Aguas oscuras


Capítulo 1

María, el galeón más raudo


La taberna "Luna Azul", era una de las más frecuentadas por los hombres de mar. Cada noche, acogía en su interior a todos aquellos dispuestos a ahogar sus penas. Marineros de diferentes rangos ansiosos de enterrar en las profundidades del alcohol un pasado que no deseaban recordar.

Corsarios viejos, algunos incapaces de continuar dejando sus vidas a merced del mar. Otros, cansados de huir de sus perseguidores, esperanzados de poder tomarse un breve respiro en el lugar.

El dueño del bar había alcanzado a reconocer distintas caras a causa de la frecuencia de varios clientes y aquella noche esperaba una visita poco usual que, naturalmente, pasaría desapercibida para las autoridades de la gran Ciudad de Trost en La Nación de Sina. Gracias a que la taberna se encontraba estratégicamente bien escondida en las sombras del puerto principal de Trost, su clientela se reducía a unas pocas personas que no querían ser molestadas ni encontradas por la justicia.

Por muy peligrosa que fuera la constante acogida de piratas en su establecimiento, también resultaba ser una importante fuente de ingreso para él y la familia que debía mantener. Una gran cantidad de la que no podía prescindir a la ligera. Por eso, había optado por arriesgarse y aventurarse en aquello. Hasta el momento, la suerte había jugado a su favor durante varios años y esperaba que siguiera siendo así.

Aquella noche, la multitud del establecimiento parecía haber aumentado notablemente, atraída por el rumor de un reclutamiento para unirse a una tripulación pirata. Una de las actividades comunes que se llevaban a cabo en tugurios ilegales como "Luna Azul".

A la hora esperada, una figura que el tabernero no había visto antes apareció ante la puerta principal emergiendo de entre la niebla y la oscuridad de las calles. La silueta medianamente alta que se encontraba al frente estaba acompañada por una mujer con cara seria y mirada amenazante. Sin embargo, por algún extraño motivo le intimidaba mucho más la otra persona con el rostro ligeramente cubierto por un sombrero elegante de color negro decorado con algunas plumas azules, piel blanquecina y ojos penetrantes.

Se introdujeron en el interior pisando con fuerza los tablones de madera no demasiado bien encajados. Los recién llegados mantenían una mueca engreída en sus rostros, entremezclando la seriedad de la situación con algo de diversión.

-Dos copas de coñac- pidió la mujer mostrando con más claridad su rostro repleto de pecas. Llevaba el pelo corto negro recogido en una coleta baja y la ropa desgastada se ceñía bien a su delgado cuerpo. Vestía unos pantalones rojos anchos hasta las rodillas, una camisa blanca de manga corta desabrochada que empleaba a modo de chaqueta ligera y cuya parte inferior se escondía bajo un fajín granate colocado alrededor de la cintura. Bajo la camisa dejaba ver el centro de una camiseta a rayas blancas y negras. Finalmente, contaba con unas botas altas negras, más grandes de lo usual para el pie de una mujer.

El tono que había empleado cuando habló era arisco y seco, sin ánimo de volver a repetir sus palabras. Por suerte, el dueño del bar estaba acostumbrado a tratar con visitantes como aquellos y en seguida se puso a ello. A su parecer lo más sensato era no hacerlos esperar, los piratas se malhumoraban con facilidad y acostumbraban a pagar su frustración con el mobiliario del establecimiento.

Mientras el hombre preparaba las bebidas, la mujer y su capitán tomaron asiento en una de las mesas centrales, llamando así la atención de todos los presentes.

-¡Los interesados en unirse a mi tripulación serán bien recibidos!- dijo alto y claro el capitán, rompiendo por completo el amplio silencio que se había expandido por la sala repleta de velas. Un murmullo empezó a formarse en las mesas más lejanas extendiéndose a todas las demás. Instantes después, Wilson, el tabernero, se acercó hasta ellos para depositar ambas copas en la mesa.

Nadie se movió de su sitio durante un buen rato y todo parecía deberse a diferentes estados de ánimo; miedo, inseguridad, desconfianza o incluso cobardía. El capitán se mantuvo sereno y tranquilo, sin permitir que aquello le arruinara la velada, al fin y al cabo, ya contaban con hombres suficientes como para poner en funcionamiento a "La Plateada" una nao pequeña y manejable. Por eso, no le molestaba demasiado que nadie se animara a unirse, de hecho, era perfectamente consciente del esfuerzo y los diversos intentos que requería formar una tripulación fuerte y confiable.

Sorprendentemente, un rato después, al fondo del local un joven delgado y alto de cabello negro se puso en pie decidido. A medida que se acercaba, las pequeñas pecas que adornaban su cara se hacían más visibles, su mirada mostraba determinación, a pesar de ser evidente su nerviosismo. La ola de susurros amainó y salvo unos pocos hombres que se encontraban en las mesas más cercanas, el resto de ellos perdieron el interés de inmediato.

El capitán levantó la vista intrigado, analizando al joven que se acercaba hasta ellos con paso firme; dudoso pero decidido. Una mezcla curiosa que pareció agradarle, pues había provocado en él una leve sonrisa. Por otra parte, su compañera seguía tan desinteresada como hacía un momento y solo se dedicó a clavar sus ojos oscuros en él.

-Señor, me presento voluntario para unirme a su tripulación.- habló mirando directamente a los ojos del hombre ante él. Tratando de evitar la punzante y amenazante mirada de la mujer a su lado, a quien parecía no agradarle ni un ápice.

-¿Cómo se llama?- preguntó el capitán sin quitarse el sombrero que ocultaba gran parte de su cara. Hizo un pequeño gesto con la mano invitándolo a sentarse frente a él. Después, miró brevemente a su compañera para que esta le entregara un papel viejo y poco cuidado.

-M-Marco Bodt, señor- respondió nervioso, advirtiendo que el papel que acababan de extender ante él se trataba de una especie de contrato que seguramente debía firmar para poder formar parte de la tripulación de aquel capitán.

-Y ¿tiene alguna experiencia en el mar?- continuó diciendo el capitán aparentemente desinteresado en lo que fuera a contestarle.

-Un poco, cuando era joven ayudaba a mi padre a transportar mercancías durante trayectos cortos, aunque no sé si eso servirá de mucho…- trató de sonreír con amabilidad para suavizar la tensión del ambiente que los rodeaba. –también trabajé pescando en alta mar unos años después…

-Escúchame, idiota- la mujer parecía haber perdido la paciencia de un momento a otro y se acercó peligrosamente a Marco para sujetarlo del cuello de su camisa blanca y alzarlo unos centímetros de su lugar. El joven apretó con fuerza la mandíbula ante el repentino movimiento. –no nos interesa tu vida, así que déjate de estupideces.

-Ymir, deja que yo me ocupe- ante el tono de advertencia del capitán, la mujer llamada Ymir se calmó soltando al joven y dejándose caer de nuevo en su asiento. Odiaba que el capitán le llevara la contraria o que no aprobara sus actitudes pero, aún así, siempre obedecía todas y cada una de sus órdenes. –Marco, puede guardarse para usted mismo su vida privada si así lo desea. No vamos a juzgarlo por ella, solo nos interesaba saber si tenía alguna experiencia en barcos o en batallas- aclaró logrando que el joven también se relajara.

El capitán parecía ser bastante más amable que su acompañante, a pesar de que en un principio le había infundido algo de temor. Cada vez estaba más convencido de la decisión que acababa de tomar.

-Tengo algo de experiencia tanto en armas como en barcos- terminó diciendo breve y conciso, sacando de nuevo una pequeña sonrisa al capitán y un leve quejido a Ymir. Marco era un joven inteligente y capaz de cumplir con las expectativas que tenían de él, algo que al capitán le agradaba.

-Estupendo. Entonces, una vez que firme formará parte de mi tripulación y estará a mi mando- le explicó sin cambiar de tono de voz, era monótono y aburrido pero extrañamente atrayente y engatusador. –Debe saber que cada botín que encontremos se dividirá en partes iguales para todos los tripulantes.- terminó añadiendo acompañado de un bufido de Ymir. Pues esa última aclaración solía ser lo que acababa llamando la atención de todos.

-¿Partes… iguales?- era la primera vez que escuchaba aquello y no parecía ser el único sorprendido, pues el resto de clientes, incluso el dueño, acababan de mostrar un interés repentino en la conversación. Jamás había oído hablar de un capitán pirata que repartiera sus codiciados tesoros a partes iguales entre todos sus hombres, sin adjudicarse para sí mismo un porcentaje ligeramente o exageradamente más alto. Algo que, inevitablemente, a todos allí les había llamado la atención de sobremanera. Sin embargo, el capitán asintió con la cabeza confirmando sus propias palabras.

Marco sonrió con algo de ilusión en su rostro, no fue capaz de borrar la emoción que aquello le producía, o de controlar el temblor de su mano al sujetar la pluma impregnada en tinta que le había ofrecido Ymir. Examinó con cuidado el resto de nombres que se encontraban ordenados en una fila, probablemente de forma cronológica en base al momento de unión. Y sin pensarlo mucho más, se decidió por apuntar también el suyo.

-¡Espera un momento!- lo detuvo una voz poco amigable a su espalda. Tuvo que retirar la pluma para que la tinta negra no goteara sobre el papel ante él. Después, se giró queriendo contemplar a la persona a su lado que había decidido interrumpirlo por algún motivo.

Los ojos del joven se abrieron de par en par al reconocer a quien tenía junto a él. Había escuchado hablar de sus hazañas en el pasado, pero hacía ya tiempo que aquel personaje al que tanto admiró una vez desapareció de pronto sin dejar rastro alguno.

Jean Kirschtein, un corsario conocido por sus numerosas batallas contra los piratas de otras naciones. Victorias por las que más adelante se le reconoció el título de comandante aliado de la Nación de Sina, dejando a su mando hasta una veintena de navíos. Sin embargo, un tiempo atrás, su nombre se perdió entre rumores sin sentido y poco después desapareció toda pista de él. Marco admiraba a aquel joven apenas unos años mayor que él ya que a pesar de su corta edad había logrado llegar muy lejos trabajando duro.

Marco no podía evitar preguntarse qué estaría haciendo él en un lugar como aquel, en el que la gente importante nunca encajaba. Su aspecto también dejaba lugar a miles de preguntas curiosas que gustoso le habría formulado. Los trajes limpios e impecables azul oscuro que portaba hacía años habían sido sustituidos por ropa más humilde y corriente. La idónea para alguien que desea pasar desapercibido y evitar que lo reconozcan con facilidad. Llevaba el pelo algo más largo y barba de unos días. El ceño fruncido era una expresión muy típica en él desde mucho antes, un gesto fácilmente perceptible desde la multitud a través de la cual había tenido el placer de contemplarlo marchar hacia el último de sus viajes, aquel del que jamás regresó.

-¿C-comandante… Kirschtein?- pronunció Marco temiendo decir algo que lo hiciera enfurecer. Jean lo miró con recelo, casi acusándolo de que se refiriera a él de aquella manera.

-Ya no soy un jodido comandante- respondió seco y enfadado. Marco se limitó a observar lo que ocurriría a continuación, pues Jean había perdido todo interés en querer darle más explicaciones y se había dirigido de nuevo al capitán y a su acompañante con cara de pocos amigos. Evidentemente, algo debía haberlo molestado.

-¿Y tú qué narices quieres?- preguntó Ymir con pereza, percatándose de que aquel estúpido lograría que su visita se alargara más de lo necesario.

-No estoy hablando contigo, zorra- contestó malamente. Marco se quedó sorprendido mientras que Ymir hizo ademán de levantarse de la mesa para empezar una pelea a puñetazo limpio pero el capitán se adelantó y la detuvo justo a tiempo.

-Señor Kirschtein, ¿qué se le ofrece? ¿Acaso está interesado en unirse a mi tripulación?- le ofreció el capitán provocando una risotada forzada en el joven al que se había dirigido.

-¿Unirme? ¡Y una mierda!- gritó –estoy harto de escuchar promesas falsas que nunca cumplís, todos los piratas sois igual de ruines y mezquinos. Prometéis todo el oro del mundo y después ni siquiera sois capaces de apostar una mísera moneda de bronce por vuestros hombres. Jamás os ensuciáis las manos por ellos, mucho menos repartiríais semejante cantidad del botín con los vuestros- aclaró. Marco lo miró asombrado, aquel hombre era tal y como lo recordaba; tenía agallas suficientes como para plantarle cara al capitán de un barco pirata, posiblemente uno bastante respetado a causa del impacto que había causado en la taberna desde su llegada. Por otro lado, el capitán lo escuchaba atentamente analizando cada palabra sin alterarse ni mostrar emociones.

-¿Eso es lo que piensa? Pues lamento decirle que está totalmente equivocado en lo que a nosotros se refiere- su voz parecía más tranquila y calmada, seguro de lo que decía. Jean tuvo intención de añadir algo más, pero no le dejó. –Veo que no está de acuerdo en permitir que este joven se aliste a mi tripulación, ni en creer en mis palabras- Jean lo miró desafiante casi previendo lo que estaba a punto de proponerle, pues no les dejaría salirse con la suya tan fácilmente. -¿Qué le parece si decidimos quien tiene razón en un pulso?- se ofreció el capitán.

Jean, Marco e Ymir lo observaron sorprendidos, no entendían a qué venía todo aquello. Pero una sonrisa asomó en el rostro de Jean, dando a entender que albergaba altas expectativas de ganar cualquier apuesta.

-¿Un pulso? Parece deseoso de perder, capitán- soltó entre carcajadas con algo de retintín que no pasó por alto para quienes estaban allí.

-Si tan seguro está de poder hacerlo, aceptará encantado- Jean suspiró derrotado, por mucho que tratara de contenerse, era en momentos como aquellos en los que no podía echarse atrás por mucho que quisiera. Si en algo se destacaba era en su transparencia y su manía de no poder callarse las cosas. Motivos que le habían llevado a alejarse de su oficio a pesar de tener un brillante futuro por delante. –eso sí, habrá una recompensa de por medio.

-Lo imaginaba, no desaprovecha una oportunidad para sacar tajada, ¿verdad, capitán?- esta vez fue el capitán quien sonrió discretamente al verse descubierto, sin embargo, ambos sabían que se llevaría a cabo aquella apuesta. -¿Y bien? ¿Qué se supone que obtendré si gano?

-Si gana, mi acompañante y yo nos largaremos y no volveremos a molestarlos nunca más. Además, les daremos todo el oro que llevamos encima- añadió mejorando su oferta. Jean no pareció muy convencido, pues creía que podría tratarse de otra triquiñuela, al igual que las diversas a las que se había tenido que enfrentar en toda su vida. Juegos sucios propios de piratas que acababan dejando a cualquiera con el culo al aire.

El capitán advirtió sus sospechas, por eso mismo, se levantó de su sitio sacando pequeños sacos repletos de monedas de oro. Ymir hizo lo mismo, en un principio poco convencida por aquella repentina decisión, pero después, segura de la decisión que había tomado su capitán. Estaba claro que confiaba plenamente en él y su desconcierto había sido sustituido por sonrisas engreídas que enfurecían fácilmente a Jean.

-¿Y si gana usted?- preguntó echando un vistazo a los cinco sacos de monedas que habían amontonado sobre la mesa.

-Si yo gano, entonces tanto el señor Bodt como usted se unirán a mi tripulación- dijo alto y claro volviendo a dejar con la boca abierta a los presentes. Arriesgaban mucho en aquella apuesta, sin embargo, Jean quiso tomarla y así tener la oportunidad de ganar y humillar a uno de aquellos piratas ante todos. Y de paso, conseguir algo de dinero rápido.

-Está bien, acepto.

-Espera, Jean, ¿no cree que es un poco arriesgado? Yo estoy dispuesto a unirme a su tripulación, pues ya lo había decidido antes, pero usted también se verá involucrado si pierde- le recordó Marco, tratando de que él también se percatara de lo que realmente supondría acceder a aquello.

-¿Por quién me tomas? ¡No perderé! Y esto no tiene nada que ver contigo, voy a enseñarles a estos cabrones cual es su lugar- le sonrió con superioridad, dándose ánimos a sí mismo antes de comenzar.

Marco se dio por vencido, así que decidió cederle su sitio a Jean y levantarse para observar la escena desde un costado junto a Ymir. El resto de clientes que se habían interesado en saber los resultados de la apuesta se reunieron alrededor de ellos animando a ambos bandos entusiasmados.

El ambiente en el bar se había calmado tras anunciar aquel breve encuentro en el que las dos partes habían apostado algo de gran valor y todos deseaban saber cuáles serían los resultados. De no ser por los diferentes rumores y las escasas leyendas que se contaban del capitán, muchas veces llamado "Demonio negro", todos ellos habrían apostado por Jean. Físicamente parecía haber una diferencia considerable. El capitán tenía unos finos y trabajados brazos aparentemente fuertes, pero que a simple vista no tenían nada que hacer con los de Jean, ya que le doblaban el tamaño y podía lucir con descaro sus músculos bien formados a causa del duro entrenamiento y sus diversas batallas.

Ambos contrincantes se acomodaron colocando sus codos en el centro de la mesa, dispuestos a comenzar la batalla. Sus manos se juntaron encajando a la perfección y en cuanto Ymir dio la señal tanto el capitán como Jean empezaron a ejercer fuerza tratando de tumbar la mano del contrario. Durante varios segundos se vieron envueltos en un montón de alaridos que no parecían tener fin. Jean sonreía sintiéndose ganador de la batalla, aunque su semblante comenzaba a tornarse serio al percatarse de que ya llevaba más de cinco minutos ejerciendo presión con toda su fuerza sobre la mano del capitán sin lograr moverla un milímetro. Y lo peor de todo era que se había dado cuenta de que el capitán ni siquiera se estaba esforzando, más bien, parecía estar dándole a él la posibilidad de intentar vencerlo antes de tomárselo más en serio.

Jean apretó la mandíbula con fuerza comenzando a perder los nervios. No había cosa que odiara más que el pensar que aquel bastardo se estuviera burlando de él para después dejarlo en evidencia. Lo miró directamente acusándolo con la mirada, indicándole que para él no era un simple pasatiempo, sino que había mucho más en juego; su honor y su orgullo como hombre. El capitán pareció captar cada pensamiento que surcaba su mente y por un segundo perdió la concentración permitiendo que Jean moviera un poco su mano hacia atrás. Sin embargo, en los siguientes segundos todo dio un giro. Lentamente, el capitán llevó la mano de Jean hacia el lado contrario sin detenerse hasta que finalmente tocó la superficie de madera. Y así, la apuesta llegó a su fin.

Los hombres que habían apostado por él vitorearon su triunfo y pidieron una nueva ronda de alcohol mientras que Jean se levantaba de su asiento molesto. Ymir comenzó a recoger los pequeños sacos de monedas que habían colocado anteriormente sobre la mesa sonriendo.

-Tal y como esperaba, no tenías ninguna posibilidad de ganar desde el principio- le restregó Ymir, consciente del efecto que sus palabras causarían en el joven. Jean se giró para hacerse con el vaso vacío que antes contenía el whisky de la mujer y lanzó un escupitajo al interior con desprecio.

-Capitán, ¿cree que podría reconsiderar la apuesta? Jean no tenía nada que ver con todo esto desde el principio, sería injusto que se viera involucrado- habló Marco intentando que cambiara de opinión. En el fondo algunos también pensaban que aquella apuesta no tenía sentido y que había surgido a causa de una estúpida riña y las ansias de Jean por mostrar que era superior a cualquier pirata. Carecía de más sentido aún teniendo en cuenta que Marco ya había decidido de antes que se uniría a la tripulación aún con la intervención de Jean.

-No. Una apuesta es una apuesta- le cortó el mismísimo Jean fijando de nuevo su mirada fiera en los ojos oscuros del capitán. –formaré parte de su tripulación, así, la próxima vez que echemos un pulso no se contendrá desde el principio.- le reprochó. En el fondo admitía que no le desagradaba tanto la idea. Por algún motivo, aquel capitán le transmitía un sentimiento totalmente distinto al de cualquier otro pirata que se hubiera encontrado. Una extraña sensación de confianza y respeto mutuo que se había abierto paso hasta él desde el momento en que habían intercambiado las primeras palabras. Al igual que en aquel preciso instante en el que había comprendido su petición y aceptado gustosamente con un simple gesto de cabeza.

Entonces, extendió el papel que anteriormente había ocupado parte de la mesa en la que se encontraban e Ymir volvió a tenderles la pluma, ofreciéndosela primero a Marco mientras le dedicaba una mueca de burla a Jean. Así, ambos jóvenes terminaron formando parte de la reciente y poco conocida tripulación del "Demonio Negro".


Un año después…

A simple vista, aquel viernes daba la impresión de ser otro día más en el puerto de Shiganshina: Cielo despejado, buena temperatura, brisa marina agradable extendiéndose por cada rincón del pequeño pueblo y todos y cada uno de los pueblerinos ocupándose de sus propios quehaceres como de costumbre.

La Nación de Rangarós había resultado ser un lugar tranquilo y perfectamente habitable desde que se reformaron los puertos y las ciudades más importantes. Reforzando, así, la seguridad de toda la Nación ante sus enemigos.

El incidente ocurrido años atrás en uno de sus pueblos más insignificantes causó un gran revuelo en los alrededores. Un alboroto mayor de lo que el mismísimo rey logró prever y a quien no le quedó más remedio que calmar para evitar que sus paisanos abandonaran aquellas tierras que tanto le habían costado conquistar.

Sin embargo, a pesar de que la situación hubiera mejorado desde una perspectiva general, al analizar minuciosamente cada lugar del reino, era evidente que muchas familias humildes tenían dificultades para hacer frente al día a día y a los altos impuestos a pagar cada mes. El hambre, la pobreza y la falta de higiene, así como las enfermedades, eran más que comunes y conocidas.

A pesar de eso, aún había quienes envueltos en tanta negatividad eran capaces de seguir luchando y esforzándose por alcanzar sus propios sueños, para tener la oportunidad de crear un futuro digno y mejor para quienes les importaban.

Cerca del puerto en el que unos cuantos barcos de madera estaban amarrados, Armin observaba el mar con mirada apagada. Contemplaba el oleaje zarandearse de un lado a otro, a los pescadores sacando sus recientes capturas en el puerto y a algunos mercaderes gritar a pleno pulmón enfadados por la tardanza de sus mercancías.

"Seguro que han sido los piratas" pensó el joven de pelo rubio y liso hasta los hombros, sin darle demasiada importancia, pues había algo que no había podido quitarse de la cabeza durante un tiempo. Y así, en el momento en el que pudo reconocer en la distancia un galeón con grandes dimensiones, dispuesto a arribar en la parte más alejada y desolada del puerto, Eren hizo su aparición sobresaltándolo y obligándolo a girarse.

-¿Hoy también estás aquí?- preguntó el joven recién llegado tomando asiento junto a su amigo delgado que vestía su conjunto usual: una camisa blanca, pantalones caquis con unos tirantes que los amarraban e iban hasta sus hombros para cruzar su espalda y terminar en la parte trasera de los mismos. Para finalizar, calzaba unas zapatillas bajas y muy cómodas amarillentas. Ambos jóvenes dejaron caer sus piernas por el borde de madera, seguros de que a aquella altura las olas no los salpicarían.

-Sí, ya sabes que este sitio me relaja- contestó Armin sin levantar la vista y volviendo a prestar más atención al mar ante él. Brillante e interminable al igual que sus sueños hacía unos días.

-Armin, sólo vienes aquí cuando pasa algo, ¿has discutido con tu abuelo?- preguntó incrédulo. Su amigo de la infancia no solía pelearse nunca con su familia y para nada era un joven tan conflictivo como lo era Eren. Sin embargo, siempre que algo le preocupaba o inquietaba, sabía que podría dar con él en aquel lugar. –Si te has escapado de casa puedes quedarte a dormir en la mía, mi padre lleva dos días de viaje y dudo que regrese pronto, así que estamos solos mi madre y yo- le informó Eren con mirada firme.

Armin volvió su mirada al joven de veintiún años sentado a su lado. Ambos se conocían desde que eran pequeños, pues Eren se mudó a Shiganshina con tan solo siete años. Habían crecido y pasado por infinidades de cosas; momentos agradables y otros que preferiría no recordar. Pero se alegraba de haberlo tenido siempre a su lado dándole fuerzas para seguir adelante. Ahora, eran mayores y pronto deberían tomar sus propias decisiones, ya que no podrían seguir dependiendo de sus familias eternamente.

Eren, a pesar de los años, continuaba siendo el niño pasional y extremadamente impulsivo que conoció aquel día. De ahí que no le extrañara encontrárselo repleto de magulladuras y golpes como lo estaba en aquel momento.

Al principio no se había percatado mucho pero tras fijarse mejor en él advirtió que llevaba sangre reseca en la camisa blanca de manga corta que usualmente utilizaba. Sus brazos estaban llenos de arañazos y uno de sus ojos comenzaba a ponerse morado. Armin vió que una de las dobleces del pantalón marrón ajustado de Eren empezaba a descoserse, posiblemente a causa de la pelea en la que se habría involucrado recientemente.

Después, posó la vista en las curiosas telas de color rojo que envolvían sus dos muñecas en función de muñequeras. Siempre le había dado la impresión de que ambas habían formado parte de una misma prenda que después había sido desgarrada y transformada en aquello. Pero nunca se había atrevido a preguntárselo, y como él tampoco le había contado nada al respecto, creyó que probablemente se trataría de algo íntimo que no quería compartir con nadie. Ni siquiera con él.

-No me digas que te has vuelto a meter en otra pelea…- afirmó Armin terminando sus palabras con un suspiro. Eren asintió brevemente con la cabeza antes de escupir algo de sangre al agua.

-Esos capullos no dejan de insinuarse a mi madre. Cada vez que mi padre se ausenta un poco acuden como buitres para cortejarla.- le explicó con rabia. No era la primera vez que ocurría y tampoco sería la última. Tal y como Eren le había contado en diversas ocasiones, siempre que Grisha realizaba un viaje al interior de la Nación por trabajo, a los guardias del rey que custodiaban el puerto les faltaba tiempo para revolotear cerca de Carla. –lo que más me enfurece es que a ella parece darle igual y le quita importancia, ¿¡es que no ve sus intenciones!? ¡Se les cae la maldita baba!- gritó en alto apretando con fuerza sus puños sin importarle que alguien más pudiera escucharle.

Por suerte, ambos muchachos se situaban en la zona alejada del puerto donde el bullicio de los comerciantes y los continuos vaivenes de la gente no les molestaban. Se encontraban cerca de una zona de almacenaje desde la que podían ver a su izquierda el comienzo de una pequeña playa de arena blanca y suave.

-Estás en lo cierto, Eren, pero tampoco puedes hacer nada para evitarlo. Te superan en número y fuerza, además, si continúas así, acabarán metiéndote en prisión.- por fortuna, los guardias habían encontrado divertidas las reacciones del joven y la pequeña paliza que solían darle cuando se les encaraba sin escrúpulos. Armin estaba convencido de que de no ser por eso, Eren habría permanecido apresado desde hacía ya tiempo.

Armin era consciente de que sus palabras le resultarían duras a su amigo. No había cosa que Eren odiara más que el que le restregaran su debilidad e incapacidad para defender a Carla ante hombres como aquellos. Pero necesitaba que le bajaran a tierra de vez en cuando o algún día acabaría lamentando sus acciones al igual que le había ocurrido a él.

-¡Estoy harto! ¡Esto es una mierda, Armin!- gritó lleno de frustración arrancando un cacho del tablón de madera que sobresalía a su lado y lanzándolo al mar lo más lejos que pudo.

-Si… estoy de acuerdo contigo- Eren lo miró sorprendido y preocupado. Era habitual que él estuviera todo el tiempo quejándose de lo miserables que eran todos, de cómo los de clase alta abusaban de sus poderes y de lo a gusto que se quedaría si tuviera la oportunidad de darle una lección a alguno de esos guardias abusones; esos supuestos defensores del pueblo que lejos de cumplir con sus obligaciones se escabullían de sus quehaceres para beber en las tabernas del puerto hasta bien entrada la noche. Pero Armin siempre tenía algo que replicar, era la única persona que conocía capaz de sacarle el lado bueno a todo, de querer luchar por algo que deseaba conseguir fervientemente. Y, sin embargo, el Armin que en ese momento se encontraba a su lado no se parecía en nada al de siempre.

Mirada ausente, como si su mente no lo acompañara. Tenía la expresión de una persona a la que parecían haber echado por tierra todas sus ilusiones y esperanzas. Y eso solo conseguía aumentar la frustración de Eren.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Eren pasándose una mano por su melena castaña algo más larga de lo que recordaba. Estaba ansioso por conocer los hechos que habían logrado entristecer hasta tal punto a su mejor amigo. Debía de tratarse de algo grave, pues reconocía que era difícil bajarle los ánimos a Armin hasta ese nivel. Además, muy evidente debía ser su estado para que incluso Eren, la persona más despistada y poco observadora de toda la Nación de Rangarós se percatase de ello. -¿Han sido esos guardias de pacotilla? ¡Les patearé el culo hasta agotar todas mis fuerzas!

-No, no han sido ellos. Es curioso que hasta hace poco no me diera cuenta de todo lo que ocurría a mí alrededor. Estaba tan sumido en mis pensamientos y en mi mundo de ensueño que me costaba ver las cosas con claridad.- respondió encogiendo sus rodillas para abrazarlas y apoyar la barbilla en ellas.

-¡Venga ya, Armin! ¿De qué estás hablando? No conozco a ninguna otra persona en todo Rangarós más observadora y perspicaz que tú. Debes estar bromeando- trató de quitarle importancia y de animarlo al mismo tiempo. Claramente algo que no era su especialidad.

-Eren, mis padres y mi abuelo llevan meses pagando una deuda a unos matones que les hicieron una burda promesa. Y todo para que yo pudiera empezar unos estudios avanzados el año que viene. Es una deuda que parece no tener fin y que supone grandes pérdidas de dinero para mi familia. Todo por mi culpa- alzó la mirada al frente tratando de aguantar las lágrimas. Quizás en el pasado estuviera acostumbrado a llorar con mucha más facilidad pero los años le habían ayudado a reprimirse un poco, al menos ante los demás.

-Serán malnacidos… ¿¡Quiénes son, Armin!? ¿Acaso se trata de sucios piratas?- preguntó exaltado. Pero su amigo negó con la cabeza dejándolo todavía más descolocado, a ser posible. A todos les habían advertido desde pequeños sobre las viles y crueles hazañas de los piratas. Astutos como zorros, huidizos como las hienas y aprovechados como las aves carroñeras. Bastardos sin escrúpulos deseosos de encontrar una vida llevadera y sencilla en el mar, cubiertos de oro, mujeres y grandes cantidades de drogas y alcohol.

-Son hombres del interior de la Nación que frecuentan mucho los puertos aislados como este en busca de más gente a la que engañar. Mis padres están obligados a seguir pagando esa deuda descomunal- informó tratando de no tartamudear en el intento. Ambos jóvenes descartaron casi de inmediato la posibilidad de avisar a los guardias pues posiblemente estos malhechores tendrían apoyo de las leyes.

-¡Malditos sean!- Eren se levantó de golpe olvidando las heridas que tenía por todo el cuerpo. La rabia nuevamente le había hecho reaccionar precipitadamente. Pero Armin siguió sus movimientos y le pidió que se calmara.

-Eren, hace días que le he estado dando vueltas a algo. Concretamente, desde que me enteré por casualidad de esto que te he contado.- empezó a hablar de nuevo. Eren parecía sorprendido y ansioso ante lo que fuera a decir a continuación. Sabía que Armin debía sentirse culpable. Su abuelo trabajaba duro con las vacas y las ovejas que tenían en sus tierras y estaba bastante cansado de aquella vida. Sus padres también lo ayudaban cuando no trabajaban como mercaderes en los pueblos del interior. Incluso Armin pasaba cada vez más tiempo cuidando del ganado y atendiendo a los dolores musculares de su abuelo. Un estilo de vida que cada vez les costaba más sacar adelante.

La mirada intensa de Eren le indicó a Armin con contaba con toda su atención. Aquellos ojos verdosos en contraste con su piel morena y su cabello marrón podían resultar amenazantes para cualquiera pero no para él. Conocía a la perfección a su amigo y además, ya había tomado una decisión que no pensaba echar por tierra.

-Me uniré a la tripulación pirata de aquel galeón de allí- señaló hacia el barco recién llegado.

Un galeón más pequeño de lo usual que contaba con una amplia cubierta y tres puentes a parte del sótano. Los galeones como aquel eran barcos poderosos y generalmente lentos empleados para batallas o el comercio. Este estaba constituido por tres palos; el palo de trinquete, el palo mayor y el palo de mesana con varias velas cuadradas y dos latinas. Sobre el mascarón dorado de proa se podía distinguir una estatua de oro esculpida a la perfección. La diosa que le daba el nombre a aquel navío: María.

-¿¡Qué estás diciendo, Armin!? Tú no estás hecho para algo así, si te conviertes en un pirata serás perseguido por la guardia ¡y acabarán matándote! ¡ni siquiera sabes empuñar una espada! tendrás que convivir con personas crueles y egoístas que te darán la espalda a la primera de cambio utilizándote como carnada. ¿De verdad quieres eso?- soltó Eren sin poder creérselo. Armin había previsto que se opondría completamente pero también estaba convencido de que escucharía sus razones y le apoyaría si así se lo pedía.

-Tienes parte de razón, tendré que enfrentarme a cosas para las que no creo estar preparado, no va a ser nada fácil, eso lo sé- suspiró manteniéndose unos pocos segundos en silencio antes de continuar. -Pero creo que te equivocas, o al menos, eso es lo que pienso respecto a tu opinión acerca de los piratas. No justificaré sus acciones, pero ¿alguna vez has pensado que quizás ellos puedan ser personas como tú y yo que tienen una vida desdichada y solo buscan mejorarla? estoy convencido de que no todos son tan malvados y ruines como creemos.- respondió. La expresión de Eren se suavizó un poco cuando lo escuchó. Y después prestó mayor atención al Galeón parado en la zona alejada del puerto. Así como a las figuras en cubierta que no se detuvieron ni un segundo.

-¿Cómo pretendes que te acepten en su tripulación?- con esa pregunta, Armin ya había captado la aceptación por parte de su amigo. Le había costado mucho menos de lo que creía, la cabezonería de Eren a veces no tenía límites, pero en ocasiones como aquella demostraba que sabía escuchar.

-Aparentemente no parece un navío repleto de piratas, pues es bastante extraño que grandes barcos como los galeones se empleen en la piratería. Es muy lento y pesado al igual que robusto y bien protegido. De ahí que los guardias aún no se hayan percatado de quienes son.- explicó en voz alta dejando de lado lo que acababa de preguntarle Eren para responderlo posteriormente.

-Si, por eso y porque son unos completos inútiles- añadió. Ambos decidieron empezar a alejarse un poco de aquella zona para acercarse al extremo del puerto en el que se mantenía amarrado el navío.

-Hace unos días conocí a alguien de esa tripulación y me contó que buscaban a más tripulantes y que sería hoy cuando atracarían durante pocas horas, así que me adelanté y le pedí una reunión con el capitán del barco- le explicó Armin logrando que Eren abriera sus ojos de par en par. Armin había sido muy atrevido al hacer algo como aquello sin habérselo comentado a nadie de antemano. Por ese motivo, a Eren le inquietaba pensar que su gran amigo comenzaba a introducirse a tientas en un mundo oscuro y peligroso en el que ni siquiera él podría hacer nada para ayudarlo.

-Así que ya lo tenías decidido desde hacía tiempo…- le reprochó Eren advirtiendo de repente sus intenciones de no querer involucrarlo en la decisión que tenía tomada.

-Lo lamento, Eren. Pero esto no tiene nada que ver contigo. Me sentiría culpable de arrastrarte a algo tan peligroso conmigo, además, debes seguir cuidando de tu madre como hasta ahora.- trató de disculparse bajando la mirada al suelo y posándola sobre los tablones mojados de agua salada.

Armin había actuado tan astuto como siempre, anticipándose a aquello y evitando que así Eren también pudiera tener la posibilidad de que el capitán lo recibiera en su barco. En esa ocasión habían prescindido de los usuales reclutamientos en las tabernas. A causa del breve periodo que permanecería el navío atrancado, se limitaba el tiempo del reclutamiento, pues no parecía ser ese el objetivo principal de permanecer en el puerto. Por lo que debía solicitarse de manera indirecta y anticipada para que el capitán diera su visto bueno. Por ese motivo, Eren dudaba que le fueran a dejar unirse si se presentaba de pronto sin avisar. Tal y como Armin había planeado.

-¿¡Cómo que no tiene nada que ver conmigo!?- le dedicó una de sus miradas más fieras, de esas que únicamente dirigía a personas despreciables y que jamás pensó que emplearía con él. Armin se sintió miserable por habérselo ocultado durante tanto tiempo. –¡Para mi eres como un hermano, Armin! ¡Tenías que habérmelo contado antes!- dicho esto, Eren salió corriendo del puerto para perderse en los callejones del pequeño pueblo.

Sus impulsos le habrían llevado a golpear a su mejor amigo a causa de la impotencia de no poder evitar que se fuera. Pero en vez de eso, decidió alejarse de él para encerrarse en su casa y tratar de calmarse cuanto antes. Debía pensar con tranquilidad las cosas, algo que no iba con él y que le costaría horrores conseguir.

En momentos como aquellos era cuando necesitaba actuar con sumo cuidado planeando lo que haría. Pensar en la decisión que tomaría, en qué haría a partir de entonces. Armin había escogido ayudar a su familia por su cuenta, eligiendo el destino cruel y peligroso de un hombre de mar para lograr reunir dinero de forma rápida y poco segura. Sin embargo, ¿qué haría él? Era demasiado tarde para conseguir un encuentro con el capitán y unirse a la tripulación. Al menos, lo era para llevarlo a cabo con todas las formalidades usuales. Pero tampoco estaba dispuesto a dejar marchar a su mejor amigo de aquella manera, además, él también podía tener sus motivos para querer unirse a unos piratas, principalmente los de poder hacerse fuerte y conseguir un gran botín que los sacara de la miseria.

-Armin, si vamos juntos estoy convencido de que las posibilidades de sobrevivir aumentarán para los dos. Así que no creas que podrás dejarme atrás tan fácilmente- se levantó de la cama de un salto y comenzó a meter en una pequeña bolsa de tela una muda limpia y algo de comida que tenían en casa. Dejó una nota breve escrita con muy mala letra sobre la mesa de la cocina para poner al tanto a su madre.

Por un momento estuvo a punto de echarse atrás en cuanto la imagen del rostro disgustado de Carla le vino a la cabeza. Después se le juntaron recuerdos de las ocasiones en las que había contemplado a los guardias acecharla con interés. Era un hecho, si él se marchaba Carla tendría que quedarse sola durante los viajes de su padre.

Eren apretó con fuerza sus nudillos indeciso hasta que finalmente levantó la vista del suelo con firmeza y decisión. Aquel paso implicaría muchos cambios de cara al futuro, también en los problemas que pudieran tener, por eso debía hacerlo. Cuando consiguiera dinero podría regresar a casa con la cabeza bien alta; se mudarían al interior o a otro lugar más apropiado y si tenía la ocasión, sería capaz de patear el culo de aquellos malditos guardias cuantas veces quisiera. Pues quedándose en aquel maldito pueblo sin hacer nada, jamás lograría cambiar las situaciones que tanto le desagradaban.

Hizo un último esfuerzo para que el recuerdo de su madre no le hiciera retractarse y salió de casa a toda prisa, esperando que el galeón todavía no hubiera zarpado.

-Lo siento, mamá.- murmuró para sí mismo volviendo a sumergirse en las oscuras calles dirección al puerto.


Al anochecer la mayor parte de los mercaderes ya habían recogido sus puestos preparados para regresar a sus casas y tomarse un pequeño descanso. Sin embargo, la tripulación del Galeón María seguía en constante movimiento.

-¡Vamos que ese es el último!- gritó divertido un hombre desde cubierta, a pesar de la poca luz que aún quedaba en los alrededores, se distinguía bien su pelo rubio y corto, así como su figura corpulenta e imponente. Las facciones de su cara estaban muy marcadas y acentuadas, sus ojos eran pequeños de color café, adornados por unas finas cejas. Junto a él se situaba otro hombre que respondía al nombre de Marcel y quien no dudó en unirse a sus carcajadas.

-¡No te pases de gracioso, Reiner! Llevo toda la tarde subiendo estos jodidos barriles y pesan una barbaridad- se quejó un chico llamado Connie logrando sacarles más carcajadas. El atuendo ligero que llevaba le permitía moverse con muchísima soltura; una camisa sin mangas ancha, pantalones holgados marrones, botas altas y un pañuelo rojo que nunca faltaba en su cabeza. Aún con toda la comodidad del mundo, subir el cargamento al barco estaba consumiendo todas sus energías y su mal humor aumentaba al percatarse de que en vez de ayudar, sus compañeros solo se mofaban de su estado físico.

Connie nunca había sido un chico musculoso, ni físicamente fuerte. No era de esos jóvenes que desataban suspiros con su sola presencia, pues más bien pasaba desapercibido a causa de su baja estatura. Sin embargo, si había algo de lo que podía presumir, sin duda, se trataba de su velocidad. Al fin y al cabo, en algo debía ser bueno. Otro asunto era que supiera explotar al máximo el potencial que poseía.

No estaba seguro de si se trataba del cansancio o del calor en aquel lugar, pero aquel último barril repleto de cerveza pesaba cuatro veces más que los anteriores que había subido al barco y nadie parecía estar dispuesto a ayudarlo.

-¡No te preocupes Connie, cuando festejemos serás el primero en probar el contenido de esos barriles!- continuaron con sus risas estruendosas. Esta vez siendo Marcel quien había contestado.

En el instante en el que Connie terminó de subir al Galeón, otras tres figuras aparecieron en cubierta; dos de ellas conocidas en la tripulación mientras que la tercera se trataba de una cara totalmente nueva para Reiner, Marcel y Connie.

-¿Quién es tu acompañante, Marco?- preguntó Connie observando de arriba a abajo con descaro al joven rubio que rondaría su edad. Su pelo hasta los hombros y sus rasgos suaves podían desatar confusión, pues seguramente más de una persona con un par de tragos encima confundiría al recién llegado con una mujer. Además, su complexión menuda y delgada no ayudaba.

-Es Armin Arlert, tiene una charla pendiente con el capitán- respondió tan sereno como siempre. Junto a él se encontraba la dulce Historia que tras saludarlos a todos agarró con cuidado su ligero vestido. Les dedicó una última sonrisa y bajó cuanto antes al primer puente para introducirse en la cocina y comenzar a preparar la tediosa cena.

Aunque la presencia de Historia ya se había vuelto toda una costumbre en el barco, su belleza y delicadeza, cual muñeca de porcelana, seguían levantando suspiros entre los marineros. Era difícil pasar por alto sus enormes e intensos ojos azules como el océano, o su ligera melena rubia casi siempre atada en un moño bajo. La joven de baja estatura compartía ciertos rasgos con el recién llegado, hasta tal punto en el que algunos podían llegar a pensar que eran hermanos.

-¿Hablar con el capitán? Este no es lugar para alguien como él- respondió Jean que acababa de sumarse a la conversación para añadir su honesta opinión. Su aspecto físico había cambiado un poco en los últimos meses. Se había afeitado la barba obteniendo un rostro joven y cuidado, también había ganado algo de altura y ahora vestía una gabardina oscura parecida a la de Reiner.

-No eres tu quien decide eso, Jean, así que métete en tus propios asuntos- respondió entonces Ymir, la mujer que solía acompañar al capitán a todos lados y que se había acercado curiosa. Desde el día en el que Jean entró a formar parte de la tripulación, Ymir había descubierto un nuevo pasatiempo. Algo positivo de tener que convivir tanto tiempo en un espacio cerrado con alguien tan odioso como Jean: discutir con él y sacarlo de sus casillas. Además, no era difícil de lograr, pues ambos tenían un carácter chirriante y conflictivo.

-Cualquier cosa relacionada con el capitán me incumbe, por algo soy un oficial- contestó acercándose a ella peligrosamente sin darle tregua ni dejar que se quedara con la última palabra. El resto observaron entre aburridos y divertidos esperando a ver cómo acabaría la discusión en aquella ocasión, pues eran tan habituales que ya ni siquiera les sorprendían. A excepción de Armin quien temía lo que pudiera suceder, e Historia, la muchacha había regresado junto a Ymir y trataba de hacerlos entrar en razón sin éxito.

-¿Ah, sí? Yo tenía entendido que la obligación de los oficiales era instruir a los novatos…- se empezó a reír ante él levantando una ola de carcajadas a su alrededor. Después, se giró hacia Historia para acompañarla a la cocina, cediendo al fin a los reclamos de la chica. –Vamos, Historia, dejemos que el "oficial" se encargue de todo.- dio por finalizada la pela tras hacer énfasis en la palabra y terminar de desquiciarlo.

Jean apretó la mandíbula con fuerza, cada vez que intercambiaba unas pocas palabras con aquella mujer no le faltaban ganas de darle un buen puñetazo que la hiciera callar de una vez por todas. Cuando Marco posó una de sus manos en su hombro, recordó que debía tranquilizarse para no dejarse llevar tanto por sus emociones y entonces volvió a centrarse en los que estaban ahí presentes.

-El capitán aún no ha regresado. En cuanto vuelva zarparemos, no es prudente permanecer más tiempo en este puerto. Los guardias no tardarán en percatarse de que no somos comerciantes- respondió más tranquilo con el ceño fruncido.

-¿Zarpar? ¿y qué ocurrirá si el capitán no me acepta como parte de la tripulación?- preguntó Armin algo alarmado, no había previsto aquella posibilidad pues no esperaba que las circunstancias se tornaran de ese modo.

-Si no te admite te echaremos por la borda- respondió Jean acercándose a Connie y posándose sobre el barril que tenía junto a él. Cuando escuchó sus palabras, Armin no pudo dejar de preocuparse y dirigió su mirada a Marco en busca de palabras tranquilizadoras. Le sorprendió que el joven a su lado simplemente le sonriera con serenidad.

-No te preocupes, Armin, seguro que todo saldrá bien- le dijo advirtiendo lo que pasaba por su cabeza.

-Connie, ¿qué cojones hay en este barril? ¡Pesa como mil demonios!- se quejó Jean en cuanto se decidió a ayudarlo a bajar el gran recipiente hasta el sótano del barco donde guardaban la mercancía.

El joven con el pelo rapado se limpió las manos sudorosas en sus anchos pantalones antes de atender a las quejas de Jean. Al menos, no se estaba volviendo loco, pues él también había notado el aumento del peso.

-¡A mí no me mires! No fui yo quien se puso quisquilloso con la cerveza- a decir verdad, uno de los motivos principales por los que habían decidido arribar en aquel puerto se debía a la cerveza que fabricaban en aquella parte de la nación. A la mayoría de los hombres de mar les gustaba más que cualquier otra y en cuanto supieron que pasarían por la zona, varios de ellos insistieron en que sería buena idea detenerse.

-¿¡Comida!?- se oyó una tercera voz de fondo que cada vez adquirió más y más fuerza. Una joven que rondaría los veinte años de edad no se preocupó por esconder el hilillo de baba que asomaba de su boca. Llevaba el pelo cobrizo recogido en una coleta alta. Era medianamente alta, delgada y exageradamente entusiasta con todo lo relacionado con la comida o llenar el estómago.

-¿Qué haces aquí, Sasha? Te toca a ti vigilar- le gruñó Jean sin poder evitar que la joven siguiera avanzando y acercándose peligrosamente a él. Sus palabras no surtían efecto alguno en ella. La muchacha parecía estar inmersa en un mundo lejano al real, uno en el que solo existían el enorme barril y ella.

-¡Ya es suficiente, Sasha! Regresa a tu puesto, esto no es comida- insistió Connie sujetándola de la cintura a pesar de que la chica lo superaba en altura por unos pocos centímetros.

-¡Pero me muero de hambre! Necesito calmar mi apetito- se quejó suplicante. Un fuerte rugido sonó en los alrededores llamando la atención quienes estaban presentes. No mentía, probablemente todos se sintieran como ella porque no habían parado de trabajar y llevar a cabo diferentes labores desde que estaban en Shiganshina.

-Si no tuviéramos que calmar continuamente tú estómago sin fondo, seguramente no necesitaríamos parar con tanta frecuencia en los puertos- se quejó de nuevo Jean. Aprovechando que la joven parecía entrar un poco en razón giró con cuidado el barril hasta volcarlo para comenzar a llevarlo hasta el cuarto piso en el interior del galeón.

Por desgracia, Connie se descuidó un instante permitiendo que Sasha se zafara de sus brazos y corriera como loca hasta el barril, totalmente ensimismada con la idea de saciarse como fuera. En el proceso, Jean logró ponerse entre el barril y ella pero la chica le pegó un fuerte empujón provocando que el recipiente, forjado con grandes tablas de madera, rodara con fuerza hacia una de las esquinas de la oficina situada en plena cubierta y chocara estruendosamente contra ella despedazándose.

Todos miraron sorprendidos lo ocurrido mientras que Sasha había comenzado a lamentarse por la comida que se echaría a perder. Aunque estaba totalmente dispuesta a comérsela del suelo de ser necesario.

-¡Serás imbécil!- le gritó Jean furioso agarrándola del chaleco que llevaba puesto para levantarla del suelo de un tirón. Pero su cara cambió de inmediato en cuanto observó aquello a lo que todos le prestaban tantísima atención. -Qué cojones...

-Joder... ¡qué daño!- se quejó la persona que acababa de salir del interior del barril.

-¡Eren!- gritó Armin sin poder creérselo. Sabía que Eren era un inconsciente y que tendía a hacer estupideces con frecuencia pero jamás imaginó que sería capaz de hacer algo así y entonces, se arrepintió de haberle contado sus planes pues eso era lo que le había llevado a cometer aquella locura.

-¡Zarpamos!- gritó alguien al fondo. Tanto alboroto había alertado al resto de tripulantes y los había reunido a cubierta donde el resto rodeaban al cuerpo de Eren tendido en el suelo. El joven de ojos verdes se frotaba las piernas y la cabeza con fuerza por el entumecimiento de tener que ir encogido durante tanto tiempo. Aún así, no se arrepentía de nada, pues había logrado subirse al barco tal y como pretendía en un principio y justo ante él tenía a Armin. No le importaba lo disgustado que pudiera estar al tenerlo allí con él, ya que se sentía tan libre de escoger su destino como su amigo. Y ya había tomado la decisión de hacerse fuerte y acompañarlo en su viaje.

-¿Qué es lo que ocurre aquí?- en cuanto una nueva voz amenazante y severa entró en escena hasta el más mínimo ruido se convirtió en silencio de inmediato. Quienes observaban a Eren de cerca se apartaron para dejar paso a una nueva figura que se había detenido ante él. Los rostros amenazantes de los hombres que lo miraban no tenían comparación con el de la persona que vestía un gran sombrero con plumas, botas negras altas y pantalón marrón ajustado con dobleces hasta las rodillas. En la parte superior llevaba una camisa blanca ancha y sobre ella un chaleco marrón ajustado. Finalmente, a Eren le llamó la atención la especie de capa semi-larga que tenía atada a la cintura y que se balanceaba con la brisa marina nocturna. Su mirada fría y terrorífica consiguió congelarle la sangre a y de repente dejó de pensar para quedarse completamente en blanco.

-¿T-tú eres el... capitán?- preguntó forzándose a decir algo, pues las palabras no salían por su garganta y al final acabó tartamudeando. Aquella figura le infundía respeto y algo de admiración así como temor y autoridad absoluta. Aunque no le gustara tan siquiera pensarlo, empezaba a creer que había tomado la decisión equivocada al atreverse a abordar el galeón de aquella manera.


¡Buenas! Aquí regreso con una nueva historia bastante larga y espero que llena de emoción. Debo aclarar varios puntos; mi objetivo en este fic es dar importancia a todos los personajes principales de SnK, por lo que espero que se adapte a los gustos de los/las diferentes lectores/as que puedan acercarse a leer. Pasará lo mismo con las parejas, quiero decir que principalmente habrá EreMika y RivaMika, pero también tengo intención de poner otras parejas que aún no quiero desvelar jejeje. La cosa es que habrá para todos los gustos, ¡así que espero que os unáis a mí en esta nueva aventura!

He estado ausente bastante tiempo y no podré pasarme tanto como quisiera. Debido a lo mucho que debo cuidar los detalles de esta historia para no colarme con los sucesos, y a causa de la extensión de los capítulos, me llevará tiempo. Por eso os pido paciencia. Mi intención será actualizar cada 2-3 semanas a más tardar. Pido disculpas de antemano. Aún así, estaré disponible por PM para responder todas vuestras dudas. Es más, ¡os traigo una sorpresa! (Si es que puede considerarse una xD):

Hace un par de meses que decidí ser User (en twitter) de nuestra queridísima Mikasa Ackerman. Por lo que suelo estar todo lo activa que puedo en esta red social. Si queréis compartir vuestro día a día con Mikasa, podéis encontrarnos allí :D (os lo he puesto en mi perfil). También podéis preguntarme más datos o curiosidades que tengáis por twitter o por donde queráis, será un placer responder cualquier duda.

¿Cuál ha sido vuestra primera impresión con este capítulo? Me gustaría saber quiénes son vuestros personajes preferidos y si pensáis que aparecerán pronto en la historia :P quizás escuche vuestras palabras y adelante sus apariciones xD Por cierto, creo que sería conveniente que empezara a aclarar varias palabras a las que seguramente no estaréis acostumbrados/as, como partes de los barcos y demás, ¿qué pensáis?

De momento, he decidido poner el boceto que tenía sin terminar para este fic. En cuanto lo acabe y lo mejore pondré la imagen que se merece. Lamento no haberlo tenido listo aún.

Finalmente, quiero haceros saber que subiré varios bocetos esquemáticos a mi cuenta de Deviantart (os lo he puesto en mi perfil por si queréis), de modo que podáis entenderlo todo mejor. Entre ellos subiré: la vestimenta de los personajes, las partes del barco, un mapa… también podéis sugerirme cosas ;)

Muchas gracias por leerme, ¡Un saludo y hasta pronto! :D