del Código Civil Mágico que derogaba el Estatuto del Secreto de los Brujos, lo que significaba que la gente no mágica (llamados muggles) podía entrar en contacto directo con los magos. Y no acababan allí las sorpresas. Uno de los artículos de aquel título estipulaba la más absoluta cooperación cultural y tecnológica entre ambas partes, lo que, en opinión de los elaboradores de tan polémica ley, favorecería el enriquecimiento cultural entre magos y muggles, lo cual sería un beneficio que en ambos lados del panorama se recibiría de buena forma. El otro artículo polémico guardaba relación con los matrimonios entre magos y muggles, pues la nueva ley legalizaba dichas uniones y, lo que era más, ambas partes debían saber a qué mundo pertenecía cada uno, con el fin de poner término a la discriminación por la sangre y todo lo que ello conllevaba. La línea dura de la aristocracia mágica, no siendo una sorpresa para nadie, clamaron en protesta, dejándose caer como buitres sobre la carroña, atacando sin resuello a los políticos que escribían los artículos de esa ley.
Esos eran tiempos de cambios, cambios radicales y a fondo en la sociedad mágica. Por primera vez desde la instauración del Estatuto del Secreto de los Brujos, los muggles iban a tener acceso a medios mágicos para resolver sus problemas y, en palabras del Primer Ministro muggle, "podríamos lograr asombrosos resultados al combinar la magia con la física cuántica que hoy conocemos". Por supuesto, los magos no tenían ni la más leve idea de lo que era la física cuántica ni las matemáticas avanzadas, sencillamente porque no las necesitaban. Por otro lado, los magos que estaban de acuerdo con la ley, estaban ansiosos por descubrir la forma de llegar al espacio, cosa que nunca habían podido lograr y que los muggles lo hacían casi como un trámite. La mayoría de la gente coincidía en que no se lograba otra cosa más que avanzar con la derogación del estatuto, principalmente porque les daba la libertad de conocer, enamorarse y casarse con hombres y mujeres normales, aparte que los magos y brujas que eran homosexuales hallarían más libertad para expresarse.
Era una etapa de cambios.
En una casa a medio construir en los suburbios de Londres, un hombre se hallaba sentado en la sala de estar, el único lugar que estaba totalmente hecho. Faltaban las paredes del segundo dormitorio y el primero de ellos clamaba por pintura, en la cocina, sólo se erigían los pilares y el baño sólo tenía el radier hecho. Esa persona leía el diario El Profeta desapasionadamente, hojeando las páginas con desgana. La primera plana del periódico decía "Conocido empresario es hallado muerto en su despacho". Era la única noticia que le había llamado la atención. Las otras sólo hablaban de líos amorosos y reportajes de poca monta relacionados por personajes conocidos dentro del espectáculo mágico. Asqueado, cerró el periódico y se puso de pie, abandonando la sala de estar y comenzando a supervisar la construcción de su casa. Él había querido que la construyeran a la manera muggle, pues le daba más seguridad la ingeniería de la gente común que la excentricidad de la arquitectura de sus congéneres.
-¿Cómo va la cocina? –quiso saber el hombre.
-Estamos montando el techo ahora señor –dijo un obrero que vociferaba órdenes a unos colegas suyos que estaba trepados al techo de la sala de estar y a otros que caminaban sobre andamios-. Para la tarde, estaremos colocando las paredes y mañana usted podrá colocar los muebles y las máquinas.
-Bien. Sigan así.
El obrero asintió levemente y siguió con lo suyo.
Era un día Sábado sin nubes y un sol radiante arrojaba rayos dorados sobre la acera, sobre las paredes a medio terminar de la casa y sobre los lentes redondos de quien estaba parado frente a la entrada de su vivienda. Era raro, pero comenzaba a extrañar los dolores que hace dos semanas atrás llegaban a cegarlo de dolor, un dolor que sentía siempre en la frente y que le sirvió como una especie de radar para detectar a su enemigo, el responsable de la devastación en las ciudades de Inglaterra.
Y quien miraba la calle a la luz de la mañana era el responsable de que todo fuera más tranquilo.
Un estampido se oyó cerca y una mujer de intenso cabello rojo apareció detrás de unas matas. Se acercó enérgicamente hacia el hombre de los lentes, sonriendo pronunciadamente y extendiendo los brazos, buscando un cálido abrazo de parte de su novio.
-¡Ginny!
-¡Harry!
Después de abrazarse fraternalmente y después de no pocos besos, la pareja entró a la casa y ambos se sentaron en el único sillón que había en la sala de estar. No tenían ninguna clase de entretención pero, les bastaba con hablar el uno con el otro. Sus vidas eran lo suficientemente excitantes como para explayarse el día entero con anécdotas.
-Ayer me enviaron a Rumania de nuevo –dijo Ginny-. Estuve toda la noche tratando de cazar a un vampiro muy escurridizo. Era un Animago no registrado, el muy patán.
-¿Y cómo lograste dar con él?
-Bueno, no requirió de grandes dosis de ingenio –dijo Ginny encogiéndose de hombros-. El tipo usaba lentes de montura cuadrada y busqué un perro que tuviera una marca similar en los ojos. Lo demás fue labor de captura. Corrí como por una media hora antes de poder forzarlo a que tomara una forma humana y luego, trató de morderme en el cuello. Como no podía maniobrar con mi varita, le pegué con el codo en las costillas, me zafé y lo maniaté para que no pudiera moverse. Lo trasladé hasta el Ministerio de Magia de ese país y me fui. Debieron ser unas cuatro tazas de café cargado las que me mantuvieron despierta toda la noche.
Harry esta vez no tenía nada interesante que contar. Sólo los pormenores del avance de la construcción de su casa y la única noticia interesante del diario.
-¿Conoces a Casius Fergusson? –preguntó Harry a su novia.
-Por supuesto que sí –admitió Ginny-. Fui escolta de él una vez, hará como una semana atrás, cuando fue recibido por esa turba de manifestantes. Es uno de los personajes más ricos de Gran Bretaña. Conocido opositor del Estatuto Craven. ¿Qué pasa con él?
Harry no dijo nada. Se limitó a tomar el periódico y a pasárselo a Ginny, quien tenía una expresión de perplejidad en su rostro. Al mirar la primera plana, sus ojos casi se salieron de sus órbitas, abrió levemente la boca, para cerrarla y volverla a abrir.
-¡Por Dios! –exclamó Ginny después de un tenso silencio-. ¡Y en su propio despacho!
-No se halló ninguna evidencia que fuera causa de asesinato –dijo Harry, quien parecía tan impactado como Ginny-. La mayoría cree que se suicidó a raíz de la férrea oposición que tenía. Lo comenzaron a acosar más de lo que pudo tolerar. –Harry permaneció en silencio por un breve instante para luego ponerse de pie y pasear por la sala-. Pero yo no me lo trago. Alguien debe haber asesinado a Casius y lo hizo parecer un suicidio. Sin embargo, los motivos por los cuales pudo acabar tan mal no están a mi alcance.
-Tal vez lo mataron a causa de su oposición al Estatuto Craven –opinó Ginny, llevándose una mano al mentón, pensativa-. Tal vez un ciudadano descontento con sus opiniones. Sabes bien que Fergusson era bien tajante en lo que se refiere a la sangre. Ya escuchaste lo que opinó de Hermione hace unos cuantos días atrás: "la palabra de una hija de muggles no es de valor en el mundo de los magos", cuando ella se refirió a unos hallazgos arqueológicos en el Cáucaso. Es un tipo como Malfoy, le preocupa más la sangre limpia que el bienestar de los demás.
-Si en algo tienes razón, es en que Casius no era muy querido por el pueblo –dijo Harry, paseándose por quinta vez por la sala de estar-. Pero hay algo que no entiendo. ¿Por qué recién ahora vienen a instaurar el Estatuto Craven, cuando tuvieron bastantes oportunidades en el pasado? Sólo después de la Segunda Guerra se dispusieron a hacer tantos cambios en nuestra sociedad.
-¿No te parece explicación suficiente que ahora es otra la persona que está en el poder en estos momentos? –dijo Ginny, plantándose en el camino de su novio y abrazándolo-. Quizá para Fudge no habían momentos adecuados en los cuales se podía elaborar esa ley.
Harry, sorpresivamente, levantó en el aire a Ginny.
-Nos estamos preocupando por leseras –dijo, besando fugazmente a su novia-. Hay algo más importante que eso. Ven, quiero mostrarte algo.
Harry condujo a la pelirroja a un mueble con un cajón deslizable, lo abrió y extrajo un raro objeto en forma de círculo con hileras de letras que formaban palabras sin sentido. Se lo pasó a Ginny, mientras él seguía revolviendo en el cajón, buscando otra cosa. Segundos después, extrajo un pedazo de pergamino, el cual también se lo entregó a Ginny.
-Voy a salir un momento a pasear. Ojalá que lo tengas resuelto para cuando vuelva.
A Harry le gustaba dejarle acertijos a su novia, y a ella le gustaba resolverlos. Ambos creían que era una buena forma de ejercitar la mente y mantenerla siempre despierta y lista para los desafíos de la vida. Además, las recompensas por resolverlos eran bastante satisfactorias. Una vez Ginny escondió una invitación para un exclusivo restaurante donde comieron los mejores mariscos de sus vidas. En otra ocasión, Harry la hizo recorrer todo el castillo de Hogwarts para darle una noche inolvidable y todavía recordaban ese momento mágico, pese a haberle costado tanto a la pelirroja llegar a éste.
Harry aprovechó de comprar un almuerzo para él y para Ginny, pues la cocina no estaba lista, y procuró que no fuera de esa que fuera muy pesada como para que le cayera mal a su novia. Cuando llevaba la comida se encontró con unos conocidos en la calle, todos comentando la misteriosa muerte de Casius Fergusson. Después de debatir unos momentos el tema con ellos, Harry siguió su camino, con cuidado para no estropear el almuerzo.
Después de media hora, Harry tocaba tres veces a la puerta de su casa en construcción. Ginny abrió poco después, con una cara de alegría nunca vista en lo que iba de su relación.
-¡Sí! ¡Sí quiero Harry! ¡Pensé que nunca me lo dirías!
En la mano derecha tenía un hermoso anillo de plata con un pequeño jazmín tallado en diamante y en la izquierda una tira de papel plateado con letras en arabescos que decía "¿Te casarías conmigo, Ginevra Weasley?" Al parecer le había costado mucho resolver el enigma.
-Me tomó siglos abrir la esfera –dijo Ginny, abrazando fuertemente a Harry y besándolo como si fuera la última vez que lo hiciera-. Pero la recompensa fue mejor de lo que jamás imaginé. Gracias por darme la oportunidad de compartir mi vida contigo. ¡Te amo Harry!
Ambos entraron, aseguraron todas las entradas, corrieron las cortinas y vivieron un idilio mágico que duró el resto del día y parte de la noche.
A las diez de la noche, Harry y Ginny yacían encima del sillón, una manta cubriendo sus pieles, ambos respirando de forma superficial, sus bocas a punto de colisionar. Había sido un momento muy especial, adornado con el anunciamiento de su próxima unión en matrimonio.
-¿Crees que otras personas hayan hecho lo que nosotros acabamos de hacer? –susurró Ginny, sonriendo de forma cansada-. Es lo que nos alienta a seguir adelante, cosas como ésta. Saber que hay cosas tan hermosas en la vida, cosas por las que vale la pena luchar y morir, deberían elevar la moral, después de tanta oscuridad y dolor.
-Espero que sí –dijo Harry, besando a Ginny-. De otro modo, ¿de qué sirve vivir?
-¡Eso! –vivó Ginny, aferrándose a Harry fuertemente.
-¿Te parece si dormimos aquí? –invitó Harry, arropándose junto a su prometida-. Los obreros hace rato que se fueron.
-Me parece.
Y ambos se quedaron dormidos en el sillón, la luz de la luna iluminándolos, como bendiciéndolos en su próxima unión, la quietud de la noche envolviéndolos íntimamente, inocentemente, sin saber que mañana sería un día que lo cambiaría todo.
Harry despertó primero. Se levantó despacio para no molestar a Ginny, quien todavía tenía sus ojos placenteramente cerrados. Se vistió y se dirigió hacia la ventana, como siempre, a buscar la nueva edición de El Profeta y enterarse de más chismes románticos. Sin embargo, cuando vio la primera plana del periódico, se sintió como si sus pulmones se quedaran repentinamente sin aire. Una horrible puntada sacudió su pecho y dejó caer el periódico a causa de la conmoción.
-¡Ginny!
La pelirroja abrió lentamente los ojos y, tapándose con la manta, miró hacia donde estaba Harry, su cara cenicienta y una expresión de horror en ella. No entendía lo que ocurría.
-¿Qué sucede Harry?
Él no respondió, no tenía forma de hacerlo.
En el suelo, el periódico devolvía la razón del terrorífico desconcierto de Harry. Allí, en palabras visibles a tres metros de distancia, yacía consignada una mala nueva, algo que había temido desde los Días Oscuros, la peor que él pudo haberse imaginado.
