Cada personaje, hechizo, lugar, criatura, etc, es propiedad de JK Rowling.


Capítulo uno

Primera parte

Una mujer de un largo cabello rojo oscuro lavaba los platos, restos de una cena. Tenía una varita mágica en la mano, y de allí salía un chorro de agua con burbujas de jabón. Vio su reflejo en la ventana que tenía delante de la pileta. Sus ojos verdes le devolvieron la mirada. Cuando terminó con aquella tarea, corroboró la hora en el reloj de pared.

Salió de la cocina y se dirigió al pequeño living, cruzando el pasillo.

-James, ya es tarde-le dijo al hombre moreno y de gafas, que se encontraba tirado en el piso, también con la varita mágica. De la punta de esta fluía un atrayente humo de colores. A su lado, aplaudiendo las gracias de su padre, había un niño de cabello oscuro y los ojos tan verdes como los de la mujer.

-Ya escuchaste a mamá, Harry-dijo James, tomándolo entre sus brazos. Se puso de pie y se lo tendió a la madre. Dejó su varita sobre el sofá y se desperezó-. Creo que le escribiré a Remus antes de acostarme. Hace tiempo que no sé nada de él.

-No tardes mucho-pidió la pelirroja.

-Tranquila, Lily-él esbozó una sonrisa, se inclinó un poco y la besó en los labios-. Ya los sigo. Duerme bien, Harry-añadió en dirección al niño, y deposito otro beso en la frente de este.

Un fuerte golpe se oyó en ese momento.

-¿Pero qué…?-James salió corriendo hacia el vestíbulo.

Vio allí, en el umbral de su hogar, una alta figura encapuchada. Identificó su pálida piel y sus rasgados ojos.

-¡Toma a Harry y vete, Lily! ¡Es él!-gritó, mientras se interponía en el camino-. ¡Corre, vete! ¡Yo lo contendré!

El intruso soltó una cruel carcajada. James se dio cuenta, demasiado tarde, que no tenía varita. Pero ya no importaba. Moriría así, dándoles tiempo a los que amaba para huir.

La figura encapuchada alzó la varita. Un rayo de luz verde salió de ella.

-¡Avada Kedavra!

James se desplomó en el suelo.

Lily oyó el maleficio a lo lejos. Sintió como si esas palabras hubiesen sido dirigidas a ella, como si hubiesen generado una profunda herida en su pecho. Su respiración se cortó por un momento. Se obligó a sí misma a recordar que aún tenía a Harry entre los brazos y que debía salvarlo. Había llegado hasta el segundo piso. Se encerró en un cuarto de bebé.

Notaba cómo estaba teniendo un ataque de histeria que le impedía pensar. Apretó a Harry más contra ella. Sintió que algo se le clavaba en la costilla y entonces, lo recordó. Llevaba su varita consigo. Se debatió por un segundo, si desaparecer o no. Hacerlo, significaría reconocer que ya no podía hacer nada por James… Que se había ido para siempre…

Escuchó pasos tenues al otro lado de la puerta, pero cuando esta se abrió Lily ya había desaparecido, llevándose a Harry con ella.


Segunda parte

A Lily solo se le ocurrió un lugar a dónde ir. No había tenido tiempo suficiente para pensar en una idea mejor. Sabía que, donde estaba, era el lugar menos seguro para Harry en ese momento. Era el primer lugar en que sus enemigos irían a buscarlos. Pero no podía pensar. Tenía la mente abrumada. Sentía un dolor físico en el pecho que no tenía nada que ver con haber subido las escaleras corriendo.

Dejó a Harry en la pequeña cuna que había en aquella habitación. Y cuando sus manos estuvieron libres, cayó de rodillas al suelo. Comenzó a llorar desconsoladamente. Le ardía cada centímetro de la piel, como si se estuviese quemando en los fuegos del infierno.

El niño lloraba también dentro de la cuna. Quizá por ver a su madre llorar. Quizá porque intuía que no volvería a ver a su padre. El sonido del llanto de Harry, hizo reaccionar a Lily. Ya tendría tiempo para llorar. Tendría toda una vida. Pero todavía no era el momento.

No supo de dónde sacó las fuerzas. Seguramente venían de aquel mismo lugar del que provenía el amor por su hijo. Se secó las lágrimas con una mano, mientras apoyaba la otra en la cuna y la utilizaba de ayuda para ponerse en pie. Tomó con fuerza su varita y se volteó en dirección a la puerta. La apuntó y comenzó a susurrar hechizos de protección.


Tercera parte

Un joven de pelo negro y ojos grises, surcaba el cielo estrellado en una enorme moto voladora. Iba inclinado sobre el manubrio, con una cara que denotaba su enojo y murmurando cosas sin sentido aparente para sí.

-La maldita rata…-decía-. Pero si… No lo puedo creer…. Esa rata…

Acababa de ir a la casa de su amigo, del cual había comenzado a desconfiar meses atrás, para verificar que todo estuviese bien. Se equivocaba. Se equivocaba como nunca se había equivocado y jamás había tenido tantas ganas de no equivocarse.

La puerta abierta, el ropero vacío, la cama tendida. A saber cuándo había huido. Esa rata traidora.

La moto fue descendiendo de a poco, hasta que finalmente tocó suelo en una calle desierta. El joven la detuvo frente a una enorme casa. Vio la puerta abierta de par en par y sintió cómo el alma se le caía a los pies. Sus últimas esperanzas comenzaban a esfumarse. Se aferró a su varita y bajó de la moto. Caminó en dirección a la casa, a la que había entrado cientos de veces. Jamás se había sentido tan desdichado en aquel lugar.

Ya en el umbral, se le corto la respiración. Sus ojos se empañaron en lágrimas, le ardió la garganta y la vida dejó de tener sentido. Allí estaba, tendido en el suelo, con los ojos abiertos de par en par, pero sin ver. Sus lentes estaban torcidos y su rostro pálido. Y lo más triste, es que sus labios no estaban esbozando una brillante sonrisa, llena de malas intenciones pero, a la vez, tan inocente que convencería a cualquiera.

El joven trató de tragar salva, pero le fue imposible. Cayó también él, de rodillas, junto al cuerpo inerte de su amigo.

-James…-susurró, como si solo estuviese dormido, como si pudiera despertarlo-. ¡James!-lo zarandeó un poco. Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos de forma incontrolable-. No, no, no-insistió el muchacho-. James, no, por favor-lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia él-. No me hagas esto, no me dejes solo…

Le hubiese gustado quedarse allí toda su vida. Tirado a su lado. Quizá, morir ahí, en ese preciso momento. Y así seguir juntos, como se habían prometido diez años atrás. Juntos por siempre. Esas habían sido las palabras de dos niños de once años. Palabras llenas de inocencia que esa noche comprendió que no podría cumplir.

-Lo siento-murmuró-. Es mi… es mi culpa, lo siento… Lo siento…

Volvió a apoyarlo en el suelo y le quitó las gafas. Con suavidad, cerró sus párpados. Ahora sí, parecía que estaba dormido. Parecía que despertaría en cualquier momento y le sonreiría. Le pegaría en el brazo y diría algo como "qué tonto eres, Canuto, ¿en serio creíste que te desharías de mí tan fácil?". Sí, ya. Así estaba mejor.

Se puso en pie, aún con la varita en mano.

-¡¿Sigues aquí, cobarde?!-le preguntó a la oscuridad, pero no recibió respuesta alguna.

Se movió con sigilo. Se cercioró de que la cocina y el living estaban vacíos, igual que el pequeño baño del piso inferior. Luego, con cautela, subió las escaleras. Entró primero al cuarto matrimonial, pero estaba completamente vacío. Siguió con el del niño. Tampoco había nadie allí. De una patada, abrió la puerta del baño. Nada.

-¿Lily?-llamó. Nadie contestó.

Aún agitado y con el rostro empapado en llanto, volvió a bajar por las escaleras. Se apoyó en la pared, junto al cuerpo de su amigo, y se dejó resbalar por ella hasta quedar sentado en el suelo. Hizo un movimiento con la varita al tiempo que exclamaba "¡expecto patronum!".

Solo una voluta de humo plateado salió de la punta. El joven comprendió que la tristeza inundaba demasiado su pecho como para invocar aquel hechizo. Cerró los ojos. La imagen de un imponente castillo se dibujó en el interior de sus párpados. Era de noche, había luna llena. Se esforzó por recordar el viento en la cara, los árboles borrosos a su alrededor mientras corría a toda velocidad en forma de perro. Un ciervo lo seguía. Delante de ellos, había un inmenso lobo.

-¡Expecto patronum!-volvió a evocarlo. Esta vez, el humo tomó la forma de un perro plateado. Pareció, al principio, que volvería a esfumarse, pero a continuación comenzó a definirse mejor-. Este es un mensaje para Albus Dumbledore: Voldemort los ha encontrado. James ha… él…-se aclaró la garganta-. Está muerto… Lily y Harry han desaparecido. No hay rastros de Voldemort.

El perro esperó a que hubiese finalizado, y luego salió trotando en el aire en dirección a la fría noche. Tras unos segundos, el muchacho se llevó ambas manos a la cara, se tapó con ellas y comenzó a llorar y a sollozar como un niño pequeño que ha perdido aquello que más quería.


Cuarta parte

Un ruido lo sobresaltó. Su respiración estaba agitada. Creyó, por un momento, que había sido parte del sueño. Se volteó para seguir durmiendo, pero el ruido volvió de forma insistente. Alguien tocaba su puerta.

-¡Voy, voy!-gritó, pero quien sea que fuese, no se detuvo.

Miró la hora: eran las dos de la mañana. Tomó su varita mágica y se apoyó en la puerta.

-¿Quién es?-preguntó.

-¡Remus! ¡Soy yo, Sirius!-escuchó la voz de su amigo al otro lado. Sonaba angustiada-. ¡Ábreme, tengo que hablar contigo!

-Debo comprobar que eres tú, Sirius-le recordó.

-¡Ábreme la puerta de una puta vez, Remus!

-Pero…

-¡No me importa una mierda la maldita seguridad, Remus, ábreme!

-Sirius, tienes que calma…

-¡JAMES HA MUERTO, MALDITA SEA! ¡A QUIÉN LE IMPORTA NADA! ¡NO ME DIGAS QUE ME CALME!

Remus se quedó duro. Su mano estaba cerrada sobre el picaporte, pero no podía moverla.

-¿Qué… qué...?

¿Qué has dicho?, quería preguntar, pero no le salieron las palabras. O mejor ¿qué has querido decir? Sí, esa era mejor, porque claramente no había querido decir lo que él creía que había dicho. Porque… sería… era…

Imposible.

-¿Quieres abrirme, Remus?-insistió la voz de Sirius. Ahora calmada y, al parecer, ahogada.

Remus asintió y luego se dio cuenta de que su amigo no podía verlo. Lentamente –porque le dolía cada movimiento que hacía- abrió la puerta.

En seguida, sintió el peso de otra persona sobre sus hombros. Tardó en entender que Sirius lo abrazaba. Sollozaba y se sobaba la nariz reiteradamente.

-Lo siento-murmuró en su oído-. Perdóname… Perdón por… por haber desconfiado… Era Peter… Era Pe… Peter. Era él…

A Remus le hubiese gustado devolverle el abrazo. Decirle que lo perdonaba y asegurarle que no tenía la culpa. Pero no podía moverse del lugar. Sirius se separó de él, pasados unos minutos. Se secaba las lágrimas con la manga de su capa.

-Lily no aparece-dijo, hipando un poco-. Y Harry tampoco. Dumbledore está… buscando a Voldemort con otros Aurors…

Remus asintió un poco. Le estaba costando comprender lo que decía Sirius.

-Debemos buscarlos, Remus-Sirius lo zarandeó un poco-. Debemos encontrarlos… James no nos…-cerró los ojos, como si le doliera terminar la frase.

-Hubiese querido que los protegiéramos-terminó Remus por él. Ahora fue Sirius el que asintió-. Vamos…-dijo en tono monótono, mirando a la nada. Tenía la mirada vidriosa y parecía ausente.


Quinta parte

-Ya no sé dónde pueden estar-comentó Sirius con cansancio-. Será mejor ir a tomar un baño, despejarse un poco y seguir buscando por la mañana.

Remus asintió. Le hubiese gustado señalarle que ya era por la mañana, porque hacía dos horas que el sol había salido. Pero no tenía ganas de hablar.

-Vamos a mi casa-propuso Sirius-. No quiero… Prefiero no estar solo.

Su amigo se limitó a encogerse de hombros. Sirius tenía razón, después de todo, ya poco importaba nada.

Ninguno de los dos parecía tener ni fuerzas ni ganas para aparecerse, así que comenzaron a caminar en silencio. Estaban cerca de destino, de todas formas. A Sirius las lágrimas seguían cayéndole por las mejillas. Se volvió hacia su amigo y notó que seguía impasible. Lo inundó la rabia.

-¿Y a ti qué te pasa, que estás tan tranquilo?-le espetó. Y pensó James está muerto, deberías estar desgarrándote. Todos deberían estar revolcándose del dolor. Porque duele. ¿Por qué duele tanto?

-Todos afrontamos las situaciones de distintas maneras, Sirius-volvió a encogerse de hombros Remus.

-¡Pero esto no es una situación, mierda!-gritó furioso. De detuvo y lo enfrentó-. ¡Se murió James, Remus! ¿Lo entiendes? ¡Está muerto! ¡No es una puta situación, es una mierda!

Remus apretó los labios. Sentía cómo la angustia quería salir de su cuerpo por cada uno de los poros de su piel. Sus ojos se llenaron de lágrimas por primera vez. Pero mantuvo la calma, como solía hacer casi siempre.

-Será mejor que no perdamos más el tiempo, Sirius-le recordó-. Harry y Lily siguen perdidos. Y de seguro no somos los únicos que los buscamos.

Sirius lo miró a los ojos unos segundos, desafiante.

-Como quieras.

Se dio media vuelta y siguió su camino a grandes zancadas. Remus tuvo que trotar un poco para alcanzarlo.

Llegaron a la pequeña casa donde Sirius se había ocultado desde su egreso de Hogwarts. Sacó la llave y la giró dentro de la cerradura muggle, pero no se abrió.

-¿Pero qué coño…?-la apuntó con su varita-. ¡Alohomora!

Sonó un clic y la puerta se abrió. Sirius entró, seguido de cerca de Remus, ambos con varita en mano. El interior estaba oscuro, con todas las persianas cerradas. Sirius no recordaba haberlo dejado así. Apretó el interruptor y la bombita eléctrica del techo se encendió.

La habitación tenía tres puertas, además de la de entrada. La de la cocina y la del baño, estaban abiertas. Cada uno se acercó a una, y comprobaron que estaban vacíos.

-Alguien estuvo aquí-aseguró Sirius-. Seguramente Mortífagos. Quizá Voldemort haya decidido seguir conmigo…-observó la tercera puerta, que seguía cerrada-. Quizá sigue aquí…

Le hizo señas a Remus, que comprendió y asintió. Se pegó a la puerta de su cuarto, con su amigo cuidándole la espalda, y escuchó con atención. Notaba la respiración agitada de alguien.

-¿Quién está ahí?-exigió saber Sirius. La respiración aumentó el volumen-. ¡Dije quién está ahí!

-¿Sirius?

Tanto uno como el otro de los jóvenes muchachos, se quedaron congelados en el lugar. Remus se volteó un poco y cruzó una mirada con Sirius.

-¿Lily?-inquirió este, bajando la voz-. ¿Lily, eres tú? ¿Estás bien? ¿Está Harry contigo?

La mujer tardó varios segundos en contestar.

-¿Cómo sé que… que de verdad eres tú?

-Pregunta lo que quieras-dijo Sirius-. Y contestaré. También está Remus aquí conmigo.

-¿Remus?-repitió Lily.

-Estoy aquí, Lil-murmuró, lo suficiente alto para que su amiga lo escuchara-. Estamos contigo, ya nada les pasará.

-¿Qué tienes que decir para que se abra el mapa?

-Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas-recitó Remus.

Vieron cómo comenzaba a girar el picaporte, pero Sirius lo agarró con fuerza.

-Espera-pidió-. ¿Qué objeto le pasó su padre a James?

-La capa para volverse invisible-respondió la voz de Lily al instante.

Sirius abrió la puerta y en seguida se vio cubierto de una larga cabellera rojiza.

-James…-susurró Lily-. James está…

-Lo sé, lo sé-Sirius le acariciaba el largo cabello con suavidad. Nuevamente, volvía a llorar.

Remus, sin embargo, se mantenía al margen, aún sin derramar ni una lágrima. Lily se tiró también a sus brazos unos segundos después.

-Oh, Remus-masculló contra su pecho-. James…

Sirius vio que dentro de la habitación se encontraba el pequeño Harry, durmiendo plácidamente en la cuna que le había comprado meses atrás para cuando debiera cuidarlo. Tras comprobar que todos estaban bien, volvió sobre sus pasos y cerró la puerta de la calle con un hechizo.

-Será mejor que nos quedemos todos juntos, al menos por un tiempo-explicó.

Lily asintió, en silencio.

-Avisaré a Dumbledore que los encontramos-dijo Remus. Su voz sonaba dolorosa y angustiada, como si estuviera al borde de las lágrimas. Pero sus ojos seguían secos.


Sexta parte

Lily se quedó dormida en la cama de Sirius, con Harry en brazos. Los dos muchachos se acostaron en los sillones de dos plazas que conformaban el living. Sirius se quedó dormido, llorando contra un almohadón. Remus lo escuchaba sollozar en sueños, pero él no podía dormir. Decidió levantarse después de que su amigo llevaba varias horas roncando.

Fue a la cocina, donde había también una pequeña mesa contra una pared, con tres sillas. Se preparó un té y se dejó caer en una de ellas. Penetraba un poco de luz en la casa a través de las cortinas corridas. Aún era de día, pero estaban todos muy cansados, pues no habían dormido en toda la noche.

Remus tomaba el té y miraba a la nada. Un ruido lo sobresaltó a sus espaldas cuando ya llevaba un rato haciéndolo. Se volteó y se encontró con Sirius, parado en la puerta de la cocina. Tenía los ojos rojos y su negro pelo, siempre perfectamente arreglado, le caía de manera desaliñada sobre ellos.

-¿No puedes dormir?-preguntó con voz ronca, mientras se sentaba a su lado. Remus negó con la cabeza y tomó un poco más de té. No se sentía capaz de hablar-. Creí que yo tampoco podría, pero estaba muy cansado…

Se frotó los ojos con ambas manos. Remus lo comprendía. Llorar daba dolor de cabeza y sueño, si se hacía durante tantas horas.

-Hay que arreglar todo para el velorio-comentó, cuando por fin el té aclaró su garganta.

Sirius lo miró extrañado, como si no comprendiera de qué estaba hablando.

-No me jodas, Remus-le espetó-. ¿Qué mierda te pasa?

Su amigo alzó ambas cejas, asombrado.

-Estoy siendo realista-se defendió-. No podemos dejar que Lily se encargue, sería muy doloroso para…

-¡¿Y acaso no es doloroso para mí?!-exclamó Sirius con indignación-. ¡Es doloroso para nosotros también! ¡Fui su mejor amigo desde los once años, maldita sea! ¡A mí también me duele!

-Por el amor de Dios, Sirius. Harry está durmiendo-murmuró Remus.

-No puedo creer que… Que…-parecía frustrado, pero había bajado el tono de voz-. ¿Acaso no te estás quemando por dentro?-preguntó, con lágrimas en los ojos-. ¿Acaso no sientes que todos tus músculos se han desgarrado? ¿Como si un dementor te hubiese succionado cada milímetro de felicidad?

, pensó Remus. Siento todo eso y mucho más. Es tan grande el dolor que no puedo ponerlo en palabras.

-¿Y qué gano, llorando?-quiso saber, con voz estrangulada-. ¿Qué gano, Sirius?-las lágrimas inundaron sus ojos-. Dime, por favor, ¿qué es lo que tengo que hacer?

-¿Y acaso ganas algo fingiendo que no te importa?

-¡Claro que me importa!-ahora fue Remus el que alzo la voz. Sirius se paró, lo tomó del brazo y lo hizo pararse.

-Lo sé-aseguró, mientras lo abrazaba.

Remus apoyó su cabeza en el hombro de su amigo. Del único amigo que le quedaba en el mundo. Y comenzó a llorar.


Séptima parte

El velorio de James Potter se realizó al día siguiente, en el cementerio del Valle de Godric.

Hubiesen asistido magos y brujas de todo el mundo, si los hubiesen invitado. James era, al fin y al cabo, una persona sumamente querida. Era carismático y positivo. A su lado, cualquiera se sentía a salvo. Le sacaba una sonrisa hasta al más amargado y más de uno había llorado de risa escuchando sus chistes. Desafinaba olímpicamente cada nota de cada canción de los Beatles, pero las bailaba con más entusiasmo que nadie. Cometió errores, sí. Los típicos errores de un adolescente demasiado astuto para su propio bien. Pero, una vez que alguien le daba su confianza, él jamás la rompía. Había muerto por confiar demasiado en aquellos que quería. Era la lealtad en persona.

James Potter había hecho más, con sus veintiún años, que muchos magos varios años mayores. Había luchado junto a La Orden del Fénix. Había desafiado al mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos. Había tenido un hijo. Le había cambiado la vida a Sirius Black, demostrándole que no todo se dividía entre sangre pura y sangre sucia. Le había cambiado la vida a Remus Lupin, haciendo que sus noches de tormento se convirtiesen en memorables ratos entre amigos. Le había cambiado, también, la vida a Lily Evans –ahora Potter- mostrándole lo que era el amor verdadero.

Pero debido a los peligros que abundaban en esos tiempos, solo unas pocas personas asistieron al velorio de James. Lily, Harry, Sirius y Remus, por supuesto. También Dumbledore, quien llevó a cabo la ceremonia, y la profesora McGonagall. Esta última lloraba con ímpetu, con un pañuelo en las manos para secarse constantemente las lágrimas.

Nadie más fue notificado.

Cuando finalizó, McGonagall se acercó a Lily para darle el pésame. Miró a Harry con atención. No lo veía desde hacía meses, pues había estado muy ocupada con asuntos del colegio, al igual que el director. El niño le devolvió la mirada.

-Tiene tus ojos, querida-comenzó con una leve sonrisa-. Pero en lo demás… Es igual a James.

Lily apretó los labios, incapaz de emitir ningún comentario, y asintió con la cabeza.


Octava parte

Tres meses después…

En un pequeño apartamento de Londres, Remus Lupin y Sirius Black movían muebles de un lado para el otro. El segundo iba diciendo, mientras tanto:

-Hablo en serio, Lily, no tienen que irse. Me encanta que vivan conmigo.

-Ya sé que no nos estás echando, Sirius-aseguró la muchacha pelirroja que se encontraba a su lado, con un bebé en los brazos-. Pero la decisión está tomada. Año nuevo, vida nueva, ¿no? Además-dijo, porque vio que Sirius iba a replicar-, no tienes que seguir durmiendo en el sillón. No me gusta robarte tu lugar.

-¡Qué va! ¡Si me encanta!-replicó el chico.

-De todas formas, Sirius, estoy a tres cuadras de tu casa. Puedo ir hasta allí si necesito algo, y estaré en cinco minutos….

-Eso es mucha distancia-se quejó él-. Pero está bien. Puedo soportarlo-guiñó un ojo.

Lily esbozó una sonrisa y soltó un largo suspiro.

-Ah, y él se muda conmigo-añadió el muchacho, señalando a Remus con la cabeza.

-¿Qué?-preguntó este, sorprendido, mientras movía la mesa de un lado a otro para verificar dónde quedaba mejor.

-Sí-asintió Sirius con rotundidad-. No consigues trabajo en ningún lado, Lunático. Admítelo, no tienes un peso. Nadie quiere a un hombre lobo trabajando para él.

-Pero eso no…

-Sh-lo calló Sirius-. Mira, ya sé que James te daba plata antes. El caso es que ahora él no está y no te durará mucho más lo que te haya quedado.

-Yo puedo seguir dándole…-comenzó Lily, pero Sirius también la interrumpió a ella.

-Tú te debes encargar de la educación de tu hijo y todo lo demás. Remus se viene conmigo, y no se habla más. Así todos podremos ayudarte con Harry.

-Sobre eso-comentó Remus, cambiando de tema-. ¿Qué harás con Harry?

-Bueno, estuve hablando con Dumbledore-contó Lily-. Y cree que lo mejor será criarlo entre muggles. Que asista a una escuela con ellos hasta que esté en edad de ir a Hogwarts.

-Creo que será lo mejor-reconoció Remus-. Que nadie sepa más nada de ustedes por un tiempo.

-Deberían cambiarse los nombres, para estar más seguros-agregó Sirius-. Chau al apellido Potter.

-Deberíamos cambiar todos nuestros nombres, conseguir trabajo muggle y apartarnos del mundo mágico lo máximo posible-acotó Remus.

-¿Quieres decir abandonar la Orden?-cuestionó Sirius-. Ni loco.

-Tampoco yo lo haré, Remus. Quiero pelear. Quiero vengar a James-dijo Lily con firmeza.

-Lil, deberás hacerlo-quiso hacerla entrar en razón Remus-. Tienes a Harry. Eres la única que le queda. En cuanto a ti-se volteó hacia Sirius-. Quizá sí debas seguir luchando. Y también lo haré yo. Mi condición ayuda a Dumbledore a espiar entre los hombres lobo.

Lily se cruzó de brazos, con el ceño fruncido. Pero finalmente entendió que era lo mejor para su hijo.

-De acuerdo-aceptó-. Pero desháganse de unos cuantos Mortífagos de mi parte. Y de Voldemort, si es que pueden.

-Hecho-dijo Sirius y, sin que al parecer viniera a cuento, se acercó a ella y la abrazó.


Novena parte

Lily fue a una tienda muggle que quedaba cerca de su nueva casa. Había dejado a Harry al cuidado de Remus y Sirius y, aunque sabía que el primero era bastante responsable, quería regresar cuanto antes.

Estaba entre dos góndolas tratando de decidir cuál bebida llevaría, cuando una voz la sobresaltó a sus espaldas.

-Lily.

Reconoció la voz en seguida. Se volteó y, efectivamente, se encontró ante un rostro amarillento, encuadrado por dos largas cortinas de pelo negro y grasiento.

-Severus-dijo con una voz sombría que jamás se había escuchado.

Este miró a ambos lados, comprobó que no había nadie y se acercó.

-Te estoy buscando hace meses-susurró-. No sabía dónde estabas, si estabas bien, no sabía… nada de ti.

-Eso ya no es asunto tuyo, Snape-le espetó-. Y ahora vete, o tendré que atacarte.

-Espera-pidió él-. Sé que no hice todo bien, pero… Mira, me enteré de que Potter murió… Lily-trató de acercarse un poco más, pero ella dio un paso atrás-. Si tú quieres, si tú me lo pides, yo podría quedarme contigo.

La mirada de Lily se dilató. Sintió cómo sus tripas de revolvían.

-Me das asco, Severus-dijo, con sus ojos bañados en lágrimas-. Cómo puedes… ¿Cómo te atreves a…? ¡Yo amaba a James!-gritó entonces-. ¡Lo amaba! ¿Cómo puede hacerte feliz algo que a mí me hace tan mal? ¿Acaso solo te importa estar conmigo? ¿No te importa si sufro? Eres un…

-Lily, escúchame. No lo entiendes, yo…

-¡No te acerques!

-Disculpen, muchachos-un empleado de aspecto debilucho se había acercado hacia ellos-. ¿Les importaría bajar un poco la voz? Si van a discutir, háganlo…

Pero no pudo terminar la frase. Un haz de luz rojo pasó junto a Lily y el empleado voló varios metros.

-¡Qué…!

-Necesito que me escuches, Lily, no tengo mucho tiempo…-pero la muchacha no lo escuchaba, sino que lo observaba horrorizada.

-¡Lo ataste!

-¡Es solo un muggle! Lily, te estoy diecie…

-¡Me das asco, Snape!-repitió-. No puedo creer cómo fui tu amiga por tanto tiempo. Eres…-no encontró palabras, pero no importó. Sus ojos delataban toda la repulsión que sentía en aquel momento-. Déjanos en paz, a mí y a mi hijo. Y la próxima vez que te vea, Snape, te trataré como un Mortífago más. Haré contigo lo que haría con cualquiera de ellos.

Y sin dirigirle una última mirada, salió corriendo de allí.


Décima parte

Severus Snape era una sombra en medio de la oscura noche. Atravesó un pequeño campo y divisó una inmensa mansión a lo lejos. Se dirigió hacia allí. En la puerta había dos enormes dementores encapuchados. El hombre les mostró su brazo izquierdo, donde había un extraño tatuaje, y lo apretó con la varita. En seguida ambas criaturas se hicieron a un lado y Snape entró a un patio desierto. Llegó a la puerta de la mansión y la tocó tres veces.

La abrió una mujer de cabello negro, párpados caídos y sonrisa maléfica.

-Hola, Snape-dijo, casi en un chillido, y rio histéricamente-. El Señor de las Tinieblas te espera.

-Hola, Bellatrix-respondió con sequedad el recién llegado. Pasó a su lado y entró en un comedor de gran tamaño. Allí, solo se encontraba un único hombre. De piel pálida y ojos rasgados, sentado en la punta de la larga mesa.

-Déjanos solos, Bellatrix-pidió. Su voz se escuchó por toda la habitación, por más que fue un simple susurro. La mujer hizo una leve reverencia.

-Como ordene, amo-dijo, en un tono que dejaba entrever su devoción.

-Siéntate, Severus-le indicó el hombre, señalando una silla a su lado. El aludido lo hizo-. Cuéntame. Me he enterado que hoy has hecho un viaje hasta Londres.

Snape tragó saliva e intentó parecer relajado.

-Así fue, mi señor. Tenía asuntos pendientes que resolver allí-contestó.

-¿Y qué asuntos, si puedo saberlo?

-Por supuesto, señor. He ido a… encontrarme con alguien del pasado-respondió con una evasiva.

-¿Una sangre sucia, quizá?

Snape lo miró a los ojos durante unos segundos, y luego recorrió la habitación con la mirada.

-Sí, a decir verdad.

-¿Tendré que preguntarte también por qué, Severus, o piensas contármelo por tu cuenta?-quiso saber el hombre.

-Mi señor, yo ya le había comentado que ella es importante para mí…

-Así es. Por eso accedí a no matarla. Un grave error, por supuesto. A causa de eso ha logrado escapar…-reflexionó-. Y dime, ¿dónde está?

-Señor, yo… Solo la encontré en la calle… Me despedí y me fui… Le expliqué que ahora estamos en bandos distintos…-se justificó.

-¡Mentiroso! ¡Te atreves a mentirle a Lord Voldemort!

-Señor, ¿qué…?

-¡Sé que le ofreciste irte con ella!-Snape comenzó a sentir una fuerza invisible que le oprimía el pecho y le impedía moverse-. ¡Me hubieses traicionado por una asquerosa sangre sucia!

-Mi señor, no, por favor, mi señor-rogó Snape-. No me iré con ella. Yo le soy leal a usted.

-Nadie engaña a Lord Voldemort-dijo el hombre, más calmado. Esbozó una sonrisa maliciosa-. Ni siquiera tú, Severus-levantó su varita y lo apuntó con ella. Pero Snape seguía sin poder moverse.

-Mi señor, se lo ruego, ¡mi señor!

-¡Avada Kedavra!

Un rayo de luz verde cruzó la distancia que los separaba y le dio de pleno en el pecho. Snape dejó de luchar contra la fuerza invisible y se desplomó en la silla, sin vida.


N/A:

Nuevo proyecto, veamos qué sale. Esto es solo la introducción.

Besos desde este rincón del mundo,

Ceci.