La verdad nunca me imaginé rodando suelo yankee. Siempre rondé por México, Europa del Norte, lugares remotos de Rusia, en fin, escapes. Tenía una Visa que expiraría en dos años, ¿por qué no aprovecharla mientras dure? Además, siempre me interesó saber qué ocurría en los famosos Estados Unidos de América. Me hice paso con mi motocicleta hasta las carreteras de Nevada, donde conocí Las Vegas. Una locura, eso resume por completo el lugar. Una desquiciada, desmadrada y exagerada locura. Fue saliendo de allí, de vuelta en la carretera, donde mi deseo de escape me trajo problemas. Y por escape me refiero a escape de la cotidianeidad de mi vida en Moscú, como CEO de una de las más grandes empresas de cosméticos de Rusia. Fundada por mí, bien gracias, no la heredé de ningún antecesor como mucha gente piensa. Pero aun así, con todo y una atareada vida de empresaria, me hago un tiempo una vez al mes para aventurarme en alguna parte del mundo, lejos de todo. ¿Quién reprocharía a su jefa por marcharse dos semanas mensuales sin avisar? El otro jefe, seguramente. Mi hermano se subió a la barca un año después de que la empresa fuera un éxito rotundo, y es él el único que sabe lo que hago durante mis escapadas. Le pedí que fuera mi socio para tener alguien que se encargara del pequeño negocio durante mis ausencias. Ni que tuviera mucho para quejarse, recibe el treinta por ciento de las ganancias, que es de por sí un sueldo jugoso. Pero me advertía siempre que, si la empresa prosperaba y se convertía en multinacional, mis jugueteadas por el mundo deberían terminar. No tendría lugar al cual escapar, de nada. Debería viajar por el mundo, si quería, como el resto de los turistas. A lo que se refería era que debía dejar de tener aventuras con muchachos alrededor del mundo, ponerle un alto a las múltiples fiestas descontroladas y dedicarme mucho más a los negocios.
En fin, estaba en lo mío, con la vista fija en la carretera. Estaba vacía. Me encantaba, tenía todo el camino para mí sola, sin autos ni camiones que interfirieran en mi paso. O me acorralaran. O cosas parecidas. Era perfecto. Hasta que de la nada, un hombre se cruzó corriendo. Clavé los frenos pensando qué demonios pasaba por la cabeza de ese tipo, pero de todas formas terminé golpeando al desdichado. Me bajé de la motocicleta, me acerqué y descubrí que era más bien un muchacho, de unos veintiuno, tal vez veintidós años de edad. Rubio, piel ligeramente bronceada, un poco rellenito y…bueno, uno no puede deducir mucho de alguien que está tirado en el piso como si fuera un herido de guerra.
Me arrodillé y lo sacudí un poco.
"Hey, ¿estás bien? ¿Me escuchas?"
"Ugh…¿Qué pasó? ¿Morí y estoy en el cielo? Porque veo ángeles…"
Me miraron un par de ojos azules y una sonrisa de estrella de cine. Rodé los ojos.
"No, te atropellé accidentalmente. ¿Necesitas una ambulancia? ¿Te sientes bien?"
Sinceramente trataba de ser amable por cortesía y por culpa. No quería problemas y menos en un país extranjero.
"Un ángel vestido de motociclista. Asombroso, hahaha. Me llamo Alfred. Alfred F. Jones."
"Un gusto, mi nombre es Mariya." Mentira. Me llamo Anya Barginskaya, pero por si acaso, soy Mariya a secas.
"Okey, te diré qué. Olvidaré todo esto del accidente si me aceptas una invitación a cenar."
"Uh, ehm...de acuerdo." Genial, ahora tenía una cita. Por un lado, el tipo olvidaría todo. Por el otro…no me caía del todo bien. Sentía que de una u otra forma, esto terminaría mal.
"¡Asombroso! A propósito…Ya es hora de la cena, sabes."
"¿Qué?"
"Mira detrás de ti. Hay un restaurante. No es lo mejor, pero tampoco lo peor y…es lo más cerca que tenemos. Vamos, no es desagradable en lo absoluto. Y hay lugar para estacionar esa máquina de matar, hahaha." Sí, muy gracioso. Debí de haber puesto una cara de asco de primera al ver el restaurante, porque entró a explicarme que era el lugar más conocido de por aquellos alrededores, que la comida era excelente, que conocía a todo el personal, etcétera, etcétera. Sin embargo el refectorio no era más que uno de esos establecimientos de comida que te encuentras cuando vas por la carretera, generalmente en el medio de la nada. Pero aparentemente Alfred vivía cerca de allí.
"Puedes pararte, ¿cierto?"
"Uh, seguro."
"Genial. Sube."
Subió de un salto a mi motocicleta, lo que me pareció extraño para alguien que acababa de ser atropellado. Entonces pensé que seguramente estaba fingiendo. Ignorando eso y todo lo demás, conduje hasta el supuesto restaurante, que estaría a medio kilómetro de distancia. Era la única construcción que se veía a lo largo de todo el paisaje. No sabía lo que me esperaba ni quería imaginármelo. De lo único de lo que estaba segura era que no iba a durar mucho. Al menos eso pensaba.
