Algunas cosas del pasado vuelven…

Kakashi y yo éramos amigos. Muy pegados uno al otro, siempre molestando a algún que otro vecino, riéndonos, jugando, hablando. Siempre fuimos muy traviesos, incluso en el barrio nos conocían sólo por las diabluras que hacíamos día tras día.

Kakashi Hatake era un poco más chico que yo (¡sólo un año!) y había sido mi vecino durante incontables años. Tenía unos hermosos cabellos plateados y un peinado bastante extravagante… Ojos completamente distintos uno del otro. Uno negro como la misma oscuridad. El otro rojo como la cálida sangre. Solía cubrir su rostro con una larga bufanda negra, que le daba un toque misterioso, casi mágico, a su personalidad.

En cuanto a su carácter… Era difícil definirlo. Si no lo conocías, era una persona completamente fría, callada e introvertida. Con el paso del tiempo él empezaba a abrirse, y luego, podías entenderlo a la perfección. Cada movimiento tenía un significado, cada mirada expresaba algo. No eran necesarias las palabras.

Kakashi era increíblemente bondadoso y gentil. Dulces sonrisas escapaban de su boca siempre; incluso detrás de su "máscara" uno podía apreciar sus gestos. Su cara ha sido un misterio para mí. Lo conocía desde hacía ya muchos años, y sin embargo, jamás había podido apreciar su rostro.

En un momento determinado Kakashi tuvo que mudarse a otro barrio. Eso significaba que ya no lo iba a ver todas las tardes, no podría jugar más con él, y eso me afligía…

Esa tarde llovía. Parecía que el cielo lloraba por nosotros.

-No llores, Kakashi… No te irás de la ciudad, sólo cambiarás de barrio.

-No será lo mismo. Te extrañaré muchísimo, Iruka.

-No te dejaré, nos veremos. ¡Lo prometo!

-¿Lo prometes en serio?

-Sí.

-Mira que si no cumples con tu promesa me encargaré yo mismo de ir a pegarte…

Kakashi me regaló, en esos momentos, una de sus dulces y cálidas sonrisas.

-Está bien…

Un fuerte abrazo.

Unos suaves brazos rodearon mi cuello y un cálido beso se posó en mi mejilla derecha.

Sólo después de un tiempo me di cuenta de la verdad que encerraba ese cariñoso gesto…

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Kakashi cambió de barrio y de escuela.

Yo quedé solo por allí.

Me encerraba en mi cuarto durante largos ratos, me recostaba y miraba el techo durante horas.

Esos momentos se me hacían monótonos e interminables… Una verdadera tortura.

Y sin embargo, a pesar de todo lo que yo creía, Kakashi cumplió su promesa.

Me llamó una tarde.

-¿Iruka?

-¡Kakashi! ¿Cómo estás?

-Bien… Debes venir a conocer mi casa, es inmensa. ¡Te encantará! Además debo presentarte a un nuevo amigo, seguro que te agradará… ¿Puedes venir ésta tarde?

-Déjame preguntarle a mamá.

-Kakashi, mamá deja que vaya, pero sólo hasta las seis. ¿Qué horas son?

-Son las tres y media. ¡Ven rápido!

-Muy bien… Nos vemos en un rato…

-No te pierdas, tontuelo.

-¡No me llames tontuelo!

-No te cabrees… Te quiero.

Las últimas palabras de Kakashi me dejaron en una especie de estado de shock. Porque me habían afectado tanto. Quiero decir… Yo…

¿En qué diablos estaba pensando?

Me cambié rápidamente y en pocos minutos me encontraba en el colectivo camino a su casa.

Cuando llegué frente a la entrada, mi mandíbula se descolocó. ¿Esa era la casa de Kakashi?

Una hermosa y colosal puerta blanca cubría la amplia fachada. Se podía ver detrás un cuidado y armonioso jardín, lleno de flores. La construcción constaba de dos plantas y era gigantesca.

-¡Iruka! ¡Al fin has llegado!

-Oye… ¡Que no me he tardado tanto!

Sólo en ese momento me percaté de la presencia del otro chico. Tenía cabellos negros y ojos rojos, al igual que el izquierdo de Kakashi. La mirada que me dirigió no me gustó para nada.

-Hola.-musité en un tono casi inaudible-

-¿Quién es, Kashi? Dile que hable un poco más fuerte… No lo escucho.

¿Kashi? ¿Quién coño se creía que era ese crío para llamar así a Kakashi?

-Obito, él es Iruka. Iruka, él es Obito.

-Mucho gusto.-dije apretando los dientes con una fuerza increíble. No podía soportar el maldito "Kashi"-

-¡Kashi, dile que hable más fuerte, no le oigo!

Respiré profundamente. Ese niñato me estaba quitando la poca paciencia que tenía. Le hablaba a "Kashi" como si yo no estuviese allí, o como si yo no entendiese de lo que hablaban.

Kakashi notó mi gesto. Le bastaba observarme para entender que en cualquier momento iba a tirarme encima de ese chico para matarlo a golpes. Me conocía perfectamente, sabía que mi carácter no era exactamente "suave".

-Iruka… ¡Ven, quiero mostrarte mi nueva casa!

-Está bien…

Lo observé y él me dirigió una de sus sonrisas. Eso me alivió.

-No te preocupes por él, Iruka.-me dijo por lo bajo-

Entré a su casa. Si por afuera me parecía magnífica, por dentro era una maravilla. Muebles de buen gusto, armoniosos colores, diseños muy originales. No era de extrañarse, ya que la madre de Kakashi era toda una artista, experta en diseño.

Disfruté mucho la visita. Habíamos vuelto a nuestros antiguos momentos de diversión. De no ser por la "molesta" presencia del chico de antiparras y mirada desafiante, esa hubiera sido una tarde perfecta.

Antes de volver a casa, me despedí de Kakashi.

-No le hagas caso a Obito. Es una buena persona, estoy seguro de que si tratas, puedes llevarte muy bien con él.-me dijo tranquilamente.

Miré con desgano al peliplateado que tenía enfrente.

-Está bien… Gracias por todo, Kakashi.

-No es nada, Iruka. Te quiero. Nos vemos.

Dicho esto Kakashi cerró la puerta apresuradamente. La maldita y melodiosa voz del pelinegro se oía desde la entrada.

-¿Kashi? ¿Kashi? ¿Dónde estás?

Debía decirlo, ese chico me estaba molestando en serio.

Sentía… ¿Celos?

No. Claro que no.

Posé mi mano en el lugar donde minutos antes mi amigo había deposito un suave e inocente beso de despedida.

¿Qué sería aquello que sentía?

--

Los meses y los años pasaron. Continué viendo a Kakashi, y lamentablemente para mí, también al famoso Obito.

Salíamos todos los fines de semanas. Ya con nuestros dieciséis años, no podíamos jugar, pero sí íbamos a bailar, al cine o simplemente nos juntábamos para "pasar el tiempo".

Aprovechaba cada momento que podía con Kakashi, sobretodo cuando Obito no estaba para molestarnos.

Era increíble, a pesar del tiempo, a pesar de mi voluntad, jamás nos habíamos llevado "bien". Siempre largaba comentarios ácidos sobre mí, me miraba desafiante, a veces con rencor, otras simplemente con altanería. Yo realmente no entendía su maldita actitud de niñato, sólo lo soportaba por las innumerables veces que Kakashi me pedía por favor que me controlara. Sólo su voz me calmaba y me hacía recuperar la cordura.

Bien, vamos a ser sinceros. ¿A quién quiero engañar? Realmente Obito me molestaba, y mucho.

Noté, sin embargo, que me molestaba excesivamente mucho cuando el pelinegro se aferraba fuertemente del brazo de "Kashi", cuando lo abrazaba… Notaba que Kakashi evitaba el contacto, pero que lamentablemente el chico no se daba por enterado de las indirectas que mandaba mi amigo. Al parecer, el de antiparras aún no entendía el silencioso lenguaje de Kakashi.

Me reí para mis adentros.

Kashi. Kakashi.

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Por esos días me di cuenta de algo que cambiaría mi vida por completo.

Yo amaba a Hatake Kakashi.

Por esa razón sentía esos profundos y desgarradores celos.

Por esa razón me molestaba la presencia de Obito.

Por esa razón me preocupaba por él.

Por esa razón su suave voz me calmaba.

Por esa razón adoraba su dulce sonrisa.

Era increíble.

Aún no entendía como era que no me había dado cuenta antes.

Lo peor de todo era que me había enterado de que Obito también quería a Kakashi.

Y digamos que no me enteré de la forma más adecuada…

Una noche, en los baños de una perdida discoteca de la ciudad, el pelinegro me acorraló contra una pared, con una afilada navaja en su mano.

-Se que amas a Kakashi… Iruka, te lo advierto… No te atrevas a acercarte demasiado a él. No te lo permitiré.

-¿Qué es lo que quieres decir?

-No toques algo que es mío. ¿Quedó claro?

-Obito… Yo no quiero a Kakashi de la misma forma que tú.-mentí.

-No, no es así. Mientes. Se que lo quieres, al igual que yo. No te acerques a él.-diciendo esto, Obito eliminó las distancias que separaban a nuestros cuerpos y rozó con la navaja mi morena piel. Pocos segundos después el corte (bastante profundo) comenzó a arder, mientras la sangre empezaba a correr cálida y fluida.

-¿Es esto una amenaza?-pregunté irónicamente.

-Tómalo como quieras Iruka Umino. Ya estás advertido…

Dichas estas palabras el de rojos ojos se alejó de mí, dando un portazo al salir del baño.

¿Cómo se había enterado el de mi secreto –y ahora no tan secreto- amor por el chico de plateados cabellos?

En mi cabeza aparecieron millones de ideas, ninguna clara, en un interminable remolino que no tenía ni principio ni fin. Coloqué un poco de papel sobre la herida y me bajé las mangas de la negra camisa que llevaba esa noche. Salí, entonces, del baño aparentando tranquilidad.

Kakashi me notó un poco turbado por lo que me preguntó que era lo que me sucedía.

-Nada.-respondí simplemente- Debo irme, Kakashi. Te llamaré esta semana.

Salí de la discoteca un poco confundido. Llegué a mi casa, rendido, y me tiré en la cama. Terribles pesadillas azotaron mi sueño y cuando desperté, mi piel estaba perlada por el sudor.

Decidí no llamar a Kakashi esa semana. Ni esa, ni la próxima.

No lo llamaría. Y punto.

¿Tenía miedo?

No.

No era de la clase de personas cobardes. Amaba a ese hombre y era capaz de morir por él.

Pero en realidad, la idea que se había formado en mi cabeza era otra.

Kakashi amaba a Obito.

Por eso Obito habló de él como suyo.

Y yo no intervendría en la felicidad de Kakashi. Eso jamás.

Me molestaba mucho ser egoísta. ¿Por qué Hakate Kakashi debía arriesgar su felicidad por la mía? Eso me parecía completamente ridículo.

Y así los días pasaron.

Recibía siempre una llamada de Kakashi, en la cual me preguntaba que me había pasado y por qué había desaparecido tan repentinamente. Todos los días. A pesar de no recibir mis respuestas él sabía que yo estaba del otro lado.

--

Una lluviosa mañana de otoño desperté con un extraño mensaje de Kakashi en el contestador.

Obito había muerto.

Un automóvil lo había atropellado a la salida de un boliche. El accidente fue tan brusco que murió casi al instante.

"Por lo menos no sufrió"-pensé para mis adentros mientras el perito nos leía a ambos lo ocurrido esa madrugada.

Kakashi sólo lloraba. Sus dos ojos, tan distintos entre sí, estaban hinchados y húmedos. Lo abracé suavemente. Al parecer, mi contacto lo tranquilizó. Pronto, sus sollozos terminaron y lo único que se oía era el hipar del peliplateado.

-Te acompañaré a tu casa.-dije con voz tranquila.

-Gracias, Iruka.

Nos dirigimos juntos a la parada del colectivo y ahí esperamos, debajo de un oscuro paraguas. Otra vez parecía que el cielo lloraba por nosotros.

Subimos al autobús. Estaba casi vacío.

Una extraña y rechoncha ancianita tejía en uno de los primeros asientos. Había también un hombre de unos cuarenta años que leía un libro.

Fuimos al fondo. Allí acurruqué a Kakashi, que en esos momentos parecía un pequeño ángel sin consuelo. Sus suaves y perfumados cabellos se apoyaron en mi pecho. Sus ojos se cerraron lentamente. Se podía ver su expresión tranquila y serena, a pesar de la negra bufanda que aún cubría su rostro. No debía haber criatura más bonita que él.

El viaje transcurrió tranquilo y silencioso. El leve chapoteo de las gotas contra los vidrios del autobús, producían un extraño, pero armonioso ritmo.

-Dime Iruka…

-¿Qué sucede, Kakashi? ¿Te sientes mal?

-No es eso… Quiero saber porque no contestaste el teléfono, las últimas semanas.

-¿Sabes? Ni yo lo sé. Creo que no contesté porque quería que fueses feliz.

En ese momento, sus ojos se posaron en los míos. Un leve tono de reproche se escuchó en su voz.

-¿Qué quieres decir? Escuchar tu voz me hubiera hecho feliz…

-No es eso… Kakashi. Sé que estabas enamorado de Obito, no quería entrometerme en tu relación, por eso me separé de ustedes. Creí que sería un estorbo…

-Mira que eres tonto… Yo no quería a Obito. En realidad yo amaba… Quiero decir…

-Dime Kakashi… ¿Quién es el dueño de tu corazón?

-No quiero decírtelo… Te reirás o quizás te alejarás de mí.

-¿Cómo puedes decirme eso? Cualquiera sea la persona que quieras, no me importa. Anda, dímelo…

-No…

-¿Qué sucede Kakashi? ¿No confías en mí?

-No es eso… Es sólo que…

-¿Tan poca confianza te inspiro?

-¡Cállate! ¡Ya te he dicho que no es eso! ¡La persona a la que más amo en este mundo eres tú! ¿¡Estás contento!?

Lo miré sorprendido durante unos segundos, asimilando una a una las palabras que habían salido de su dulce boca. Él bajo la mirada, avergonzado. Un leve tono carmín se asomaba en sus mejillas.

-¿Ves? No debería habértelo dicho…

Algunas lágrimas se asomaron en sus hermosos ojos. Le levanté el mentón, haciendo que nuestras miradas se cruzaran.

-Si ese es el caso… Yo también te amo.

Quité cuidadosamente su oscura bufanda. Delante de mí pude apreciar al rostro más maravilloso del mundo. Perfectas líneas, una piel blanca, fresca y suave. Una nariz pequeña y bonita.

Era sencillamente hermoso.

Apoyé mis labios sobre los suyos, dándole un suave y casto beso. Poco a poco el contacto empezó a profundizarse. La punta de mi lengua rozó su labio inferior, pidiéndole al dueño de aquella apetecible boca el permiso para entrar. Nuestras lenguas se entrelazaron y una corriente de pasión nos invadió a los dos. Luego de algunos momentos, en los que sentía tocar el paraíso, el beso se cortó debido a la falta de oxígeno.

Lo miré a los ojos.

Dos orbes que me observaban, brillantes.

Una extraña emoción me invadió.

¿Qué era?

Sí. Definitivamente eso era amor.

Sus mejillas aún mostraban ese tenue color carmín que me volvía loco.

-Kakashi, no me animaba a decírtelo, porque todo este tiempo… Pensé que amabas a Obito.

-No puedo entender como es que esa idea se te ha pasado por la cabeza. Jamás he amado a otra persona que no hayas sido tú. Incluso cuando éramos niños, sentía un extraño cariño hacia ti –aunque no se puede decir que fuese amor-, era una sensación que nunca me abandonó. Te amo Iruka. Creí que jamás te lo diría, pero la verdad es esa.

-Yo te amo a ti, mi pequeño ángel blanco.

En esos momentos noté que ya nos aproximábamos a nuestro destino, por lo que jalé la cuerda. Bajamos parsimoniosamente del colectivo, y siempre debajo del paraguas, caminamos por los húmedos y solitarios senderos.

Pasé mi brazo por sus hombros y lo atraje hacia mí.

Un suave y dulce abrazo.

Como mi ángel.