Sonido infernal.

— ¡Aquí ya no me hacen daño! ¡Me encanta ser inocente! —

Siempre fui nervioso, desde niño, hasta ahora que soy adulto. Demasiado nervioso dijeron mis conocidos, los del círculo más íntimo me describirán tímido.

No lo soy. Soy muy extrovertido.

¿Por qué afirman que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, principalmente mis oídos. De lo contra a lo que los doctores aseguraron; No se habían ni destruido ni alborotado.

Podía oír todo lo que pasase desde el cielo a la tierra. Muchos murmullos oí del infierno.

¿Cómo pueden llamarme loco entonces?

Solo escuchen y les contare mi pequeña historia… Júzguenme al final. Escuchen con cuanta cordura se las cuento…

Yo nunca odie al anciano. Lo quería mucho. Nunca me había golpeado o insultado. Yo viva con él.

Era buena persona.

Hasta el día de hoy, desconozco como pasó esa idea por primera vez ese día por mi cabeza, pero solo se una cosa: Una vez que entro, jamás pudo salir.

Yo no tenía ningún propósito en la vida. No estaba colérico. Yo no lo odia a él, sino a su ojo. Ese maldito Ojo que me miraba.

El ojo de buitre zafiro velado por una vela.

Me helaba la sangré cuando me miraba. Sentía como estaba en un risco, a punto de caer al mismo infierno.

Gradualmente pensé en matar al viejo y librarme de ese maldito ojo de una vez por todas.

Decidí empezar a espiar al viejo, poner en marcha mi plan para asesinarlo.

Era muy sagaz, de hecho soy muy sagaz. Como soy cuidadoso y atento…

Empezó a entrar en la habitación de noche… cada noche a las doce en punto.

Empuje suavemente la puerta conteniendo el chirrido, la casa era antigua.

Suavemente, muy suavemente. Cuando el espacio era suficiente para meter mi cabeza, mire la habitación.

Prendí la linterna apuntando a su ojo. Me helaba la sangre, y hervía de rabia.

Si me hubieran visto con cuanto cuidado se hubieran reído de mí. Y no los culparía. Mire por la puerta y cuando pude meter mi cuerpo completamente. Me di media vuelta y Salí.

Cada noche fue igual, cada noche de la semana la misma rutina; hasta que me descuide.

Eran las 12 de la noche, entre a la habitación con más cuidado que de costumbre: Abrí la puerta y entre despacio. La puerta rechino, un pequeño y notorio descuido. Imperdonable. El viejo se sobre salto. Yo tenía la linterna apagada.

Tenía grandes persianas que tapaban las ventanas, la sufría de paranoia, dejaban la habitación a oscuras. Las paredes eran negras, como la cama y la puerta. Me cubrían totalmente.

Escondido entre las sombras, observe como el viejo respiraba agitado, estaba sentado en la cama.

— ¿Hola? ¿Hay alguien? —Pregunto al vacío.

Yo me mantuve quieto. Después de todo, puedo esperar todo el tiempo que sea necesario.

— ¿Hola? —Pregunto de nuevo — ¿Quién anda hay?

No moví ni un musculo, nada, ni siquiera puedo decir que respire en el tiempo que estuve ahí.

Abre estado unas dos horas quieto sin moverme, pudría aguantar más tiempo.

Podía escuchar el corazón latir, cada vez más fuerte, más intenso.

Más fuerte… más fuerte… más y más.

Me estaba volviendo loco ese sonido.

¿Y si los vecinos lo escuchaban? ¿Y si ellos vendrían? ¿Qué pasaría?

Tenía que encontrar una forma de callarlo. Prendí la linterna, justo en su ojo, ese ojo que me hacía hervir la sangre.

Colérico, salte como una fiera sobre el anciano. Lo golpee con la linterna en la cabeza, evitando que gritase.

Me baje de la cama, agarre el pesado colchón y lo di vuelta; el viejo cayó al piso, sobre él, callo el colchón.

Podía escuchar como el corazón latía más y más rápido de nuevo, con más y más fuerza.

Los gritos del viejo eran ahogados por el pesado colchón.

Poco a poco los latidos fueron cesando… cuando acabaron, levante el colchón y mire al viejo. Puse mi mano sobre su arteria carótida y no latía. Haba logrado mi objetivo.

Ahora solo tenía una pregunta: ¿Qué hago con el cadáver?

Simplemente lo descuartice, puse los brazos en una bolsa, las piernas en otra; la cabeza y las partes del torso en otra más grande.

Levante las bisagras del suelo y puse debajo de ella las bolsas. Cuando todo quedo bien acomodado, volví a poner las bisagras en su lugar. Si un experto viniese él nunca se daría cuenta.

Increíblemente todo me quedo prolijo. Impecable.

Ni una gota de sangre, el arma con el que lo descuartice, lo use para cortar un cerdo. Las sangres se mezclarían a tal punto que sería imposible diferenciarlas.

Eran las cuatro de la mañana cuando todo estaba listo.

—Al fin, termine —Dije —Todo término —

Tocaron la puerta.

Eran unos agentes de la policía. Habían sido llamados por los vecinos que se preocuparon.

Pasaron, les dije que el viejo se había ido de vacaciones a una casa de campo en el norte de la cuidad con su hija, Bulma. Se lo creyeron.

Procedí a mostrarles la casa, cada habitación, sin miedo. Nunca sospecharon. Fui educado y sin nerviosismo. En la misma habitación les invite a sentarse, prepare té y galletas. Con mucha habilidad puse la silla sobre el mismo lugar donde el cuerpo descansaba.

Mientras charlábamos. Escuche un sonido. El latido del corazón.

Estaba ahí, lo escuchaba. Intente hablar más fuerte para cubrirlo, pero este sonaba más fuerte.

Tenía que callarlo a como dé lugar.

Les pregunte si escuchaban algo, pero estos no lo hacían, solo yo.

No podía soportarlo más. Yo debía callarlo.

Hay estaba, más y más fuerte… más fuerte… más fuerte. Era imposible saber cuándo se podría a callar.

¡Y como si fuera poco! Esos agentes se burlaban de mí. Si seguro, estaban hay riéndose a mis espaldas… les parecía divertido verme sufrir.

¡No lo dejare! Me pare y empecé a caminar, se escuchaba cada vez más fuerte. No había lugar donde se callara, donde cesara, siempre estaba hay.

— ¿Le pasa algo? —Pregunto el agente, Broly decía en su placa. Negué con la cabeza.

Estaba asustado. De seguro estaba pálido y sudando, no podía callarlo.

¡Se reían de mí! ¿Por qué yo solo lo escucho? ¡Ellos también lo deben escuchar!

— ¡Dejen de fingir! —Les grite — ¡Sé que lo escuchan! ¡No mientan, no mientan! —

Sus caras falsas de incredulidad…

Mi como los tablones de madera palpitaban al mismo latido del corazón que escuchaba.

— ¿Qué quieren? —Les pregunte — ¿Quieren al viejo? ¡Esta hay! ¡Esta hay! Solo llévense ese ruido infernal…

Me arrodille en el piso y con mis manos apreté mis orejas.

Cuando los oficiales agarraron las bolsas y las abrieron. Sus caras de asco hicieron cesar el sonido.

—Qué asco —Dijo el primero, Broly, intentando alejar la bolsa de su rostro.

—Señor, tendrá que venir con nosotros —Dijo el segundo... creo que se llamaba Nappa.

No les mentiré, no me negué a seguirlo.

Por eso estoy aquí. Me están tomando unas fotos para esas celdas raras…

—Bueno señor sus datos, por favor —me obligo una mujer rubia, A-18.

—Son Goku, edad 23 —Les conteste –Es todo lo que me acuerdo.

Pase a una celda donde me pusieron una camisa blanca extraña. No podía mover mis brazos, la habitación era acolchada. No sabía que así era la prisión.

Ahora ya no escucho nada… Estoy bien.

Me acomode en un rincón, y espero hay.

— ¿30 años? —Me pregunte —De seguro pasan rápido.

Así fue como termine aquí… para siempre… sin ese molesto latido.

Fin…