Llovía a cantaros en esa mañana otoñal. Inglaterra entera pasaba un gran temporal. Tras una ventana de empapados cristales, los ojos azules de una muchacha derramaban lágrimas de dolor y tristeza. Aún podía recordar esos días. Le echaba tanto de menos. ¡Como deseaba estar ahora a su lado!

Suspiró y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Ya no volvería. Debió haberse quedado. Aslan le dio la opción. Pero no lo hizo. Lucy y Edmund habían tenido la oportunidad de hacerlo. Se acercó hasta el armario. Cogió una caja del fondo con sumo cuidado y la abrió. Dentro había un medallón de plata pura. Trazado en el centro había dos iniciales: C &S. En el reverso se hallaban superpuestos el escudo de Narnia y el escudo telmarino. Una nueva lágrima rodó por sus mejillas.

Cuando volvió de América, Lucy se lo entregó y le contó la nueva aventura que habían corrido en Narnia. El medallón había venido acompañado de una nota de Caspian. La nota rezaba:"Pase lo que pase, siempre te amaré. Te esperaré eternamente en el fin del mundo." Después de entregarle el paquete, Lucy le dijo que ni Edmund ni ella volverían a Narnia. Susan volvió a guardar el medallón en su sitio y se echó en la cama. Finalmente, se durmió con la vista en la ventana y el pensamiento, junto al hombre al que amaba.

- Caspian.

Mientras, en un enorme castillo, un hombre bastante mayor trataba de hacer entrar en razón a su joven rey. Pero este apenas si le escuchaba. No dejaba de mirar la lluvia que caía fuera. Sólo podía pensar en ella. Suspiró. Había estado a punto de casarse, pero su recuerdo volvió con fuerza el día de la ceremonia y nunca lo hizo. No podía hacerlo mientras aún estuviera enamorado de ella.

- Mi señor, debéis atender a razones- protestaba el anciano caballero.- Debéis darle una reina a este pueblo. Y si no os casáis no habrá herederos que os sucedan en el trono.

- No puedo.

- ¿Pero por qué?

La respuesta a esta pregunta era la misma siempre.

- Simplemente no puedo.

Allí acababa la conversación hasta el día siguiente, en el que intentaría volver a convencer al rey de que contrajera matrimonio. El anciano salió de los aposentos reales. Una solitaria lágrima rodó por las mejillas del rey. A esta le siguieron otras muchas, pero él no se molesto en secárselas. Finalmente, se quedó dormido recordando aquellos ojos azules que lo habían cautivado y con un nombre en la boca.

- Susan.