Título: Un caso arduo, un serio atraco y un sentimiento nunca olvidado.
Autora: FanFiker_FanFinal
Beta: Paradice-Cream
Pareja: Phoenix Wright/Miles Edgeworth
Rating: NC-17
Género: Aventura, Romance
Universo: Ace Attorney Justice for All
Advertencias: Slash, relación chico-chico.
Disclaimer: Phoenix Wright Ace Attorney y toda su saga son propiedad de Capcom para Nintendo. No se pretende violar copyright. Quizá sí a cierto fiscal.
Aclaraciones del capítulo: Hay algunas cosas del canon que no se respetan, por ejemplo, el fic se sitúa después del caso del Samurai de níquel, pero no se tiene en cuenta ese caso, como si no hubiera ocurrido.
Agradecimientos: A Paradice-Cream por su rapidez y profesionalidad (el lujo es mío, nena) y al universo por darme la ocasión de encontrar personas que aún tienen ganas de leer sobre esta OTP.
Un caso arduo, un serio atraco y un sentimiento nunca olvidado
FanFiker_FanFinal
Beta: Paradice-Cream
1. Volver a verle
Phoenix Wright aplastó el papel que tenía delante en su escritorio. Era incapaz de continuar leyendo, aún embargado como estaba por las emociones de volver a ver a su rival plantado frente a él en el tribunal. Después de casi un año, el muy gilipollas regresaba como si nada hubiera ocurrido, con el mismo rictus frío y ausente en la cara, como si la nota de suicidio escrita dijera "me voy de vacaciones". Imbécil. El moreno se había contenido durante el juicio, pero una vez finalizado, se dirigió con todo su ímpetu hacia Edgeworth, quien lo miraba, atónito. ¿Acaso esperaba que lo recibiera con los brazos abiertos, después de todo el tiempo que el abogado había dedicado para encontrarle? Él y Gumshoe revolvieron medio mundo hasta que un día, el inspector, dejó caer, como por arte de magia, que seguía vivo. Casi como un mantra o quizá una ilusión estúpida a la que agarrarse, Phoenix siguió haciendo su trabajo, rumiando su rutina, tratando de crear la ilusión de un Miles vivo en alguna parte del mundo, sano y solitario. Cuántas veces deseó verlo, saber de él, solo para su tranquilidad. Y ahora que volvía, había reaccionado como un toro salvaje, tirándose a la yugular. Los ojos de Phoenix escocían al rememorar la terrible bronca fuera del tribunal. Franziska había sido la primera en dirigirse a él, atónita, pestañeando como si su querido hermano fuera una ilusión vana.
—¿Cómo te atreves a presentarte ante mí sin el menor atisbo de vergüenza?
—Pensaba que el fiscal Miles Edgeworth estaba muerto y enterrado. ¡No quería volver a verte! —Edgeworth se quedó plantado, sin replicar, escuchando toda la retahíla del abogado—. ¿No dices nada? ¿Ni siquiera vas a disculparte? Supongo que es muy propio de ti... no crees que debas darnos explicaciones de qué haces o adónde vas. No me malinterpretes —había dicho, añadiendo una sonrisa inicua impropia de sus facciones alegres—, no soy tu pareja, pero cuando uno tiene cierto contacto debería despedirse de forma más propia, ¡no con una mísera renuncia vil y cobarde! ¡Porque eso eres, un maldito cobarde! ¡No deberías haber vuelto de entre los muertos, Edgeworth! ¡Sigues enterrado para mí!
Después de su arrebato, Phoenix se marchó, ajeno a todo. Maya lo alcanzó poco después y se subió con él en el metro, sin hacer preguntas, sin atreverse a tocar el tema y ahora había bajado a por hamburguesas para cenar. Suspiró, elevando el brazo derecho por encima de la silla, echando el cuerpo hacia atrás, sintiéndose derrotado... ¿qué excusa podía darle a Maya para no comer? Contempló el sofá, deseando dormir para no pensar, y su mirada volvió hacia los papeles. No se podía concentrar, ni creyó poder hacerlo en varias horas. Debía haber ido directamente a su apartamento, pero sabía que el recuerdo de Miles le perseguiría. No, había preferido encerrarse en su despacho, donde las memorias de Mia le asaltaban, rodeado de gruesos volúmenes y con las luces de neón reverberando en el hotel de enfrente.
Cuando Maya volvió con las hamburguesas calientes en sus manos, encontró a Nick recostado en el antiguo sofá del despacho. Suspirando, dejó la comida sobre la mesita de la entrada y buscó una manta para colocársela encima. Acarició su cabello puntiagudo, y se preguntó si seguía enfadado con Edgeworth. Jamás creyó que escucharle decir aquello le dolería como si ella hubiera sido la culpable. Maya era consciente, como pocos, del vínculo especial entre los dos, y sabía que ambos debían estar comiéndose la cabeza por la bronca de hace unas horas. Por suerte, Nick tenía una sorprendente habilidad para dormir. En su apartamento lujoso, quizá su rival no tendría tanta suerte.
Miles Edgeworth había tenido, curiosamente, la misma idea que su rival, solo que él no dejaba de garabatear papeles, sin descanso. El papeleo era denso y le impedía pensar, de modo que dejaba atrás todas sus preocupaciones y se concentraba leyendo acerca de lo que había llegado a amar: su profesión. Sin embargo, su cuello se resentía por las numerosas horas que llevaba sentado ante el escritorio de ébano. Alzó la vista hacia el reloj sobre la mesa, que él mismo había dado la vuelta, y lo giró: las cuatro de la mañana. Por favor. Había estado estudiando durante ocho horas seguidas, sin hacer paradas. Su estómago gruñó de angustia y por un momento se planteó llamar a Angel Starr y encargarle alguno de sus combinados, a pesar de que se había jurado no comer comida rápida en su vida. Al día siguiente tenía una cita con Gumshoe para ir a ver a unos componentes de una banda callejera que poseían cierta información sobre la investigación del un caso reabierto después de varios meses, y no creyó poder estar a la altura sin haber dedicado a su cuerpo algo de descanso. Pensar en Gumshoe fue mala idea, porque le vino a la cabeza Wright como una exhalación. Rememoró su rostro desencajado, su cuerpo enviándole señales de rechazo, su discurso lleno de furia...
No deberías haber vuelto de entre los muertos, Edgeworth.
¡Sigues enterrado para mí!
Demonios, dolía. Dolía, porque Wright jamás le había dedicado palabras tan viles, pero tan ciertas. Podía entender su molestia, pero nunca creyó que se lo tomara de forma tan personal. ¿Le habría decepcionado? No esperaba ser recibido de forma tan dura.
El modo en que escupió su nombre, como si fuera veneno; la forma en que dijo "no soy tu pareja", como para recalcar algo que jamás sucedería; la impotencia que destilaba su parlamento... todo ello fue hundiéndose en el alma aún sensible del fiscal, condenándolo a la más absoluta soledad. Repudiado. Desechado: por la persona que más le importaba.
Y su mente recordó esos momentos en los que iba a su oficina, con esa manía de enseñarle las pruebas, como si el fiscal fuese a colaborar con él, pobre ingenuo. Sonrió. Wright y Gumshoe no eran tan diferentes. Ambos parecían considerarle importante, y sin embargo, ¿por qué Miles se sentía tan solo? De hecho, parecían ser los únicos que creían en él, pasara lo que pasara. Gumshoe parecía su perrito faldero, y siempre que le pedía algo, corría a por ello, sin importarle si estaba fuera de su rango de actuación, solo porque él se lo pedía. Era patético. Y Wright... tan testarudo y siempre pendiente de los demás... Wright nunca dejaría de tener trabajo porque siempre atraía a las pobres almas mártires y desgraciadas que además, según decían los rumores, no le pagaban. Y el abogado, como si de un justiciero se tratara, las absolvía de toda oscuridad, de todo mal, disfrutando de todo ello. Como también hizo con él. Tan diferente del Wright que conoció hace tiempo, y sin embargo, no parecía haber madurado en absoluto. Aquel niño que compartía su comida con los compañeros que no habían traído almuerzo, que defendía a muerte a su amigo Larry, a pesar de ser el matón de la clase, aquel niño que fue injustamente acusado de robar dinero y que, en lugar de defenderse, solo se echó a llorar, devastado. Miles recordaba ese día porque él siempre se mantenía al margen de todo lo que ocurría. No era muy sociable y no quería mezclarse en peleas ni problemas, pero no aguantó la injusticia. Phoenix era un muchacho ejemplar, aun con sus travesuras de niño, y de repente toda la clase se volvió contra él. Su propia gente, la que le hablaba a diario, le condenó. Recordando una frase de su padre: "todos son inocentes hasta que algo pruebe lo contrario", se levantó y señaló, y sin saberlo, le interrogó como si fuera su abogado. La sonrisa que el niño le dedicó... la atención puesta sobre él después del incidente, la constante compañía... quizá Miles se acostumbró a eso, demasiado. Se encariñó sin saberlo con el idiota de Wright y cuando había crecido lo suficiente para etiquetar ese sentimiento, tuvo que relegarlo a lo más hondo de su alma.
Aquel miércoles la Jefatura de Policía estaba llena de agentes que iban y venían, como cualquier otro día de trabajo. Edgeworth y Gumshoe recogían unos papeles y hablaban con el oficial que les daría la dirección para visitar al policía retirado, testigo de un antiguo juicio, cuando, al salir, una pequeña comitiva ruidosa junto a la puerta los distrajo: el agente Mike Meekins se despedía de otras dos personas, una jovencita con ropas extrañas y un hombre en traje con el cabello puntiagudo. El corazón de Miles batió tan fuerte que temió desmayarse en ese mismo instante. Apretó su maletín y fijó la vista en el suelo.
—Gumshoe...
—¿Qué hay, amigo? ¿Necesitas algo? —Edgeworth alzó la vista, sin parecer débil ni asustado. No había hecho nada malo, solo desaparecer. Maya le sonrió, permaneció en silencio; a su lado, Phoenix, solo miraba a Gumshoe. Tenía buen aspecto, con su pelo engominado hacia atrás y las mejillas rojas por la prisa.
—En realidad, sí, voy a hablar con tu jefe, ¿está dentro?—si a Edgeworth le molestó que ambos se tuteasen no pareció notarse lo más mínimo; aunque claro, habían sido muchos casos, muchas coincidencias y muchas ayudas. Mucho roce. Apretó el maletín con saña.
—Sí, lo encontrarás en su mesa, como siempre —y entonces Gumshoe lo miró, como si esperara una réplica, momento que aprovechó el abogado para batir su mano en el aire y entrar tras decir adiós, sin haberle mirado ni una sola vez.
¡Sigues enterrado para mí!
Ambos echaron a andar, y el inspector, notando ese aire taciturno de Miles, añadió:
—Se le pasará, señor Edgeworth. Él no es rencoroso.
El fiscal lo miró sin esperanza alguna. Sinceramente, lo dudaba.
Habían hecho una parada en Wilshire Boulevard para comer: la calle hervía de gente trajeada en el centro financiero de Los Ángeles en un caluroso día de mayo y Phoenix parecía especialmente callado.
Maya terminaba su sándwich de pollo y lechuga y tras sorber su coca-cola, señaló el plato de Phoenix.
—Deberías comer, Nick. Tienes que reponer fuerzas —él la miró, sonriente, y limpió un poco de ketchup de su mejilla con la servilleta.
—Ya veo que tú comes por los dos —Maya puso un puchero, resistiéndose a ser ignorada. Nick quería cambiar de tema, pero ella no le dejaría.
—Edgeworth parece cansado y ojeroso. Quizá esté preocupado por todas esas barbaridades que le dijiste ayer —el semblante de Phoenix cambió, echándose hacia atrás en la silla y frunciendo el ceño, suspirando sin darse cuenta.
—Me da igual lo que le pase, no es asunto mío.
Maya dio otro trago a su refresco.
—Qué malo eres mintiendo, Nick. Mira que a Pearl se la pilla enseguida, pero tú ya eres mayorcito... ¿Por qué no le pides perdón? Parece realmente afectado y hoy lo ignoraste como si no estuviera allí.
—Así aprenderá a no desaparecer cuando le da la gana —el abogado miró al horizonte, sus ojos reflejando un brillo travieso, ignorando la quemazón en su pecho.
—Nick... te preocupaste mucho y entiendo tu enfado, pero no arreglarás nada. Tú quieres...
—Maya, ¿has terminado? Vámonos —Phoenix se levantó, cogiendo el maletín que reposaba sobre la silla de al lado, y repasó en su mente aquellas frases dirigidas al fiscal. No se arrepentía. ¿Cómo hacerlo, si era algo tan sincero, tan sentido? ¿Cómo ignorar esa miríada de sentimientos? Edgeworth debía ser partícipe de ellos, debían atravesar su coraza de pasotismo y nada-me-importa para llegar al corazón del bastardo, si es que aún le quedaba un rastrojo.
—¡Pero, Nick, no has comido! ¡Ayer tampoco cenaste! Si no me haces caso te prepararé una encerrona.
Ni las amenazas de Maya parecieron calmar su opinión hacia el fiscal. Demonios, había vuelto de repente, como si no violara ninguna regla de amistades que se marchan sin explicaciones, sin adioses. Se sentía, además, un poco traicionado por Gumshoe, quien seguro le había recibido con los brazos abiertos, fomentando así un posible episodio posterior de "soy Edgeworth y me siento incapaz de afrontar consecuencias, así que me voy con el rabo entre las piernas hasta el otro continente". Flojos los dos. Diantres.
El resto del día lo pasó encerrado en su despacho mientras Maya leía en el sofá, y cuando ambos se sintieron cansados, volvieron al apartamento de Nick, pequeño pero acogedor. Durante el camino de vuelta, Maya se quejó de que ya se había terminado los libros que había sacado de la biblioteca. Phoenix pilló la indirecta. Ya sabía a quién le tocaría traer más lectura para la médium…
Una semana después, Phoenix acudió a la biblioteca de Los Ángeles, en el centro financiero, para coger unos libros y buscar unas referencias a unos casos. Se sentó en las viejas sillas de madera y trató de concentrarse. Después, resolvió buscar los libros para Maya y cuando tuvo dos títulos juveniles en las manos, seguro de su elección, se giró para marcharse.
—Wright —el abogado alzó la vista para encontrarse con un Edgeworth vestido con ropas casuales: una camisa blanca y pantalones de pitillo negros. Apenas pudo cerrar la boca al darse cuenta de que casi estaba babeando sobre el fiscal. Cambió el semblante de un plumazo, ignorando las reacciones inoportunas que invadían su cuerpo. Esos afilados ojos grises lo miraban con seriedad y algo de súplica, enmarcados por lisas hebras color platino, tan inusuales y especiales como su personalidad.
—Cobarde —espetó Wright como si le hubiera escupido, y salió a toda prisa de allí.
Aún le temblaban las manos al llegar al bufete. Se había parapetado tras la puerta, mientras contemplaba las vistas del hotel Gatewater, calmando su respiración. Había corrido como alma que lleva el diablo mientras las manos le sudaban, mientras su cabeza repasaba el atuendo del fiscal, llevándolo a una absoluta lujuria. Tener una erección al ver a tu rival vestido con otro color que no es el rojo no es sano, Phoenix. No lo es*. El moreno suspiró, se deshizo de la chaqueta y se sentó en el sofá. No. Lo único que le ponía Edgeworth era furioso. Eso es. A pesar de su atuendo casual y desenfadado, tan accesible, tan… no. Phoenix apretó los puños, frustrado. Su jodido rival le hacía tener emociones contradictorias; comenzó a pensar en el juez, pero cuanto más quieres engañar a tu mente, más juega contigo, así que ésta le ofreció unas bonitas imágenes de Edgeworth en pleno tribunal, todo seguro de sí mismo, profesional… volvió a apretar los puños aún más, notando el sudor cayendo por la espalda. No quería sentir atracción por él, no en ese momento: seguía enfadado, no le perdonaba, habían sido muchos días sin conocer su paradero. Maldito…
Wright.
Estoy aquí.
He vuelto.
Para volverte loco.
Ríndete ante mí.
La idea de un Edgeworth dominante catapultó de nuevo su deseo reprimido, y su brazo se acercó despacio al órgano prohibido.
—No. No…
¿En qué universo paralelo tu mente es más fuerte que tu cuerpo? Y así, porque la manzana prohibida siempre es más gustosa que una que se te permite comer, la mano de Phoenix alcanzó su objetivo. Ni siquiera tuvo tiempo para quitarse la ropa. Humillante, como un chiquillo lleno de hormonas. Tenía claro que acariciarse con el recuerdo de Edgeworth no era buena idea, pero su cuerpo parecía pensar lo contrario y, minutos después se deshizo ante el pensamiento de su rival, liberando su deseo, cierta tensión y un enfado acusados.
—Maldito seas… Edgeworth.
Maya estaba de nuevo delante de él, con su maleta, expectante por anunciarle que volvía a Kurain para visitar a Pearl. Ante una ausencia de casos, no tenía sentido permanecer tanto tiempo en el apartamento del abogado cuando su prima pasaba tanto tiempo sola. Phoenix escrutó su rostro, en un vano intento por descubrir una segunda intención en su partida, sin atreverse a preguntar. Finalmente, la acompañó a la estación y, antes de que se marchara, le entregó un paquete que la chica miró con verdadero entusiasmo.
—¿Es un regalo? Oh, veamos qué es —Maya lo desenvolvió, ambos sentados en un banco de la silenciosa estación, esperando al tren. La mirada de Maya se iluminó al ver los libros infantiles—. Oh, Nick...
Estuvo mirando uno por uno, acariciando las portadas y leyendo los resúmenes.
—Estos serán geniales y además podré leérselos a Pearl. Pero me dijiste que no habías podido ir a la biblioteca —el abogado, vestido con una chaqueta negra y unos pantalones vaqueros, se debatió entre decirle la verdad o no; decidió, finalmente, hacerlo público.
—Los mandó Edgeworth —Maya lo miró, pasmada.
—¿En serio? —abrió la boca, alucinada, reacción que Phoenix interpretó muy claramente, pues él ya pretendió rechazarlos, pero se contuvo porque no estaban dirigidos a él, aunque sí lo estaba el escrito.
—¿No puedes aceptarlos? No te preocupes, se los daré a Gumshoe, puedes escribirle una nota si quieres —cuando el abogado trató de arrebatárselos, Maya endureció la mirada.
—No me refiero a eso. Los aceptaré solo si prometes hacer las paces con él, Nick. Se siente mal: necesitaba entender sus emociones y por eso se marchó, pero te echa de menos, lo sé.
Phoenix miró al infinito y rio ante la absurda frase, cansado de la constante defensa de Maya hacia el fiscal.
—Eso sí tiene gracia. ¿Tú no me echas de menos y él sí?
—¿Por qué eres tan injusto? —ah, vaya, ya estaba de nuevo Maya con los ojos llorosos. No soportaba verla así, le hacía deshacerse por dentro—. Es un buen hombre y tú le quieres. Prométemelo, Nick.
Phoenix, con las manos en su chaqueta, no respondió.
—Bien, entonces no volveré —y sacó un cuaderno de su maleta, arrancó una hoja y escribió algo rápidamente, entregándoselo a Phoenix—. Tus disculpas o mi nota. Si la rompes, se la mandaré por correo.
Malditas Fey, no solo tenían que tener poder de canalización, sino también mal genio. Eso no va por ti, jefa.
Phoenix aterrizó, agarró la nota escrita por su amiga, la desdobló y leyó.
Querido señor Edgeworth:
Nick me ha dado los libros y son perfectos, muchas gracias. A Pearl le encantarán. Estoy muy apenada por no poder darle algo a cambio, así que le mando a Nick para que haga lo que quiera con él. No le aguanto y seguro que usted podrá castigarle debidamente.
Un abrazo.
Su amiga, Maya.
—No le daré esta nota —dijo él, abochornado, arrugándola. ¿Cómo podría dejarse chantajear por una niña de dieciocho años? Maldita... desde luego no había nacido para andar por ahí con mujeres, eran demoníacas.
—Se la escribiré por correo si no haces las paces —dijo Maya recogiendo su maleta y levantándose—. Tengo su móvil. Me enteraré si no has hablado con él.
El traqueteo del tren los sacó del tema estrella y Phoenix, callado, asistió a la marcha de su amiga; el movimiento del tren la separó de su vida, de nuevo, dejándole solo. Solo para desahogarse, o para arreglar el entuerto. Ninguna de las dos opciones sonaban atractivas.
Miles Edgeworth encendió la lámpara de su escritorio. Caía la noche mientras él trabajaba en la oficina. Tampoco es como si alguien estuviera esperándole fuera de aquella sala tan minuciosamente ordenada, por mucho que él deseara tener a cierta persona plantada al otro lado de la puerta... de la puerta a la que ahora estaban tocando. Miles se levantó como un resorte, como si su repentina imaginación hubiera podido crear ese minuto de gloria, notando el corazón bombear con rapidez mientras se acercaba. Pese a que detrás de la puerta no estaba la cara que él quería ver, eso no quería decir que la presencia de alguien no le animara; de hecho, era la única persona que podría buscarlo sin motivo alguno.
—Señor Edgeworth, le traigo la cena. Un pajarito me ha dicho que ayer no cenó. Debería reponer fuerzas —y le plantó en la cara un combinado de Angel Starr. El fiscal abrió los ojos, alucinado. Quizá debería ponerse a fantasear más a menudo, al parecer funcionaba. Solo que no tenía ganas de ver a ese inspector pesado. Sin decir nada, agarró el paquete cuadrado que le ofrecía y se volvió a sentar en el escritorio, mientras Gumshoe lo acompañaba sentándose en el sofá.
—¿Necesita ayuda? Trabaja mucho —señaló el inspector. Por un momento, Miles lo miró, apenado. Un inspector de policía con un sueldo miserable lo invitaba a cenar; supuso que no podía pedir otra cosa; al menos, Gumshoe le era fiel. Contempló, soñador, el escritorio donde yacía el borrador enviado junto a los libros hace unos días. Repasó la nota con un sentimiento de esperanza.
"Wright:
Te dejaste los libros en la biblioteca. De haber sabido que mi presencia iba a causarte tal malestar, no te habría saludado. Me gustaría recuperar nuestra amistad. Por lo menos dile a Maya que acepte este regalo, sé que regresará pronto a su pueblo y así podrá estar entretenida entre tanto entrenamiento.
Tuyo,
Miles Edgeworth".
Naturalmente, había sustituido ese "tuyo" por "un saludo", o de lo contrario, es posible que a Wright le hubiera dado un síncope. Nah, ni siquiera se molestaría en gastar un poco de tiempo con él, seguiría enfadado, aunque no le faltaba razón. A sus ojos, podía parecer como un rival despechado, molesto por haber sido derrotado. Nada más lejos de la realidad. Esperó que al menos conservara su nota, porque no había recibido respuesta. Parecía estar muy cabreado, Wright no le había retirado la palabra durante tanto tiempo.
—¿Señor Edgeworth? —el fiscal se volvió a mirar al inspector, que comía en el sofá con las piernas abiertas y con la caja lo más alta posible para no manchar—. Le estaba diciendo si le queda mucho.
—Detective, será mejor que cuando se levante no haya ninguna migaja en mi pulcro sofá —Gumshoe lo miró, palideció y se sentó en el suelo. Miles quiso decirle que su suelo también era demasiado apreciado, pero tenía hambre, así que sacó su combinado "huella digital" y comenzó a saborearlo. Una pena que Angel Starr quedara convertida en una simple repartidora de comida; al menos había eludido la cárcel, no como Jake Marshall. Sabía que Gumshoe, de vez en cuando, le llevaba algún combinado de ella para animarlo. Se sintió tan desgraciado... durante años, su desempeño en llegar a ser el mejor lo había distraído de todo sentimiento humano; salvo de extrañar a su padre. Ahora, añoraba los momentos con Wright, los momentos perdidos, quizá evaporados para siempre. Gumshoe estaba tan pendiente de él que era enfermizo; esa muchacha podría estar interesado en él, esa jovencita, ¿cuál era el nombre? ¿Maggie? Oh, no, Maggey... Había estudiado ese caso después de volver, una de las pistas por las que cogieron al asesino tuvo que ver con su nombre. A Wright apenas le había costado deducir lo sucedido, a pesar de todas las trampas puestas por un asesino aficionado, aunque le imaginó en el tribunal, nervioso, sudando, con el dedo apuntando al testigo mientras Franziska lo llenaba de latigazos. ¿Tendría marcas en el cuerpo todavía? Oh, mierda, debía dejar de pensar en el terco de Wright y comer su bandeja. Y prestarle atención al inspector, que le había traído la cena muy amablemente, además de ser una de las personas que le recibieron con mayor alegría a su vuelta, incluso sin cuestionarle nada.
Ay... no puedo expresar la ilusión que me hace publicar sobre este fandom.
Los reviews se celebrarán con cohetes.^^
CONTINUARÁ
