Capítulo 1: Edén (I)
¡Hola! Empiezo a escribir este fic con toda la ilusión del mundo. Hace años que leí la novela de "Good Omens" y cuando vi que iban a hacer la serie me alegré mucho. Es tal y como lo había imaginado. Con este fic quiero darle una vuelta de tuerca más a la historia de Aziraphel y Crowley. Habrá cosas inventadas, claro, y también incluiré diálogos de la serie. Espero que os guste.
Muchas gracias a /yai_iris por ser mi beta.
Disclaimer: Good Omens es propiedad de Neil Gaiman y Terry Pratchett. La serie es propiedad de Amazon.
Capítulo 1: Edén (I)
Si algo había quedado completamente demostrado cuando Dios creó la Tierra a las 9 y cuarto de la mañana, era que ella ni jugaba a los dados con el destino ni dejaba que el azar guiara sus acciones. No fue casualidad que el Edén fuera planeado como un magnífico Jardín situado en Oriente, donde todo lo que contenía por dentro era maravilloso. No era casualidad que en medio de las fuentes de agua cristalina, de los suaves pastos y los murmullos de las aves creciera un árbol que daba como fruto unas espléndidas manzanas rojas. Y tampoco era casualidad que precisamente en ese jardín también hubiera un ángel y un demonio.
Todo tenía una razón de ser. Lo que iba a pasar a continuación tendría consecuencias para todos. Aunque ni el ángel ni el demonio protagonistas de esta historia lo sabían todavía.
Aquel día amaneció como solían hacerlo todos los demás: Con un cielo increíblemente azul y despejado, sin una sola nube en el horizonte que pudiera perturbar la vista. Adán y Eva jugaban a perseguirse, escondiéndose entre los árboles y echando a correr cuando uno descubría al otro. No muy lejos de allí el ángel Aziraphale los observaba con una sonrisa en los labios, como quien observa a dos niños pequeños que aún no saben nada sobre el mundo.
El Edén era un recinto de grandes proporciones, con forma más o menos de rectángulo y protegido por altos muros. Los muros eran de piedra maciza, y la única apertura que había en ellos correspondía a cuatro grandes puertas de oro y bronce. Aziraphale era el principado(1) encargado de custodiar las Puertas Orientales. Debía encargarse de que nadie entrara en el Jardín, ni bestias salvajes ni demonios maliciosos. Era un cargo de gran responsabilidad. O al menos eso era lo que le habían dicho, ya que por el momento no había tenido que hacer frente a ninguna amenaza, lo que convertía a ese trabajo en algo realmente aburrido. Por eso cada vez que tenía ocasión dejaba su puesto en la puerta y se dedicaba a observar a Adán y Eva ¡Qué bien se lo pasaban! La verdad es que, de todas las cosas que había creado la Omnipotente para dar prueba de su grandeza, ellos dos eran lo más impresionante. Dos seres creados a su imagen y semejanza, dotados de alma y razón. Dios les había concedido la mejor de las moradas en el mundo, y los cuidaba y mimaba con el mayor de los cuidados. Lo único que les pedía a cambio era que le adorasen y que disfrutaran todo lo que pudieran. El ángel sufría cuando veía a alguno de ellos caer al suelo o golpearse con alguna rama, pero enseguida recordaba que no tenía nada de que preocuparse, pues en el jardín no existía el concepto de dolor ni sufrimiento. Todas esas cosas estaban en el exterior.
Tanto vigilar a los humanos hizo que Aziraphale se encariñara de ellos casi tanto como el propio Dios. Era el único que los veía como dos seres con gran potencial, ya que el resto de ángeles se burlaban de ellos. No entendían cómo es que la Omnipotente se empeñaba tanto en cuidar de dos seres que no poseían cualidades ni la mitad de espectaculares que el resto de los animales, ni tampoco entendían por qué le gustaban tanto al principado. Eso dio pie a que el ángel rubio fuera objeto de algunas risas y burlas, que por más que provinieran de seres celestiales no dejaban de ser desagradables. Aziraphale, por supuesto, ni se molestaba en contestarles. Si tan solo el resto de mensajeros de Dios hubieran invertido algo de su tiempo en conocer a Adán y Eva se habrían dado cuenta de lo especiales que eran.
Quienes si se habían dado cuenta del potencial de los humanos eran los demonios. Lucifer tenía multitud de espías repartidos a lo largo y ancho del mundo, y el interior de aquel jardín no era una excepción. Por mucho que Dios se hubiera empeñado en construir una fortaleza infranqueable, lo cierto es que había pequeños huecos por los que los demonios podían colarse. Grietas en la pared tan pequeñas como un grano de arroz, grietas que aunque representaban una oportunidad eran demasiado pequeñas. Pero los demonios eran pacientes cuando se trataba de hacer el mal, por eso esperaron décadas hasta que la muralla fue resquebrajándose más y más hasta que se formó un hueco lo suficientemente grande como para que uno de ellos se colara por allí.
Ahora solo quedaba resolver la cuestión de a quien podían enviar. Estaba claro que no podían mandar allí a ninguno de los "aristócratas" infernales(2) como Belcebú o Astaroth, pues su presencia en el infierno era indispensable para mantener el orden y que aquello no se convirtiera en un caos absoluto. Pero tampoco podían enviar a un demonio de poca monta que se dejara pillar por los ángeles y no tuviera tiempo de actuar.
Finalmente la tarea recayó sobre un demonio que se hacía llamar Crawley. No era ni el más importante ni tampoco un demonio completamente descerebrado, solo era un diablillo que pasaba por allí y al que Belcebú le encasquetó la misión de ir al Jardín del Edén para causar un poco de alboroto a los "nuevos juguetes de Dios". Así era como llamaban en el averno a los humanos. Tampoco es que tuviera nada más interesante que hacer en el Infierno, de modo que Crawley aceptó sin rechistar su tarea y salió del infierno rumbo al Edén.
Tardó poco en encontrar aquel lugar. Al fin y al cabo, en un mundo donde aún no había ningún tipo de construcción y casi toda su superficie eran mares y desiertos tener un enorme y verde jardín en mitad de la nada tampoco era muy discreto. Crawley no tuvo ningún problema en colarse por uno de los agujeros más grandes de la muralla -los espías infernales le habían informado de que había uno por la muralla oriental-y así acceder a su interior.
No perdió mucho tiempo examinando los milagros de la creación que había en aquel lugar. No le interesaba ni el paisaje ni los animales. Lo que le interesaba en aquel momento era conseguir un camuflaje que le hiciera pasar desapercibido entre las demás criaturas. Adoptó una forma monstruosa, un cuerpo viscoso y alargado con escamas. De la abultada cabeza sobresalían un par de colmillos y una lengua bífida. Cómo le gustaba aquella forma. Ahora solo le quedaba arrastrarse por el Jardín y encontrar a los humanos para tentarles con alguna cosa y que se metieran en problemas.
No tardó demasiado en dar con los humanos. Los animales parecían no temerles y se agrupaban a su alrededor. Crawley tenía también cierta curiosidad por ellos. No parecían seres especialmente fuertes ni inteligentes. Más bien parecían débiles e indefensos, pues sus cuerpos estaban desnudos y no poseían ningún atributo externo como garras o dientes afilados que pudieran utilizar para defenderse. Ni siquiera parecían tener un olfato o una vista muy desarrollados, pues Crawley se acercaba reptando a ellos y no parecían haberse percatado de su presencia. Ya casi estaba junto a la higuera bajo la que estaban durmiendo cuando de repente un escalofrío recorrió el cuerpo del demonio. Sus sentidos le indicaban que se acercaba algo peligroso. Rápidamente se dio la vuelta para detectar el posible peligro, tal vez se tratara de un animal más grande. Cual fue su sorpresa cuando vio que un ángel se paseaba por allí cerca con una espada de fuego en la mano.
Maldición. Nadie le había dicho que dentro del jardín había ángeles. Creía que esos bastardos se dedicaban únicamente a vigilar las puertas de entrada, no a pasearse por allí de forma despreocupada. Menudo sistema de vigilancia, normal que le hubiera resultado tan fácil colarse dentro. Tenía que largarse antes de que el ángel lo viese o seguramente acabarían enzarzados en una disputa que lo único que conseguiría sería retrasar su trabajo. Trató de arrastrarse con sigilo entre la hierba, y cuando ya había conseguido alejarse a una distancia prudencial como para sentirse a salvo una voz llamó su atención.
-Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? ¿Eres uno de los nuevos habitantes del jardín?
Crawley dejó escapar un siseo de disgusto. Giró la cabeza en dirección a la voz solo para encontrarse de frente con el ángel. Le llamó la atención que la forma que la forma material que había adoptado ese ángel no fuera la de un hombre con rasgos extremadamente puros enfundado en una brillante armadura de metal, sino que más bien parecía un simple humano con alas. Tenía la cara redonda, las mejillas sonrosadas y una mata de gracioso pelo rubio. Vestía una túnica blanca y un cinturón dorado. Sus ojos azules le miraban con bondad, pero no podía fiarse de las apariencias. La espada chisporroteaba con el fuego celestial.
Crawley decidió jugárselo todo a una carta.
-Sssssssi, sssoy nuevo por aquí.-Respondió, siseando con su lengua bífida.-Sssoy una ssserpiente.
El ángel abrió los ojos por la sorpresa.
Crawley no sabía muy bien por qué había dicho eso. Por lo que él sabía era Adán, el hombre, quien ponía nombre a los animales, y él era una especie nueva cuya forma había tomado prestada para la ocasión. Tenía que intentar disimular, por eso dijo el primer nombre que se le vino a la mente.
De momento parecía que el rubio se lo había tragado.
-¡Ah! ¿Y cual es tu función en el jardín?
-¿Mi función?-Crawley nuevamente se sintió confuso.
-Claro, tu función. Ya sabes, los animales de por aquí tienen todos una función. Algunos sirven para alimentar con su carne a los humanos, otros les dan calor y otros les sirven como medio de transporte ¿Tu qué haces?
-Puesss yo…sssupongo que me arrassstro por el sssuelo para…esssto…¿Comprobar sssi la tierra es buena o no?.-Trató de inventarse algo, por muy absurdo que resultara. A lo mejor colaba.
El ángel soltó una risa que se parecía al tintinear de una campanilla de cristal. Crawley odiaba ese sonido. Las cosas puras sonaban muy desagradables en sus oídos infernales.
-¡Buen intento! De verdad, eres muy ingenioso. Casi me creo que eres un animal de verdad y no un demonio que se ha colado por uno de los agujeros.
Así que ese ángel solo había estado esperando el momento para burlarse de él.
-Eres muy buen observador.-Reconoció la serpiente, esta vez sin exagerar tanto los siseos.-¿Qué es lo que me ha delatado? ¿Mi olor? ¿El color de las escamas?
-Que los animales de verdad no hablan. Se nota que nunca has visto uno de cerca.
Crawley alzó su cuerpo hasta que sus ojos reptilianos estuvieron a la altura de los del ángel, que eran de un intenso color azul. Lo miró fijamente unos segundos, tratando de intimidarle.
-Y ahora que me has descubierto ¿Qué piensas hacer? ¿Matarme con esa espada que llevas encima?.-Preguntó, señalando con la cabeza el arma que el ángel empuñaba en su mano. Era una espada de fuego, el arma típica de las Legiones Celestiales. Crawley las conocía muy bien. Había tenido que enfrentarse a ellas cuando se produjo la guerra entre los ángeles de Dios y los adeptos de Lucifer.
-¿Qué? ¡No, no, no! ¡Por el amor de dios, claro que no!.-El ángel negó varias veces con la cabeza y puso una expresión de espanto en su rostro. Nunca le había agradado tener que quitarle la vida a nadie, ni aunque se tratara de un demonio. Miguel tenía razón al decirle que era un blando.-¡La muerte no tiene cabida dentro del Jardín del Edén! ¡Es el Paraíso en la Tierra! Aquí se respeta la vida.
Crawley le miró con desconfianza.
-¿Lo dices en serio? ¿No vas a atacarme?
Por toda respuesta, el ángel envainó la espada en el cinto y después le miró seriamente y negó con la cabeza.
-Soy un ángel, no miento nunca.
Eso era cierto. La serpiente siseó de alivio y dejó caerse de nuevo en el suelo.
-Pues mejor. No quiero líos. Solo he venido a hacer mi trabajo.
Aziraphale no quería preguntar qué tipo de trabajo tenía que hacer, porque estaba seguro de que la respuesta no le iba a gustar.
-Es un jardín muy grande.-Siguió diciendo la serpiente para cambiar de tema.-Muy soleado y con muchos animales. Se ve que la Omnipotente tiene en gran estima a sus nuevas criaturas.
-Nada es demasiado para hacer que los humanos se sientan a gusto.-Dijo Aziraphale con alegría.-Nunca llueve ni hace demasiado frío o demasiado calor. Los árboles y la tierra dan fruto por sí solos. No tienen que trabajar para conseguir alimento y están protegidos del dolor y las enfermedades. Todo eso está en el mundo exterior, y yo vigilo la puerta oriental para evitar que entren.
-Ya veo…-Desde luego eso si que era el Paraíso en la Tierra.-¿Y que hay de los humanos?
-¿Adán y Eva? Pues se pasan el día juntos poniendo nombre a las nuevas especies y descubriendo nuevos tipos de plantas. Son una pareja totalmente encantadora ¡Ah, pero dentro de poco serán una familia! Eva está embarazada y un pajarito me ha dicho que van a ser mellizos.
- Cómo me alegro por ellos.-Cuanta felicidad. Aquello casi producía arcadas en el demonio.-Bueno, si no te importa, eh…¿Tu nombre?
-Aziraphale.-Dijo el ángel.
-Aziraphale. Bien. Eres el encargado de cuidar este sitio ¿No?
-¡Oh, que va!.-El ángel se sonrojó ante lo que él consideraba un halago. Estar al mando del Jardín del Edén sería todo un honor, pero aquel no era el caso.-Yo solo soy uno de los ángeles que custodia la Puerta Oriental.
-Pues parece que conoces muy bien el Jardín.
-Bueno, eso es porque me paso la mayor parte del tiempo observándolo. No hay mucho que hacer todavía.-Admitió el ángel. Se sentía feliz de que por fin alguien reconociera la labor que estaba realizando, aunque ese alguien fuera un demonio. No solamente se encargaba de custodiar una de las cuatro puertas, sino que también vigilaba el interior para asegurarse de que todo estuviera en orden.
Observó de nuevo a la serpiente. No parecía especialmente maligna.
-¿No es incómodo caminar arrastrándote por el suelo?
-Estoy acostumbrado.-Siseó el demonio.-Resulta muy efectivo cuando no quieres que te descubran, aunque no negaré que tiene una parte mala: acabo tragando mucho polvo y algún que otro insecto. Los insectos no son precisamente mi comida favorita.
-¡Oh!.-El instinto de compasión de Aziraphale se disparó.-¿Puedo ofrecerte ayuda entonces?
-¿Qué tipo de ayuda?-Preguntó el demonio con toda desconfianza.
-Puedes enredarte alrededor de mi cuerpo y yo te llevaré caminando hasta donde quieras ir. Así no tendrás que arrastrarte durante un buen rato.
Crawley había visto muchas cosas a lo largo de su vida -aunque aún era un demonio joven-, pero jamás había visto a ningún ángel que ofreciera ayuda a un demonio.
-¿Qué te hace pensar que si me enredo a tu alrededor no voy a intentar estrangularte?
El ángel se turbó al oír aquello.
-B-Bueno, es tu naturaleza…Pero podrías intentar estrangularme un poco menos.
Podría pensarse que quería engañarlo para luego atacarle, pero era un ángel, su naturaleza le impedía actuar con maldad. Y de verdad intentaba engañarlo siempre podría darle una dentellada con sus colmillos.
-Está bien.-Respondió el demonio, aunque aún sin estar muy convencido.
El ángel extendió la mano en su dirección. Crawley dudó unos segundos más antes de aceptarla. Aquel ángel era desde luego demasiado amable e ingenuo, pero él aceptando su ayuda desde luego no se estaba quedando atrás. Si ahora mismo le vieran Hastur o Ligur...
La serpiente se deslizó suavemente sobre el cuerpo del ángel. Era cálido, claro, irradiaba asqueroso amor celestial. Su cuerpo en comparación estaba frío como un témpano de hielo. Estuvo tentado de apretar con la suficiente fuerza como para estrangularlo y descorporizarlo, pero por una vez decidió que lo más sensato era estarse quieto. De todas formas tampoco es que tuviera muchas ganas de matar a nadie ahora mismo, solo quería acabar cuanto antes su trabajo. Aprovecharse del mensajero de Dios era algo bueno para él. Una vez que hubo acomodado su cabeza sobre el hombro del ángel, este comenzó a caminar. Aziraphale también sentía algo de incomodidad con aquellas escamas rozando sus ricas vestiduras, su cuerpo rechazaba automáticamente todo contacto con la maldad. Pero no quería ser descortés, y ya que se había comprometido a llevarlo iba a cumplir lo prometido. Eso era lo correcto.
Aquel jardín era inmenso. Realmente la Omnipotente no había reparado en gastos ni imaginación. Era como un gran valle situado en medio de cinco montañas. En una de las montañas se veía algo blanco en la cima, como un manto que la cubría. Aún no sabían que aquello recibía el nombre de "nieve". Los animales correteaban alegremente alrededor del ángel, sintiendo toda la bondad que desprendía. Claro que también hubo algunos que se negaron a acercarse por miedo a la enorme serpiente que llevaba enredada encima. El demonio de vez en cuando siseaba a los animales, disfrutando de la sensación de atemorizarles. En medio de aquel jardín había también una pequeña laguna con aguas cristalinas en la que siempre nadan truchas y patos. Justo al lado de la laguna había un bonito bosque de hojas marrones y doradas.
Todo el paisaje parecía sacado de un sueño. Era encantador, lo que producía un total desinterés en Crawley. A los demonios decentes no les interesaban las cosas encantadoras.
Pero lo que más destacaba en medio de todo aquel remanso de paz y belleza era un árbol que parecía desprender un extraño magnetismo. No parecía distinto del resto, no destacaba por tener las hojas más verdes ni por ser el más alto. Pero de sus ramas colgaba un extraño fruto de color rojo que Crawley no podía dejar de mirar.
-¿Qué es eso?-Preguntó señalando con la cabeza el árbol.
-¿Aquello? Es el árbol del Bien y el Mal. Es el único árbol del que Adán y Eva tienen prohibido comer. Es propiedad exclusiva de Dios. Ni siquiera nosotros tendríamos permiso para dar un bocado a las manzanas.
-Pues es una pena, tienen buena pinta. Mucho mejor que la comida podrida y llena de gusanos que te puedes encontrar en el infierno.
Un escalofrío recorrió el cuerpo del ángel. Aquello era muy desagradable de imaginar.
-De todas formas no necesitamos comer. Debemos mantener inmaculado el templo que es nuestro cuerpo.
El demonio soltó una risotada. Sonaba como si unas uñas estuvieran arañando un cristal.
-Por supuesto, se supone que vosotros no solamente debéis aparentar ser puros por fuera, sino también estarlo por dentro.
-No te burles.-Murmuró el ángel.-Podrías tratar de ser un poco más amable. Te estoy ayudando a desplazarte.
-Ser amable no entra dentro de mi naturaleza.
Aziraphale razonó que eso era completamente cierto. Se quedó allí de pie observando el árbol durante un rato más, hasta que de repente pareció recordar algo.
-¡Tengo que volver cuanto antes a mi puesto! Gabriel podría bajar en cualquier momento a pasar revista.
Crawley se deslizó hasta el suelo con agilidad.
-Claro, me imagino que estarás muy ocupado. Como sea, yo también tengo que irme ya.-La serpiente se estiró durante unos segundos y comenzó a arrastrarse por el suelo.-Ya nos veremos en otra ocasión, supongo.
-¿Piensas quedarte mucho por aquí?-Preguntó Aziraphale, frunciendo levemente el ceño.
-No lo se. Solo estoy cumpliendo órdenes. Adiós.
Tampoco podía esperar que aquella criatura fuera más agradecida o se despidiera con propiedad de él. Ni siquiera le había dicho su nombre. Aziraphale observó como el demonio se arrastraba por el suelo mientras le decía adiós con la mano. Le preocupaba lo que el caído pudiera hacerle al jardín, aunque estaba claro que si estaba allí dentro era por alguna razón que escapaba a su comprensión. De modo que decidió olvidarse del demonio y volvió de nuevo a su puesto en la puerta oriental. No quería ganarse una bronca de sus superiores.
Los días siguientes los pasó recorriendo de un lado a otro la muralla, observando de vez en cuando el gran desierto que se extendía a sus pies. Aquel sitio, el mundo exterior, estaba aún sin explorar. De vez en cuando Aziraphale se preguntaba qué habría más allá del desierto, si todo sería igual y si todo el mundo simplemente consistiría en un gran desierto. Los otros ángeles le habían contado que existía una cosa llamada "mar", una gran masa de agua salada que era hogar de las grandes criaturas marinas. Aquello sonaba muy peligroso, ciertamente lo mejor para Adán y Eva era que se quedasen para siempre en ese remanso de paz y felicidad.
O al menos eso era lo que esperaba que ocurriera. Desde luego, nadie, ni siquiera los ángeles más sabios, habrían podido predecir que Adán y Eva iban a desobedecer a Dios y a comer del fruto del Árbol Prohibido.
La primera señal de la ira de Dios fueron los truenos en el cielo. En aquellos tiempos un trueno no era anuncio de tormentas, más que nada porque estas aún no se habían inventado. Los truenos que caían del cielo eran una señal de advertencia o de furia. Cuando se había producido la rebelión de los ángeles de Lucifer, el cielo de había llenado de ellos. Y hoy estaba volviendo a pasar lo mismo.
Aziraphale miraba con preocupación desde su puesto en la muralla los nubarrones que habían comenzado a formarse en torno al jardín. No comprendía qué es lo que había pasado exactamente para que de repente estuviera tronando. Decidió ir a echar un vistazo a Adán y Eva solo para asegurarse de que estaban bien. Bajó corriendo de la muralla y comenzó a planear hacia el interior del jardín. Su oído angelical comenzó entonces a captar voces, murmullos. Eran los ángeles que hablaban desde el cielo. Decían que Eva había comido del fruto del árbol y que después había tentado a Adán con ella, haciendo que este también comiera. El ángel de cabellos rubios no podía creérselo. Escuchó que Dios se había enfadado muchísimo y que había ordenado la inmediata expulsión de la pareja de humanos del Paraíso, condenándoles a una vida en el mundo exterior donde tendrían que ganar los alimentos con el sudor de su frente y parir con dolor. Muchos de los ángeles opinaban lo mismo con respecto a aquella situación: Se lo merecían. Habían sido muy ingenuos al dejarse tentar por un demonio.
Así que todo eso había sido culpa del demonio con forma de serpiente…Aziraphale ahora lo entendía todo. Los humanos no eran tan fuertes como para resistir a la tentación. Se les había puesto a prueba y habían fracasado de manera estrepitosa. Ahora les tocaba pagar por ello.
Al ángel le preocupaba mucho lo que les pudiera ocurrir a esos dos fuera del jardín. El mundo exterior no era tan benévolo como el Edén. Había bestias salvajes y animales poco pacíficos que desde luego no les iban a ofrecer su carne ni les iban a cobijar con su calor. Hacía frío, y por que él sabía, algunas regiones del planeta ni siquiera eran soleadas durante todo el año ¿Cómo iban a sobrevivir en ellos dos solos en ese mundo tan cruel? El corazón se le partía solo de pensarlo.
Al fin logró localizar a la pareja de humanos. Estaban no muy lejos del muro oriental, dudando si atravesar o no uno de los huecos que habían encontrado en la gran muralla. Aquel hueco desde luego no lo habían hecho ellos, sino que por las manchas oscuras a su alrededor se notaba que había surgido a raíz del impacto de un rayo, sin duda lanzado por Dios en un momento de furia absoluta. Aziraphale se posó cerca de ellos y los humanos le miraron con temor. Ya no estaban desnudos, habían intentado cubrir sus cuerpos con hojas de higuera porque sentían vergüenza de estar desnudos. Eva se cubrió el pecho con pudor cuando vio que otra persona la estaba observando. Adán se arrodilló en el suelo, desesperado.
-¡Piedad, señor! No se enoje más con nosotros. Aceptamos nuestro castigo y abandonaremos enseguida el Jardín del Paraíso.
Eva se echó a llorar, desesperada, mientras ponía una mano sobre su vientre de modo protector.
-¿Venís a castigarnos?
El corazón de Aziraphale se llenó de lástima hacia los dos humanos. Su bondad natural le gritaba que debía protegerlos. Se acercó a Adán y lo tomó de los hombros para que se levantara. Luego se acercó a Eva y con un suave movimiento secó las lágrimas de sus ojos.
-No he venido a castigaros. Vengo a ayudaros.
Y dicho esto desenvainó sin dudar la espada que llevaba colgada en el cinto. El arma relampagueó y al instante la vaina se cubrió de fuego. Adán dio un paso hacia atrás, pero el ángel trató de tranquilizarlo.
-Esta es una espada flamígera que nunca deja de arder. Lleváosla y usad su fuego para calentaros por las noches ¡No me deis las gracias! No hay tiempo que perder. Marchaos antes de que caiga la noche.
Adán tomó en su mano el arma y la admiró durante unos instantes. Luego miró al ángel e hizo una inclinación de cabeza para darle las gracias. Tomó la mano de Eva y juntos salieron por el hueco de la muralla rumbo al mundo exterior.
Aziraphale se mordió los labios y una lágrima estuvo a punto de caer por su mejilla ¿Cómo habían llegado a esa situación? Estaba claro que lo que habían hecho merecía un castigo, pero ¿De verdad merecían el destierro? ¿Por qué nadie había intercedido por ellos? ¿Por qué no les dejaba redimirse? ¿Por qué Dios había pasado tan rápido del amor al odio con ellos? ¿Por qué…?
Una punzada de dolor recorrió el cuerpo del ángel y a punto estuvo de perder el equilibrio. Tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol y descansar allí unos segundos. Estaba cuestionándose demasiado las cosas, cosa que estaba prohibida. El dolor que sentía era una señal de advertencia. No había sido creado para cuestionar las cosas.
Haciendo un gran esfuerzo inspiró profundamente y trató de calmarse. Lo echo, echo estaba. Todo tenía una razón de ser. Dios no jugaba a los dados con el mundo, y seguro que tampoco con los humanos. Tal vez aquella situación también formaba parte del Gran Plan de Dios, y por tanto no les concernía saber lo que iba a pasar en un futuro.
Aún con algo de tristeza el ángel batió sus alas para elevarse hacia la muralla y seguir contemplando como las dos figuras humanas se alejaban de allí.
No reparó en que una de las plumas de sus alas se había desprendido y había caído al suelo. De haberlo echo, sin duda habría entrado en un ataque de pánico.
Perder plumas de las alas era la peor de las deshonras para un ángel.
Continuará…
Notas del autor:
1.-Principado: Dentro de la jerarquía de los ángeles, los principados son los guardianes de las naciones y los países. Aziraphale recibe ese título porque él es quien guarda el Jardín del Edén.
2.-Aristócratas infernales: La mayoría de tratados de demonología nos hablan del infierno como un lugar caótico donde no existe orden ni jerarquías. Esto es así porque se opone directamente al cielo, donde se supone que los ángeles están perfectamente organizados en jerarquías y cada cual tiene un puesto específico. En el libro de Good Omens tampoco es que describa muy bien cómo es el infierno. De modo que me he basado en lo que dicen la mayoría de tratados sobre demonología: Que el infierno es un lugar caótico pero que dentro de eso hay demonios con gran poder que son los que se encargan de controlar a los demás.
-Durante todo el fic he usado el nombre "Crawley" y no "Crowley" porque ese es el nombre que tenía al principio.
Hasta aquí el primer capítulo. El fic tendrá unos cuantos más, tal vez unos seis o siete. Si os ha gustado, por favor dejad un review. Son la gasolina de los escritores.
¡Nos vemos!
