Al morir el alba

Historias dentro de la Historia

Angie Velarde / Angie Jb

2010, editado 2015


"Me duele amarte, sabiendo que ya te perdí…

Que solo quedará la lluvia mojando mi llanto, y me hablará de ti…" 1


El despertador sonó a las 6:00 en punto. Su mano surgió torpemente entre las sábanas tanteando en la oscuridad, hasta encontrar al estridente aparato sobre el buró y callar su obstinado repiqueteo de un enérgico manotazo. Después de ese incómodo despertar, su sonrisa se asomó apenas dibujada en su rostro. El día de su boda. El día al fin a la puerta. El vacío en el estómago le recordó que le había costado dormir presa de los nervios, la expectación. Cerró los ojos y pudo imaginarse a sí mismo recorriendo los pasillos que lo separaban del cuarto de Candy ubicado en la otra ala de la Mansión de Lakewood, demasiado cerca de las habitaciones de la tía Elroy. Mentalmente pasó de largo frente a la puerta de su tía, y entró a la habitación de su novia para verla dormir con su cabello disperso y las sombras cobijando su sueño. "Casados" pensó saboreando lo que significaba, mientras se estiraba en la cama. Y rompió a reír.

- Ahora te ríes solo tío… ¿Vas a alegar locura a tu favor? – preguntó tras la puerta Archie en tono socarrón.

- ¡Claro que sí! – contestó en un grito Albert, tendido de espaldas y con los brazos recogidos tras la cabeza… - …loco y feliz… - dijo al fin para sí mismo en un suspiro profundo.

De buena gana se hubiera escabullido a la habitación de Candy, tan solo para verla despertar. Solía hacerlo cuando en aquellos lejanos días, compartían el departamento. Se tomaba su tiempo para mirarla a su antojo minutos antes del alba, cuando todavía estaba profundamente dormida… Ahora anhelaba verla despertar acurrucada entre sus brazos, en ese somnoliento, cotidiano e íntimo momento de susurros y caricias matutino que pertenece solamente a la pareja. En pocas horas arribaría a él vestida de blanco, y entonces no se privaría de su despertar en ningún otro amanecer.

En el alfeizar de la enorme ventana, un suave ruido llamó su atención. Una avecilla posada en una esquina, se acurrucaba para recibir la mañana. Albert aguzó la vista. Si, era un ruiseñor; su canto sería un excelente presagio para enmarcar el día que llegaba. El ave esponjó su plumaje, se acicaló con el pico e instantes después partió volando sin cantar una nota. Albert suspiró encogiéndose de hombros un poco desilusionado por la escasa cooperación del ave.

Después de una ducha rápida, bajó a toda prisa a tomar el desayuno junto con Archie. La tía Elroy y Candy lo harían en sus habitaciones.

- Vamos William, el tiempo apremia y un hombre que se respete nunca llegaría tarde a su propia boda… - aseveró George con una mirada paternal, mientras se instalaba junto a él para acompañarlo en el desayuno.

Usualmente, Albert tomaba un desayuno frugal antes de irse a trabajar. Una taza de café, acompañada en ocasiones por un plato de fruta de temporada y nada más. Pero ahora, George y Archie miraban asombrados y sonrientes a Albert mientras devoraba un exquisito platillo de querelles de pescado blanco con salsa de queso fundido, acompañado por una ensalada de frutas exóticas, jugo de ciruela y pan de ajo recién horneado. Y para completar una generosa porción "del exquisito postre del chef" la natilla de ricotta con zarzamora.

La mañana transcurrió con una parsimonia inaudita, pero justo una hora antes de la ceremonia los minutos parecieron precipitarse cómo si éstos fueran conscientes del inminente compromiso que se avecinaba.

A la hora prevista, Archie y Albert se encontraban en sus puestos esperando el momento de aparecer en escena. Ambos jóvenes lucían impecables. El fino jacket italiano en diferentes tonos de gris les sentaba a la perfección. El novio se ajustaba una y otra y otra vez los guantes de seda gris, mientras su sobrino lo veía con una media risa burlona pintada en el rostro. Bajando un poco la mirada, le dijo en un susurro que intentó ser retador, pero terminó en una risa no contenida.

- Albert… terminarás rompiendo las costuras de los guantes ¿podrías dejarlos en paz de una buena vez?...

Albert sonrió y mirándolo fijamente contestó

- Te cobraré con creces todas y cada una de tus bromas en el momento oportuno… ¡y seré implacable Archibald Cornwell!...

- No importa, llegado el momento pensaré en dónde esconderme de tú venganza… ahora, no desaprovecharé esta excelente oportunidad…- le replicó Archie con una carcajada y luego añadió en un tono autoritario - ¡basta ya hombre!... ¡tendré que prestarte mis guantes!

- Ni hablar… tus manos son muy pequeñas sobrino – respondió Albert sonriendo.

Tres golpes discretos en la puerta callaron todo comentario. George apareció pulcro y sumamente elegante, con un traje sastre negro de etiqueta.

- William, Archie… el momento ha llegado

Albert asintió tratando de serenarse. Estiró un poco su cuello, sacudió ambos brazos a sus costados y agitó sus dedos dentro de los benditos guantes como si estuviera a punto de interpretar un solo de piano. Archie y George sonrieron a espaldas de Albert, cuando éste por fin terminó todo su ritual relajante y abandonó la habitación.

La ceremonia sería en el jardín de la mansión, frente al portal de las rosas de Anthony. La recepción en el salón contiguo duraría toda la tarde y gran parte de la noche. Cada columna y ventanal de la vieja construcción de diseño clásico, cada rincón de los magníficos jardines resplandecía como nunca antes. Pequeños y discretos detalles bullían por el salón, la terraza y cada lugar en dónde se celebrarían las nupcias.

El ajetreo previo fue tal que casi no había visto a Candy, pero había valido la pena. Su esfuerzo mereció incluso el reconocimiento inesperado de la tía abuela Elroy. Las rosas coronaron ese magnífico día. La decoración sobria, sencilla y elegante, con el toque alegre de las flores silvestres en tonos amarillos y rosados, aportaban un contraste perfecto sobre el prado verde, camino al portal.

Contrario a la petición de la tía Elroy quién deseaba una boda fastuosa en Chicago, la pareja había perseverado en su intención de celebrarla en una ceremonia íntima y familiar en Lakewood. Tan íntima como pudiera considerarse al albergar a 100 invitados. No hubo mucho que hablar al respecto aunque por lo menos había 500 invitados que la tía Elroy podía señalar como "indispensables".

Albert y Archie llegaron al portal de rosas de Anthony por un pasillo lateral, levantando una ola de murmullos de aprobación entre la concurrencia, especialmente entre las señoritas que se enderezaron en sus sillas, sonriendo al tiempo que los jóvenes aparecieron. La tía Elroy en la primera fila, asintió complaciente, mostrando una evidente sonrisa de aprobación. Las voces y cuchicheos se interrumpieron, cuando el cuarteto de cuerdas ubicado a un costado bajo una pequeña y blanquísima terraza techada, empezó a interpretar la marcha nupcial de Mozart.

Hacia el final del corredor entre las sillas y los altos floreros saturados de flores blancas de diferentes tamaños, predominaban las rosas creadas por Anthony. Las rosas de Anthony. Albert suspiró profundamente. Su presencia flotaba en el ambiente al igual que el perfume de los rosedales. Se sentía tan cercano…

Bajo la sombra de los árboles al borde del camino hacia el portal, aparecieron Annie y Paty. Avanzaban lentamente con la cabeza en alto y la sonrisa nerviosa propia del momento. Se veían espléndidas en sus vestidos vaporosos color marfil fungiendo como damas de honor para la novia. Después de lo que pareció una eternidad para Albert, las chicas se instalaron unos pasos al costado de Archie quien tuvo tiempo suficiente para admirar a su novia en el trayecto.

Las cuerdas callaron. Un solo de gaita, interpretado con profundo sentimiento por un hombre ya mayor, anunció con una lánguida y enternecedora melodía la entrada de la novia. La visión de la esbelta figura al final del pasillo atrajo la atención total de Albert, grabando cada detalle de esa imagen a profundidad en su memoria; el viento jugueteando con algunos rizos de su cabello, el contraste de su ceñido y precioso traje blanco de seda contra el verde intenso del prado, el ritmo natural de sus caderas y su caminar pausado,… el estremecimiento en su piel y la necesidad por sentirla de una vez junto a él.

Ella caminaba mirándolo directamente a los ojos con una amplia y fresca sonrisa, atraída a él, gravitando en torno a él…, era un sueño envuelto en metros y metros de tul, seda y encaje. Solo ella y ninguna otra mujer había entrado y permanecido ineludiblemente en su ser desde que la conoció. Y ahora hela ahí, besando el aire a su paso con la sonrisa de sus labios tiernos, con su respiración agitada y su mirada traviesa. Su cabello otrora rebelde, lucía sereno y dócil aún llevándolo suelto. La pequeña tiara de flores y perlas era todo el adorno bajo el velo transparente. El verde profundo de sus ojos brillantes taladraba el alma de Albert con suave insistencia.

Frente a frente, Albert tomó con firmeza las pequeñas manos enguantadas de Candy, cobijándolas con las suyas y las acarició despacio deteniéndose en el tiempo, olvidándose de todo lo que había alrededor.

- ¡NADIE SE BURLA DE NEIL LEEGAN!

La voz estridente se escuchó en una furiosa explosión. Detrás del sorprendido clérigo que estaba por empezar la ceremonia, la sombra funesta de Neil, apareció con expresión descompuesta, los ojos rasos de lágrimas y un arma de fuego en su mano temblorosa.

La mirada fulminante de Neil atravesó directamente los ojos aterrorizados de Candy. George y el mayordomo, se acercaron a él rápidamente por un flanco. Archie atrajo a Annie y a Paty hacia su espalda para que pudieran correr alejándose de ahí, y luego sin dejar de ver a Neil, se aproximó cercándolo desde el otro extremo. Albert, instintivamente se posicionó frente a Candy protegiéndola con su cuerpo, y sin decir nada encaró a Neil que en su desesperación no se daba por aludido de nada, con un solo objetivo en mente. Antes de que cualquiera pudiera darle alcance, Neil levantó el brazo apuntó su arma hacia la pareja y disparó, al tiempo que Tom y uno de los meseros se abalanzaban sobre él tumbándolo sobre el césped. El ruido de fondo de los gritos de angustia y las sillas cayendo en desorden en medio de la estrepitosa huída de los asistentes llenaron el lugar, como si se tratara de algo lejano y totalmente irreal…

En el último instante, Candy cargó todo su peso sobre Albert haciéndolo perder el equilibrio e irse de bruces hacia delante. La blancura inmaculada de su vestido se oscureció progresivamente en un tono rojo intenso mientras la chica caía sobre sus rodillas, terriblemente pálida.

Todo empezó a dar vueltas a su alrededor. En medio del terror y el desvanecimiento que iban ganando su mente y su cuerpo, alcanzó a reconocer la fatal gravedad de la herida de la que bullía su propia sangre cálida y abundantemente, sin freno… gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas cuando Albert la acunó contra su pecho… se marchaba demasiado rápido… ¡lo extrañaría tanto!... Con su último halito de aliento, atinó a musitar dos palabras al oído de su incrédulo novio…

- …Te amo…

Echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fuerza, un lamento brotó desgarrador de la garganta de Albert…

- ¡NOOOO!

Continúa...


Notas del autor

Este es mi noveno minific a partir de la historia de Candy y Albert dentro de lo que he llamado "Historias dentro de la historia".

En "Al morir el alba", los subtítulos marcados en azul fueron tomados de la letra de la canción "Me duele amarte" (1) de Reik. Las referencias culinarias corresponden a una página que no puedo compartir en el fanfiction ¡pero si quieren se las paso por otro medio! :D El resto del relato es inédito, cualquier semejanza con otros fic o relatos de Candy, es mera coincidencia. Los personajes no son míos, son de Mizuqui por siempre jamás... ¿y qué más?... ¡Ah sí! Este fic, se presentó originalmente en la Guerra Florida 2010, y ahora en junio 2015 lo estoy editando. Es el primer fic más o menos largo que hice... ¡Ya!

¡Hasta pronto!

Angie Jb/ Angie Velarde