En la vieja Escandinavia, el relativamente joven Noruega estaba cabreado. Una carta era la causa de que las muchachitas vikingas que solían coquetearle se mantuvieran alejadas a varios cuartos de millas de su enojo. Una carta de su vecino Dinamarca.
Podría ignorarla. Podría hacer que una cabra se comiera el papel y que muriera intoxicada por la tinta. Podría incluso comérsela él, pero eso no borraría la noticia escrita.
Dinamarca se casaba. Se casaba con una humana. Se casaba con una humana noruega. Y los dioses sabían bien que nada que portase el adjetivo 'noruego' podía ser anexado de ninguna manera al algo danés sin que las tormentas circulasen por el cielo descargando rayos a diestra y siniestra.
Noruega estaba cabreado. Estaba iracundo. Noruega estaba furioso. Ese día, un danés de pelo alborotado y estúpida trenza iba a morir muy dolorosamente. Se dirigió a su lujosa cabaña de madera, ignorando los saludos del herrero del poblado, pasando por alto los montículos de nieve en proceso de fundición gracias a la llegada de la primavera e incluso arrojando al aire insultos mascullados entre dientes. Abrió la puerta de un empujón cuidadosamente medido para que los tablones rebotaran con la pared opuesta y que se cerrara con un portazo, con él ya dentro. Una tormenta estaba desatada en su mente bulliciosa, preocupada en encontrar cierto baúl con ciertas ropas para infiltrarse a un cierto país de cierto danés con el cierto objetivo de impedir cierta boda.
Escondido tras unas pesadas cortinas en medio de la pared y sin utilidad alguna, Noruega encontró el arcón extraviado, abriéndolo de inmediato con una mano mientras que con la otra se arrancaba los botones de su abrigo. Sacó un jubón de cálida piel de reno, cortesía de Islandia años ha, quitándose del tirón la bufanda que le impedía sacarse la pelliza y la camisa y si los pantalones no se transportaron al otro lado del cuarto por arte de magia poco les faltó, pues Lukas ya estaba saltando con un pie enredado dentro de la pernera de otros más holgados y más cómodos, unos pantalones de viaje realmente gastados. Comprendió que no iba a poder ponérselos hasta que se sacase las botas e hizo un gran esfuerzo por no soltar un grito de guerrero y cortarlas en dos con la daga oculta en su pantorrilla.
Tras unos largos y frustrantes minutos de ridículo en soledad, por fin se encontró vestido con unas prendas adecuadas para la ardua travesía que se le venía encima. Recorrió la casa y halló otro arcón más liviano y pequeño, que se encargó de rellenar con otras ropas similares a las puestas; se colocó frente a una pieza informe de cobre pulido que hacía de espejo y se peinó con los dedos su largo y hermoso cabello dorado, trenzándose un mechón en la parte izquierda para mayor comodidad. Se chupó un dedo y limpió con la saliva un rastro de suciedad que le cruzaba la mejilla.
Bien, estaba limpito, arreglado, precioso y dispuesto a recorrerse el mar y toda Dinamarca para impedir una boda absurda. Se cargó el baúl al hombro y salió de la casa, buscando a cierto muchachito servicial que solía seguirle.
-¡Jorguën!- el crío se le acercó corriendo en cuanto fue llamado y Noruega detalló por quincuagésima vez ese mes, colocándose el pelo tras la oreja con un ademán elegante, el parecido espeluznante y milagroso que compartía con su pequeño hermano Islandia, al otro lado del mar.
-Señor.- le saludó el niño, de no más de diez años. Igualito a la edad que aparentaba Emil.- ¿Puedo hacer algo para ayudarle, Señor?
-Extiende lo brazos.- puso los blancos bracitos tal como él se lo había pedido, recibiendo a cambio un gesto estoico y un baúl en ellos.- Busca a tu tío Fraguern y dile que prepare el más veloz de sus navíos. Quiero llegar al puerto más al sur de Dinamarca en cuatro semanas. Deja esto en mi camarote. Si tu tío tiene alguna duda, estaré en la armería.
Fiel como un perrito entrenado, Jorgüen trotó velozmente en dirección al hogar de su tío, dejando a Lukas con sus cavilaciones sobre que arma sería mejor para matar a Mathias. En cuanto llegó al lugar que buscaba, cogió sin dilación alguna su casco de guerrero vikingo, con algunos metales variados para darle originalidad pero sin los absurdos cuernos ―no se consideraba una vaca, así que no los veía necesarios― y se fijó en la pared donde el herrero dejaba las armas. Escogió sin dudar una maza pequeña y ligera, con un extremo algo dentado para posibles enemigos con casco y se la ató al grueso cinturón de cuero, buscando cierta caja de madera donde estaba su… ahí. Su legítima espada forjada con piedras caídas del cielo y atrapadas en los glaciares durante largas generaciones seguía tan reluciente y mortífera como la última vez que la usó.
Sujetó su mango con gracia y practicó con soltura algunos estoques y pasos, zarandeándola con habilidad inusitada pero aún así insatisfecho. Para degollar a Dinamarca necesitaría mucho más que eso, de esa manera solo podría humillar al bárbaro desconsiderado que Finlandia era en esos tiempos. Se dejó caer sobre un tapete de heno y observó la vaina del arma, pensando que si iba a estar en el castillo de ese estúpido danés necesitaría ropa adecuada, ropa apta para que el monje que los fuera a casar lo considerara digno de permanecer allí y ―como odiaba a esos monjes entrometidos, siempre tan quisquillosos― anular la locura que Mathias estaba haciendo por el bien de su excelentísima persona. De la suya, no del danés demente.
-¡Señor!- los pasitos apresurados de Jorgüen irrumpieron en la armería y se quedó pasmado mirando la larga y afilada hoja de la espada que Noruega sostenía.- ¡Whoa! ¡Es enorme!- exclamó extasiado.- ¿¡Es su espada?! ¿Puedo tocarla? ¡Mi padre no se lo va a creer, ¿sabe?! ¿Está muy afilada? ¿Ha matado a alguien con ella? ¡Seguro que sí! ¡Seguro que ha…!
-Niño.- lo cortó poniéndose en pie, sacando la funda de la espada, atándosela al cinto y envainando el arma. Cabe decir que el de pelo gris se quedó mudo al instante, mirando con los ojos abiertos en extremo los actos de la nación.- Acude a la casa de Halfdan y pídele que rebusque en sus arcones una llave negra de hierro, muy antigua. Llévala a mi casa y dámela. Estaré en la parte trasera, rezando.
Jorgüen abrió mucho los ojos.- ¿¡A casa de Halfdan 'El Amable'?! ¡Mi Señor, un honor! – croó, saliendo escopetado otra vez.
Noruega no le encontró nada especial a la casa del caudillo del Reino de Vestfold , si eso las vistas que tenía del puerto gracias a su localización en una colina, pero nada más, pensó para sí, caminando de regreso a su casa y rodeándola para quedar cara a cara con la pared que conformaba la estructura. Al contrario que el resto de la casa, hecha de troncos apilados unos sobre otros de manera continua, exacta y milimétrica, la pared estaba construida con gruesos y lisos tablones de madera ennegrecida, con las runas que representaban los nombres de los dioses de Asgard, incluyendo al desprestigiado Loki, en cenizas blancas mezcladas con grasa de foca con el fin de hacerlas imborrables.
Arrodilló su cuerpo frente a la pared y quitó unos mechones rubios que osaban invadir su rostro con un gesto altivo, apretando los puños contra el suelo, rogando suerte, viento favorable y un dolor de estómago para Dinamarca so causa de que no pudiera perseguirles a él y a la desconocida joven noruega en su huida. Pidió valentía para la chica, voluntad férrea como el acero e inteligencia para no desear permanecer con el rubio loco del que iba a rescatarla. Incluso pegó la frente al suelo en una reverencia humilde y humillante, implorando a los dioses un poco de fortuna para que todo fuera una maldita broma y Dinamarca en realidad se estuviera muriendo.
Noruega rogó, encorvado sobre el suelo con las manos fusionándose contra la madera aún cuando los obvios pasos traqueteados de Jorgüen se detuvieran a su lado, aunque escuchara un murmullo infantil pidiendo seguridad para su nación; aún incluso cuando las personas comenzaron a congregarse a su alrededor, arrodilladas igualmente junto a él, sabedores de que iba a hacer un viaje largo, pues eran contadas las ocasiones en que Noruega rezaba. Unos pocos se hicieron a un lado y escuchó las rodillas del anciano Halfdan crujir cuando se postró junto a él.
Finalmente se levantó, mirando con firmeza el muro. Sintió el peso de una mano de dedos largos en su hombro.
-Vas a una travesía peligrosa, Norge, 'Sønn av gudene'.- dijo con voz fuerte, obligándole a girarse. Halfdan nunca le resultó agradable, pero era consciente del respeto que este le tenía, además de que no podía rechazar su gesto frente a todo el reino sin que el pilar de poder instalado se tambalease.- Me gustaría saber cuál es el destino que tu viaje ha enrumbado.
-El destino decidió que partiera a Danmark.-contestó secamente, observando el rostro ajado y ceniciento del viejo. Era poco agraciado y el parche, el casco con cuernos de carnero rizados y la cantidad ingente de medallones dorados que le colgaban del cuello macilento lo hacían aún más decrépito y enfermizo. Parado a su lado estaba su hijo Gudrød, un joven de cabello castaño y mirada grosera que le repugnaba en extremo.
-¿Y cuál ha sido la sentencia de ese destino tuyo, Señor? – increpó el muchacho con irritabilidad, cruzándose de brazos. Noruega posó una mano en la empuñadura de su espada con gesto distraído, haciendo al chico retroceder un par de pasos.
-Busco salvar a la sangre de mi sangre, Joven Gudrød. Una muchacha está sentenciada a un horrible futuro junto a aquél que representa el lugar a donde viajo, y Odín sabe que no puedo permitir tal atrocidad.
-Te necesitamos aquí, Norge.- Intervino Halfdan.- Debes permanecer con tu pueblo.
-Permanezco en mi pueblo, Halfdan. - sentenció con dureza. Porque nadie le reclamaría que no cumplía con su deber de nación. Allí donde se libraba una batalla en la tierra que él representaba se veían guerreros y batallones, y entre ellos, a un joven ensangrentado de largo cabello rubio que luchaba con más gallardía que lo demás. Siempre presto a la batalla. Siempre al borde de la muerte. Siempre luchando al límite de la locura y la certeza. Peleando por él y por su pueblo. Peleando por su gente.- Siempre lo hago. Pero es otra de mi pueblo quien precisa de mi ayuda. Parto en su búsqueda. No dejaré que el desprestigio manche mi estirpe y mucho menos la tierra que represento.
-Tu lucha está a nuestro lado. Debes permanecer aquí, junto a mí, sirviendo y prosperando como has hecho hasta ahora. Mantente firme y presto en Vestfold, Norge.
-Tus ruegos son oídos pero ignorados, Halfdan. – Replicó la nación con rudeza, afilando la mirada.- Partiré tanto el barco esté listo para ello, con o sin tu apoyo. Me espera un viaje largo y lleno de infortunios, puedo asegurarlo, pero volveré victorioso y tú serás humillado por la poca confianza que demuestras hacia mí, tierra a la que perteneces, donde naciste y morirás. Mantente atrás, caudillo, y no me molestes más con tus impertinencias.- alargó la mano hacia Jorgüen y notó el tacto congelado y tranquilizador de la llave en su mano.
No dijo más, caminó, con las miradas incrédulas de Halfdan y su hijo sobre sus hombros, hacia su casa, entró y buscó, de nuevo, cierto baúl escondido. Tardó algo más de lo esperado, pues tuvo que hurgar en la habitación de sus recuerdos hasta hallarlo bajo un montón de telas polvorientas.
Traje de capa gruesa cruzada, sujeta por un broche con una gema roja rodeada de oro; una túnica de denso azul adornada por un cinturón de cuero trenzado con hilos de plata y cuentas de las que colgaban monedas; una cota de malla brillante; pantalones anchos con las costuras revestidas de runas y unas botas rígidas y fuertes.
Lukas contempló los abalorios desde el borde del ajado baúl, con las mandíbulas prietas porque la última vez que había usado esas ropas fue en la despedida de su padre, cuando Escandinavia dejó de existir para darles paso a los Nórticos.
Contuvo un gruñido.
Atrapó las prendas sin ningún tipo de consideración bajo su brazo y las apretó en una bola atada con las telas que encontró más a mano. Cuando salió con el fardo bajo el brazo, su único pensamiento fue subir al barco y derribar el mástil a mordiscos. Triste y furioso como una bestia herida de pelaje erizado que advierte al ingenuo aventurero del peligro, Noruega miraba con los ojos entrecerrados y enrojecidos a todo aquél que se moviera más de lo recomendable.
Un hombre de barba espesa se adelantó, sosteniendo un hacha entre los mitones que guarecían sus manos- Cuando tú ordenes, partiremos, Norge.
Fraguern lanzó el hacha contra la nieve y esperó las indicaciones de su nación con los brazos cruzados, desafiante. Necesitaba veinte hombres para que desplazaran el navío si la corriente o el viento no estaban a su favor. Y comida. Y agua. Tenía todo previsto excepto lo primero: la tripulación.
-¿Tenemos todo? – Ante la mirada de obvia negación, Noruega miró de nuevo a su gente.- Parto en un viaje que, como ya habéis oído, será largo, peligroso e incómodo. Me desplazo a tierras danesas, a impedir que el destino de una muchacha inocente sea ligado al de la nación que aquella tierra representa. Preciso de hombres valientes, hombres que no teman al destino, hombres que estén dispuestos a arriesgar sus vidas sin importarles la furia de los dioses; necesito hombres que den su vida por una inocente y frágil criatura de su misma sangre. Díganme, señores, ¿se encuentra alguno de esos hombres que busco entre vosotros?
El rugido de gloria que emitieron los varones fue algo que alentó a Lukas, contagiado por el fervor, por la expresión de energía que esas personas estaban dispuestas a arriesgar sus mortales vidas por una muchachita desconocida. La nación soltó un alarido triunfal, con el puño en alto:
-¡Embarquen pues!- la horda fue alentadora, devastadora corriendo hacia sus hogares o herrerías en busca de armaduras, hachas, alabardas y escudos, eufóricos e imaginando las canciones que se compondrían tras la llegada de los valientes vikingos del poderoso Reino de Vestfold.
O.O.O
El viento atroz le despeinaba y obligaba a sus cabellos a azotarle la cara cruelmente con delgados latigazos inclementes. La soga se incrustaba firmemente en su mano a través del grueso mitón de piel en busca de crearle llagas. La sal le escocía el rostro y el atronador sonido del mar rugiendo bajo sus pies amenazaba con dejarlo sordo, embistiendo sus feroces olas contra los costados de la embarcación para tirarle a las oscuras aguas y enredarle con las algas en una delirante y lenta asfixia.
Pese a ello, Noruega se erguía en toda su estatura al frente del barco, soportando junto a sus gentes las torturas del clima. Los gritos repercutían en sus oídos, furiosos, y las órdenes ladradas a voces apenas y se oían como murmullos quedos ante todo el ruido.
-¡Los cabos!- oyó, tan cerca suya que podía alargar la mano y agarrar firmemente al hombre.- ¡Los cabos! ¡Átenlos, por amor de los dioses! ¡Átenlos!
Y de pronto, la voz dejó de oírse. Ni queriendo hubiera podido Noruega volver a ver al hombre, porque una ola intempestiva lo arrastró a las profundidades de la madre mar antes de que nadie hiciera un movimiento. Sus ojos se abrieron desmesurados, buscando en el vacío en hueco que ese pedazo de carne con sentimientos había dejado, pero solo halló eso, vacío.
-¡Hombre al agua!- bramó, haciendo esfuerzos inhumanos por lograrse oír.- ¡Hombre al agua!
Pero nadie fue capaz de oírle. Se arrastró ayudándose de cabos y manos extendidas hacia el capitán, pero Fraguern estaba demasiado ocupado, junto con otros tres hombres y el timonel, intentando que el timón no se partiera y los dejara a todos a la deriva.
-¡Regresa, estúpido! ¡Uno ha caído por la borda!- increpó, agarrándole por el brazo y sacudiéndole.
-¿¡Qué?!
-¡Una ola gigante! ¡Se lo ha llevado, se lo ha llevado!- exclamó. Por un instante se sintió como cuando era un niño y jugaba en las riveras del río con sus barquitos de madera tallada que su padre Escandinavia hacía por las noches junto a la hoguera, pero una olita de agua congelada le atacaba las manos y el juguete se escapaba, perdido para siempre.- ¡Da la vuelta, maldición!
-¡No podemos, Norge! ¡Si viramos, aunque sea un poco, el timón se va a romper sí o sí! ¡Está perdido!
-¡He dicho que gires! ¡¿Es que no me oyes?! ¡Uno de mis hombres ha caído por la borda y se está muriendo!- sacudió su brazo con fuerza y le dio manotazos desesperado, intentando que le obedecieran. Las gotas de lluvia recorrían sus mejillas como lágrimas congeladas, y el azote del pelo en su cara lo irritaba aún más. Sólo quería que viraran.
-¡No, Norge! ¡Basta, ya está muerto! ¡El mar se lo ha llevado! ¡Está sentenciado!
-¡Ninguno de mis hombres está sentenciado, maldito imbécil! ¡Gira el estúpido timón ahora si no quieres arrepentirte de esto, ¿entiendes?!
Fraguern gritó algo y un vikingo fornido vestido con pesadas pieles húmedas cogió a Lukas por las axilas y le bajó en volandas hacia su camarote, en la panza del barco. Noruega gritó, aporreó la puerta hasta sentir como sus manos se partían en pedazos y su garganta enmudecía y raspaba. Embistió la madera hasta que creyó que su hombro se había erosionado hasta desaparecer, hasta que cada exhalación de aire, por minúscula que fuera, se sintiera como una vara con púas retorcidas de acero por su tráquea.
Noruega se acuclilló con la cabeza pegada a la tosca puerta, abrazando sus rodillas. Sintió una punzada en el pecho que con los años había aprendido a reconocer y clavó sus uñas en la piel oculta de sus piernas con rabia, porque esa dolorosa sensación era la pérdida de una vida que él podía haber evitado. Arrastró su cuerpo empapado de agua hasta la pared contraria y sintió el intenso vaivén del barco contra la tormenta, furioso, mientras sus húmedas ropas se le pegaban encima como una segunda piel.
Esa noche volvió a aprender que la vida sólo valía el precio que otra persona de mayor rango quisiera ponerle.
