Las frases en cursiva son pensamientos.
Ananda
Domingo, mi único y preciado día libre.
Era pasado el mediodía, me ocupaba de fregar los trastes para posteriormente secarlos y dejar todo en orden. Procuraba terminar todas las labores lo más temprano posible, esa salida que tenía un par de horas después no podría ser pospuesta una vez más.
Justo terminaba de acomodar todo cuando el sonido de unos insistentes golpes en la puerta resonó con fuerza, estropeando el agradable silencio que me rodeaba. Sequé mis manos y fui hacia la entrada, creyendo con mucha certeza que sería Eren el que estaría del otro lado.
Gran error abrir sin preguntar de quién se trataba.
La figura de ese hombre frente a mí me dejó helada, mis ojos se abrieron desmesuradamente y mi cuerpo no respondió al impulso de cerrar la puerta en ese mismo momento.
Allí estaba él, con su impecable traje negro, su cabello seguía fiel al mismo estilo de siempre, sus penetrantes ojos azules y sus rasgos endurecidos y tensos.
Nos miramos por un brevísimo instante, él estaba tan sorprendido como yo. Y como si estuviésemos en perfecta sincronía, cuando reaccioné con el único objetivo de cerrar y desaparecerlo de mi vista, él también lo hizo, pero para interponerse en el umbral e impedir firmemente que volviese a huir de él.
—¡Mikasa, abre la maldita puerta, joder! —exclamó frenético.
El simple hecho de escuchar su gruesa y áspera voz dirigirse a mí de esa manera me hizo flaquear, me estremecí completa y la poca fuerza que usaba para bloquearle el paso desapareció sin más. Él aprovechó este pequeño momento de debilidad de mi parte para conseguir adentrarse en mi casa, pasando por mi lado y estudiando el entorno con un rápido vistazo.
Mi corazón latía desbocado, no me había movido ni un ápice y yo sentía como si hubiese corrido un maratón. Mis oídos zumbaban y mis manos comenzaban a sudar frío, ¿qué demonios hacía allí? Quería preguntarle, pero necesitaba echarlo y pedirle que se largara cuanto antes. No debía permitirle estar allí por mucho tiempo, no podía dejar que se enterase de todo…
¿O es que ya lo sabía?
Mierda.
Caminaba de un lado a otro en la pequeña sala de estar con la quijada apretada y la respiración acelerada evitando reparar en mí. En ese momento fui consciente de la inquietante y pesada aura que lo rodeaba, como una especie de energía furibunda que irradiaba de cada poro de su piel. Me sobresalté cuando su puño apretado golpeó la mesa de madera del comedor, y en mi estómago sentí un terrible vacío cuando me observó como nunca lo había hecho antes. Estaba tan lleno de ira y de resentimiento que me resultó imposible hallar un poco de él, de ese hombre que tanto amé.
Que tanto amo.
—¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerme esto? —inquirió en voz baja, con la rabia y la furia palpable en cada palabra que salió de su boca. Hacía su mejor intento por contenerse, por no liberar a esa violenta bestia que amenazaba con apoderarse por completo de su raciocinio y sentido común.
La presión en mi pecho fue tal que de repente se me hizo imposible respirar. Me sentí mareada y cada segundo que transcurría se me hacía más difícil sostenerle la mirada, esa que pudo haberme atravesado o cortado en dos si hubiese tenido la posibilidad.
Él ya lo sabía… Lo sabía todo.
Sus afilados ojos azules fijos en mí me causaban temor, estaba tan aturdida y descolocada por su inesperada visita que no podía articular palabra alguna de la impresión.
No sé cuánto tiempo pasó cuando lo escuché soltar aire pesadamente para después golpear por segunda vez la mesa, esta vez con más fuerza. Él estaba a punto de perder los estribos, mi silencio y actitud renuente lo estaban llevando rápidamente a su límite. Podía distinguir con claridad la impaciencia y la ansiedad entre ese remolino de emociones que lo avasallaba, y no era para menos.
Todo era mi culpa.
Tragué duro y respiré profundo, dispuesta a hacer un último intento… Uno más.
—No sé de qué estás hablando —dije con aparente calma. Esas simples palabras terminaron de hacer añicos la poca paciencia que le quedaba.
—¡Mentirosa! ¡Eres una maldita mentirosa! —gritó acercándose a mí con amplias zancadas, yo por instinto retrocedí hasta que mi espalda se topó con la pared. Llegó hasta mí y colocó sus brazos a mis costados para apresarme, un escalofrío me atravesó completa al verlo de cerca… Su bello y fino rostro a centímetros del mío. Me habría sentido feliz de tenerlo así si tan sólo hubiese sido en otras circunstancias. Me armé de valor y coraje, debía demostrarle que no conseguiría intimidarme, aunque por dentro estuviese muerta de nervios y miedo.
Miedo de esa faceta suya que hasta ese momento era desconocida para mí.
—Si piensas volver a gritarme, te agradezco que te marches ahora mismo de mi casa Levi Ackerman —siseé entre dientes autoritariamente, orándoles a todos los dioses para que lo apaciguaran un poco, para que no volviera a alzarme la voz.
—No sigas tratando de engañarme, mocosa insolente —gruñó con sus orbes fijos en los míos, su pecho subía y bajaba cada vez con más irregularidad—. No sigas con este estúpido teatro, ¿crees que no iba a enterarme? ¿De verdad pensaste que no iba a descubrir toda la verdad?
Puse mis manos sobre su pecho tratando de empujarlo pero fue en vano, él no se apartó ni un poco. Siguió postrado frente a mí esperando que dijera algo, que le explicara, incluso que le gritara, que hiciera cualquier cosa… Pero yo no tenía ni idea de cómo defenderme de sus acusaciones.
Supongo que ya no podía negarlo. No debía.
Así que recurrí a lo que he hecho en todo este tiempo: evadirlo para no afrontar la realidad.
Esa fea realidad que yo misma creé.
—Levi, basta. Vete ya, por favor —le pedí con un deje de súplica. Relajé mis hombros resignada pasados unos cuantos minutos en esa misma posición, él no iba a ceder. La determinación que lo motivó a ir a buscarme no se lo permitiría, además de la furia que controlaba cada mínimo movimiento.
—¡No!
—Por favor…
—¿Por qué? Mikasa, dime por qué lo hiciste… Te lo ruego —murmuró con evidente pesar, la neblina que cubría sus preciosos ojos azulados se disipaba gradualmente. Poco a poco lo distinguí a él nuevamente, a mi Levi, y no a ese monstruo que irrumpió en el lugar rato antes.
—Me abandonaste —alcancé a decir en un murmullo.
—¿Qué? —musitó dejando caer los brazos a sus costados, derrotado. Cerró los ojos y negó levemente con la cabeza, como si no pudiese dar crédito a lo que captaron sus oídos, como si hubiese recibido una bofetada de mi parte. Se apartó y pasó ambas manos por su cabello desesperado, yo me quedé inmóvil aún pegada de la pared con un sabor amargo en mi boca y un insoportable malestar en mi tórax.
Me reprimí mentalmente incontables veces.
¿Qué mierda hice?
Soy una egoísta. Insensata. Cobarde.
—Yo no te abandoné. No lo hice, maldición.
Estaba abatido. Un dolor inmenso se abrió paso en mi pecho al verlo así, sintiéndose miserable y profundamente lastimado. Tomó aire y se giró para encararme, mis ojos picaron al toparse con esa expresión desahuciada que nunca había apreciado en él. En ese momento no era ese hombre frívolo e impasible, estaba tan mal que no le fue posible ocultar ese sufrimiento que se notaba hasta en sus ojos. Sus murallas se desmoronaron, se hicieron trizas. Se quebró y yo estaba a punto de hacerlo también.
¿Lo traicioné?
Tal vez sí. Quizá no.
—Sabes perfectamente que me fui no porque quise, sino por esa oportunidad de trabajo que no pude rechazar. Te prometí miles de veces que volvería por ti, te lo juré por lo más sagrado que tenía. Mikasa, lo más sagrado que tenía eras tú y lo que había entre los dos —hablaba pausadamente, yo sentía que sus palabras se incrustaban en mi piel como cientos de agujas. Sin embargo, no lo detuve, me lo merecía por haber sido tan tonta. Esta vez fui yo quien cerró los ojos tratando de asimilar y soportar todo lo que escuchaba—. Cuando volví te busqué por todos lados, regresé por ti y tú no estabas, literalmente te desapareciste sin dejar rastro alguno. Estaba desesperado; la necesidad de saber de ti, de verte y de estar contigo iba a acabar conmigo. Y cuando al fin tus amigos se dignaron a darme información bajo la presión de mi molesta insistencia, me enteré de que la mujer que amaba más que a mí mismo estaba feliz junto a otro hombre y con una pequeña niña suya en brazos. Dime, ¿cómo crees que me sentí? ¿¡Cómo, maldita sea!?
Mentiras. Patrañas. Calumnias.
Para mí nunca ha existido nadie más, sólo tú.
Mis ojos picaron y de inmediato unas traicioneras lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Dolía, dolía mucho.
—Levi…
Apenas se percató de que tenía la intención de replicar, agitó sus manos indicándome que no lo hiciera. Mordió su labio y desvió la mirada, probablemente avergonzado e impotente por mostrarse tan vulnerable y afectado.
—No vine aquí a hablar de eso —intentó eludir el tema habiendo recuperado un poco la compostura, esa seriedad tan típica de él.
—No ibas a querer tenerla —solté, ese era el único argumento que podría justificar mis acciones. Frunció el ceño y apretó los labios, acercándose de nuevo a mí.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —cuestionó severo, exigiendo una buena explicación.
—Porque tú mismo me lo dijiste una vez. Me dijiste que no querías tener hijos, Levi.
—Mikasa, en ese entonces eras una chiquilla que apenas iba a comenzar la universidad y yo era un idiota que no tenía nada, ni siquiera un empleo estable. ¿Cómo iba a quererlo, si no tenía los medios suficientes para poder sobrellevarlo? —bajé la mirada maldiciendo internamente a esas gotas saladas que no dejaban de salir y de rodar por mis mejillas. Él me tomó del mentón y me alzó la cabeza para que lo mirase—. Me fui para obtener ese puesto en la empresa que me abriría las puertas, que posteriormente me brindó la posibilidad de tener las herramientas necesarias para independizarme. Al final lo logré, y cuando vine por ti para poder construir ese futuro juntos, me encuentro con todo eso… Me destrozaste —torció la boca, como si fuese ácido en vez de palabras lo que salía de su boca. Tomó aire y por un milisegundo volvió a quedar en evidencia la infinita aflicción que le desgarraba el alma.
—Perdóname… —balbuceé.
Quería justificar mis necias acciones en un intento desesperado de apaciguar un poco su dolor, pero no pude decir nada más al sentir sus fríos dedos deslizarse por mi piel para limpiar mis cachetes con ternura. Me miró con tristeza y yo contuve la respiración, ni siquiera cuando nos despedimos la última vez antes de marcharse fue tan terrible, tan doloroso. Nada se comparaba a esa espantosa sensación que nos estaba matando por dentro en ese preciso instante.
—No llores —susurró.
—Lo siento, lo siento tanto…
—La razón de mi visita no es reprocharte ni hacerte sentir mal, tampoco lo es tratar de persuadirte para que regresemos, pues me dejaste muy en claro que no quieres saber nada de mí y mucho menos tener algún tipo de relación…
Su voz se quebró y mis piernas flaquearon, me deslicé por la pared hasta quedar sentada en el piso. Algo se rompió en mí y una herida invisible se abrió, desangrándome con cada lágrima, con cada sollozo que provenía desde lo más profundo de mis entrañas.
Más de cinco años habían transcurrido desde la última vez que lo vi, desde nuestro último beso, desde la última vez que nos profesamos amarnos hasta el final de los tiempos.
Dicen por ahí que el primer amor nunca se olvida.
Cuánta verdad hay en tontas supersticiones.
Me atormentaron día a día las noches en vela que pasé sin él, cada minuto que lo extrañé, que lo necesité, que añoré su compañía, sus besos, sus caricias, su apoyo, todo… Pero que por ser una niñata inmadura alejé y excluí de mi vida por miedo a que nos rechazara. No podría haber vivido con ello, preferí cargar sobre mis hombros el peso de su ausencia.
Menuda estupidez.
Se agachó frente a mí pasando una mano por su rostro, buscando fortaleza en lo más recóndito de sí mismo para no derrumbarse como ya yo lo había hecho.
—Si alguna vez te dije que no quería tener hijos, fue porque te veía muy entusiasmada con esa idea, me urgía sacártela de la cabeza como fuese. Eras muy joven y con un brillante futuro por delante, no quería interferir en eso, Mikasa. Por supuesto que quería formar una familia contigo, pero ese no era el momento adecuado. No puedo creer que hayas tenido tan poca fe en mí para pensar que te dejaría sola en esto, jamás habría pasado por mi cabeza tal atrocidad.
—Perdóname, Levi —le rogué tomándolo por las muñecas, aferrándome a la casi inexistente posibilidad de que algún día me liberase de esa carga. Aún lo amaba, siempre lo hice. Pero actué tan mal que realmente dudaba que pudiese perdonarme—. Yo…
—Yo sólo quiero verla —me interrumpió zafándose sutilmente de mi agarre, ya no quería escucharme. No hay excusa que valdría como sustento de mi irracional comportamiento—. No me meteré en tu vida, no te molestaré ni estorbaré de ninguna manera. Pero Mikasa, no me prives más de ella, por favor. Tengo tanto derecho como tú de compartir con la niña, de formar parte de su vida. También es mi hija y tú ni nadie podrá cambiar eso.
—Está bien —accedí finalmente, brindándole un alivio indescriptible.
—Te lo agradezco.
—Estaba dormida cuando llegaste. Toma asiento, la traeré si ya despertó —contesté haciendo un esfuerzo sobrehumano para retener las lágrimas. Llorar no serviría de nada, no arreglaría nada, no me haría volver al pasado para corregirme. Me reincorporé y luché para poner mi mejor cara, debía ir a buscarla y no quería que me viese así. No obstante, sabía que era imposible ocultar lo mal que me sentía.
Sin decir nada más me dirigí hacia las escaleras a paso lento, mis manos temblaban y mis piernas amenazaban con fallarme en cualquier momento. La respiración me faltó cuando alcé la vista hacia la planta de arriba y la vi allí, con sus manitas apretando fuertemente los barrotes, mirando justamente en dirección a donde Levi y yo estuvimos discutiendo.
Lo vio todo.
Lo escuchó todo.
Subí los peldaños de dos en dos, desesperada por llegar junto a ella. Me senté a su lado y ella se giró hacia mí, observándome con esa inexpresividad tan característica y a la vez tan inusual para una niña de su edad. Endurecí mis facciones e inhalé profundamente, deseando llenarme los pulmones de coraje y no de oxígeno.
—¿Qué haces aquí? Te he dicho muchas veces que está prohibido escuchar las conversaciones ajenas, ni siquiera puedes acercarte a las escaleras sola —mi voz sonó firme, más de lo que normalmente empleaba para reprenderla.
—Mamá… —su dulce voz logró regalarme un poco de sosiego, aunque eso no cambiaba el hecho de que ella haya oído aquella conversación.
No podía creer que ambos terminasen sabiendo todo de esta manera, ni en mis peores pesadillas me imaginé asumiendo ambas responsabilidades a la vez. Por una parte estaba Levi, quien se enteró por algún tercero que la niña sí era suya, y por otro lado estaba nuestra hija, quien había sido testigo de tan atropellado encuentro.
—Dime, cariño —no pude evitar sonar rota. Me mordí la lengua cuando sentí que las lágrimas peleaban con vehemencia por salir.
El abdomen me dolía, esperaba lo peor. Esperaba que me gritase, llorase, que me reprochara el haberla mantenido alejada de él por puro egoísmo. En mi cabeza podía visualizarla enojada, furiosa, rehuyendo de mí. Las punzadas en mi pecho cada vez eran más despiadadas, yo trataba en lo posible de no hacer ningún gesto que me delatase frente a ella.
A pesar de tener tan sólo cinco años, era una pequeña muy perceptiva, madura, astuta, inteligente y atenta. Heredó gran parte de la personalidad de su padre, en especial la seriedad y frialdad. Lo mordaz, sensata, impasible, ágil y poco comunicativa hacían de ella una réplica exacta de Levi; fue una verdadera sorpresa verla crecer y que inexplicablemente fuese comportándose cada vez más como él suele hacerlo. Lo único que tiene de mí es mi aspecto, es idéntica a mí en ese sentido. Tez blanca, nariz fina y pequeña, ojos grandes, cara ovalada, incluso le gusta llevar el cabello igual de corto que el mío. Sin embargo, el color de sus irises era azulado, como el suyo.
Era un vivo y constante recordatorio de él, de la verdad que con tanto recelo oculté.
… Para nada.
—Quiero conocer a papá.
El alma me cayó a los pies, hubiese esperado cualquier otra respuesta menos esa. Siempre me preguntaba por él, yo la evadía asegurándole que en otra ocasión le contaría todo lo que quisiera saber. La convicción reflejada en esas cuatro palabras me caló hasta los huesos, haciéndome entender que realmente anhelaba hacerlo. Cierta tranquilidad mermó mi ansiedad al no hallar en ella rastro de molestia, enojo o cualquiera de esas malas emociones que pudiesen hacerla reaccionar desfavorablemente.
En ese momento le agradecía al cielo que fuese como él. Que por más complicada que fuese la situación, supiera analizar las cosas antes de armar algún berrinche, que razonara con sagacidad antes de señalar a algún culpable… Que por razones obvias, en este caso era yo.
La abracé fuerte apretándola contra mi pecho. Se quedó muy quieta al principio; consiguió aliviar bastante mi malestar cuando decidió corresponderme con la misma intensidad.
—Me estás aplastando —farfulló unos cuantos segundos después. Dejé salir una risita nerviosa, le di un beso en la frente y le sonreí con dulzura acariciando su cabello tiernamente bajo la atenta mirada de esos grandes ojitos azules que tanto me cautivaban. Una calidez en mi pecho suplantó el dolor que sentía cuando se acercó a mí para besarme brevemente en la mejilla, esas adorables demostraciones de afecto las atesoraba en el fondo de mi corazón por no ser tan comunes. Sólo yo conocía la parte cariñosa y tierna de mi princesa.
—Mamá te ama demasiado. Lo sabes, ¿verdad? —susurré casi inaudiblemente, como si se tratase de un gran secreto.
Los amo a los dos.
—Sí —respondió con complicidad en el mismo tono que yo empleé.
—Ven, papá te espera.
Me levanté y la tomé en mis brazos, bajando los escalones con sumo cuidado de no tropezar. Está de más decir que mi pulso iba a una velocidad desmesurada por no tener ni idea de cómo reaccionaría con él, cómo lo trataría, si sería receptiva, tosca o si simplemente actuaría indiferente.
Levi se puso de pie muy despacio cuando aparecimos en la sala, como si lo que tuviese frente a sus ojos se tratase de un fugaz espejismo que podía desvanecerse en cualquier momento. Sus ojos, abiertos en su totalidad, saltaron de mí a nuestra hija y viceversa en completo estado de shock, estoy segura que el gran parecido que hay entre ambas lo dejó hasta sin aliento. La pequeña azabache, por su parte, no se perdía ni un mínimo detalle del hombre que tenía frente a ella. Estoica, observaba todo de él sin siquiera pestañear, analizándolo, estudiándolo quedamente así como Levi lo hacía con ella.
La dejé en el suelo y con medida lentitud, la pequeña erradicó la distancia entre ellos posándose bastante cerca de él con una postura retadora y con cierto aire altanero. Me crucé de brazos y contemplé la escena que parecía tan lejana e irreal, sacada de uno de esos sueños que por las noches no me permitían dormir.
El azabache se agachó hasta quedar a su altura. Juro que entre ambos existía una especie de energía, química, una conexión que pude notar claramente. Uno era el reflejo del otro, la similitud existente entre ellos era increíble, indescriptible. Incluso mantenían la misma postura al estar frente a frente. Asombroso.
—Hola —la saludó con suavidad, la azabache ni se inmutó. Mordí mi labio deseando controlar mi ansiedad, pero inevitablemente aumentaba cada segundo que pasaba. Permanecieron estáticos allí, como si cada uno estuviesen esperando que el contrario diese el siguiente paso. O tal vez se analizaban minuciosamente con el fin de encontrar las palabras exactas para dirigirse al ajeno—. ¿Cuál es tu nombre?
Mierda.
Ella estrechó los párpados desconfianza, como si esa simple pregunta le hubiese parecido una gran ofensa. De cierta manera lo era, ¿cómo es posible que el hombre que se hacer llamar "su padre" no sepa ni siquiera eso? Ladeó la cabeza y arrugó el entrecejo, Levi afortunadamente supo mantener todo ese montón de emociones que experimentaba perfectamente ocultas tras una fachada calma y serena. Intuía que por dentro estaba hecho un lío por no saber qué decir ni qué hacer, se me ocurrió una buena forma de ayudarle viendo que la aludida no pensaba responder.
—Tú sabes bien cuál es —dije curveando mis labios como amago de sonrisa, él me imitó con cierta nostalgia.
Por supuesto que lo sabía. Él sabía perfectamente cuánto me gustaba ese nombre.
—Ananda —la niña alzó las cejas con sorpresa y un instante después le sonrió complacida—. Es un nombre precioso, perfecto para una niña bonita como tú.
Sus pálidas mejillas se tiñeron de un lindo tono carmesí ante el comentario de su progenitor. De inmediato sentí todos mis músculos relajarse notablemente, y todo ese nerviosismo que me embargó todo ese rato arrancarse de raíz. Que ella sonriera era una muy buena señal, significaba que había conseguido agradarle. Yo lo consideraba como si le diese su aprobación, su consentimiento de aproximarse o de siquiera interactuar con su persona.
Ambos sonrientes se miraban a los ojos detenidamente, como si compartieran el secreto de alguna travesura. A partir de ese momento, entre los dos Ackerman se creó un fuerte y especial vínculo, una estrecha y cercana relación padre-hija que, pese a no haber iniciado de la mejor manera, era digna de admirar.
Yo miré enternecida como esos rostros que siempre lucían serios, irradiaban una felicidad absoluta e imperturbable. Algo en ambos pares de ojos azules brillaba místicamente, como si repentinamente hubiesen encontrado algo que por mucho tiempo estuvieron buscando arduamente. Probablemente esa maravillosa energía que se apreciaba entre ambos era la que experimentaban un par de almas gemelas al encontrarse por primera vez… Porque eso eran ellos, un par de piezas de rompecabezas que al fin habían encontrado su parte faltante.
—¿Qué te parece si vamos a pasear un rato?
Ananda me miró preguntándome con la mirada si podía ir o no, imaginaba que internamente no sabía si era correcto salir con ese hombre que seguía siendo un total extraño para ella. Le sonreí y ella entendió que efectivamente tenía mi permiso de hacerlo.
—Bien —le dijo al fin.
Me apresuré en buscar sus botas, un gorro, una bufanda, unos guantes y un suéter de lana rosa. Estábamos en pleno invierno, siempre la abrigaba lo más posible para protegerla del despiadado frío que en esa época congelaba todo a su paso.
—Pórtate bien con papá —susurré en su oído para que sólo ella pudiese escucharme mientras la estrechaba de nuevo entre mis brazos fuertemente. Ella asintió, deposité un beso en su coronilla y me incorporé sintiendo cómo Levi me escrutaba fijamente. Ananda nos observaba curiosa, intrigada por la tensión que abarcaba el espacio que nos separaba a él y a mí.
El azabache dejó salir aire, e incapaz de seguir sosteniéndome la mirada, se centró en nuestra hija. Le sonrió conmovido por lo tierna que se veía envuelta en tanta tela, Ananda es tan pequeña y preciosa que estoy segura que Levi no pudo evitar enamorarse de ella apenas la vio.
—¿Quieres que te cargue? —se ofreció cariñosamente.
—Tch, no. Puedo caminar.
Levi se volvió a mirarme con los ojos muy abiertos, sorprendido por el firme tono de voz con el que le respondió. Incluso el sonidito que él siempre usaba solía escapar inconscientemente de su boca de vez en cuando, sin saber en lo absoluto que su padre lo hacía todo el tiempo. Sí, hasta eso lo heredó de él. Le devolví la mirada divertida encogiéndome de hombros, sabiendo que aún le faltaba mucho por descubrir. Parpadeó saliendo de su asombro, yo contuve las ganas de reír pensando en lo interesante que sería para mí ver cómo él haría para lidiar con una copia exacta de sí mismo. Sí, realmente ansiaba ser testigo de ello.
—De acuerdo, pero al menos dame la mano —se la tendió y ella vaciló un momento antes de sujetársela, no se atrevió a rechazarlo al notar que la miraba con cierta súplica en su expresión.
Posteriormente los vi alejarse tomados de la mano, Ananda no podía desviar su atención de él, Levi se encargaba de guiarla mientras ella andaba bastante distraída. A considerable distancia vi cómo la miró para dedicarle una cálida sonrisa que ella de inmediato le correspondió.
Una sensación de paz y plenitud se expandió por mi pecho, suprimiendo el malestar que me impedía hasta respirar adecuadamente. Me abracé a mí misma sintiéndome profundamente aliviada; ellos al fin estaban juntos, como siempre debió ser.
Me reproché mentalmente por haber errado tanto y me planteé mil y un maneras de compensarles el tiempo perdido, haría todo lo que pudiese para que Ananda y Levi compartieran y se llevaran lo mejor posible. Sospechaba que no sería demasiado complicado hacerlo, pues se les notaba a leguas las ganas que tenían de conocerse y de tenerse el uno al otro.
Además de eso, debía centrarme en recuperarlo, en ganarme su perdón y tratar de integrarme nuevamente a su vida, esa de la que nunca debí apartarme.
Ese atropellado y difícil suceso fue el comienzo de una bonita y magnífica historia.
Una en la que fui plenamente feliz junto a mis dos personas favoritas en el mundo.
Que bonito sería una nena de esta parejita, ¿no? Me encanta imaginarla así, preciosa como mamá y de carácter fuerte como papá. :')
Espero que les haya gustado el OneShot, de corazón que sí.
No olviden darle fav y dejar su opinión en un review, me encantaría saber lo que piensan al respecto.
Muchísimas gracias por leer.
