Antes de empezar esta maravillosa historia, hay ciertas cosas que un lector (al menos, uno que se precie de serlo) debería saber.
Esta es una de esas historias que llevan años y años en un ordenador sin ser recordadas hasta el día de hoy.
-Con esto quiero decir que esta historia la escribí nada más salir a la venta el libro 4 de Harry Potter ... ¡Imaginaos cuantos años han pasado! Por ello...
-Mi estilo de escritura no era tan avanzado como podría ser el actual, ni mi sentido del sarcasmo ni mis frases milenarias.
-Los acontecimientos sucedidos a partir del 4 libro son obviados, como os podreis imaginar.
-Podríais imaginaros este libro como Harry Potter 4'5, después de todo, y si conseguimos llegar todos juntos al final de esta aventura, el libro está adecuado para poder tener cabida en el actual universo de Harry Potter.
Dicho estas cosas, os mando un saludo desde mi portátil en este Starbucks, y espero que disfrutéis esta historia tanto como la disfruté yo escribiendo cuando tenía no más de 14 años.
Y el mar fue y le dio un nombre
Y un apellido el viento
Y las nubes un cuerpo
Y un alma el fuego.
En el número 4 de Privet Drive, la casa de la familia Dursley empieza a ser presente de cierto revuelo en su interior. El suelo de la casa empieza a ser pisado con velocidad y ritmo, seguido del fuerte ruido de pasos que provocaría un enorme toro.
La familia Dursley estaba orgullosa de decir que era una familia de lo mas normal y honorable. El hombre de la casa tenía una empresa de taladros, y la mujer era ama de casa. Esta familia tenía un hijo, Dudley, un hombrecito de la edad del protagonista de la historia que nos acontece.
Harry no pudo más que despertarse. Abrió tímidamente los ojos y los volvió a cerrar con presteza, pues la luz que entraba por la ventana le irritaba bastante. Hizo un nuevo intento, más lentamente y de espaldas a la luz del sol, abrió los ojos. A pesar de verlo todo borroso, estaba seguro de aquello era su habitación. Esta era sucia, mal ordenada, y con montones de los juguetes rotos del "rey de la casa" (según tía Petunia), Dudley.
Harry alargó la mano y cogió las gafas de la mesita. "Si mas no —pensó Harry— esto es mejor que vivir bajo la alacena de la escalera". Ya con las gafas en su sitio, se incorporó en la cama y se paso la mano por entre la pelambrera que lo enmarcaba, y lo encontró tan revuelto como de costumbre, así que desistió en el empeño de peinarse y se levantó definitivamente.
Dio un largo bostezo (tan largo que pareció venir de los dedos de su pies) y se estiró un poco para desentumecer los músculos que habían quedado agarrotados después de dormir en esa cama que parecía una piedra colocada sobre cuatro palos. Con la desenvoltura habitual se dirigió al pequeño armario y cogió ropa limpia que consistía en una camiseta blanca y unos pantalones marrones y la ropa interior... ...bueno, esa se la puede imaginar cualquiera. Se embutió en las bambas de baja calidad y, como de costumbre, se dirigió al sucio y roto espejo que tenía en la habitación (un espejo que rompió el bonachón de Dudley). Miró su reflejo con sus ojos verdes y no pudo, por más que pudo, dejar de observarse la cicatriz que adornaba su frente, una cicatriz en forma de relámpago.
"No desaparece" se reconvino. Y en realidad, no era una cicatriz normal. El propio Lord Voldemort fue el ejecutor de aquella macabra obra, después de asesinar a sus padres, unos padres a los que nunca pudo conocer. Pero, en realidad, la intención de Voldemort no era dejarle una marca, sino matarlo.
Por alguna extraña razón, el hechizo rebotó contra Voldemort dejándolo tan débil que todo el mundo creyó que estaba muerto. Y esa extraña razón, era que su madre, Lili Potter, se había sacrificado por él, creando una protección especial que Voldemort no podía traspasar.
Pero, desgraciadamente, el curso pasado en Hogwarts fue temible, tan terrorífico que incluso los magos más poderosos temblarían ante el suceso. Lord Voldemort, valiéndose del engaño, consiguió volver a la vida con todo su poder de antaño, y con ese poder, había matado a Cedric, un amigo suyo.
Toda la esfera mágica vivía momentos de agitación. Algunos creían que aquella era una historia inventada por el famoso Harry Potter para reclamar atención, pero otros, más precavidos, sabían en el fondo que aquello era cierto. Cientos de magos habían desaparecido (según leyó en el diario El Profeta) y los más probable era que hubieran pasado a ser mortífagos, o simplemente, asesinados.
Al pensar todas aquellas cosas, Harry agachó la cabeza. Cuando empezaba a pensar en eso, su cicatriz le empezaba a doler, poco, pero dolía.
PATUM.
Harry giró en seco, por un momento pensó que los mortífagos asaltaban su casa. Cogiendo la varita de un baúl de su propiedad exclusiva, Harry bajó las escaleras. Aunque estuviera prohibido hacer magia en el mundo Muggle teniendo la edad que tenía, nadie le negaría que no tenía el derecho de defenderse de Lord Voldemort.
Bajó las escaleras hacia el piso de abajo con paso cauto, hasta que se oyó un tremendo gritó.
—¡HARRY POTTER!
El nombrado bajó la varita, era su tío Vernon. Bajó las escaleras de dos en dos y cuando llegó al comedor vio a Dudley llorando con un chichón en la frente. Por lo que parecía, se había caído. Harry hizo denodados esfuerzos para no reírse pero la tentación era muy fuerte. Tal tentación fue olvidada por completo cuando tío Vernon entró como un huracán en la sala con la cara roja de rabia y los ojos desorbitados. Lo cogió por un hombro y lo miró fijamente a los ojos, el chico le sostuvo la mirada antes de que la voz de barítono del tío Vernon, que era tan obeso como su hijo, resonara en la estancia.
—¿Que te tenemos dicho sobre lo de hacer ...hacer eso aquí?
Harry abrió los ojos. Le estaban acusando de haber hecho magia a Dudley que, aunque habría sido muy divertido, habría tenido consecuencias terribles. Intentó defenderse como pudo.
—Yo no he hecho magia, tío...
—¡No digas esa palabra!
Lo había olvidado. Sus tíos eran los muggles (gente no mágica) más antimágicos de todos los que existían.
—Yo no he hecho nada —volvió a defenderse Harry.
—¿Y entonces como explicas que Dudley se haya caído, muchacho?
Dudley, el gordinflón y mimado hijo de los Dursley lloraba desconsoladamente mientras tía Petunia le intentaba curar su chichón, aunque los intentos eran vanos pues Dudley pataleaba y golpeaba a todo lo que tuviera alrededor.
—No lo se —dijo sinceramente—. Acabo de despertarme ahora mismo.
—No me mientas, ¡a mi nunca me mientas!
—¡No estoy mintiendo!
La cara de Tío Vernon se ponía cada vez más y más roja, hasta alcanzar las tonalidades del pelo de Ron, su mejor amigo. La mano de tío Vernon en su hombro empezó a apretar con más fuerza, tal fuerza que le empezó a doler, pero después le soltó.
—Tienes suerte muchacho, de que no tenga tiempo para desperdiciarlo contigo.
Harry se desconcertó, ¿que estaba diciendo?
—Mañana por la mañana partiremos hacia la casa de Tía Marge y pasaremos allí una semana. Y tu no vas a ir, ¿entendido?
Harry se sintió contento. Pasar una semana con la Tía Marge era peor que pasarla en Azkaban, la prisión de los magos. Asintió vehementemente con la cabeza, dando a entender que había comprendido. Tío Vernon se dirigió a la cocina levantando la voz para que le oyera Harry.
—Esta semana que estemos fuera la pasaras con la vecina.
—¿La señora Figg? —preguntó horrorizado Harry.
—¿Quién si no podría aguantarte? —le espetó su tío—. Mañana irás a su casa, y no se hablará más.
A Harry se le cayó el alma a los pies. Mañana era su cumpleaños que, lejos de haber sido divertido alguna vez, podía disfrutarlo leyendo la cartas de sus amigos ...pero si debía pasar una semana con la señora Figg lo más posible sería que lo único que viera fueran las fotos de todo sus gatos.
—¿A quedado claro? —dijo su tío con voz amenazadora y cortante.
—Si tío Vernon.
Antes de irse a su habitación, Harry advirtió la mirada de odio que le dirigió Dudley, y le hizo gracia que, al devolverle la mirada, éste último se asustara y se cubriera la cabeza gritando.
La mañana siguiente Harry recogió todas sus cosas en el baúl, y puso a Hedwig, su lechuza mensajera, encima de éste. Arrastró el baúl escaleras abajo, usando únicamente su propia fuerza y se quedó plantado en la puerta, jugueteando con Hedwig. Sus tíos y su primo corrían arriba y abajo de su casa, recogiendo aquello, apagando lo otro, arrastrando eso y amontonando esto. El ruido de cuando su primo pisaba el suelo era semejante al de una foca adulta, y se barriga debía de ser del mismo tamaño. Al fina, tío Vernon parecía muy satisfecho consigo mismo y, dando un suave giro de muñeca, cerró las puertas de la casa con llave. Pasando un brazo por los hombros de su mujer, tío Vernon la condujo hacia el coche, y Dudley subió como el rayo llevando a mano su consola portátil.
Cuando la familia ya estuvo acomodada en el coche, el tío se dirigió hacia Harry y, cogiéndole del hombro, lo llevo casi arrastras hacia la puerta de la casa de al lado y picó al timbre.
—Como hagas cualquier cosa rara delante de la señora Figg, te juro que...
La puerta se abrió en ese momento y Harry levantó la cabeza. No pudo reprimir una exclamación de sorpresa. Si aquella era la señora Figg, se había vuelto 50 años más joven. La chica que lo miraba desde el umbral de la puerta era una chica de no mas de veinticinco, de pelo moreno y buena figura. Tío Vernon también parecía anonadado con el acontecimiento.
—¿Si? —preguntó la chica—. ¿Qué desean?
Harry parecía incapaz de articular palabra así que su tío lo hizo por él.
—Acordamos con la señora Figg que este delincuente pasara aquí una semana —dijo dando un empujón a Harry, que enrojeció al oír lo de delincuente.
—¿Delincuente? —preguntó la chica frunciendo el entrecejo.
—Exacto.
—Muy bien, entra muchacho —invitó fríamente. Harry obedeció y pasó (arrastrando su baúl) al lado de la chica que desprendía el mismo olor que las rosas en primavera aunque, al entrar en la casa, el olor a gato le colapsó las fosas nasales—. No se preocupe, señor Dursley, aquí lo trataremos como merece.
—Eso espero —asintió su tío—. Y si hace falta algún golpe, no duden en hacerlo.
—Por supuesto.
La chica, cerró la puerta rápidamente y suspiró. Harry se la quedó mirando y de pronto, ella se echó a reír.
—¿Ese es tu tío? —le preguntó riendo por lo bajo.
—S-si —articuló mecánicamente el chico.
—No hace falta que seas tan tímido conmigo, seguro que seremos buenos amigos, aunque seas un ...delincuente —se volvió a reír. La chica se le acercó y se arrodilló a su lado, entonces Harry pudo ver de verdad que era ...guapa. Antes de que pudiera reaccionar le levantó el flequillo de pelos negros y dejó al descubierto la cicatriz.
—Vaya, que fea marca... —murmuró ella.
—Si ...me la hice en el accidente de tráfico que mató en mis padres —se apresuró a responder él.
—¿En serio? —le preguntó ella, Harry asintió—. Vaya. Que extraño, no parece una marca corriente.
Harry tragó saliva. Tenía terminantemente prohibido revelar su identidad como mago y si alguien lo adivinara se armaría un buen follón. Se oyó un ruido del crujir de la madera y Harry vio como la señora Figg que tan bien conocía bajaba acompañada de cinco gatos que no paraban de restregarse contra ella. La señora Figg era una mujer vieja, que había superado ya los ochenta. De pelo blanco y ojos castaños, su cara llena de arrugas siempre daba una triste impresión. Al posar la mirada en él sonrió con esa sonrisa suya tan lejana.
—¡Oh! Si ya está aquí el joven Potter, ¿como no me avisaste? Ven hacia aquí muchacho, tengo que presentarte unos amigos míos que de seguro que te gustarán —y bajó las escaleras. Harry la siguió, dejando el baúl al lado de la puerta y con cara de aburrimiento. La joven chica, antes de irse, le dijo en un susurro.
—Necesitarás valor, los amigos que te va a presentar son doce gatos nuevos. —y con una sonrisa, se fue.
Como bien había dicho la mujer, la señora Figg le presentó doce gatos que aun no había visto, después le enseñó las fotos nuevas que tenía de todos ellos, explicándole con sumo detalle la vida de cada uno. Se le escaparon varios bostezos pero hizo todo lo que pudo para no dormirse, la verdad, era una charla más soporífera que la de Historia de la Magia.
Al cabo de unas tres horas, en las que hasta la señora Figg parecía cansada, entró de nuevo en el salón la muchacha morena, y se sentó en el sofá con una tetera y una bandeja con tres tazas de té y unos pastelitos de crema. Agradeciendo el detalle, Harry comió plácidamente los pastelitos. Al contrario que los Dursley, la señora Figg lo alimentaba muy bien.
Mientras comían, la chica se dio cuenta de algo.
—¡Por dios! ¿Aun no me he presentado? —dijo escandalizada.
Harry negó con la cabeza mientras sorbía un poco de té.
—Perdón, perdón. Mi nombre es Arabella Figg, y soy la hija de la señora que tienes delante.
Harry a punto estuvo de escupir el té en el suelo. ¿La señora Figg tenía hijos? Nunca le había hablado de ninguno de ellos, ni siquiera le había comentado que había tenido esposo. Y otra cosa, ¿la señora Figg fue tan guapa de joven como su hija?
—Encantado —dijo Harry tendiéndole la mano. Arabella chasqueó la lengua disgustada.
—¿Es que no os enseñan educación en el colegio? Cuando se te presenta a una dama has de darle dos besos. Ya eres mayor para ir con vergüenzas ¿no? —añadió al ver que Harry se ponía rojo. Ella tomó la iniciativa y le dio un beso en cada mejilla,..., no fue tan horrible, le había gustado en verdad. No había recibido muchos besos (en la mejilla) en su vida, la verdad es que podía contarlos con una mano. Dos besos de Fleur, la chica de Beauxbatons, y uno de Hermione al finalizar el curso pasado ...¿por que lo habría hecho?
—No sabía que usted tuviera hijos —dijo a la señora Figg después del silencio en que Arabella sonreía divertida al ver el pasmo de Harry.
—¿Nunca te lo dije? —preguntó la anciana—. Creo que nunca lo consideré importante —eso exasperó un poco a Harry que recordaba como siempre le contaba historias sobre sus gatos.
—Bueno. Después de este estupendo té —empezó Arabella—. ¿Qué tal si comemos un poco?
—Gran idea —dijo la señora Figg—. ¿Ya tienes lista la mesa?
—Claro mama.
—Pues vayamos a comer. Tendrás hambre, Harry. Aquí no te mataremos de hambre.
De eso estaba seguro. La señora Figg parecía de una secta para que los niños reventaran a comer. Harry se levantó y se dispuso a ayudar a levantarse a la señora Figg, pero Arabella se le adelantó.
—No Harry, ya la ayudo yo. Tu ves a dejar tus cosas en la habitación de arriba. Y suelta un rato a tu mascota —dijo mirando a Hedwig—. Parece ansiosa por salir.
Harry obedeció sin rechistar y subió a pulso su baúl por las escaleras. Aquella noche cumpliría 15 años y su cuerpo ya era como el de un adolescente por lo que podía permitirse subir el baúl en brazos y no arrastras. Su habitación, aunque pequeña, era mucho mejor de la que los Dursley le darían jamás, con una cama más mullida y un escritorio normal, no roto.
Dejó el baúl a un lado y decidió ordenar las cosas después. Sacó a Hedwig de su jaula y lo sacó por la ventana.
—Después ya te traeré algo de la comida.
Hedwig le dio un cariñoso picotazo en el dedo (como era de costumbre) y salió volando por la ventana. Después de verlo alejarse, Harry bajó las escaleras y se dirigió hacia el comedor, donde le esperaba la mejor comida del último mes y medio.
Definitivamente, Arabella Figg era muy diferente a su madre. En la mesa ella se había esforzado todo el rato por mantener una conversación agradable y no dejar un mal ambiente. Hasta cuando a Harry se le cayó un poco de pudin en el suelo, ella había dicho que había sido ella. Era muy curioso como alguien podía ser tan amable sin conocerlo de nada, y eso hacía que Harry se sintiera bien. Además, era muy guapa, y podía aguantarle la mirada sin problemas y no como a la señora Figg, que cada vez que la miraba parecía estar contemplando su propia muerte (que exagerado por su parte).
Ya era de noche, y después de haber perdido a las cartas innumerables veces, Harry alegó que estaba muy cansado y se dirigió hacia el dormitorio que le habían destinado. Saco del baúl una pluma y unos pergaminos por si los necesitaba y dejó la varita al lado de la cama. Miró su reloj y vio que eran las once y media. Media hora más, y cumpliría quince años. De pronto se dio cuenta de algo. Hedwig no estaba en su jaula. Al principio se asustó mucho y cogió la varita. Lord Voldemort era libre de nuevo y era posible ...era posible... ...un aleteo le sacó de su ensimismamiento y le hizo a mirar por la ventana. Dos lechuzas, de las cuales una era Hedwig, traían un paquete bastante grande hacia él.
Cuando llegaron a la habitación, Harry les desató las cuerdas que las sujetaban al paquete y las puso las dos en la jaula de Hedwig para que pudieran beber, comer y descansar.
Miró con curiosidad el paquete, que venía adjunto con una nota. Al mirarla un instante, y ver la mala letra, no le cupo la menor duda de que era de Hagrid, el semigigante.
"¡Feliz cumpleaños Harry!
Ha sido una suerte de encontrarme a Hedwig, pensaba que mi lechuza no podría traerte (aquí había un tachón que parecía poner "el pastel") el regalo sola. Espero que no tengas problemas con los muggles, si los hay, ya sabes como encontrarme. ¿Sabes? El profesor Dumbledore ha conseguido de que el Ministerio se tome en serio el asunto de quien-tu-ya-sabes, el profesor Dumbledore es una gran persona, ¡Y jamás me cansaré de repetirlo!
Espero que ya-sabes-quien no te esté dando tampoco problemas, eso sería más grave. Espero que disfrutes de tus 15 años (aquí hay una mancha de café). Supongo que estarás deseando empezar el próximo curso en Hogwarts, y te doy la razón. Los muggles con los que vives son los peores que pisan nuestra santa tierra.
¿Sabes que? Visité al hermano de tu amigo Ron y me dejaron ver a Norberto. Está tan grande y fuerte (la palabra fuerte estaba un poco borrada por lo que parecía una lágrima), creo que hicimos bien en llevarlo, creo que se ha echado novia ...¿y tu? Seguro que no. Jamás te ha interesado ese tema.
Bueno, esta carta me está saliendo más larga de lo normal. Solo espero que estés bien. ¡Abre el regalo!
Hagrid"
Los ojos de Harry se humedecieron, al menos, alguien se acordaba de él. Ron y Hermione, sus mejores amigos, no habían entrado en contacto con él desde que se acabó el colegio, y eso ya no era normal. Abrió el paquete de Hagrid y vio un pastel hecho por el propio dueño. Los pasteles de Hagrid solían ser duros como la piedra pero éste era en verdad el único que tenía, así que lo colocó en la mesa y encendió unas velas que venían adjuntas con el paquete. Ya solo faltaban cuatro minutos para su cumpleaños. Esperó sentado, ni siquiera estaba impaciente, estaba seguro que nada iba a pasar.
Un minuto, la suave respiración de las lechuzas durmiendo era el único ruido que flotaba por la habitación. Cinco segundos ...tres, dos ...uno...
Harry se quedó mirando el pastel de cumpleaños de Hagrid. No había ninguna duda, en la habitación estaba él solo. Ni siquiera la esperanza de que el pastel fuera un traslador y le trajera sus amigos se había cumplido. Se encontraba de nuevo solo, en lo que debería ser un día feliz. En ese momento se sintió bastante enfadado, normalmente siempre le hacía un regalo, pero este año ni Ron ni Hermione le había traído algo. Sintiendose bullir la sangre, bufó las velas, diciendo lo primero que se le pasó por la cabeza en aquel momento.
—Me gustaría conocer a alguien que me apreciara de verdad...
Sintiéndose como un estúpido, hablando él solo, Harry se fue a la cama y, dejando las gafas en una mesita, apagó las luces y dijo para si mismo.
—Feliz cumpleaños, Harry.
Ahora es cuando tocan los Reviews a mansalva! :D
Por favor, tened en cuando la CANTIDAD de años que hace que escribí esto.
Graciaaaaaaaas
