Disclaimer: Naruto y sus personajes son de Masashi Kishimoto-sama.

Aviso: Este drabble participa del Reto: Palabra al azar del foro La Aldea Oculta Entre las Hojas.


Inoportuno

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Se miró al espejo y casi no se reconoció a sí misma. Ella solía lucir elegante, pero ese fastuoso vestido de casamiento era demasiado para ella. Menos mal que sólo era una prueba.

Si ya estaba nerviosa a cuatro días del casamiento, no quería ni imaginarse como estaría cuando llegara el día. Tampoco la calmaban los constantes «Es una muchacha con suerte.» de otras mujeres. No es que no quisiera a Hashirama, podría decirse que era el mejor amigo que hubiera tenido jamás y se encontraba en un lugar privilegiado en su corazón, pero no conseguía desequilibrarla ni quitarle el aliento de la misma forma que él.

Es decir, de la misma forma que Tobirama.

Mito cerró los ojos y negó. Era la décimo sexta vez que pensaba en él durante el día y, si mal no recordaba las explicaciones de su madre, eso era enamorarse y mientras más rápido lo aceptara, mejor. Pero sí que era difícil hacerlo. ¿Enamorada? ¿Y justo del hermano de su prometido? Seguramente no debía existir algo más irracional que aquello.

De golpe salió de su ensimismamiento al escuchar que tocaban la puerta de forma suave pero firme.

—Pase —pronunció ella de forma de gélida, ya que creyó que sería la criada con su desayuno.

—Con permiso —dijo Tobirama, pasando la puerta y cerrándola a sus espaldas.

Su rostro se iluminó al verlo por el reflejo del espejo. Giró en sus talones y esbozó una sonrisa suave y genuina, de las que no mostraba hacía ya un tiempo. Él permanecía serio, pues rara vez algo lo perturbaba, ni si quiera una mujer tan bella como ella. Y si lo hacía, pues sabía disimularlo a la perfección.

—Mi hermano te espera en el jardín de atrás para charlar contigo sobre algunos preparativos —avisó.

—De acuerdo —asintió ella.

Ambos sabían que su conversación debía terminar allí, pero no pudieron evitar preguntarse como estaban y contarse lo aburrido o atareado que estuvo su día, entablando una charla amena e íntima quizá. Hacían esas pequeñas demostraciones de interés como charlar desde la primera vez que se conocieron, es decir, hacía apenas dos días.

Dos días y Tobirama se sentía desfallecer por dentro cuando compartía la misma habitación con esa bellísima mujer a la cual nunca podría decirle cuanto le encantaba —por no decir amaba—, pues le pertenecía a su hermano y no se la quitaría porque eso era lo que correspondía.

Se limitaría a besar su mano con delicadeza para despedirse, como si de besar sus labios se tratara, y tratar de no perder los estribos el día que los escuchara a ambos decir «Acepto».

Que inoportuno era el amor. Si tan solo la hubiera conocido antes podría haberse despedido de ella de forma adecuada a sus sentimientos.

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