Bueno, comienzo este capítulo diciendo que, para aquellos de mis antiguos lectores que de pura casualidad me tienen agregada en la alerta de autores, el fic que tienen frente a ustedes no es de Harry Potter. Esta vez me estoy adentrando en el maravilloso universo de Dragon Ball. El fic que comenzaré a publicar es una historia que rondó en mi cabeza por años y años, hasta que finalmente me armé del suficiente valor para publicarla, y aseguro que la terminaré, aunque esta vez no me presionaré por fechas límite y cosas de ésas. Me relajaré y "liberaré mi imaginación", como bien nos sugiere esta página.
Ahora, declaro que sólo la idea de esta historia es mía, tanto el mundo de Dragon Ball como los personajes ya conocidos no me pertenecen, son propiedad de Akira Toriyama, etc, etc... ya saben lo demás. Realmente no tengo mucho que decir, así que sólo agregaré que, a las autoras que les pedí que por favor se pasaran por el fic, disculpen la demora y finalmente aquí está. Sé que por ser primer capítulo probablemente no tendré muchos comentarios, pero realmente me gustaría mucho que los que se den una vuelta por aquí me dijeran qué opinan.
Creo que por hoy es todo, así que nos vemos en el siguiente capítulo.
aego
Capítulo 1.
Furtivo Escape
—Esto es inmundo. —Una voz hastiada interrumpió el profundo silencio.
Se trataba de un ser humanoide de aproximadamente dos metros y medio de altura, de complexión ancha pero atlética. Vestía un pantalón verde oscuro lo suficientemente ajustado como para hacer movimientos bruscos; una camiseta negra sin mangas ceñida al cuerpo, que estaba cubierta por un chaleco del mismo color y textura que los pantalones; y un par de poderosas botas negras con numerosas correas y hebillas. Tenía el cabello largo hasta la cintura que pasaba por todas las tonalidades del rosa, comenzando muy pálido en la raíz y aumentando en color en todo lo largo hasta las puntas, que eran de un magenta oscuro. Estaba estratégicamente acomodado hacia atrás, de tal forma que no le molestara cayendo sobre su soberbio rostro. Su piel azul era tenuemente iluminada por una débil luz, y sus ojos ambarinos miraban con desprecio el lugar en donde ella y los suyos se encontraban cautivos. Sí, "ella", pues se trataba de una mujer.
—Ésa es la idea, Sauda —le informó un hombre considerablemente más bajo que ella—. ¿Qué esperabas? ¿Qué nos pusieran en la habitación más lujosa?
De aspecto más bien desaliñado y apariencia más común, aquel hombre era mucho menos exótico que su interlocutora. Vestía oscuras ropas raídas que le quedaban dos tallas más grandes de la que él hubiera requerido, y su desordenado cabello cenizo y barba enmarañada le daban la apariencia de un vagabundo. Sus ojos color miel miraban fijamente a la mujer azul.
Sauda, como él la había llamado, posó la mirada sobre él y le dedicó una mueca de fastidio.
—Nuestras celdas no son tan sucias, Marduk —aclaró la mujer, mientras observaba cómo una de las tuberías que estaban por encima de sus cabezas goteaba una sustancia café y espesa que iba a parar justo al centro de la habitación.
—Sí, bueno, ten en cuenta que no somos prisioneros del ser más benevolente del universo —repuso otro hombre, aunque éste más joven que el llamado Marduk.
—Además, nosotros somos ese tan temido cáncer que por tanto tiempo han buscado extirpar —agregó una segunda mujer en escena, tan joven como el hombre que había hablado antes que ella.
A decir verdad, ambos eran poco más que adolescentes. La piel de los dos muchachos era extrañamente falta de color, haciéndolos lucir terriblemente enfermos, y el efecto era acentuado por el mono azul marino que traían puesto. Sus cabellos largos hasta los hombros, negros y sin vida, no ayudaban a mejorar su aspecto. Lo único en aquellos jóvenes que no era monocromático y desvaído eran sus ojos: rojos, de la tonalidad de la sangre y con la intensidad propia de los ojos de los que apenas comienzan a vivir.
—Los niños tienen razón —concordó otra voz masculina—; no somos invitados.
De todos los presentes, el ser que acababa de hablar era, sin lugar a dudas, el más peculiar; más incluso que la mujer azul. Alto y fornido, portaba el mismo uniforme que Sauda —exceptuando la camiseta negra—, pero no eran sus ropas las que llamaban la atención, sino su apariencia en general. Las partes de su cuerpo que no cubrían la ropa, como sus brazos y su pecho desnudo debajo del chaleco, donde debía de haberse visto piel, se veía un fino pelaje negro que —seguramente— le cubría todo el cuerpo. Su rostro más bien tosco, era una mezcla entre animal y hombre, conservando muchos rasgos felinos; entre ellos, sus salvajes ojos pardos.
—¡Y nosotros no somos niños! —exclamó el muchacho paliducho—. Somos jóvenes, sí; pero sabes muy bien, Moric, que si mi hermana y yo no fuéramos capaces, ¡Kendra nunca nos hubiera permitido entrar al equipo!
—Kendra ha tomado decisiones muy extrañas desde hace un tiempo —apuntó el denominado Moric, cruzando los brazos encima de su chaleco abierto, sugiriendo con ese gesto que lo que había dicho era la verdad absoluta—; supongo que el amor la está volviendo distraída —añadió, al tiempo que sus fieros ojos se posaban en un cuarto hombre en la celda, quien, desde que los habían puesto ahí, había permanecido apoyado en la pared en completo silencio.
Mantenía los brazos cruzados y los ojos cerrados, pero ante tal comentario sus ojos se abrieron mostrando una mirada turquesa con pupilas verticales. Midiendo tal vez los dos metros, era ligeramente más alto que el llamado Moric, y aunque no era tan ancho como éste, debajo de su gabardina y sus pantalones negros se adivinaba un cuerpo musculoso y bien torneado. Su plateado cabello, largo hasta por debajo de la cintura, parecía absorber la poca luz que los iluminaba y devolverla con mayor magnitud. Su rostro, antes armonioso al estar relajado, ahora reflejaba la incomodidad que aquel comentario le había provocado.
—No deberías decir eso de tu capitana, Moric —habló con una voz grave, profunda—. Kendra te ha dado mucho. Y no es distraída, sólo tuvimos mala suerte.
—¿Mala suerte? —repitió el hombre peludo—, ¿llamas a esto mala suerte, Kaleb? Yo diría que estamos fritos.
—Ya está bien, Moric —intervino Marduk en un intento de apaciguar a los dos hombres—. Kaleb tiene razón, esto no es más que una mala racha, y vamos a salir de esto como siempre lo hemos hecho.
—Te olvidas que en aquellas ocasiones no estuvimos en manos del mal mismo —contraatacó el hombre mitad animal—; y Kendra aún estaba completa, no le había dado nada a éste.
—¡Ya basta de criticarla, Moric! —reprendió Sauda dando un paso al frente y tomando el brazo del hombre oscuro—. ¡Esto no fue su culpa!
—Sí, Moric —apoyó el más joven de los hombres—, ya cierra la boca.
—¡Tú no me vas a dar órdenes, Odol! —rugió Moric airado, soltándose de un tirón del agarre de Sauda—; ¡no eres más que un mocoso estúpido con aires de grandeza que…
—¡Basta! —gritó la hermana del insultado para hacerse oír por sobre los demás—. ¡Ya cállense todos! ¿Qué no se dan cuenta de lo que está pasando aquí? ¡Estamos peleando entre nosotros cuando deberíamos estar trabajando juntos como el equipo que siempre hemos sido, con Kendra al mando!
—Bueno, bueno. —Otra voz femenina se dejó oír, al tiempo que la barrera azul que les impedía salir era desactivada para dar paso a una mujer encapuchada y envuelta en una capa. La figura era escoltada por dos seres uniformados, con armaduras cubriendo la parte superior de sus cuerpos, armas de precisión en sus cinturones, y un aparato rectangular enganchado a su oreja izquierda, el cual se conectaba a una pequeña pantalla que les cubría el ojo del mismo lado—. Los dejo solos unos minutos y parece que el mejor pasatiempo que tienen es hablar sobre mí.
La mujer se adentró en la celda y los guardias activaron la barrera una vez más; después se alejaron de ahí. Cuando ya no hubo nadie cerca que pudiera escucharlos, la recién llegada bajó su capucha, dejando caer una cascada de cabello negro azulado, largo hasta media espalda. Se cruzó de brazos y les dedicó una seria mirada esmeralda a todos y cada uno de los que ahí se encontraban. Se trataba de una mujer joven; alta —aunque no tanto como Kaleb ni mucho menos como Sauda—, que vestía una camiseta y unos pantalones negros, ambos ajustados a su bien proporcionada figura; y calzaba las mismas botas que todos usaban. La única prenda significativa que aquella mujer portaba y nadie más tenía era esa larga capa negra, de anchas mangas que apenas dejaban ver sus dedos pero que mostraban sus hombros desnudos, y que rozaba el piso y ondeaba cuando caminaba. Al parecer, aquella prenda le confería una autoridad por encima de todas las personas en la celda, pues al verla uniéndose a ellos, súbitamente habían enmudecido. Después de un largo rato de tenso silencio, fue Moric quien logró articular palabra:
—¿Cómo… cómo sabes que hablábamos de ti? —preguntó en un tono extraño, casi cauteloso.
La mujer lo miró detenidamente, como si estuviera considerando el contestarle o no, pero después de un tiempo de contemplación, descruzó sus brazos y avanzó lentamente hacia él. Quizá si las facciones del hombre no hubieran sido tan bestiales, una expresión de incertidumbre se habría dibujado en su rostro ante tal acercamiento, pero como aquello no era posible, sólo sus ojos expresaban la repentina duda e incomodidad que sentía. Cuando estuvieron a unos centímetros de distancia, ella tomó bruscamente la mano izquierda de él, sujetándole por la canilla. El acto provocó un involuntario escalofrío en el hombre, quien rogó porque la joven no lo hubiera notado, aunque sabía que lo había hecho.
—Sabes cómo funciona —le dijo, mientras se tomaba la libertad de recorrer el lado interno de la canilla de Moric con el dedo medio de su mano derecha; sus ojos fijos en los de él. Se desplazaba con calma, como si fuera una delicada caricia, y aunque se trataba más de un leve roce que de un contacto total, el hombre mitad animal no pudo evitar sentir que un extraño placer lo embargaba, y sin siquiera notarlo, cerró los ojos para memorizar esas sensaciones. Fue justo en ese momento cuando ella oprimió con fuerza un punto en la cara interna de su canilla, provocando que sus ojos volvieran a abrirse abruptamente y la miraran—. Si no quieres ser oído y grabado, sabes que tienes que apagar el comunicador. —Y soltando su mano con rudeza, continuó—: Mi oído ha estado por revenar desde hace varios minutos —agregó, señalando su oído izquierdo.
—¿Y? —urgió Sauda, posando sus ojos ambarinos en la mujer—. ¿Qué te dijeron? ¿Para qué querían hablar contigo, Kendra?
—Querían saber en dónde habíamos dejado nuestra carga —contestó, esta vez sin tomarse tanto tiempo para responder.
—Y obviamente no dijiste nada —aventuró Marduk con mucha seguridad en su voz, como si supiera la respuesta de antemano.
—Obviamente —confirmó la mujer con un asentimiento.
—Entonces ya hemos sido condenados, ¿verdad? —preguntó Odol, cerrando cansinamente sus ojos rojos y presionando el tabique de su nariz con los dedos índice y pulgar.
—Eso me temo.
—¡No! —exclamó la muchacha pálida, avanzando hacia Kendra y tomándola por los brazos—. ¡Aún podemos salir! ¿No, Kendra? ¡Aún podemos lograrlo!
—Agana tiene razón —apoyó Kaleb—; no somos nuevos en esto, hemos escapado antes de lugares similares, y tú ya viste lo que nos espera fuera de esta celda.
Agana, como Kaleb la había llamado, había soltado a Kendra y se había apartado para que ambos pudieran verse de frente. Verde y turquesa se encontraron y se miraron intensamente.
—Tenemos que salir, Kendra —le dijo casi en un susurro.
—La nave tiene la misma distribución que tenía la Nova. —Fue la respuesta de la mujer—. Llegar a los hangares no debería ser un problema pero… sabemos que estos sujetos tienen poderes además de armas. Como Moric dijo, estamos en "manos del mal mismo", así que sólo nos queda…
—… ser más cuidadosos —complementó Kaleb—. No debemos dejar ver la verdad detrás de la farsa. Entendido, hagámoslo.
—Bien —acordó Kendra—. ¿Sauda?
—Cúbranse los oídos —dijo la mujer azul mientras se plantaba delante de la barrera, y sin esperar siquiera a que alguna frase de aceptación saliera de sus compañeros, un tremendo alarido brotó de su boca.
La barrera que los aprisionaba pasó del azul claro a un naranja intenso, y luego de unos minutos volvió a su azul original. Un par de pasos apresurados se dejó oír cuando el eco de aquel agudo grito se consumió por completo, y acto seguido, un guardia dobló la esquina al fondo del pasillo y corrió a la celda que ellos ocupaban.
—¿¡Qué demonios fue eso!? —cuestionó entrecortadamente, tratando de recuperar el aliento.
—Hay un agujero en esa esquina —informó Agana con voz llana, señalando una esquina de aquella estancia—. Si no lo reparan, la nave empezará a deshacerse hasta que no quede nada.
—¿Cómo que un agujero? —exclamó asustado, acercándose a los comandos que desactivaban la barrera de seguridad, pero tuvo un instante de duda. Llevando su mano izquierda al aparato que tenía en ese mismo lado de la cabeza, presionó un botón rojo que ahí había, y miró detenidamente a los prisioneros. En la pantalla frente a su ojo aparecieron símbolos que fue interpretando conforme fue posando los ojos en cada uno de los presos, y luego de un rato volvió a presionar el botón rojo.
—Si sigues tomándote tanto tiempo, ese hoyo se hará más grande —advirtió Odol con voz cantarina—. Créeme, sabemos de lo que hablamos; nosotros dos damos mantenimiento a nuestra nave.
—Supongo que no habrá problema —dijo el guardia, más para él que para los seres en la celda—. Después de todo, están desarmados y no tienen poderes.
Luego de que hubo considerado que no representaban una gran amenaza, alcanzó los comandos de la celda y desactivó la barrera.
—¿Dónde está ese agujero? —preguntó con tosquedad, mientras la barrera se reinstalaba y él se dirigía a la esquina señalada, que estaba entre sombras.
En un parpadeo, el hombre abruptamente detuvo su búsqueda, mientras sentía el frío filo de un cuchillo rozar su cuello, y un cuerpo femenino invadir su espacio personal asaltándolo por la espalda.
—Si yo fuera tú, no me movería ni un milímetro —le susurró Kendra al oído, apretando más aquel cuchillo contra su cuello.
Kaleb no pudo menos que sonreír. Jamás sabría en dónde demonios Kendra guardaba aquel cuchillo, tan práctico y que los había salvado de muchas; y la verdad era que últimamente había dejado de preguntárselo. Después de haberla visto sin prenda alguna, no le encontró sentido a seguirse consumiendo por esa duda; después de todo, nunca tendría su respuesta y el cuchillo siempre aparecería, de una u otra forma.
—No pueden escapar —dijo el guardia con voz temblorosa—, no tienen más armas.
—Luego de matarte, tendremos las tuyas —replicó Kendra con una inconfundible nota de diversión en la voz.
—N-no m-me ma-maten —tartamudeó el hombre, siendo presa del pánico—. ¿De qué les serviría eso?
—Ah, miedo. —La mujer se permitió una sonrisa macabra en su bello rostro—. ¿Hueles eso, Moric?
—Sí —respondió el hombre oscuro, con una mirada asesina, predadora—. Delicioso.
—¿Sabías que no nos han dado nada de comer o beber desde que estamos aquí? —inquirió Kendra con voz calmada—. Nosotros resistimos, pero mi amigo aquí presente se pone de muy mal humor si no come. Y no es exigente, ¿sabes? En realidad, él come de todo.
—N-no po-por favor —suplicó el guardia abriendo los ojos desmesuradamente—; yo soy un soldado cualquiera; ni siquiera tengo poderes y…
—¡Ah! Lo que significa que no nos consideran lo suficientemente peligrosos como para poner guardias de calidad a cuidarnos —sentenció Marduk con voz iracunda—. ¿Eso es lo que te dijo tu rastreador? ¿Que no somos peligrosos?
—¡Auxilio! —gritó el hombre comenzando a forcejear con su captora—. ¡Ayúdenme!
—¡No seas idiota! —advirtió Kendra en un tono amenazante que helaba la sangre, haciendo más firme su agarre—. Todavía no hemos decidido matarte, pero si te sublevas, podríamos inclinarnos a hacerlo.
—Será mejor que hagas caso —le aconsejó Kaleb con voz tranquila—; no solemos amenazar en vano.
El hombre detuvo su lucha, y mansamente relajó su cuerpo bajo los brazos de Kendra, mostrando su sumisa rendición.
—¿Ves? —susurró la joven mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios—. No fue tan difícil, ¿verdad? —No obtuvo respuesta, y parecía que ninguno de los ahí presentes esperaba que la obtuviera. Casi enseguida, continuó—: Muy bien, escucha, esto es lo que vamos a hacer: dinos en dónde están confiscadas nuestras armas, y nosotros te dejamos ir.
—Aun si se los digo, no podrán salir —informó el guardia tratando de conservar la voz estable.
—Tú sólo dinos en dónde están nuestras armas y nosotros nos encargaremos del resto —ordenó Sauda, acercándose para verlo de frente.
El hombre se tomó unos momentos para respirar pesadamente, luego de los cuales finalmente dijo:
—Al término de este pasillo doblen a la izquierda; en la última puerta al fondo de ese corredor están sus cosas, aunque estarán vigiladas y…
—Si son vigiladas por seres como tú no tendremos problemas —concluyó Moric dando un paso al frente, y sin tiempo que perder le asestó un fuerte golpe en el estómago, provocando que el guardia se escurriera de los brazos de Kendra y cayera doblado de dolor—. Dulces sueños —dijo, antes de darle un puntapié en la cabeza que lo dejó tendido en el suelo, completamente inconsciente.
—Muy bien, muchachos —dijo Sauda, tomando una de las armas que pendían del cinturón del guardia, y lanzándole la otra a Kaleb—, vámonos de aquí.
—Después de todo, creo que no es tan insultante que no nos consideraran peligrosos —comentó Kaleb, haciendo referencia a lo que Marduk había dicho anteriormente.
Los recién armados apuntaron al pequeño trozo de muro a la izquierda de la barrera azul (el lado al que el guardia se había dirigido para desactivarla) y, jalando el gatillo, comenzaron a disparar dos rayos rojos a un mismo punto.
—¿Por qué lo dices? —inquirió Marduk, no comprendiendo el comentario inconcluso de su compañero de cabello plateado.
—Porque si nos hubieran considerado peligrosos, nos hubieran puesto en una celda de alta seguridad y no en ésta defectuosa —explicó, y sus palabras fueron corroboradas por el agujero que ya se había formado, a través del cual, alcanzaron los comandos de la celda y los derritieron. La barrera desapareció al instante.
Sin un minuto que perder, corrieron a lo largo del pasillo. No contaban con mucho tiempo antes de que su repentino escape fuera alertado. Al llegar al final, doblaron a la izquierda, y entonces la vieron: una puerta de algo parecido al metal justo donde el corredor terminaba. Si el guardia había dicho la verdad, tras aquella puerta se encontraban sus armas y afectos personales.
—Igual que la Nova —declaró Kendra una vez más, echando a correr hacia el nuevo objetivo.
Fue en ese preciso momento que una alarma se dejó oír por todos los pasillos de la nave, martillando sus oídos hasta casi reventarlos. La energía que alumbraba aquel corredor fue cortada, dejándolos sumidos en las penumbras; sin embargo, fueron capaces de ver que la puerta a la que se dirigían se había abierto, dando paso a dos seres de diferente especie a la del guardia al que habían reducido, pero que portaban el mismo uniforme de combate. Ambos levantaron sus armas, pero fueron derribados por los disparos de Sauda y Kaleb, que habían sido más rápidos y certeros.
Saltando los obstáculos imprevistos, alcanzaron la pequeña habitación. Era tan miserable como la celda en la que habían estado, con la diferencia de que ésta estaba limpia, y no había barrera que les impidiera el paso. Había, además, una destartalada mesa y un par de sillas arrinconadas contra una esquina; en la otra, estaban sus pertenencias. Un poco de alboroto tuvo lugar cuando todos se abalanzaron por sus cosas, pero una vez que cada uno tuvo lo suyo, abandonaron el cuarto, regresando sobre sus pasos en medio de aquella oscuridad.
Sabían que las diferentes puertas que desembocaban al corredor por el que avanzaban tan vertiginosamente eran el acceso a otras partes de la nave, y por ende, a más caminos para llegar a los hangares. Sabían, también, que si se quedaban juntos, sus oportunidades para escapar se reducirían, haciéndolos un blanco fácil para sus perseguidores. Era inminente, tenían que separarse. Aquello significaba nula comunicación, pues en caso de que alguno de ellos no lo lograra y fuera capturado una vez más, no debía permitirse el dar pistas que delataran el paradero de sus compañeros. No había certeza de que después de eso volvieran a verse, pero ésa podría ser su única oportunidad. No debían desperdiciarla.
Kendra, que iba encabezando la caravana, escuchó cómo uno a uno los miembros de su equipo fueron tomando alguno de los caminos alternativos, y para cuando hubo alcanzado el otro extremo del largo corredor, ya estaba sola. Echando un último vistazo al oscuro y ahora vacío pasillo, murmuró un imperceptible "adiós", y continuó con su camino, desembocando en un área amplísima, pero llena de enemigos uniformados.
Sacando de su recuperado cinturón sus dos armas láser, se preparó para atacar. Si su conclusión era correcta y aquella nave era igual a la denominada Nova, uno de los múltiples hangares desperdigados por toda la colosal nave debía estar en el nivel debajo de ella. Valía la pena luchar y comprobar si estaba en lo correcto. Pasada la milésima de segundo que se había tomado para meditar en su siguiente paso a dar, comenzó a disparar a diestra y siniestra, saltando y esquivando los ataques que le lanzaban, con su larga capa ondeando detrás de ella. Uno a uno aquellos hombres fueron cayendo, pero parecían llegar más y ella no tenía suficientes recargas para sus armas como para enfrentarlos a todos por mucho tiempo. No, no tenía que enfrentarlos a todos, sólo a los necesarios para abrirse camino, y para ello era más efectivo el combate cuerpo a cuerpo. Luego de un último par de disparos, guardó sus armas, se desprendió de su capa, y desenvainó la larga y delgada espada que llevaba colgando del lado izquierdo de su cinturón, lista para retomar la batalla. Su repentino cambio de armas le costó un disparo abrasador en su hombro derecho, haciendo que la sangre brotara abundantemente de él.
—Van a pagar por eso —dijo en tono amenazante, abalanzándose contra todo guardia que se cruzó en su camino.
Era cierto, para poder usar esa espada, Kendra tenía que reducir la distancia que hubiera necesitado para hacer un tiro certero con su arma láser, pero después de todo, la espada es por excelencia el arma del guerrero, y ella sabía muy bien lo que hacía. Ni siquiera era necesario matar a los uniformados; bastaba con hacer un ligero corte aquí y allá para dejarlos temporalmente inmovilizados. Claro que también estaban los tercos, con los cuales era necesario un corte mucho más profundo e irreparable.
Gotas de la sangre derramada manchaban sus botas; incluso sus ajustados ropajes negros habían comenzado a absorber el líquido vital que los salpicaba, cuando de repente, la vio: la puerta que daba acceso al nivel inferior. Era su oportunidad. Dando un gran salto se colocó por encima de los guardias, y usando sus cabezas como apoyo, comenzó a desplazarse dando brincos.
—¡Atrápenla! —gritó uno de ellos, luego de que Kendra hubiera usado su cabeza como piedra de río.
—¡No escaparás! —declaró otro al tiempo que saltaba con los brazos torpemente abiertos, en un vano intento de atrapar a la joven al vuelo, y lo único que logró fue derribar a tres de sus compañeros.
Con un último esfuerzo alcanzó su meta y descendió velozmente por las escaleras. Tan absorta estaba en su objetivo, que ni siquiera analizó con detenimiento que era bastante extraño el que los guardias no la hubieran seguido por el mismo acceso que ella había tomado. No, la habían dejado completamente sola.
Cuando se adentró al nivel inferior y fue a parar —efectivamente— a uno de los hangares, la razón para aquel abandono se plantó firmemente frente a ella. Se trataba de una criatura cuya piel era de un color púrpura claro, y que portaba el mismo uniforme que los demás, salvo por las armas. Este ser no traía consigo ningún tipo de arma, sólo su armadura, sus botas blancas con punta dorada, un par de guantes blancos y su rastreador.
—Estás un poco en desventaja, ¿no te parece? —inquirió Kendra, usando ambas manos para sostener su espada frente a ella, con considerable esfuerzo pues su hombro derecho aún sangraba.
—Si hay alguien aquí en desventaja —replicó el ser, con una voz masculina—, ésa eres tú.
La mujer rió entre dientes, antes de continuar:
—¿Y dices eso aún cuando yo tengo mi espada y tú no tienes nada?
—No —respondió el hombre con calma—, lo digo porque yo tengo esto… —Y abriendo su mano derecha, una esfera de energía se creó sobre su palma, iluminando el hangar en penumbras— y tú sólo tienes tu espada.
En el semblante de Kendra se dibujó una expresión de preocupación. Sabía muy bien lo que era aquello; ya lo había enfrentado antes, y por eso no le gustaba nada su situación. ¿Sus amigos se habrían topado con problemas similares antes de llegar a algún hangar?
Los pies de la joven comenzaron a desplazarse muy lentamente hacia la izquierda. Tenía que hacerse de una nave lo más pronto posible, no podía enfrentarlo. Pero sus intenciones fueron muy obvias para su oponente, pues sólo se había movido unos cuantos pasos cuando la esfera luminosa se disparó hacia ella, haciéndola saltar con un giro hacia atrás para esquivarla. Al instante, más esferas fueron lanzadas por aquel hombre, pero Kendra se las arregló para esquivarlas todas.
—Tienes cierta habilidad, lo admito — concedió el soldado, creando otra esfera en su mano—, pero no eres tan buena como para derrotarme.
—Eso lo veremos —sentenció Kendra obstinadamente, lanzándose al ataque y blandiendo su espada con maestría.
Sin embargo, aquella ofensiva no causó más que carcajadas burlonas por parte del hombre, quien esquivó con soltura todos los movimientos que la joven esgrimió, rayando casi en la pereza cuando giraba para quitarse del camino de la espada.
—Me decepcionas —comentó el soldado con una sonrisa cínica dibujada en los labios—; ¿acaso no eres Kendra, la capitana del Gegenteil? Tu fama te precede y sin embargo, no le estás haciendo justicia.
—¡Si le hiciera justicia a mi fama ya estarías muerto! —gritó la joven lanzando una estocada que hubiera resultado certera, si su adversario no hubiera esquivado su espada.
—¿De verdad? —se mofó el hombre, y acto seguido le asestó un fuerte golpe en el estómago que la dejó sin aire y la dobló de dolor—. Pues entonces, si yo fuera tú, dejaría de alardear tanto y me lo tomaría más en serio.
—Tienes razón —concordó la mujer luego de tomar varias bocanadas de aire para recuperar el aliento—. Fue craso mi error, pero lo voy a enmendar en este mismo momento.
Y desde la posición en la que se encontraba —con una rodilla en el suelo—, tomó firmemente su espada, y aprovechando su cercanía con el enemigo, la hundió rápidamente en el abdomen del soldado, atravesando armadura y piel por igual; luego la giró con destreza, abriendo un agujero en el hombre. Una ahogada exclamación de sorpresa se atragantó en la garganta del guerrero, y Kendra supo que era el momento. Dejando su arma aún dentro del cuerpo del soldado, se incorporó velozmente, y corrió a las naves que estaban más cercanas a ella en aquel hangar, no dando tiempo a su enemigo para responder al ataque. Además de ser símbolo de su rango, ella adoraba esa espada, y de haber podido no la hubiera dejado atrás, pero era su vida por lo que estaba luchando. Después de todo, siempre podía hacerse de otra espada.
Tardó tres o tal vez cinco segundos en encontrar la nave indicada, pues en el hangar había de todo tipo; desde las medianas, en donde plácidamente podían viajar de cuatro a seis personas; hasta las más pequeñas, de forma esférica y donde sólo podía viajar una persona. Era este último modelo el que le interesaba. Ya una vez habían intentado perseguir una nave de ésas, y su cacería había resultado infructuosa, pues la condenada esfera era muy rápida. Eso era lo que necesitaba en esos momentos: velocidad, no comodidad.
Había cuatro de esas naves, las cuales siempre estaban dispuestas para salir: se mantenían con la puerta abierta e incrustadas en el muro, en caso de que algún soldado tuviera que hacer una salida de emergencia. Era acolchada por dentro, y había un único asiento, con los comandos frente a él. Acababa de poner un pie dentro cuando un dolor insoportable invadió su costado izquierdo, escociéndole hasta lo más profundo, como si se estuviera quemando. Por segunda vez se quedó sin aliento, mientras se doblaba hacia adelante, sujetándose con fuerza de la puerta. La ilusa idea de que si no veía la herida ésta no existía se plantó en su mente, como si de una certeza absoluta se tratase, pese a que el punzante dolor le nublaba por momentos el conocimiento y la vista.
Y entre parpadeo y parpadeo lo vio, completamente erguido y con su espada aún entre sus entrañas, una macabra carcajada brotó de sus labios. Sin lugar a dudas, él había aprovechado su descuido y había atacado a matar, pues Kendra estaba segura de que, de contemplarla y aceptar que estaba ahí, esa herida le causaría la muerte. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, se metió en la nave, se desplomó en el asiento y, cuando la puerta se hubo cerrado, presionó un par de botones aquí y allá, hasta que sintió que un fuerte tirón la impulsaba a ella y a su transporte hacia atrás, hacia fuera de la inmensa nave.
A través de la ventana circular de cristal rojo translúcido que había en la puerta, y antes de ser lanzada al espacio, Kendra tuvo un último vistazo de su oponente, que había puesto los brazos en jarras y le sonreía maliciosamente.
. . .
—¿De verdad crees que ésta es la mejor manera de empezar todo?
Ajenos al ajetreo que se estaba llevando a cabo en la nave en esos precisos momentos, una conversación se desarrollaba en una lujosa habitación en la oscuridad.
—¿Crees que así vas a poder sacar algo de ellos?
—No quiero nada de ellos —replicó una segunda voz, airada—. Lo que quiero es matarlos.
—Pero…
—¡Mis señores! —Un ser uniformado irrumpió en la habitación, provocando que un haz de luz se deslizara a través del marco de la puerta que había abierto para entrar tan precipitadamente—. ¡Mis señores!
—¿Qué quieres? —preguntó la segunda voz, montando en cólera—. ¡Nos interrumpes!
—Lo si-siento mucho —tartamudeó nervioso el guardia, al tiempo que hacía una pronunciada reverencia y permanecía en esa posición—. Lo que sucede es que…
—¡Habla de una vez!
—Sí, sí, disculpe. Lo que sucede es que los prisioneros han escapado.
Silencio. El soldado no se atrevía a dejar su posición de sumisión y respeto, así como tampoco levantaba la mirada para presionar por una respuesta.
—Está bien —dijo la primera voz—. Puedes retirarte.
Sin erguirse, el guardia retrocedió sus pasos y se marchó, sin dar la espalda y cerrando la puerta detrás de él.
—¿Lo oíste? —inquirió la primera voz, haciendo referencia a su falta de respuesta ante aquella noticia.
—Por supuesto que lo oí —contestó de malos modos la otra voz, pero esta vez se hizo audible algo más que molestia e irritación. También se escuchó regocijo y júbilo. Rió sardónicamente por lo bajo, y luego añadió—: Que comience el juego, Kendra.
. . .
¿Daría la alarma? ¿La perseguirían? Kendra se atormentaba sin cesar con esas preguntas. Su nueva nave era lo suficientemente rápida para dejar atrás al enorme monstruo de metal, pero si la perseguían usando el mismo tipo de nave que ella, no tendría muchas posibilidades de resultar airosa. Después de todo, ya había perdido bastante sangre de su hombro derecho, y aunque el líquido ya no manaba de ahí, su reciente herida en el costado se había encargado de relevar a la primera en cuanto a desangrarse se trataba.
"No puedo morir por esto —pensó, presionando fuertemente su costado en un intento de detener la sangre, y en lugar de eso, provocando aún más dolor—. No es nada, es sólo un rasguño… un rasguño más profundo de lo normal"
Convaleciente, se recargó en el respaldo del asiento, y tratando de aclarar su mente, tomó una profunda bocanada de aire que le provocó un acceso de tos, haciéndola sentarse erguida. Por acto reflejo, cubrió su boca con su mano izquierda, y cuando la separó de su rostro después de sentir un tirón en el costado herido, notó que ésta estaba salpicada de sangre. El líquido le estaba invadiendo los pulmones y le provocaba toser sangre.
"Tengo que ir a algún planeta a curar mis heridas —se dijo, comenzando a explorar en la memoria de la nave—; un planeta cercano que tenga lo necesario…"
Y no tardó en dar con él. Era cierto, la tecnología de aquel planeta no era muy avanzada, pero tampoco estaba hablando de retrogradas; sólo tendría que someterse a más horas de reposo. Además, era el planeta más cercano con una pizca de tecnología decente en muchos años luz a la redonda. No tenía opción.
Obligándose a mantener los ojos abiertos, pues éstos pugnaban por cerrarse y sumirla en la inconsciencia, fijó las coordenadas al planeta que sería su salvación. Una vez hecho, volvió a apoyarse en el respaldo del asiento, respirando con enorme dificultad. Necesitaba oxígeno, y sabía que ese tipo de nave estaba equipado con una máscara que proveía ese elemento, y de haberla encontrado, le habría resultado tremendamente útil; pero cuando había comenzado a buscarla, finalmente cayó ante el agotamiento y el dolor, desmayándose pesadamente en su asiento. La joven no volvería a despertar sino hasta muchas horas más tarde, cuando se estrellara en el amplio jardín de la Corporación Cápsula, en la Tierra.
