Título: Heaven from here
Fandom: The mortal instruments
Claim: Alec Lightwood. Jace Wayland. Jace/Alec
Disclaimer: Alec es mío, fin de la historia (no, la verdad son de la Clare, para mi desgracia).
Summary: Jace sonríe con la frente apoyada en su mejilla y le susurra algo que no entiende y que suena a todo y nada en concreto. —Viñeta, Alec/Jace.
Nota: Gracias a mi esposísima Analu (que escribe como los putos dioses, no se dejen engañar) por escribir el último párrafo, que yo ya estaba bloqueada totalmente. Espo, en serio, TE AMO.
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«El tiempo se consume y lo demás no cuenta.»
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Cierra los ojos y sonríe, el contraste de la pared helada contra su espalda ardiendo es casi tan placentero como el cuerpo de Jace presionado contra el suyo. Alec ya no sabe ni qué pensar acerca de lo que está pasando (lo que pasará). Sus pensaientos son una masa de incoherencias varias, de «Y qué sí...», de imágenes soñadas incontables veces que se parecían mucho a lo que estaba viviendo en esos momentos por lo que no puede evitar preguntarse si no lo será esta vez también, un sueño y nada más. La abrumadora esencia de Jace le envuelve, sus labios no son capaces de separarse de los suyos; le falta el aire, pero no quiere respirar, necesita que Jace sea ese oxígeno, necesita que sea él quien haga que su cabeza deje de dar vueltas, que haga que sus pulmones dejen de quejarse por la falta de ese algo vital y se den cuenta de que eso que precisamente necesitan no es más que Jace. Sus manos le recorren en cuerpo, las de Alec están paralizadas ahí donde la espalda pierde su nombre; le tensión es palpable, pero Jace parece no notarlo (o no importarle), así que cuando Jace mueve su mano hacia su cuello y simplemente la deja ahí, acariciándole donde el cuello y el hombro se unen, Alec no puede hacer algo más que relajarse. Jace sonríe con la frente apoyada en su mejilla y le susurra algo que no entiende y que suena a todo y nada en concreto. La fricción inintencionada sólo le hace querer frotarse contra él hasta el fin del mundo, hasta que no pueda más y se corra (gritando su nombre, porque así es Alec; aferrándose a sus hombros, su espalda, para no caer; besándole de nuevo como si no hubiera otro día, como que nada más importara). Siente cómo el cuerpo le falla, cómo la cabeza sigue dándole vueltas, cómo una tensión, casi desesperación se apodera de él cuando siente toda esa presión y no puede hacer absolutamente nada, porque sus manos están sobre su cabeza desde ni siquiera sabe cuándo, pegadas contra esa pared que le sirve de soporte, aprisionadas de una manera casi dolorosa por una de las manos de Jace. Y Alec no puede hacer nada, nada.
Gime, grita, ronronea. Intenta moverse, pero no puede; puede sentir la sonrisa de Jace contra sus labios, puede sentir cómo sus caderas se mueven en un ritmo más frenético contra las suyas, puede sentir cómo el aire comienza a faltarle otra vez, cómo sus pulmones se comprimen, cómo dentro de su garganta un grito comienza a formarse, más lentamente de lo que le gustaría.
Y entonces muere. Alec muere en los brazos en Jace, entre gemidos y jadeos, su corazón latiendo tan rápido que lo único que puede hacer es morir. Se muere en vida. Y cuando los labios de Jace succionan su piel, cuando sus dientes le muerden el hombro, y lo mira, todo dorado ahora, todo lleno de cicatrices, un ángel besándolo, sabe que está en el cielo. Busca morir una y otra vez solo para tocar al ángel caído que lo tienta y es prohibido, que lo toca y lo lastima, y que se ha hecho indispensable en su vida.
