Disclaimer: Los personajes de Naruto pertenecen a Masashi Kishimoto, escribo esta trama sin fines de lucro, solo para entretener.
Summary: Soledad. Los dos han perdido a su ser más amado. Educan lo mejor que pueden a sus hijas. Y a pesar de que no se odian, tampoco se agradan. Se parecen tanto que jamás lo van a admitir, ni al público ni para su adentros.
Notas: Este fic será corto. Consta de tres capítulos que no necesariamente tienen continuación temporal. La idea nació cuando de repente se me vino a la cabeza que Kurenai era como la madre de Hinata, y Hiashi es su padre. Me dio tanta curiosidad por leer un fic de ellos, pero no encontré nada :c Así que me decidí a escribirlo. Espero que les pueda gustar y si tienen tiempo, déjenme un review con sus críticas.
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Labial y girasoles
Parte I: Larva
"Necesito dejarme querer… pero no sé hacerlo".
Cuando Kurenai supo que le asignarían un trío de genins para que ella fuera su maestra Jōnin, la mujer frunció el ceño y soltó algún improperio por lo bajo mientras el ANBU que la había llamado se estaba retirando de su hogar. Ella era una mujer que estaba apenas alcanzando su clímax en su área como Jōnin y que le vinieran con eso de que sería niñera de unos genin no la puso para nada contenta.
La cita era a las ocho de la mañana en la oficina del Sandaime. No podía faltar, así que se apresuró a ponerse algo decente y salió de su casa a paso tranquilo, disfrutando sus últimos momentos de mujer libre. Ya antes había escuchado lo que era tener pequeños pupilos a su cargo, y lo que decían la contrariaba demasiado. Gai decía que ser maestro de genins era "lo mejor del mundo" porque podía ver eso como un reto y volverlos poderosos, por otra parte, Ebisu decía que era la cosa más horrenda del universo, porque los niños eran chiflados y groseros. Kurenai no sabía de quién fiarse, pues sus dos amigos eran igual de raros y con poco sentido común. Tendría que juzgar ese trabajo por sí misma ese día.
Cuando entró al recinto observó que ya había ahí varios Jōnins quienes voltearon a verla apenas llegó. El sandaime respetuosamente le dijo que pasara y Kurenai fue a perderse entre la multitud de Jōnins para no llamar la atención, pues al parecer era la única mujer en el lugar. Cuál fue su sorpresa al ver también allí a Sarutobi Asuma. La castaña sonrió levemente al reconocerlo y fue con él.
—No sabía que tú también habías sido llamado –le dijo Kurenai colocándose a su lado.
Asuma se limitó a encogerse de hombros mientras la veía.
—Alguien tiene que enseñar a los genins, de lo contrario, ¿quién nos defendería en un futuro?
—Sí, lo sé, pero aun así me resulta bastante molesto –Kurenai no pudo evitar su tono de réplica, un gesto que hizo sonreír de medio lado a Asuma.
De pronto escucharon que el viejo Sandaime se aclaraba la garganta y se levantaba de su silla para dirigirse a los Jōnins. Los presentes enseguida guardaron silencio y se formaron como era debido para escuchar las indicaciones de su Hokage.
—Los he reunido aquí porque han sido elegidos entre muchos otros Jōnins por algunas características que reúnen en común. Serán maestros de genins, por favor, cuídenlos y enséñenles bien lo que significa ser un ninja. Los pequeños genins deberán pasar su prueba de fuego para saber si son dignos de ser un equipo. De ser así, ustedes junto a los tres genins formaran un equipo.
Umino Iruka, quien estaba a un lado del Hokage, empezó a repartir una carpeta a cada quién con la información y fotos de sus respectivos alumnos asignados. Iruka estaba alejado de Kurenai por unos cinco hombres y ella solo pedía que le tocara algo fácil de manejar, no quería personalidades extrovertidas, como un fastidioso Uzumaki, o personalidades tan desesperantes como los del clan Nara. Solo quería a alguien normal que no diera problemas.
Cuando el chunin llegó a ella le entregó su carpeta con una sonrisa nerviosa y un "aquí tienes, Kurenai". La mujer de ojos rojos le agradeció con la mitad de una sonrisa y tomó su carpeta sin percatarse del sonrojo del chunin ni del ceño fruncido de su compañero de al lado; Asuma. Abrió la carpeta con temor, pidiendo a todos los dioses que le otorgaran chicos agradables y lo que vio la hizo torcer la boca y hacer un gesto de queja.
Pues no, no le había tocado ningún Uzumaki ni tampoco un Nara. Pero sí le había tocado un revoltoso del clan Inuzuka, un clan de ninjas extrovertidos, casi igual que un Uzumaki. También le había tocado alguien desesperante, similar a un Nara en su carácter serio, se trataba de un Aburame. Y la cereza del pastel, tenía una Hyuga en sus filas, una perteneciente al clan más respetado y viejo de Konoha, con la que seguro tendría que tener mucho cuidado a la hora de entrenar porque en la fotografía de la chiquilla no le veía en la frente el rastro del sello del pájaro enjaulado, lo que quería decir que ella era de la distinguida rama principal.
Kurenai dejó escapar un suspiro de cansancio. No la veía fácil sinceramente. Y a ella no le gustaban los niños.
—¿Quiénes son tus alumnos? –inquirió el Sarutobi a un lado de ella.
—Inuzuka, Aburame y una Hyuga.
—Un equipo de rastreo –notó Asuma –Bien por ti. A mí me dieron a un Nara, un Akimichi y una Yamanaka.
—Parece que son un equipo tranquilo –comentó la mujer.
—Eso espero. Bueno, nos vemos luego.
—Sí.
El número de su equipo era el 8, un número que por cierto… no le gustaba.
Caminó hasta el aula que le indicaron y abrió la puerta corrediza con cuidado. Adentro del salón efectivamente estaban sus alumnos y como extra había un pequeño can que traía el chico de los colmillos rojos pintados en la cara. Como si tres niños no fueran suficientes también tenía que encargarse de la mascota del clan Inuzuka. Y por lo visto era el equipo de las chaquetas, porque todos las usaban. Tal vez debían estar de moda entre los chiquillos.
—Inuzuka Kiba, Aburame Shino y Hyuga Hinata –los nombró y ellos asintieron, entonces Kurenai entró al salón y cerró la puerta –Hola, chicos, soy la Jōnin del equipo 8, mi nombre es Yuhi Kurenai y soy una especialista en genjutsu. Tengo 31 años, así que supongo que pueden considerarme el tipo de hermana mayor. Me pueden decir sensei si quieren. Mnn… ¿qué les parece si se presentan? Puedes comenzar tú, el Inuzuka.
—¡Yo! –saludó el chico perro sonriente, mostrando sus afilados colmillos y a su cachorro que mantenía dentro de su chaqueta asomando la cabecilla –Mi nombre es Inuzuka Kiba y él es mi compañero Akamaru –habló con voz entre ronca y estridente, lo que faltaba –Tengo trece años y espero aprender pronto muchos jutsus y sobre todo taijutsu porque tengo muchas ganas de patear traseros –y acto seguido lanzó una buena carcajada estilo Kiba para rematar su ya de por sí estridente presentación.
—Sigues tú, el de los lentes –se refirió Kurenai al raro de chaqueta verde menta que cubría la mitad de su rostro con el cuello de su prenda y además traía unos anteojos redondos, parecía un chico de aspecto medio sombrío.
—Bueno. Soy Aburame Shino. Trece años –terminó y dio un paso atrás para hacerlo notar.
"¿Es todo?" pensó Kurenai con una ceja enarcada. No se había equivocado, el chico era algo sombrío.
—Sigues tú, la pequeña.
— Ah… sí –cuando la señaló se sintió nerviosa y se hizo para atrás, también entrelazaba sus dedos de manera compulsiva y tenía vergüenza de presentarse, además desviaba la vista para no tener que hacer contacto visual. Aquellos gestos se le hicieron raros a Kurenai, pues era bien dicho que los Hyugas eran personas firmes, elegantes y orgullosas que no vacilaban en regodearte que eran Hyugas de una manera sutil y hasta elegante. Pero esa niña más bien parecía una parodia del clan Hyuga –Mi… mi nombre… es Hyuga… Hi-Hinata… t-tengo tre-ce años… m-me gustaría ap-aprender mu… mucho.
Y encima tartamudeaba como una posesa.
Kurenai no lo supo ese día, hasta algunos meses después se daría cuenta que fue en ese preciso momento donde hubo una conexión especial entre Hinata y ella. De solo verla tan pequeña, delgada, pálida y miedosilla a Kurenai le dieron muchas ganas de abrazarla y decirle que todo estaría bien, pero como era una maestra Jōnin principiante y aparte reticente, aquello no lo aceptaría hasta mucho tiempo después.
—Bien, tienen que pasar una prueba si quieren ser realmente parte del equipo 8. Si les parece, vayamos al campo de entrenamiento más cercano, ¿de acuerdo?
Los chicos asintieron obedientemente y siguieron a su maestra por donde caminaba.
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Era una tarde calurosa de verano, el sol estaba en su esplendor a eso de las dos de la tarde y Kurenai intentaba refrescarse un poco comprando una paleta de hielo sabor limón. Le pagó con unas monedas al dependiente y cuando se volteó Asuma estaba a centímetros de ella. Verlo tan de cerca y con ese porte que siempre le había gustado la hizo sonrojarse levemente, pero como Jonin y Yuhi que era, se controló y mejor se hizo a un lado.
—Hola, Kurenai –le saludó amablemente el ninja.
—Hola, Asuma, ¿Qué tal te va?
—No me quejo –se encogió de hombros –Dame una paleta de limón –le pidió al joven y éste enseguida se la entregó y Asuma le pagó –Veo que tienes tiempo libre, ¿quieres ir a pasear o algo así?
—No, gracias. Voy a llevar a los chicos a entrenar taijutsu esta tarde –musitó con una sonrisa y solo alguien como Asuma, que la conocía desde que ambos eran unos niños, supo ver el cariño con el que hablaba Kurenai de sus chicos.
—Vaya, y pensar que antes ni siquiera los querías –dijo burlón.
—No es que los quiera –la ojicarmín se sintió algo incómoda y descubierta –Es solo que ellos son bastante buenos como equipo de rastreo y eso ha aumentado mi salario –quiso arreglar las cosas con eso pero en el rostro de Asuma seguía esa sonrisa socarrona –Debo irme, nos vemos luego –se despidió sin siquiera esperar a que él también lo hiciera. Simplemente se fue de allí caminando rumbo al campo de entrenamiento.
En las tardes de entrenamiento Kurenai cada vez se acostumbraba más a las personalidades de sus alumnos. Kiba, el chico del clan Inuzuka, era extrovertido, alegre, aguerrido, inquieto y un poco irreverente, él hablaba por Shino e Hinata; quienes eran muy serios, poseedor también de un gran olfato capaz de detectar a una persona a kilómetros. Shino era la cabeza pensante del grupo, era analista, observador, quieto, inteligente y casi no hablaba más de la cuenta, además sus insectos; aunque algo asquerosos, eran una buena ayuda para rastrear y espiar ninjas. Pero su alumna más pequeña; Hinata, era harina de otro costal.
Hinata tenía todo para ser una ninja excelente. Poseía un poderoso Dojutsu pero no era suficiente. Le faltaba algo. Una cosa pequeña pero muy importante; confianza. Ella no se quería, se extralimitaba en sus entrenamientos, se quedaba después de todos practicando horas y horas sin obtener buenos resultados, porque su taijutsu seguía siendo deficiente al igual que su ninjutsu y ya mejor ni hablar de genjutsu. Su control de chakra parecía ser lo único que la colocaba a la par de sus demás compañeros. El byakugan era algo que no podía mantener por mucho tiempo y eso desanimaba bastante a la niña.
—Hola, cariño –la saludó Kurenai cuando vio que Hinata ya se encontraba en el campo de entrenamiento dando algunos golpes contra un árbol de prácticas. Hinata detuvo su acción cuando escuchó la voz de su maestra y sonrió al verla.
—Buenos tardes, Kurenai-sensei –saludó apropiadamente. Kurenai se había vuelto una de las pocas personas en que Hinata confiaba tanto al grado de no tartamudear frente a ella. Su sensei era calmada, de voz pasiva y no se desesperaba si algo no le salía bien a Hinata en el entrenamiento. Cosa diferente si fallaba en alguna de sus prácticas con su padre, que le sobre exigía más y más, sin descanso ni misericordia. Por eso Kurenai se había ganado a pulso el respeto de la pequeña Hyuga.
—Veo que llegaste temprano –se colocó a un lado de ella –Ven, vamos a recoger algunas flores aprovechando que los muchachos aún no vienen –la animó tocándole un hombro y Hinata siseó por lo bajo, intentando aguantar. Kurenai enarcó una ceja, confundida – ¿Te lastimaste con algo?
—Yo... ayer me caí –pero sin importar qué, si el tema era o se acercaba al clan Hyuga, la tartamudez de Hinata era inevitable.
—Déjame verte –con sus manos le desabrochó la chaqueta beige y vio que Hinata tenía miedo, sus ojos bailaban en la preocupación. Al bajarle un poco la manga de la chaqueta, Kurenai descubrió la marca de una mano grande que al parecer se había apretado con tal fuerza en torno al delgado y pequeño hombro de Hinata que incluso le había dejado un cardenal –Hinata, esto no es una caída –exclamó con seriedad. Hinata bajó la vista al suelo, incapaz de responder mientras mordía nerviosamente su labio inferior – ¿Quieres decirme qué es lo que pasó aquí?
Hinata se devanaba los sesos entre si era lo correcto decirle la verdad a su sensei o callarse las cosas del clan.
—Yo… estaba entrenando con mi padre.
—¿Recibes también entrenamientos en tu clan?
—Sí, para perfeccionar el puño suave.
—Ya veo –ahora que lo pensaba, era bastante lógico que por ser miembro de la rama principal tuviera entrenamientos a edad temprana –Deben ser entrenamientos muy duros para ti, ¿no? –le dijo mientras le soltaba la chaqueta y la jovencita se acomodaba su prenda.
—No –negó en seguida –Son básicos. Mi hermana menor Hanabi ya los pasó hace mucho y yo también debo pasarlos –decía todo aquello con la mirada en el suelo. Kurenai no podía creer lo crueles que podían ser en el clan Hyuga, pero si se ponía de analítica, el ser la heredera de un clan sin haber pasado mínimo los entrenamientos básicos cuando miembros por debajo de ti ya lo habían hecho, entonces sí era algo para con lo cual trabajar sin importar el estrés o el dolor que pudiera provocar, la primogénita tenía y debía pasar ya esos entrenamientos básicos.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Tal vez yo pueda ayudarte, pude haber enfocado todos tus entrenamientos a la rama del taijutsu desde hace un mes, no es mucho pero creo que habrías tenido un mejor control de tus golpes.
—Le agradezco, sensei… pero mi clan no querría eso. Debo entrenar para las tres ramas.
—Entiendo.
—¡Hey, a entrenar se ha dicho! –Kiba venía corriendo a lo lejos con Akamaru en un lado. Más allá se veía a Shino caminando a paso normal con las manos metidas en los bolsillos.
Era hora de entrenar para el equipo 8.
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Un crujido desgarrador se escuchó cuando la mano de Kiba tocó un costado de Hinata. Apenas la había golpeado, pues como eran prácticas de taijutsu un poco peligrosas, Kurenai les pedía que lanzaran el golpe rápido pero que se detuvieran lo más que pudieran a la hora de tocar la piel de su compañero oponente. Hinata cayó al suelo tocándose la costilla izquierda con ambas manos y una mueca de dolor aterrizó en su rostro. Kiba, alarmado, se hizo para atrás mientras que Shino se quedó en su lugar y Kurenai corrió hacia Hinata.
—¿Qué sucede? –se arrodilló al lado de su alumna con suma preocupación.
—Apenas la toqué –dijo Kiba, bastante pálido y asustado.
—N-no… es tu… culpa –respondió Hinata con la voz apenas audible y llena de dolor. Apretaba sus dientes con fuerza para no lanzar algún quejido pero no pudo evitar derramar un par de lágrimas.
—Será mejor que no la muevan –opinó Shino desde su lugar –Iré por un ninja médico –exclamó y enseguida se fue corriendo de allí a paso veloz.
Un poco más recuperado, Kiba se acercó a su compañera junto con Akamaru. La vieron los dos con preocupación, al igual que la Jōnin.
Pronto descubrirían que Hinata tenía tres costillas fracturadas.
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Unos toquidos incesantes y furiosos aparecieron tras la puerta corrediza de la pequeña oficina de Hiashi, seguidos por las voces de sus sirvientes Hyuga argumentando que debía irse de allí, que Hiashi-sama no estaba para visitas y otras negativas pero fuera cual sea la persona que estuviera ahí afuera no se daba por vencida porque seguía tocando altaneramente.
—¡Soy Yuhi Kurenai, más te vale que me recibas, maldito bastardo!
Escuchó el grito de una mujer furiosa. Yuhi Kurenai. Tenía entendido que era la maestra Jōnin de su primogénita; Hinata, y se preguntó qué estaría haciendo ella en el recinto Hyuga y con esos malos modos y gritos altisonantes.
Hiashi frunció el ceño y se levantó del cojín bastante malhumorado. No podía ser posible tanto escándalo en la mansión Hyuga y menos que nadie pudiera con esa mujer. "Incompetentes" pensó el hombre de cabellos castaños abriendo la puerta corrediza de golpe.
—¿Se puede saber a qué se deben tantos gritos? ¿Y qué hace usted aquí, señorita Yuhi Ku…? –su voz se vio bruscamente interrumpida cuando una suave pero fuerte mano le volteó la cara hacia un lado, descolocándolo totalmente. Sintió un ardor en su mejilla y los sirvientes de la rama secundaria gimieron del susto ante tal atrevimiento.
—¿Cómo se atreve a maltratar de esa manera a su propia hija? –le gruñó Kurenai indignada sin importar que los sirvientes intentaban sacarla de ahí ahora sí a la fuerza, halándola de los brazos y diciendo disculpas para el monarca del clan – ¡Es solo una niña de trece años, maldito violento! ¡Le quebró tres costillas! ¡¿Sabía eso?!
Hiashi, un poco más recuperado, volvió su vista al frente y se encontró con un par de ojos rojos que lo miraban con odio líquido. Por un momento pensó que era el temido sharingan, el kekkei genkai de los Uchiha, pero no. Él entrecerró los ojos despectivamente y le dio la espalda.
—Saquen a esta mujer de aquí.
—¡No, no me voy hasta que me expliques qué es lo que está pasando con Hinata! ¡Ella está en el hospital por tu culpa! –forcejeaba con los sirvientes y pronto un trio de guardias llegaron para encargarse de ella – ¡Eso que estás haciendo es violencia infantil, hijo de Inu! ¡Es violencia! –gritaba mientras era arrastrada por los fornidos Hyugas recién llegados.
Hiashi cerró la puerta corrediza y con los ojos cerrados intentaba calmarse mientras seguía escuchando los gritos e improperios que la mujer de los ojos rojos lanzaba contra él. Alzó la mano y se tocó la mejilla lastimada, aún ardía como infierno. Frunció más el ceño, si es que eso era posible.
Yuhi Kurenai, ojos del color de la sangre, la novia del hijo de Sandaime, la kunoichi con el mejor genjutsu del País del Fuego le había abofeteado frente a sus súbditos. Nunca ninguna mujer le había puesto la mano encima, ni siquiera su propia madre, y ahí estaba ahora, revolcándose en su herido orgullo Hyuga. Y todo por culpa de esa inútil primogénita suya.
Ya quería que Hinata llegara a la mansión. Y no le prometía misericordia. Oh, no.
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El cuerpo pequeño y extenuado yacía en el suelo sin alguna fuerza aparente. La delgada capa de sudor se extendía incluso a la cabeza y su cabello azul estaba mojado, casi como si recién se hubiese dado una ducha. Sus pequeños ojos estaban medio abiertos, medio dormidos, medio lastimados… volviéndose nada mientras miraba a su progenitor borrosamente a un metro de ella, de pie, con la mirada fría y despiadada de siempre diciéndole lo que más le había dolido hasta ahora.
—Jamás serás una digna sucesora del clan, ni siquiera eres digna de haber nacido en el clan Hyuga, ni tampoco deberías ser miembro de la rama principal. Estarías mejor si hubieses nacido muerta.
Si él tan solo supiera que Hinata llevaba muerta desde hace mucho tiempo.
Una lágrima caliente resbaló del ojo blanco de la pequeña y en ella se concentró todo el dolor, la desesperación y la ferviente sensación de sentirse nada, vacío, ligera como la nada. Ni siquiera hubo tiempo de derramar una segunda lágrima, se sintió agradecida por ello, el cansancio era tal que perdió la conciencia después de dos segundos.
Estarías mejor muerta.
Sí, lo estarías, pequeña perdedora.
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Kurenai estaba preparando té mientras calentaba algo de udon en una olla mediana. Su noche parecía muy tranquila. Las estrellas lucían hermosas y brillantes alrededor de la luna llena plateada. No había nubes entorpeciendo el panorama. Estaba fresco, no hacía calor, incluso una suave brisa entró por su ventana de manera reconfortante. Y teniendo todo eso en cuenta, Kurenai se sentía intranquila. Aquella tarde habían dado de alta a Hinata. Ella argumentó que estaría bien y un Hyuga; Ko, había ido a recogerla al hospital. Al contrario que los demás Hyugas, Ko poseía una mirada tranquila y eso logró calmar las paranoias de Kurenai, pero aun así no podía dejar de sentir miedo.
Tenía un mal presentimiento. Tal vez irle a gritonear y bofetear al líder del clan Hyuga había sido un pésimo error de su parte. Las cosas no se arreglaban peleando, bien lo sabía ella, pero se encontraba tan furiosa que no pensó en lo que hacía, solo fue y lo realizó.
Ahora se arrepentía mortalmente.
Su mente no dejaba de llenarse de imágenes de Hinata siendo lastimada y aparecía Hiashi como el responsable. Al hombre de largo cabello castaño no lo recordaba de niño, ni siquiera ella se recordaba siendo una infante. Tal vez se debía a la tensión de la tercera guerra ninja lo que le impidió guardar recuerdos.
Mientras comía su delicioso platillo con algo de té, sentada en la mesa solitaria de su departamento, intentaba generar recuerdos de Hiashi pero no lo lograba.
—Tranquila, es su padre, no va a matarla –se dijo a sí misma mientras se masajeaba las sienes para espabilarse de alguna manera.
No podía esperar a que Hinata se reintegrara a los entrenamientos para saber cómo estaba, para saberla viva y a salvo, a su lado.
Con el pasar de los días los entrenamientos del equipo 8 se sentían algo vacíos, ni siquiera Kiba que se había portado más inquieto que de costumbre había logrado llenar el hueco que dejaba Hinata. Shino parecía mantenerse al margen y de vez en cuando argumentaba que seguramente Hinata estaba descansando y estaría de regreso pronto.
Lo único que Kurenai podía hacer era esperar mientras veía el cielo azul nublado con sus ojos carmín y escuchaba a los muchachos practicar taijutsu de nivel medio.
Fue ahí, cuando Hinata faltó, que Kurenai supo lo que había sentido la primera vez que la vio esperando en el salón de la academia, esa rara conexión con la niña frágil. Entonces comprendió que ya era demasiado tarde, sus alumnos ya se habían anidado en su corazón sin proponérselo, sin que ella pudiese evitarlo.
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Un miembro de la segunda rama había irrumpido en su entrenamiento con Hanabi para avisarle que había una persona buscándolo, haciéndose llamar Yume Yasuko. Hiashi frunció el ceño y le dijo que la pasara al dojo.
—Espera un momento, Hanabi –le dijo a su hija menor y ésta con la respiración al borde del colapso se tiró de rodillas al suelo para intentar recuperar el aliento.
Con su mirada gélida y su rostro orgulloso, Hiashi esperó pacientemente a su visitante y se llevó una gran sorpresa al descubrir que se trataba de una mujer castaña de pantalón rojo y chaleco Jōnin a la que conoció inmediatamente.
—¿Así que ahora mientes sobre tu nombre? –le dijo él a modo de saludo, sin siquiera verla, separados por unos metros de distancia.
—Me atendieron personas que no había visto antes y pensé que si sabían mi nombre no me iban a dejar entrar –explicó ella con su voz femenina. Y era suave. Y era linda. Eso pareció molestarle a Hiashi.
—¿A qué viniste? –inquirió, aunque de antemano ya sabía la respuesta.
—Quería ver a Hinata.
—¿Querías verla? –enarcó una ceja.
—Quiero verla –corrigió mirándolo desafiante, empequeñeciendo sus ojos.
—¿Entonces por qué me buscaste a mí?
—Quiero su permiso para seguir entrenando a Hinata –le habló de "usted", no quería llevarse más mal con él, prefería evitar disgustos para no afectar a su pequeña alumna –Sé que no puede moverse mucho aún, pero serían entrenamientos ligeros y clases teóricas. Puedo venir aquí todos los días si es necesario.
Hiashi la observó detenidamente, analizándola con su gélida y despectiva mirada Hyuga.
—¿Por qué no aprovechas para llevártela? Ella no me sirve –le propuso.
Kurenai abrió los ojos con suma sorpresa ante lo que había escuchado de Hiashi.
—¿A qué te refieres con eso? –preguntó alarmada.
—Ya lo sabes –gruñó y a pesar de todo parecía tan tranquilo –Hanabi, levántate –musitó mientras su pequeña hija hiperventilaba, aún se encontraba de rodillas en el suelo. Kurenai al ver la postura de Hiashi, agregó:
—Bien, entonces yo me encargaré de Hinata, ¿Pero está seguro de querer eso? –Hiashi la vio de reojo —Ella es su primogénita y la heredera de su casa. La vida de un genin puede ser peligrosa y muy breve –El hombre volvió su vista al suelo, incapaz seguirla viendo.
—Haz lo que tengas que hacer –dictaminó el jefe de la familia con la vista al frente, muy seguro de sí mismo.
Kurenai se molestó.
—Ella es menos digna que su hermana que es cinco años menor. Al clan Hyuga no le sirve un heredero así.
Kurenai apretó los labios, casi mordiéndoselos para no soltar algún improperio como la vez anterior, pues sabía que perder los estribos no era buena opción.
—Si ya no tienes nada qué decir, tenemos trabajo qué hacer, puedes irte –le ordenó como si fuera su súbdita.
—Entiendo –ella no iba a discutir. Inmediatamente se dio la media vuelta y salió del dojo. Apenas puso un paso afuera y se sorprendió demasiado al ver a Hinata a un lado de la entrada.
Lo había escuchado todo y ya no se molestaba por ocultar su tristeza en su pálido rostro. ¿Por qué? ¿Para qué? Ya no tenía más máscaras, tenía demasiada tristeza dentro y era hora de dejarla salir.
Era hora de darse por vencida.
—Hinata –fue lo único que pudo susurrar. A lo lejos se escucharon los golpes y la voz de Hanabi, lo que indicaba que el entrenamiento para la Hyuga menor se había reanudado. Solo para Hanabi, no más entrenamiento para Hinata. Era una pérdida de tiempo, lo mejor sería concentrarse en la hermana que sí cumplía con las expectativas Hyuga. Mientras tanto, la mirada baja de Hinata solo arañaba filosamente el corazón de la mujer Yuhi.
De pronto, Hinata vio una mano blanca extenderse hacia ella. Levantó la vista y observó a su maestra.
—Vamos a entrenar –le ofreció la castaña con una dulce sonrisa. Tan cálida como la de una madre. Hinata volvió a ver la mano de Kurenai. Seguía allí, para ella, para Hinata –Si no nos apresuramos, Kiba se molestará y ya sabes lo fastidioso que puede ser ese niño –agregó divertida.
De las profundidades emergió una sutil sonrisa en el rostro pálido de Hinata.
Ella, Kurenai, su maestra confiaba en ella. No podía decepcionarla. No a más personas.
Levantó su mano y tomó la de su sensei con cuidado. Kurenai apretó la mano pequeña y la estiró para ayudarle a levantarse.
—¿Usted cree que yo… pueda llegar a ser una ninja? –preguntó tímidamente mientras Kurenai la sacaba del recinto Hyuga tomando su mano.
—Hinata –se detuvo en seco la kunoichi y sonrió –Ya lo eres, cielo.
Hinata asintió pero, sinceramente, ella no se sentía muy convencida por la respuesta de su maestra. "Aunque sea…" pensó Hinata, "alguien confía en mí". Y eso empezaba a motivarla un poco. Casi nada. Pero al menos era algo.
Cuando llegaron por fin al campo de entrenamiento efectivamente allí se encontraba un desesperado Kiba junto a su perro Akamaru y Shino; tan serio como siempre. Hinata, quien no los había visto por casi dos semanas, corrió a juntarse con sus compañeros y éstos la recibieron con sonrisas y ladridos de alegría.
Kurenai la vio sonreír mientras platicaba con el resto del equipo. El equipo 8, el mejor especializado en rastreo. O al menos eso era lo que visionaba para un futuro.
Restiró sus labios carmines en una sonrisa.
El número ocho comenzaba a gustarle, y mucho.
Espero que les haya parecido bien que retratase un poco los pensamientos de Kurenai los primeros días que fue maestra. No se ve mucho la relación Kure-Hiashi, pero es que apenas vamos empezando. Un poco de paciencia. Mientras tanto, si tienen tiempo, díganme qué les pareció el capítulo, qué esperan leer.
Próximo capítulo: Crisálidas.
¡Gracias!
Nos leemos luego… si tú quieres.
