Inspirado por la canción "Accidentally in love" de Counting Crows mientras iba en el coche.
Esta historia comienza con un "érase una vez" y termina con un plátano. No, es el final del cuento de hadas censurado. Simplemente, algunas historias suceden así.
Y te podría pasar a ti.
Pues bien... Érase una vez un alegre balconcito en París...
―
Es una hermosa mañana de lunes, y Jehan acaba de salir a su pequeño balcón repleto de flores para saludar al nuevo día y llenarse los pulmones de aire fresco y fragante... y de un poco de humo de tabaco.
―¡Buenos días, señor Dubois! ―saluda alegremente a su vecino, que está en bata y tiritando en su balcón porque su mujer le ha prohibido fumar dentro de casa.
―¿Qué tienen de buenos? ―gruñe el señor Dubois, que apaga el cigarrillo y vuelve a entrar en su piso.
Oh, vaya... ¿Es que ya no hay lugar en el mundo para un poco de amabilidad?
Pero Jehan no va a dejar que el mal humor de otros pinche el enorme globo rosado de su optimismo matutino, así que recoge su regadera y se inclina sobre las jardineras para regar amorosamente sus plantas, incluida aquella que ocupa discretamente un rinconcito y que es oficialmente una tomatera. Riega incluso el tiesto vacío de sus difuntas violetas, donde ahora crecen malas hierbas. El problema de las malas hierbas es que las pierde su nombre. Nadie las arrancaría si se llamasen, por ejemplo, hierbas libres. Porque eso es lo que son.
Qué mundo tan intolerante, piensa con tristeza mientras observa la calle. Qué injusta dependencia de los cánones establecidos que etiquetan como "malo" todo aquello que no encaja, qué sociedad tan superficial, qué…
...qué pantalones de running tan cortos... y qué hombros esculpidos… qué bíceps perfectos los de ese chico que se acerca corriendo por la acera…
Para cuando Jehan se da cuenta de que está derramando el agua de la regadera, su Adonis con lycra ya está justo bajo el chorro de agua. ¡Chof!
¡Oh, no!
Jean retrocede para que no lo vea, y en su precipitación golpea con la regadera un tiesto de geranios que se balancea y…
―¡Noooooo!
―
¿Quién manda? ¡Yo mando! ¿Quién manda? ¡Yo mando! ¡YO MANDO!
Inspirar, exhalar, inspirar...
Bahorel comprueba su pulsómetro. ¡Sí, es un maldito metrónomo! Diecinueve kilómetros. ¡A por el veinte! ¡No hay dolor! No hay calambres ni agujetas ni importa si son las siete de la mañana de mierda. ¡Quedarse calentito en la cama es de nenazas! Casi se disloca el cuello al pasar frente a una pastelería... ¡Pero no! ¡Las grasas saturadas son para los débiles! Él va a ser el primero de su promoción, el mejor bombero de la ciudad.
Oh, sí, ya puede verse... abriendo la puerta de una heroica patada para salir entre las llamas rugientes con la chica en brazos, todo a cámara lenta mientras...
¡Chof!
―¿Pero qué...?
Bahorel se detiene en seco cuando (literalmente) un chorro de agua fría lo saca de su ensoñación.
Craso error.
―
¡CRASH!
El repentino estrépito sobresalta a Cosette, que suelta un gritito y se detiene en la acera para comprobar con espanto que hay tierra salpicando su falda y sus… sus zapatos nuevos… ¿Pero quién ha sido el…?
―¡Oh, cielos!
¡Hay un hombre tendido en el suelo! Olvidándose de sus zapatos (de momento), Cosette corre en su auxilio.
―¡Ay, dios mío! ¿Estás bien? ―dice sacudiéndole del pelo un montón de tierra y un plantón de flores―. ¿Estás vivo? ¡Di algo!
El accidentado emite un ruidito gorgoteante y balbucea:
―¿...guien banda...?
Ay, dios, está delirando. Cosette revuelve frenéticamente su bolso en busca de su teléfono mientras otros viandantes los rodean alarmados.
―Tranquilo, pediré una ambulancia.
―...yo bando...
―
―"Guten Tag, ich heiße Egbert" ―dice la voz en sus auriculares.
―Guten Tag, ich heiße Marius Pontmercy ―repite Marius moviendo sólo los labios. No quiere que la gente lo oiga hablar solo y lo tome por un loco.
¿Pero por qué tuvo que poner alemán medio en su curriculum? Tenía que haber sabido que esto pasaría, no se llega a ninguna parte siendo deshonesto (pronto aprenderá que se equivoca muchísimo) y ahora está a punto de enfrentarse a la peor entrevista de trabajo de su vida. ¡Nunca será abogado, nunca!
Cruza la calle arrastrando su miseria... y en mitad del paso de peatones sufre una epifanía.
Ella...
¡Es una aparición, un ángel, un sueño!
El alma de Marius se estremece en un momento de delirio sin aliento y su mundo cambia en una explosión de luz y de repente quiere cantar y si alguien le dijera que está siendo infantil y que a nadie le importa su alma solitaria le daría un puñetazo en la cara porque una flecha lo ha alcanzado y está sangrando de amor y oh dios es la luz de...
Un abrupto frenazo chirría sobre el asfalto. Marius gira la cabeza y ve pasar su vida entera ante sus ojos.
No hay mucho que contar.
―
Combeferre da una cabezada sobre el volante... y se despierta sobresaltado cuando el coche que lo sigue hace sonar furiosamente el claxon.
¡Está conduciendo a diez por hora!
Pisa el acelerador parpadeando y se sube las gafas que están resbalando sobre su nariz. Dios, necesita dormir aunque sea una hora, ¡media hora! Se ha pasado la noche trabajando en el proyecto y ahora la presentación va a ser un desastre.
―"A veinte metros, gire a la izquierda".
Combeferre gira en la siguiente calle olvidando poner el intermitente. Y además llega tarde. ¿Podrían ir peor las cosas?
¿Y no sabe que pensar eso solo sirve para llamar al mal tiempo?
―"Recalculando ruta".
―¿Qué? Pero... ¿qué?
Tiene que hacerse mirar ese problema con la izquierda y la derecha. Se supone que es listo, tiene dos carreras.
―"Recalculando ruta".
―Te he oído la primera vez.
―"Ninguna ruta encontrada".
―¡Por qué me odias!
¿Por qué está discutiendo con el navegador? Necesita una vida fuera del trabajo. Y necesita café, mucho café.
El conductor que lo sigue vuelve a hacer sonar el claxon. Malditos ejecutivos estresados con antipatrióticos coches alemanes. Su viejo Renault 5 sin aire acondicionado es mucho más fiable que ese...
¡Idiota pasmado en medio de la calle!
Sus conexiones neuronales faltas de sueño transmiten impulsos enloquecidos a sus músculos:
¡Frenar! ¡Frenar! ¡Pedal derecho!
¡No!
¡Izquierdooooooo!
―
―¡Estaba en ámbar! ―grita Courfeyrac al universo sobre el furioso rugido de su motor de doscientos caballos. ¿Conducción agresiva? ¡Ja! Lo que pasa es que los demás están atontados.
Oh, no está de mal humor. Simplemente le gusta conducir. De hecho, está muy contento porque acaban de abrir un Starbucks debajo de su casa. Ya se ha tomado dos cafés esa mañana, y el tercero lo ha pedido para llevar y lo tiene en la mano mientras conduce.
―Mm-mmm ―dice sonriendo mientras prueba un sorbo metiendo en la nariz en la montaña de nata montada, y acto seguido aporrea el cláxon varias veces―. ¡Vamos, písale, abuelo!
Pedro Picapiedra parece despertar del coma y acelera. ¡Al fin! Courfeyrac pisa el acelerador...
Y el troncomóvil frena en seco.
―¡Oh, mier...!
Su cara hace CHOF contra el café y luego POF contra el airbag, que después se desinfla muy despacio para desvelar un pegote de nata montada donde debería haber una cara que, aunque no se ve, es casi con toda seguridad la de alguien muy muy furioso. El parabrisas no se ha roto, pero el capó del coche parece un humeante acordeón.
―La madre que... ¡Mi coche! ―exclama Courfeyrac. ¡Ese imbécil lo va a oír! Abre la puerta de par en par.
―
Enjolras gira temerariamente en el cruce haciendo derrapar la rueda trasera de su bicicleta.
Doscientos nuevos kilómetros de carriles bici. Estaba en el programa electoral, pero claro, era otra sucia mentira. ¡Corrupta clase política! ¿Y qué hacen mientras tanto los honrados ciudadanos que les dieron su voto? ¿Se indignan? Sí. ¿Se quejan a todas horas? Claro que sí, ¡son franceses! ¿Pero mueven un dedo? ¡No! Se dedican a ir de un lado a otro en sus coches de gasolina, contaminándolo todo, causando el calentamiento global, sabiendo que el petróleo es la causa de tantas guerras y que son las compañías petroleras las que controlan los gobiernos del mundo entero.
¡No es un conspiranoico! ¡Es la verdad!
¡La gente es tan irresponsable!, piensa mientras esquiva a los peatones de un paso de cebras y se salta un semáforo en rojo haciendo eslalon entre el tráfico. Pedalea a toda velocidad para rebasar una hilera de coches parados y de repente uno de ellos abre la puerta de par en par.
¡!
―
Grantaire va camino a casa arrastrando los pies. La noche ya ha dado bastante de sí... o, quizá… sí, ya es de día.
¿Qué?, dice mentalmente a las personas con las que se cruza. No me juzguéis. Como si vosotros nunca hubierais cogido una cogorza.
Tiene la peor resaca de su vida. Vale, puede que del mes. De la semana. Café, necesita café. Café e ibuprofeno, todo junto en un bol de cereales.
Dios, juro que no vuelvo a beber.
Pero Dios debe saber que miente porque, un segundo después, un ángel vengador cae del cielo y lo fulmina contra la acera.
Cuando se recupera de la conmoción y ve al chico que está encima de él, Grantaire se queda sin habla. No, no es el alcohol residual. De verdad es así de guapo y lo está (traga) mirando a través de una mágica lluvia arcoíris de papelitos multicolores que parecen ser...
...panfletos de alguna clase.
―Lo siento, ha sido un accidente… ―dice su ángel exterminador, que se apoya en las manos para levantarse, resbala sobre los panfletos y vuelve a caer sobre él.
Grantaire eleva la mirada al cielo. Sean cuales sean los planes que Dios tiene para él, la respuesta es sí.
Junto a ellos pasa girando una rueda de la bici, que se aleja por la acera mientras un perrillo la persigue ladrando.
―
Musichetta ha escogido un mal día para aprender a patinar. Todavía no lo sabe, pero está a punto de descubrirlo. En este momento está abrazada a una farola, con el cuerpo inclinado hacia adelante y el trasero en una postura digamos comprometida, recobrando la presencia de ánimo para intentarlo de nuevo. Avanzar no es el problema. El problema es todo lo demás. Únicamente sabe ir en línea recta y sólo consigue frenar contra las farolas o directamente contra el suelo.
¡Oh, vamos, hasta las niñas de seis años pueden hacerlo!
La chica respira hondo, se da un leve impulso empujando la farola y empieza a rodar de nuevo… al mismo tiempo que una rueda solitaria se dirige hacia ella… perseguida por un perro…
―Ay, dios… ay, dios… ¡Vete, vete, nooooo!
Absorto en su persecución, el perrillo ignora sus súplicas y enreda la correa en sus piernas, arrastrándola en su loca carrera.
―¡AaaaAAaaaHH!
Musichetta agita los brazos como si quisiera aprender a volar antes de estrellarse aparatosamente contra un puesto de frutas.
Siempre hay un puesto de frutas.
―
Bossuet camina por la calle camino del trabajo. Son las siete menos cuarto, comprueba cuando mira su reloj, y por suerte no lo hace volcando el café que lleva en la mano como hizo ayer. Tiene tiempo de parar a comprarse un bollo en la pastelería que está más adelante, siempre que no haya mucha cola y si… si, de hecho… no fueran aún las siete menos cuarto.
¡Se le ha parado el reloj!
¡Mierda, oh, mierda!
Echa a correr sin pensar en el café y éste se le derrama encima empapando su camisa. Por lo menos no quema, ya se lo sirvieron frío. Lo tira a una papelera y reanuda su carrera cuando ve varias naranjas rodando por la acera… Un mal presentimiento hace que se detenga.
Hay un plátano despachurrado delante de él. ¡Casi lo pisa! Bossuet no puede creerlo, ¡se ha librado de ésta! Puede que su suerte esté empezando a cambiar. ¿No es maravilloso?
Lo sensato hubiera sido rodear el plátano; lo socialmente responsable, recogerlo y depositarlo en la papelera más cercana. Pero Bossuet lo está mirando muy serio. Lo que se está preguntando es esto: ¿Es sólo un recurso humorístico de los dibujos animados o de verdad son tan resbaladizas las pieles de plátano?
De repente, el espíritu pionero que sacó a la humanidad de las cavernas y la lanzó a la conquista del espacio se apodera de él.
¡Comprobémoslo!
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―Esto... ―dice Joly mirando el caos con desconcierto mientras las luces de la ambulancia parpadean tras él―, ¿alguien ha pedido un médico?
