Watsuki-sensei, juro que esto es una parodia bienintencionada. Ruroken y sus personajes le pertenecen. Las letras de este fics son mías. ¡Oh, joder!
Aullαndo α lα lunα
Caminaba despacio por la calle, no había apuro; tarde o temprano llegaría a su casa.
Seguramente Tokio ya estaba dormida. Supuso que Eiji y Oki también estarían en su séptimo sueño, así que con sigilo entraría a la casa y, como quien no quiere la cosa, se acostaría al lado de Tokio. Ella no se daría cuenta de cuán tarde era. Sonrió de lado, mientras el cigarrillo se consumía lentamente en sus labios.
El día no pudo haber sido más satisfactorio: por fin habían atrapado al Tenken, Sōjirō Seta. ¿O fue él quien se dejó atrapar? ¡Bah! Lo importante era que ahora estaba bien encerradito, ya mañana se encargaría el mismo de persuadirlo de trabajar para él. Estaba completamente seguro de que el risueño jovencito sería mejor que su asistonto Cabeza de Escoba.
La ironía era que lo hubieran atrapado en el aniversario de la muerte de Shishio…
Detuvo su paso en medio de la calle solitaria.
Aniversario.
Como en cámara lenta el cigarrillo se le cayó de los labios, directo al piso.
Si alguien lo veía se extrañaría que estuviera tan pálido como un muerto.
Es que estaba muerto.
—¡Mierda! —susurró.
¡Lo había olvidado por completo!
—¡Mierda! —repitió.
Se imaginaba la cara de furia de Tokio…
—¡Mierd…!
Había olvidado completamente que cumplían seis años de casados…
—Buenos días, Tokio —saludó a su esposa, en un tono que se debatía entre el sueño y la alerta.
—Buenos días, Hajime —respondió ella, con una gran sonrisa.
Él se puso el uniforme y ajustó su espada al cinturón.
—¿No se te olvida algo, Hajime? —inquirió Tokio, entrecerrando sus ojos de esmeraldas.
Saitō la miró un rato, pensativo.
—Sí, claro, de la gorra. —Buscó la gorra de policía y se despidió de su esposa dándole un beso en la frente y se fue a trabajar.
La sonrisa se había borrado de los labios de Tokio…
Hajime Saitō, capitán de la tercera tropa del Shinsengumi, el Lobo Solitario, Jefe delegado de la Comisaría Central de Kioto, Inspector de la policía, un sobreviviente del Bakumatsu. Él, el aguerrido guerrero, ahora tenía algo de miedo.
No de las guerras; tampoco de los enemigos, sino de la ira de Takagui Tokio.
De la ira de su esposa…
Era a eso a lo que se refería Tokio en la mañana, a su aniversario de bodas.
—¡Mierda! —repitió, apretando los dientes.
Sintió que sus pies se volvían pesados y sus pasos más lentos…
Sus pies conspiraban para no llegar a casa.
Pero llegó...
Procurando ser más sigiloso que un ninja en la noche, abrió el portón de su casa. No había peligro allí.
Se deslizaba más silencioso que las hojas que se mecían en el suelo por el viento otoñal.
Descorrió la puerta. Tampoco había peligro. Infló sus pulmones, intentando suspirar de alivio, cuando una tétrica voz de mujer lo hizo pegar un salto.
—Hajime Saitō, siéntate capitán.
La lámpara se encendió; Tokio estaba sentada en uno de los sillones del salón, sus ojos estaban tan furibundos como los del Fukuchō (1) Hijikata cuando Okita le robó el libro de haikus.
Algo le decía a Saitō que debía obedecer sin chistar…
—He dicho que te sientes, capitán. —Confirmado, esa noche Tokio daba tanto miedo como el demonio del Shinsengumi.
Hajime se sentó, Tokio se levantó de su silla y daba vueltas alrededor de él como un lobo hambriento. Usualmente era él quien hacía eso cuando iba a interrogar a un indeseable, disfrutando del aura de miedo del desdichado; ahora que los papeles se habían invertido no era nada divertido.
Tokio dejó de dar vueltas alrededor de su esposo y lo miró a los ojos, sus esmeraldas se volvieron dos rendijas.
—Bien, bien, dígame capitán. ¿Cómo pudo haberse olvidado de tan especial fecha? —cuestionó, en un aterrador susurro.
El hombre intentó pronunciar palabra, pero falló.
—Vaya, el gran Miburō, Hajime Saitō, siempre tan mordaz y valiente, tiene miedo de responder a la pregunta de su esposa, la pregunta de una mujer —se mofó Tokio.
Pero Tokio no era cualquier mujer…
—Tenía mucho trabajo en la comisaría —se excusó con rapidez—, por fin hemos atrapado al Tenken Sōjirō y… lo olvidé. —Error. La confesión del crimen.
—Estúpido miburō —volvió a susurrar Tokio—. Sabes lo importante que es esta fecha para mí y a ti… se te olvida. —Sus ojos despedían llamas—. Como tal error es inaceptable, te mereces un castigo severo, capitán.
Hajime temió que el alma de Hijikata, quien parecía poseerla en ese momento, lo obligara a cometer seppuku(2).
Pero lo que pasó después lo sorprendió.
La expresión de Tokio cambió de furibunda a una tranquila. En sus ojos ardían deseo, ya no mas ira. Se sentó en el regazo de su esposo, enroscó sus brazos alrededor de su cuello y lo besó tan apasionadamente como pudo. Hajime le correspondió, aún sorprendido; pero cuando cierta parte de su anatomía masculina también lo hizo, Tokio se levantó y se paró ante él con las manos en las caderas.
—Era tu regalo, Hajime. —Sonrió ladina—. Ahora viene tu castigo.
Lo tomó de la mano y lo condujo al jardín, y allí sonriendo como nunca, le cerró la puerta en las narices.
—¡Oye Tokio! ¿Qué demonios haces?—gruñó Saitō, intrigado y sorprendido.
—Te estoy castigando, queridito —contestó Tokio, desde el otro lado de la puerta—. Esta noche dormirás afuera por haberte olvidado de algo tan importante. Ja ne~(3), Miburō-san.
—¡Mierda! —repitió, por enésima vez en la noche el Lobo, mientras buscaba un lugar adecuado en donde dormir. Arriba, la luna parecía burlarse de él. Suspiró molesto.
Porque hacer enojar a tu esposa es malo… pero si tu esposa es Takagui Tokio ¡cuidado! Puedes terminar aullando a la luna.
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—¿Se merece un review?
Aclαrαciones:
(1)Fukuchō: Cargo de Hijikata Toshizō en el Shinsengumi.
(2)Seppuku: suicidio ritual. Era el castigo impuesto por Hijikata a cualquiera que infringiera las reglas del grupo.
(3)Ja ne~: despedida informal. Sería lo más parecido a un «¡Hasta pronto!».
Bitácorα de Jαz: Parodia descarada. Intento de humor a partir de una situación cotidiana y un aprecio grande a estas pequeñas y tontas historias mías. Mis retoñas :).
Editαdo el 25 de septiembre de 2014, jueves.
¡Jajohecha pevê!
