Prefacio: No se hace, se nace.

Sr. Lunático:

Se requiere su presencia inmediata en el Gran Salón puesto que se ha dado vuelta el mundo y sería interesante que, siendo usted una eminencia de alta alcurnia, evalúe la situación y conceda su aprobación a su regalo de cumpleaños.

Deseando que no se espante ni se sorprenda, ni menos piense que es obra de algún otro pillo, se despide.

Minerva McGonagall

Enrolla el pergamino, lo ata a una lechuza y emprende camino a paso rápido, con su capa ondeando tras sus pasos. No está acostumbrado a utilizar tacones, se ha golpeado al menos cinco veces contra extremos de las paredes y ni aún así se puede acostumbrar a ese cuerpo. Prefiere no mirarse, no tocarse, no hacer nada de nada porque luego se arrepentirá y será tan insoportable el recuerdo que ni mil mujeres en su cama lo ayudarán a superarlo. Viene de los jardines, le ha obligado a unos cuantos muchachos que se quiten la corbata, que se quiten los zapatos y que hagan duelos con los encantamientos que les plazca. Cuando pasó por el Gran Salón, felicitó a unos alumnos de segundo que estaban jugando a juegos de apuestas; a una muchacha que caminaba con una pila de libros que superaba su cabeza, le advirtió que si seguía con esas conductas tendría que castigarla, y con un encantamiento transformó los libros en discos de vinilo. Ahora camina lo más rápido que puede hacia la Torre de Astronomía, pasa frente a un espejo y se ve a sí mismo en ese cuerpo de institutriz avejentada, de figura estirada y sombrero de pico. Sirius sabe que atrás suyo hay unos cuantos estudiantes que lo siguen, porque lo que está haciendo McGonagall es completamente extraño, inexplicable, de leyenda absurda y definitivamente hay que ver para creerlo. Sirius también la hubiera perseguido paso tras paso para vivir tal experiencia, quizá irrepetible.

Cree que a estas alturas deberían darse cuenta de que algo anda mal, debieron haberse percatado de ello, al menos cuando comenzó a bailar step en medio del Gran Comedor invitando a los alumnos. Pero a juzgar por el rostro de los estudiantes que lo siguen, ni uno parece pensar que McGonagall ese día no es McGonagall, hasta ahora ninguno sospecha que es uno más de los tantos planes merodeadores. Ninguno, en realidad, pensaría que los merodeadores llegarían a tanto como para manipular con un imperius a la profesora, probablemente ni hayan oído de la poción multijugos y, sin lugar a dudas, siempre albergaron en su corazón la esperanza de que McGonagall podría llegar a ser algo más que un trozo de carne que solo sabe dar deberes para los fines de semana. Lo real es que debajo de esta mujer tan radical, había oculto un merodeador en su etapa de adolescente más gamberra, en auge de su popularidad, y con el menor criterio consciente ni sentido del peligro del que nunca tendrá. Mientras sigue su camino, no para de repartir consejos a estudiantes que se encuentran en los pasillos, regala unas cuantas bombas fétidas e incita a varios a dibujarles bigotes a los personajes de los cuadros.

— Profesora McGonagall, que gusto encontrarla por aquí.

No llega a su destino, de hecho le faltan dos escaleras, pero es interceptada por Dumbledore, quien la observa con su semblante tranquilo, él también cuenta con una columna de niñatos totalmente anonadados por los trucos y bromas que viene haciendo.

— Profesor Dumbledore— Saluda ella—Veo que ya tiene su propia fila de fanáticos

El anciano se voltea para asegurarse de la cantidad que lo sigue, y McGonagall no pierde oportunidad para hacer un gesto con su mano, aludiendo a unos cuernos notables por encima de su cabeza sin que este se percate. Los alumnos ríen, otros se tapan la boca desbordados por la preocupación. Dumbledore se da vuelta sabiendo que algo está haciendo la sinvergüenza de McGonagall y sonríe antes de hablar.

— No se pase de lista, gata, que yo seré viejo pero no tonto.

— Pierda cuidado Albus, tan solo le he explicado a los alumnos que usted es un cornudo—Sirius le guiña un ojo a ese James de cabellera blanca y anteojos de media luna—Y al respecto de lo de gata, guárdeselo para la intimidad.

Dumbledore contiene una carcajada, pero se recompone de inmediato porque está seguro que su barba se está achicando y sus canas se están tiñendo de negro, y no es la idea quedar descubiertos en frente a tantos estudiantes.

— Le propongo algo Minerva, viendo que tanto usted como yo hemos ganado la fidelidad de varios, la desafío a comprobar qué grupo de estudiantes entendió mejor la clase de hoy.

La profesora McGonagall mira hacia atrás y ve el rostro de los muchachos que la siguen, sin duda más por desconcierto que por fanatismo, pero Sirius sabe a qué se refiere James y tienen que darle un cierre a eso antes de que se pase el efecto de la poción.

— ¡Alumnos, concentrados!— Exige ella con su tono académico. Forman un círculo, se apiñan lejos de Dumbledore y su grupo—Esto es serio— Murmura tensa— Hay que darle una paliza a ese viejo que se cree el más libertino de este castillo. —No obtiene respuesta de su grupo y da por seguro que va a perder; pero él es Sirius Black, mierda, maneja a las masas a su antojo, es un manipulador innato ¿cómo es que no logra que un puñado de estudiantes le obedezcan? Duda por un segundo que sus habilidades sean nulas y toda su popularidad se deba a su despampanante belleza. No, no lo admitiría, su belleza es increíble, pero él es algo más que eso, es algo más que .Estú .Lockhart —Hoy alumnos, se ganarán su Extraordinario si logran hacer lo que les pido, si corren por todos los pasillos, si molestan a todos los fantasmas, si saltan sobre las mesas y le avisan a todo el mundo que debe ir al Gran Salón. Quiero que sean maleducados ¿han oído? Quiero que anden desnudos, que no se peinen, quiero que corran lo más rápido posible hacia el Gran Comedor y acaparen la mayor cantidad de alumnos posibles. ¿Han entendido? Y claro, gánenle a ese grupo de babosas.

Dumbledore y su grupo parece listo, McGonagall se quita las arrugas de la falda, saca su varita y grita al unísono con Dumbledore.

— ¡A Correr!

Y tal como demandaron, la masa estudiantil toma carrera y se larga a correr generando un estruendoso ruido que retumba en las paredes. Se escuchan sus gritos de emoción, de una exaltación que va más allá de ellos, por el miedo de no tener límites, de que las autoridades le han concedido libre albedrío y no están lo suficientemente listos como para saber qué hacer con él.

Dumbledore y McGonagall miran a los niños con una satisfacción que compromete a sus facciones, se miran satisfechos y caminan hacia el final del pasillo y suben las escaleras que le faltaban para llegar a la torre de astronomía. Allí, ambos profesores de largos años se sientan en el suelo, se tiran de espaldas y disfrutan mirando el cielo estrellado, conforme con su rango de autoridad, esperando que sus cuerpos muten y vuelvan a ser los que siempre fueron, unos quinceañeros festejando el cumpleaños de un muy buen amigo. McGonagall pierde el rodete y le crece un cabello negro y brillante, su cuerpo se ensancha y su rostro comienza a adoptar unos rasgos joviales y aristocráticos donde no hay lugar ni para una sola arruga. Dumbledore sufre un corte radical de cabello, sumado a una coloración negra azabache. Sin duda ese viejo se ha hecho implantes porque la cantidad de cabello que se le suma es abrumadora, se le achica la nariz, pierde estatura, se cambia los anteojos de medialuna por unos redondos y deja de ser Dumbledore para ser James Potter.

— ¿A que no pudimos haber calculado mejor el tiempo?— Inquiere James mientras se para y se quita esa túnica larguísima, así como los zapatos y las bombachas extrañas que usaba el director bajo las ropas.

Sirius, quien apenas le falta unos detalles para volver a ser él mismo, también se incorpora y mira su reloj de pulsera. Le contesta con una voz ahogada puesto que se tiene que quitar la túnica de la vieja profesora.

— De hecho vamos mucho mejor de lo que pensamos— Asegura y se acomoda el cabello para luego quitarse el sostén. —Es un horror usar estas cosas, no entiendo para qué sirve, si es mucho más cómodo no usarlo…

— ¿Qué pasa pulgoso? Cualquiera diría que no sabes desabrochar corpiños. Por mí que lo sigan utilizando, no me quiero imaginar a la profesora McGonagall tan liberal - Camina por la torre con pasos arrastrados, intentando patear el bulto donde han dejado su ropa bajo la capa invisible. - Fue muy inteligente de nuestra parte vestirte antes de que te trasformaras.

— En primer lugar, saco corpiños hasta con los ojos cerrados y en segundo, lo de vestirme antes de transformarme, fue idea mía. No te lleves el mérito. - Se acerca a James, pasa un brazo alrededor de sus hombros y le sonríe muy cerca de su rostro — ¿Esos calzones no serán de Dumbledore, no?

James reprocharía, diría que es normal que los calzones tengan estampas de tréboles verdes, pero Sirius encuentra de inmediato sus ropas y tiene que cambiarse lo antes posible puesto que no han concluido con la broma y tienen el tiempo contado. Se visten de inmediato, ocultan la vestimenta que les han robado a sus profesores para disfrazarse de ellos y se encaminan hacia la puerta de salida, con evidentes intenciones de correr para ahorrar tiempo.

— James… — Lo llama Sirius parándose en seco antes de salir por la puerta.

— ¿Qué ocurre Sirius? Peter ya debe estar por acabar con su parte…— Comienza a bajar las escaleras, mas su compañero no lo sigue.

— Potter. — Vuelve a llamarlo y recién entonces James se percata de lo rígido que se encuentra su semblante, de la posición de sus facciones que hacen lucir su rostro de lo más grave.

James vuelve sobre sus pasos, está inquieto y desearía que Sirius no armara tanto circo porque realmente siente que se están quedando sin tiempo y si llegaran tarde se echaría a perder todo lo que han hecho hasta ahora, el regalo de su amigo, la sorpresa para Remus.

— Dilo rápido—James se hace el duro, sabe lo que se le viene pero no por eso bajará la cabeza. El joven Potter ha vivido cinco años al lado de este Black renegado, lo conoce bastante, ha aprendido a tratar con él; de igual a igual, de hombro a hombro. Si le gruñe, James levanta los cuernos, si le ladra James lo ignora. Casi un comportamiento animal, un trato de lo más elemental, una amistad tan básica, asentada en principios tan instintivos que se siente más a una hermandad.

Sirius se queda quieto en su lugar, extiende la mano para tomarlo por la corbata y acercarlo a él, lo suficiente como para sentir su respiración cerca de su piel. No se mueve, lo obliga a moverse, no va hacia él, lo atrae, lo captura, lo retiene y lo intimida; como si de un niño se tratara. James no baja la mirada, está relajado porque no perderá la calma por tan poco. Esto no es nada a las reacciones que Sirius suele tener, esta intimidación tan primitiva es un chiste a lo que ha visto a lo largo de estos cinco años. Por eso lo deja hablar, luego verá si puede seguir conteniéndose.

— Ni se te ocurra…— Pausado, casi delineando cada letra en sus labios — Nunca, pero nunca más—Quiere dejárselo bien en claro, le ha afectado en lo más profundo y no le parece bien dejarlo pasar como si nada — Vuelvas a llamarme gata. Soy un perro, por si no te diste cuenta.

Resulta que James sí tiene que contenerse porque lo ha invadido un ataque de risa que si no la reprime, se le escapará en su cara y Sirius se ha esforzado por crear de ese momento, un ambiente algo tenebroso. Traga con dificultad y se quedan allí mirándose, evaluándose, perdiendo el tiempo como para el campeonato. Pareciera que no hay nada más por decir y Sirius va a desistir en su amenaza, sin embargo James agrega con ese rostro de ciervo atropellado ¿Ni siquiera en la intimidad? Se empujan, se ríen con risas casi silenciosas, se tropiezan, corren el peligro de partirse la nuca o de caer por esos abismos que quedan entre escalera y escalera, y por fin toman carrera hacia el Gran Salón donde la mitad de Hogwarts espera su intervención.

Mientras corren, Peter se presenta por el espejo con el que suelen comunicarse James y Sirius. La noticia de que acaba de liberar a los verdaderos profesores, de que ya no tiene más convulsiones ni manchas azules en la piel, y todos los efectos de demencia se le han ido, exalta a Sirius y a James. Dan gracias a que están en forma, pueden aumentar por el doble la velocidad con la que vienen corriendo y resistir el ritmo por unos largos minutos.

— ¿Recuerdas el encantamiento?— Se asegura Sirius cuando ve la puerta del Gran Salón a unos pocos metros.

— Lo hemos practicado por una semana, ¿recuerdas eso tú?

— Bien, entonces vamos a hacerlos delirar.

Cuando entran en el Gran Salón, la imagen es de lo más alentadora. Según parece hay un grupo de muchachos que levantan apuestas, hay otro grupo que corre por todo el salón bajándole los pantalones a sus compañeros, unos cuantos saltan de mesa a mesa. Unos estudiantes de Slytherin hacen peleas usando las sillas como espadas, algunos de Gryffindor entonan canciones con letras obscenas a todo volumen y un par de prefectos aguafiestas intentan desesperadamente tomar el control. Estos últimos son los primeros en ser atacados, disimuladamente les aplican un encantamiento de ilusión; los focos principales son aquellos que no parecen de lo más manipulables, esos que saben que generarán complicaciones, luego se concentran en las cabecillas de los grupos y cuando todos los puntos estratégicos están capturados en un mundo imaginario, lo último que les queda es comenzar a actuar.

Los humanos, un rebaño de ovejascapítulo catorce, párrafo seis, fácil de aplicar, divertido y lo más importante, completamente efectivo. Porque el humano, en su condición natural es de lo más manipulable, es un perro tentado con un hueso. Específicamente el adolescente y más aún cuando está desorbitado en su propia explosión de liberación, es un ente sin juicio propio, es una masa maleable y hoy, los merodeadores, se aprovecharán de ello. Solo porque es un día especial, solo porque Remus cumple dieciséis años y es un acontecimiento que no se merece ser ignorado.

Cuando James y Sirius, así como todos los que están bajo el influjo del encantamiento ilusionador, comienzan a correr como desaforados, a aullar, a gruñir y a saltar convencidos de que su anatomía es completamente animal, convencidos de que están en algún bosque, el resto de los compañeros rezagados se suman. La mayoría de los estudiantes se entregan, los que no están hechizados se hechizan tan solo con la situación, se libran a la nueva corriente y el que no, es obligado a hacerlo por la simple condición humana, por el comportamiento de la especie de aquellos que se creen poco animal.

Sirius salta y corre entre las mesas, oscila entre caminar con dos patas y cuatro, emite ruidos de lo más anormales y se desquicia cada vez que alguien se le acerca. James también pasea por ahí comportándose como animal, incitando a aquellos que no han entrado completamente en trance. De hecho le cuesta bastante no caer él en ese juego, debe mantenerse muy alerta porque de buenas a primeras se encontrará fuera de control, no verá la seña de su amigo y a la mierda regalo de Remus. De cualquier forma la llegada de la señal fue instantánea puesto que Sirius cayó de inmediato. James se acerca a él sin perder la postura encorvada y la actitud animal, Sirius quita de su bolsillo un frasco que contiene un gas incoloro. Antes de que lo destape, James ya tiene el desodorante en su mano. Todo sucede de inmediato. Sirius destapa el frasco, James lanza desodorante y Sirius vuelve a intervenir encendiendo el encendedor sobre el flujo de desodorante. La combustión es inmediata, una llamarada que pronto se prende del inflamable gas y parece que estos chicos son un cronómetro porque en mejor momento no lo pudieron haber hecho.

Guardan los objetos del delito, se apartan de la bola incandescente que flota sobre sus cabezas y al Gran Salón entra tranquilamente Remus, y unos segundos después, un cuerpo entero de profesores.

Es entonces cuando la bola de fuego toma forma, se divide y pronto se puede leer: En tu día, bestia animal.

La cara de Lunático lo dice todo. Las palabras sobran y seguro que los gestos abundan. Porque en cuanto ve su mensaje especial y personal, los busca con la mirada. Ahí están, simulando ser tres bestias sacadas de uno de los cuadros de Picasso, totalmente una realidad deformada. Cubismo que adquiere un sentido sin sentido distorsionando la óptima humana. Porque Picasso convence de que se ve así. Y sus amigos juegan, salpicando el Gran Salón de alumnos sacados de perspectiva y reglamento, como jugó ese pintor y creó algo tan maravilloso e irreal que rompió con toda expresión tradicionalista. Sus amigos también convencen de que se ve así, tiene que verse así, de manera libre y un poco salvaje, al estilo natural. No hay un único punto de vista en ese panorama. Pero el mensaje es tan claro. Es esa loca idea de ver al resto como distorsionadas anormalidades, porque no existe una normalidad como tal. Porque ser licántropo es lo mejor y más emocionante del grupo. Porque es su día, su cumpleaños, porque es bestia animal, pero no más que todo el resto del alumnado que en cuanto se liberan de ordenes se desmoldan y sueltan todas las ataduras mentales. Es más que una broma y es más que un regalo. Es único poder ver tanta libertad de expresión concentrada.

Habían nacido para eso y orgullosos cumplían su objetivo a rajatabla. Eran especialistas en el arte de bromear; contrabandista a la hora de burlar; mitómanos en la creación de fabulas y excusas; mente criminal cuando de planear un chasco se trataba; seductores natos a la hora de conquistar. Magia pura en movimiento cuando sus ojos destellaban ese fulgor del gamberrismo a punto de desatarse. Los mejores, sin dudas. Un trabajo serio y pesado pero alguien debía hacerlo. ¿Quién mejor que un licántropo prefecto, un pequeño entusiasta roedor, un Black Gryffindor y un perseverante corazón de león Potter? Los mejores y más inadecuados para el puesto porque así debía ser. Así tenía que ser. No conocían reglas impuestas ni límites que evitar. Todo lo conocido, y quizá mucho más lo desconocido, debía ser atravesado y estrellado en mil pedazos. Experimentar era sin dudas uno de los grandes pilares de su firmamento. Seguramente molestar al prójimo para robar la risa del día, era la ley primera. Aunque esa seguramente era "más que amigos, hermanos" porque esa clase de hermandad se elige, no como la familia que se impone.

Juraron, solemne e insolentemente, que lo serían hasta el final y más allá. No era algo que sólo ellos querían ser, sino algo que llevaban dentro, mucho antes de conocerse y que cuando lo hicieron se prendió como una lucecita,o más bien un relámpago. Eran merodeadores. Únicos en su especie, probablemente a mediados de ese quinto curso, la fama ya la tenían bien merecida.

El grupo en un principio solo parecía un extraño cuarteto de desarticulados y personalidades incompatibles, pronto -sin que nadie lo pudiera notar- pasó a ser una secta, una mafia de gamberros; un pestañeo en falso y paf! Ese puñado de niños que no terminan de crecer se había convertido en un potencial criadero de cabecillas inconscientes, cerrados, una logia de lo más envidiable; un nuevo culto y si fueran menos escépticos, podrían considerarse una religión. Crear una broma era el padre nuestro de cada día. Esos momentos previos en donde planeaban hasta el más mínimo detalle y cada uno hacía su parte, era sin dudas tan bueno como el disfrute final con la carcajada de los cuatro al concluirse la obra maestra.

Pero ésta vez la broma no podía ser tan simple como la de un día cualquiera. No, debía ser grande y tan buena como para homenajear a uno de ellos, después de todo, como decía Sirius, dieciséis años sólo se cumplían una vez. Tan solo un año más y ya eres mayor de edad, eso no es poca cosa. Fue idea de Peter, aunque Sirius se auto-impondrá los honores mientras James alegará que tuvo más parte que él, en que esa broma sea el regalo perfecto para el cumpleaños de Remus. Una vez iniciada la idea, el resto era pan comido. Así se iniciaba todo, una pequeña idea en medio de una tarde aburrida de deberes y al instante se hacía enorme, ilegal, gamberra y lo mejor de todo, merodeadora.

Pero la idea de obra maestra cual buena pintura vanguardista, dista mucho de apreciarse para los ojos de los profesores, cuyas mentes están demasiado arraigadas a un pensamiento único y doctrinal. Unos cuantos Finite incantatem por aquí y por allá, el fuego se extingue, los alumnos dejan de ser animales o simples suyointerno más libre. Un hechizo silenciador y un amplificador de voz por parte de McGonagall para hacerse escuchar. El silencio estalla en el Gran Salón que era invadido por rugidos feroces y gritos desaforados. La risita de Dumbledore se escucha entre los profesores y ante los ojos endurecidos de Minerva, toma el control del asunto poniendo orden a los alumnos.

Cuando los alumnos se sientan a las mesas para presidir del banquete diurno acostumbrado, el director emite una serie de amenazas sobre encontrar a los responsables de tal vandalismo libertino.

Como si no le hubiera importado nada de lo que el director haya dicho, como si estuvieran acostumbrados a disimular tan descaradamente, como si realmente no hubieran hecho nada, Remus se sienta con sus amigos a comer. Miradas cómplices y esa aura cargada de energía renovada. Recargados y de cierta manera sienten que, descargar esa energía los deja calmados y satisfechos. Pero no, es solo un espejismo, sin que se den cuentan estarán confabulando y creando un plan maestro, inevitablemente como una necesidad básica de la existencia.

Es raro ver cómo todo vuelve a la normalidad, cómo algunos alumnos recuperan ropas perdidas, se peinan el cabello y miran hacia el suelo algo avergonzados, cuando momentos atrás nada más importaba. Pero nadie dice nada, el espectáculo ha sido colosal y de gran magnitud por lo cual será muy difícil encontrar responsables, al menos no ahora. Se miran con complicidad y quisieran festejar pero Minerva los observa al otro lado del Salón y reconocen que sería mejor guardarse el festejo para un ámbito más en privado.