PRÓLOGO
Me desperté con el primer rayo de sol que traspasó la ventana de mi nueva habitación. No me apetecía nada empezar el nuevo día que me esperaba, no sabía que iba a suceder ni si me iba a gustar mi nueva vida, pero eso debí pensarlo antes de tomar la decisión que cambiaría mi mundo por completo.
Al estirarme, Octubre, mi gato viejo y gruñón, saltó de la cama e hizo caer una caja.
Empezamos bien el día pensé con un sabor amargo en la boca y con la idea de comprar cortinas. Miré el montón de cajas que guardaban mis cosas mientras maldecía para mis adentros no haber recordado sacar ropa limpia para ponerme. Lo único que destacaba en aquel desorden tan lúgubre era mi vieja guitarra que tanto me había acompañado. La miré con melancolía durante un rato y me levanté para ir al baño, donde me duche rápidamente de forma automática sin parar a pensar. Después de secarme me dirigí a la cocina.
Baxter estaba tumbado en la gran alfombra blanca que ocupaba el centro del salón y al verme dio un brinco de alegría mientras agitaba de un lado a otro su larga y peluda cola. Lo acaricie un par de veces y miré a mi alrededor. La tele no estaba puesta y me resultó extraño, ya que a mi tía Melisa le encantaba escuchar las noticias mientras preparaba el desayuno.
- ¿Tía? ¿Estás ahí? – dije lo suficientemente algo como para que se me escuchase en toda la casa, pero no hubo respuesta.
Entré en la cocina y vi que encima de la encimera había una nota de un color rosa intenso junto una bolsa de papel y dinero. Cogí la nota y la leí con detenimiento.
A mi cariñín:
Siento no estar en tu primer día, pero me han surgido unos asuntillos urgentes. Te dejo tu merienda del recreo y dinero por si lo necesitas. Hay cereales de los que te gustan en el armario de la derecha. Por favor, no te enfades. ¡Mucha suerte y pásatelo bien!
Tu tía
Suspiré mientras hacia una bola arrugando la hoja con olor a rosas. Cogí el pan de molde y dejé el pan tostándose mientras me rascaba la cabeza con pereza.
Entré en mi nuevo cuarto, horrendamente rosa y pasteloso, como el resto de la casa. Decididamente tenía que remodelarla. Saqué de la primera caja que vi una camiseta sencilla de manga corta y cogí el pantalón vaquero desgastado que descansaba desde ayer en la silla que había en el cuarto. Después me dirigí al salón y puse la televisión con la esperanza de ver los últimos minutos del noticiario de la mañana. Nada interesante. Me encogí de hombros y recordé el pan que había dejado en la tostadora y fui corriendo a la cocina. Por suerte no se había quemado… del todo. Unté un poco de mantequilla en uno y empecé a mascar mientras guardaba unas cuantas cosas básicas en la mochila: una carpeta, hojas, bolígrafos, y el libro que me estaba leyendo. También guardé el almuerzo que la tía Melo me había hecho con tanto cariño a pesar de que dudaba que me lo fuera a comer, pero no la iba a hacer el feo. Comprobé que mis mascotas tuviesen sus respectivas comidas y volví al salón mientras me guardaba el dinero en el bolsillo. Justo a tiempo para oír el parte meteorológico.
Me apoyé en un brazo del sofá mientras rezaba para que apareciese un huracán repentino, un tornado oportuno e incluso una ventisca en pleno mes de Mayo. Todo con tal de no ir a clase. Pero para mi desgracia hoy me esperaba un asqueroso día soleado y pacífico. Miré el reloj y pegué un salto al ver que llegaba tarde si no me daba prisa.
Agarré mi mochila y demás efectos personales mientras aguantaba la tostada en la boca. Me até los cordones lo más rápido que me permitieron mis torpes dedos y aceleré el paso hacia la puerta con las llaves de la cadena de mi bici ya en la mano. En la entrada frené en seco y miré a la mesa que coleccionaba fotos de mi familia. No había muchas, como unas seis o siete. Me quedé absorta en una en particular. Salíamos mis padres, mi hermano mayor y yo, hace años atrás, cuando yo tenía más o menos cinco años y mi vida era mucho más fácil.
- Me esforzaré, no tenéis que preocuparos de nada – susurré con la esperanza de que, estuviesen donde quiera que fuese, mis difuntos padres me escucharan y se quedasen un poco más tranquilos -. Estoy bien…
Al levantar la cabeza me encontré con el espejo de pared que mi tía había colgado para asegurarse de ir bien arreglada antes de salir a la calle.
Fue la primera vez que me miraba la cara desde hace tres días y me parecía una persona totalmente distinta. Peiné despistadamente con los dedos mi pelo corto y rojizo hasta terminar en los dos mechones más largos que ocupaban la parte delantera de mi cabello, mientras miraba mis ojos verdes. No tenía mala cara, por lo menos era mejor que la que tenía hace unas semanas.
De repente volví a la realidad y corrí escaleras abajo.
Empezaba una nueva vida y llegaba tarde.
