Sombra
...
Suenan las campanas de la vieja catedral. Medianoche. Las nubes negras descargaban su peso sobre una ciudad sin nombre y sin patria.
Y allí, bajo un árbol del parque, estaba yo. Mi nombre ya no importa. Mis lágrimas se mezclaban con la lluvia y así ocultaba la tristeza de mi roto corazón.
Los recuerdos llegaban con la lluvia y llenaban mis ojos de nuevas lágrimas que al caer, mojaban mis pálidas mejillas.
Soledad. Que ironía. Ser prisionera de mi mayor temor. Ser compañera de mi peor enemiga.
Y todo por creer. Creer en sus palabras, sus gestos, sus caricias, sus besos… pero no basta con creer. Para él sólo fui un juego… y yo caí en sus redes como una estupida.
Y ahora, me desahogo en la oscuridad de la noche que tantas veces me ayudó a escapar, terminando donde todo comenzó.
Me iré. ¿Dónde? No lo sé. Me marcharé con el viento lejos de esta tortura. No sé cuando volveré. Ni siquiera sé si voy a volver. No soy la primera ni la última que tiene que pasar por esto. No te diré mi nombre. Cuando cuentes mi historia para dar consejo o animar a una amiga, llámame solo sombra.
