Buenos días – pase de largo por el pasillo sin mirar a los lados solo saludando –
La mirada de las damas estaban sobre mí, no es que sea egocéntrico pero ya estaba acostumbrado a esas clases de atenciones, en el mundo donde vivía era normal que tuviera toda la atención de la gente en general, el dinero mueve montañas, mis padres siempre me lo decían, yo aun hasta hace un par de años guardaba la esperanza que estuvieran equivocados, pero después de Rosalie todo se volvió negro y oscuro.
Me senté en mi sillón de cuero detrás del escritorio, Heidi me sonrió entrando a la oficina colocándome la taza de café negro cargado bien caliente que le pedía todas las mañanas, ella tenía más de 5 años trabajando a mi lado, la empresa que mi padre me había dejado era bastante amplia Cullen Enterprise C.A, mis hermanos nunca quisieron interesarse por ella, Alice vivía salvando el mundo y Edward disque quería dedicarse a la música.
Era algo que no entendía, entonces en un momento pensé que tal vez algún día había pensando volverme un surfista profesional pero ese tipo de cosas no le suceden al hijo mayor, al que se delegan todas las responsabilidades cuando su padre un día después que este se graduara de la universidad decidiera retirarse, el repique de mi teléfono me saco por completo de la ensoñación.
Hola – conteste con poco entusiasmo, mi padre reía al otro lado del teléfono –
Hijo ¿Cómo estás? – Su voz sonaba con un toque de diversión, me estaba obstinando su actitud – ¿tienes tiempo libre hoy?
No papa – me coloque el teléfono en la oreja sosteniéndolo con mi hombro, rebuscando en la agenda viendo el día de hoy – Tu sabes que esto es complicado, si bien pasaste aquí más de 30 años trabajando sin descanso.
Creo que puedo hacerte cambiar de decisión, espera un momento – se escucho como había varias personas que reían, un traspaso de manos, finalmente escuche una voz – ¡Hola Osito!
¡Alice! – exclame sonriendo, mi pequeña hermana enana estaba en new york – ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo es que estas aquí? ¿Por qué no me avisaste?
Espera un momento – se escucho de nuevo como pasaban el teléfono de mano en mano y la voz de mi padre apareció de nuevo – Te esperamos aquí a las 8, tu madre quiere verte y Alice muere por darte un abrazo.
Me colgó dejándome solo escuchando el tono de la línea abierta, cerré la llamada ladeando la cabeza, no podía creerlo, mi hermanita estaba en estados unidos de nuevo. Después de dejar de verla por casi año y medio finalmente había vuelto de áfrica.
Cuando Alice se fue me pareció una locura total, ella quería abrir una fundación en compañía de su amiga Isabella Swan, hasta le tenían un nombre: Sweet Dreams, esas niñas eran unas locas idealistas que pensaban que podían cambiar la mierda que existía en el mundo con una sonrisa.
No esperaron ni un mes de haberse graduado en trabajos sociales en la universidad de New York cuando tomaron un avión a áfrica, desde entonces con la ayuda de mi madre y Renee la madre de Isabella ha abierto más de 6 fundaciones en distintos sitios del mundo, la primera fue África luego siguió Bali, Tailandia, India, Irak e Iran, luego de la aventura de sus vidas finalmente han vuelo a América.
Estaba muy orgulloso de mi hermana, ella era pequeña, no que lo dijera porque era el mayor, realmente era bajita, menuda de tamaño, su amiga Isabella tampoco era muy alta, las dos delgadas y para mí las más pequeñas niñas, habían crecido juntas, jugado juntas desde la escuela no podía mirarlas como otra cosa.
Entre un pensamiento y otro, llenando papeleo aquí y allá se me había hecho el día cortísimo, ya eran casi las siete, si quería llegar a la cena tenía que apresurarme, ellos vivían a la afueras de la ciudad a casi 45minutos de distancia.
Heidi – Salí de la oficina mirando a todos lados, parecía que no había nadie – Heidi – volví a llamarla pero no obtuve ninguna respuesta –
Camine con rapidez al ascensor que me llevaría al sótano donde estaba el estacionamiento del edificio, mientras pasaba los pisos todo a través de las puertas de cristal del ascensor parecía oscuro, todas las luces estaban apagadas en cada uno de los 22 pisos que componía la estructura empresarial, cuando finalmente el ascensor se detuvo me recibió Garrett con una sonrisa.
¿Te llamo tu padre? – pregunto mirándome ansioso –
Si – conteste secamente, el caminaba a mi lado mientras me dirigía al auto –
¿También iré yo a la casa Emmett? – Se detuvo en medio camino hacia su auto, me miraba insistente, esperando una invitación –
Si – volví a decir igual de cerrado –
Esa sonrisita me la conocía muy bien, hace más de dos meses que no vamos a la casa de mis padres, Garrett siempre fue mi amigo, hijo de la mujer que ayudaba a mi madre con los quehaceres del hogar y que ayudo a criarnos, el padre de Garrett fue el chofer de mi padre, murió a los 42 años de un infarto fulminante que no resistió, entonces mis padres se hicieron cargo de él, dándole educación y todo lo que necesitara.
Me embarque en mi camioneta, mercedes GL500, Garrett planto su auto delante de mí para hacerme ver que me seguiría, Salí a toda velocidad ya eran más de las siete y no me gustaba ser impuntual.
Aquel recorrido me lo sabía de memoria, iba atravesando el centro de la ciudad, los otros autos pitaban fuerte para que la gente se moviera Garrett era uno de ellos, estaba impaciente por llegar a ver a su madre y a otra cierta personita que estaba quitándole el sueño. Kate, era una chica nueva que mi madre había contratado hace mas poco de un año para que la ayudara en su oficina la cual estaba en casa, la muchacha es una rubia bastante presentable, buen cuerpo, lindo rostro, vivía en una pequeña cabaña que estaba en los amplios jardines de la casa de mis padre que en la parte baja le serbia a mi madre de oficina, estaba estudiando administración, el estaba loco por ella, sus brillaban cuando la veían, yo le envidiaba un poco, muy en el fondo quería sentirme así de nuevo.
Las rejas de hierro forjado en color dorado de la entrada me despertaron, no quería pensar, mucho menos en ella, había tomado la decisión de que no era yo el del problema, al fin de cuentas quien me había abandonado era ella, mi amor no se había ido a ningún lado, luego de dos años metido de lleno en la empresa no pensaba en nada, no quería hacerlo, las ocasionales mujeres en mi cama solo saciaban mi sed de sexo, nada más, no había emoción, no había cambios, no había sentimientos.
Baje de la camioneta abrochando el único botón de mi saco, miraba al frente sabiendo quien abriría la gran puerta de madera, su sonrisa me descoloco, sus dientes blancos y su penetrante mirada verde esmeralda me decían que tenía tiempo esperando verme.
Hijo – su sonrisa me lleno de alegría, eso era lo único que últimamente llenaba mi vacio y solitario corazón – te he extrañado tanto.
Me abrazo con fuerza, la tome entra mis brazos alzándola del suelo, ella soltó una leve sonrisita divertida, levante la mirada y mi padre y Edward nos miraban desde la entrada, ambos se acercaron con una sonrisa, al soltarme mi madre ellos siguieron en el abrazo, adoraba a mi familia, mi padre era el mejor que alguien hubiera alguna vez imaginado tener, mi hermano aunque un loco hippie soñador era el más sincero y alegre persona que conocía, ellos decían algo pero mi mirada se había centrado en algo extraño que estaba parada sonriendo desde la ventana de la casa.
Esos ojos me atraparon, los miraba insistentes tratando de descifrar quien era, le sonreía muy animadamente a un rubio alto que estaba parado a su lado, los labios le sobresalían un poco cada vez que sonreía, eran carnosos y bastante rojizos, una linda nariz y el mentón levantando como retando a alguien con la mirada, cuando seguí a quien miraba tan animadamente me encontré a mi hermana menor sonriéndole abrazada del rubio, entonces mi cuerpo se tenso.
¿Quién es ese que abraza a la enana? – mi padre y Edward rompieron en risas –
Hay hermanito – Edward me tomo por ambos hombros sonriéndome descarado – tenemos cuñado.
¿! QUEE!? – grite sin darme cuenta buscando la mirada de mi padre quien sonreía también –
Es una larga historia – dijo mi padre sonriéndome con complicidad – seguro Alice te la cuenta apenas entres.
