~La misteriosa chica~
Su cuerpo cayó al río inerte y su cabello se sacudía en un vaivén hechizador y aquel rostro figuraba dolor, mucho dolor lacerante. Sus oídos eran ofuscados por la sensación de zumbido vibrante que originaba aquellos cosquilleos casi confortante y gratos en la insondable agua. Sus ojos titilantes se entrecerraron y su palma anhelando tocar aquella luz refulgente sobre la superficie.
—No debiste escapar Cattleya—Escuchó la voz de esa persona que tanta agonía le causó.
—Regresa Cattleya o todo lo que conozcas, será destruído—Seguía insistiendo aquella voz.
—¿No quieres que eso pase verdad? ¡Vuelve!—Lo último provocó un estruendo y sus pulmones empezaron a exigirle aire.
—¡Regresa Cattleya! ¡Tu eres mía! Este es tu lugar—Vociferó en su mente en un vacío eco.
—Tu lugar es este, no mereces libertad, no mereces nada maldita escoria ¡Regresa!—
Su silueta se perdió en lo profundo de la plétora y la tonelada del agua parecía querer quebrar su débil cuerpo, siendo arrastrada por la corriente, cerró los párpados y se resignó. Ella desapareció, viendo a la nada con las últimas esperanzas muertas y la vida, parecía escaparse entre sus manos, oyendo aquella voz nombrarla, atestada de infinita desesperación y odio.
—¡Cattleya!
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—¡Señor Piccolo!—Un llamado alegre y risueño se mezcló bajo aquel techo taciturno y silencioso irrumpiendo su meditación en el paisaje natural, cerca de los follajes verdes y los riscos puntiagudos, enriquecidos de frondas exuberantes y distintos animales. El caudal vertiginoso sobre aquellas intensas e inmensas cataratas, provocaba un efecto sosegador y somnifero, tanto que había perdido la noción del tiempo.
Abrió un ojo para divisar al joven, sonrió y abondonó su postura de pies y brazos cruzados.
—¡Hola Gohan!—Saludó al chico agraciado por su presencia.
—Dime... ¿A que has venido?—Preguntó con cautela tratando de no ofender al muchacho, por lo general él no lograba escapar de su histérica madre y sus responsabilidades que esta le implicaba, vaya mujer que era la esposa de Son Goku.
—Bueno...—Rascó su nuca—Mamá me dió el tiempo libre y lo quise aprovechar con usted.
—Ya veo—Murmuró mirando al cielo con aquellos lividos colores celeste y anaranjado.
—Me sorprende que quieras pasar el tiempo conmigo y no con tu novia—Comentó con cierto sarcasmo, riéndose internamente del rubor que cubrió las pálidas mejillas de chico.
—¡Ella no es mi novia!—Protestó ligeramente avergonzado.
—Como sea, las cosas de los humanos no es de mi interés. Cambiando de tema, ¿Quieres entrenar un poco?—Sonrió de la misma forma que la anterior y su ex-pupilo adquiría un brillo especial en sus ojos, trayendo aquellas anécdotas cuando tan solo tenía cinco años ante la llegada de los Saiyajin.
—Si—Asintió con entusiasmo.
—Es extraño que tu padre no se haya colado.
—Bueno es que... Él fue a entrenar con Vegeta—Informó riendo nervioso.
—Ese Goku, tal parece que no se conforma con su poder, típico de él, siempre se supera así mismo—Sonrió contemplando el cielo.
—Bueno, después de todo es un Saiyajin—Alegó con orgullo y cierta admiración hacía su progenitor.
—En eso tienes razón, además no solo lo hace por afición o para mantenerse en forma, uno nunca sabe que clase de enemigo puede avecinarse en el futuro—Reflexionó pensativo.
—Hablando de eso... Empezemos con nuestro entrenamiento, quisiera ir a otro lugar ya que no quiero arriesgarme y destruir está fauna—Su maestro asintió con la cabeza y con la misma idea en mente, ambos despegaron sus pies del suelo, levitaron con intenciones de marcharse aún lugar más desértico y rocoso, pero, una diminuta energía como rayo traspasar su cabeza, capturó su atención.
—¿Que es eso?—Gohan rompió el silencio sorprendido, buscando con la mirada algo o alguien de aquella enigmática energía vital. Piccolo no era diferente a la situación del chico, también indagando por la zona, hasta que localizó de donde provenía. Frunció el ceño.
—Gohan, allí—Apuntó con su dedo en la orilla del río. Como ambos estaban en una altura bastante distanciada, tan solo divisaba algo blanco. No tardaron en descender y con cada centímetro que lo hacían, sus semblantes iban cambiando a una llena de asombro.
—No, no puede ser—Tartamudeó el menor dudando frío, petrificandose por completo ante la insólita y excéntrica imagen delante de ellos. Una chica, más bien casi una niña de piel albina y cabellos cortos y negro azabache cubriendo sus finas facciones por sus flecos y hebras, cubierta por un vestido blanco teñido de sangre, casi transparente bajo el manto de agua, estaba allí tirada bajo la inconsciencia, demasiada herida. Ambos apartaron un poco la mirada por respeto ante sus atuendos que no dejaba casi nada a la imaginación.
—Es una chica—Dijo el menor sin poder lograr salir de aquel desconcierto. El hombre de piel verdosa se acercó un poco para corroborar que tan herida estaba, pero, un pequeño detalle que no había percibido antes, lo dejó abrumado quedando estoico en su camino. Sintió cada parte de su cuerpo tensarse.
—¿Que ocurre Señor Piccolo?—Interrogó Gohan ante la perplejidad injustificada de su maestro.
—Tiene... una cola—Pronunció apenas perceptible.
—¿Que?—Expresó el menor exaltado, y de inmediato avanzó hacía Piccolo, entonces adoptó la misma reacción que el mayor. Detrás de las espaldas de la joven mujer, una blanca y larga extremidad peluda yacía arrullada debajo del agua limpia y cristalina.
Hubo un intenso mutismo prudencial en el entorno, oyéndose tan solo los cantos de las diferentes aves, sobre el árbol y otras que surcaban al amplio cielo. Tanto maestro como alumno al fin lograron recuperarse del extenso trance.
—Dudo que sea una Saiyajin—Argumentó el chico inspeccionandola de pies a cabeza. Piccolo se inclinó hasta la joven y con sus dedos descubrió su rostro, uno muy bello.
—Creo que... no es correcto dejarla aquí, lo mejor sería curar sus heridas y cuando despierte preguntarle cuál es su propósito en la Tierra—Concluyó Gohan, Piccolo asintió en acuerdo.
—Es extraño que no se halle una nave cerca o algo por el estilo, por el momento será mejor llevarla a tu casa Gohan.
—Espero que mamá no se vaya a enojar—Dijo en un suspiro de frustración.
—Hay algo que no me cuadra—Analizó el Namekusei perspectivo—Tiene bastantes cortaduras y varias cicatrices en su piel, como, si ella fue torturada—Observó cada línea que figuraban aquellas cicatrices, alguna mal cerradas, otras hechas recientemente y otras casi desapareciendo. Pese a que el agua hizo todo el trabajo en dejarla pulcra, las heridas no paraba de desangrarse. Debía actuar rápido o moriría de hemorragia. Se sintió extraño por su aparente preocupación.
—Tiene razón, parece ser que ha sufrido mucho.
El Namekusei se quitó la capa blanca y quitó un buen pedazo de tela lo suficiente como para cubrirla, la envolvió allí y la tomó entre sus brazos, con sutileza y posteriormente ambos partieron vuelo a mencionado lugar.
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?Eva Heaven!
