Hecho de tinta
Capítulo 01
Antonio Fernández Carriedo era un apuesto hombre de veinticuatro años de origen español. Su piel tenía un color más tostado que el resto de la media europea ya que en su país el sol salía con más frecuencia. Su signo zodiacal era Acuario y su fecha de cumpleaños el 12 de febrero. Sus ojos eran verde oliva, aunque según la luz que le dieran se volvían más intensos y solían brillar con jovialidad, con la decisión y el ansia de alguien que podría comerse el mundo de así quererlo. Tenía el pelo corto, despeinado para donde los mechones decidían, y del color del chocolate. Medía un metro setenta y cuatro y aunque no era demasiado robusto, tampoco era un enclenque. Le gustaba tocar la guitarra y tenía una especie de pasión por los platos que llevaban tomate en ellos.
Sabía todos los datos que compondrían su ficha al dedillo. No había que asustarse, no es que él fuera un acosador y que se dedicara a mirarle desde la calle, asomado a una ventana y le fuese persiguiendo por las avenidas. La respuesta a por qué sabía tantas cosas de ese hombre era porque él había sido el que le había creado. No era ningún delirio, él no era ningún dios tampoco.
Francis Bonnefoy era un chico de origen francés que había nacido en la ciudad de Burdeos. Su madre dio a luz, irónicamente, el día 14 de julio y siempre le había recalcado que le había fastidiado el día de la fiesta nacional. Lo bueno de haber nacido en una fecha de ese estilo era que siempre tenía fiesta para su cumpleaños y lo podía celebrar con quien fuera. Habían vivido en un pequeño pisito en el centro, los tres juntos, pero entonces su madre decidió que quería ir a vivir a España por motivos que Francis desconocía y que en aquel momento era muy pequeño como para rebatir. Desde que tenía tres años, cambió de un entorno en el que sólo se hablaba francés a uno que sólo tenía español. Por suerte, a esa edad es tremendamente fácil aprender idiomas y lo absorbía todo como si de una esponja se tratara. Pronto chapurreaba con los vecinos cuando su madre, Antoinette, ni tan siquiera sabía cómo pedir el pan.
Louis se puso a trabajar en el campo, recolectando la vid para preparar vino, trayendo un sueldo mientras la mujer de treinta y cuatro años cuidaba que al pequeño Francis no le faltara de nada mientras su padre estaba fuera. Era un renacuajo de medio metro que corría por todas partes y que cazaba mariposas para luego soltarlas segundos después. En una ocasión había matado una sin querer y había ido llorando a su madre, pensando que debían entregarle a la policía puesto que era un criminal. Después, ante la gente que no conocía, era un chiquillo tímido que se escondía tras la falda de su madre y se asomaba para mirar con sus ojos grandes y azules al desconocido de turno.
Pero entonces todo cambió y ese hermoso chiquillo, que a veces era confundido con una chica, nunca volvió a ser el mismo. La muerte de su madre, de sopetón, no fue algo que pudiera superar. Francis estaba presente cuando Antoinette se desplomó y el cuerpo del joven se volvió un muro que hizo que todo lo que sentía se quedara dentro. Louis, en un intento desesperado de hacer que fuera como antes, llevó a su hijo a psicólogos y otros lugares, le suplicó que colaborara, pero Francis siempre le miraba serio, frío, distante, y no hablaba. Se sentía triste, muchísimo, entre otras tantas cosas, y el mundo le parecía demasiado cruel. No podía buscar consuelo en las personas porque, de alguna manera, aunque no fuera consciente, el chico se había dado cuenta de que si se apegaba a ellas llegaría el momento en el que las perdería y no estaba dispuesto a pasar por ese mal trago de nuevo. Su padre lo entendería, algún día podría explicárselo y seguramente le diría que en su situación hubiera hecho lo mismo.
En aquel momento, Francis tenía nueve años.
Sus notas en el colegio se descalabraron a pasos agigantados y la profesora le obligó a repetir curso porque decía que con esas notas podía pasar, pero no aseguraba que luego tuviese el nivel suficiente como para poder seguir adelante. Cuando empezó la Enseñanza Secundaria Obligatoria, su padre decidió ponerle ordenador en casa y entonces empezó la afición del rubio. En el colegio le habían prestado un cómic y en él había descubierto un mundo de fantasía, un lugar donde había personas que tenían vidas increíbles y las cuales pasaban por muchas penurias, pero luego siempre terminaban triunfando.
Poco a poco se fue metiendo en el mundillo. Primero fue leyendo, aficionándose a los cómics más famosos del momento. Luego empezó a dibujar, intentando hacer lo que se llamaban fanarts de sus series preferidas. Al final, de su mente surgieron sus propios personajes, los cuales se tiraría meses y meses perfeccionando, hasta que, hacía cosa de dos años, Francis creó a Antonio. Fue un proceso creativo que le había tomado tres meses más de pensar a todas horas detalles. No sabía ni cómo había sacado un nombre tan completo, aunque cuando su padre leyó el nombre vio en él un reflejo de su difunta esposa. Lo que había hecho había sido españolizar el nombre.
Y hacía cosa de medio año se había decidido y se había embarcado en la apasionante aventura de hacer un webcomic. En la habitación que tenía alquilada en la residencia de estudiantes de su universidad había un escritorio enfrente de la ventana, pegado a la pared, y allí Francis tenía un reguero de papelotes con bocetos y la tableta digitalizadora, que se quedaba abandonada cuando se llevaba el portátil a clase. El dibujo se convirtió en una de sus pasiones con todo ese mundo en el que se había metido así que, al final, decidió que quería hacer algo que se relacionara con éste. Se decidió por ilustrador y para ello se metió a una universidad donde hacían estudios universitarios especiales que le darían un título reconocido en España, pero que valía cero fuera del país.
La apariencia de Francis quizás no era la más atractiva y eso ocultaba el potencial latente que había en él. Solía ir con pantalones tejados, desgastados. Su torso se cubría por una camiseta de manga corta que tenía dibujos de algún cómic y encima llevaba una chaquetilla para no pasar frío y que, según la época, se pasaba la mayor parte del tiempo arremangada porque le molestaba. El pelo le había crecido y le daba pereza cortárselo, sin embargo le molestaba, así que se lo recogía en una coleta que descansaba hasta la mitad de la espalda, contra ésta. Tenía dos mechones un poco más cortos en la parte delantera, la prueba de que no servía como peluquero, y como se había dejado los ojos con los libros, tenía que usar unas gafas cuando estaba delante de la pantalla porque tenía la vista cansada.
Su mano derecha estaba apoyada sobre el ratón, el cual movía rápidamente, con precisión, e iba seleccionando opciones para aplicar filtros y editar la imagen que tenía entre manos. Era un dibujo de Antonio, que llevaba pintando desde el lunes y en el cual había trabajado ya un total de tres días. Le dedicaba bastantes horas, pero nunca estaba del todo convencido con el resultado. Sintió que algo empujaba su brazo, el cual por suerte no se encontraba haciendo presión sobre el ratón, y ladeó el rostro para ver a la persona que ahora se sentaba a su lado. Si él tenía un aspecto descuidado, nada se equiparaba a Kiku Honda. El muchacho de veintidós años solía ir vestido con chándal y era el colmo de la quietud. Su cabello, lacio y negro, enmarcaba sus mejillas y quedaba justo a la altura del mentón. Sus ojos eran también pardos y cuando te observaban lo hacían con fijación, casi sin pestañear, pero tampoco es que eso estuviera a la orden del día ya que era un chico demasiado tímido. Había llegado de intercambio hacía cosa de un año largo y siempre se quedaba callado en un rincón, con su ordenador portátil ligeramente inclinado para que nadie pudiera visualizar lo que estaba haciendo. Trabajaba con la pantalla de clase, pero estrictamente lo que era de la asignatura, lo personal lo llevaba en secreto estricto en su ordenador personal.
Empezaron a hablar de la manera más curiosa que existe. Kiku paseaba por detrás, durante el cambio de profesor entre clase y clase, y Francis estaba encorvado sobre la mesa, clicando con pereza sobre el lienzo que había en el programa de dibujo, mejorando la iluminación de la última ilustración que había hecho. El japonés corrió hacia él y empezó a hablar su idioma, del cual el galo sólo entendió que era bonito e increíble. Al ver su cara de no estar entendiendo nada, sumado al pánico, el nipón hizo una reverencia y se presentó.
A partir de ese momento, Bonnefoy no le hizo demasiado caso, pero él se le acercaba cuando le veía dibujando y le comentaba los defectos que le veía. Descubrió con el tiempo que compartían más aficiones y gustos de los que imaginaba. Se había convertido en su amigo al final y cada semana comentaban capítulos de cómics, de series y la gente cuchicheaba de ellos porque eran los más raritos de la clase en general.
- Deja, voy a mejorar tu dibujo. -dijo con un notable acento Kiku.
Se inclinó, tapando el ángulo de visión de Francis, el cual por pereza apoyó la frente contra el hombro del muchacho. Se sentía cómodo a su lado y eso era algo que no podía decir de casi nadie. Escuchaba el clicar frenético del japonés, que sólo iba haciendo ruiditos afirmativos mientras mejoraba el dibujo. De repente sintió que se iba hacia delante al perder el punto de apoyo para su frente porque Kiku se había apartado.
- ¡Bien! ¡Ya lo he acabado! -exclamó pletórico Honda, con una tímida sonrisa que mostraba que se encontraba orgulloso de sí mismo.
Los ojos azules se encontraron de nuevo con su obra de arte y la hallaron transformada en un dibujo que no era para menores de dieciocho años. La ropa de Antonio no estaba y había tentáculos rodeando su torso, sus mejillas estaban sonrojadas y había lágrimas pequeñas en la comisura de los ojos. Sus labios que antes habían estado curvados en una sonrisa ahora estaban entreabiertos, buscando el aire. Sensual había quedado, eso no podía negarlo.
- ¿¡Cómo demonios lo haces que cada cosa que tocas se convierte en un fanart porno!? -exclamó Francis horrorizado por ver su obra en ese estado- ¡Como no hayas usado una capa nueva, te juro que te voy a matar!
- Por favor... ¿Cómo piensas que podría hacerte semejante jugarreta? Lo he distribuido en tres capas así que, si las vas ocultando... Venga, hazlo. -azuzó con el codo, a su lado.
- Voy, voy...
- Si vas ocultando las tres capas ves animado cómo pierde la ropa y disfruta. -dijo con una ligera sonrisa que ocultaba toda la perversión que habitaba en el cuerpo menudo del japonés.
- A veces me fascina la facilidad que tienes para crear cosas así en tan poco tiempo. Pero, lamentándolo, creo que voy a tener que borrar tus tres capas y dejar mi dibujo de nuevo como algo inocente y puro. -le contestó el galo.
- Me da igual que lo hagas, guarda las imágenes y envíamelas por correo. Me he hecho una cuenta en un sitio de arte de estos que te roban por la espalda, y me estoy haciendo famoso por ser el que hace los mejores retoques de todo lo que publicas. -dijo con orgullo el japonés.
Los orbes azules de Francis rodaron al pensar en eso. No entendía qué ganaba haciendo todos aquellos retoques subido de tono a sus dibujos, aunque debía confesar que a veces se había puesto a mirarlos, por curiosidad, y eran buenos. Entendía por qué la gente apreciaba todo lo que hacía, si él tuviera una cuenta seguramente se guardaría todos aquellos dibujos en sus favoritos. Pero no pensaba confesarlo. ¡Qué va...!
- Ale, ya te las he enviado, ¿estás contento?
- Por supuesto, eso va a ser oro. ¿Acaso no entiendes la belleza de un cuerpo desnudo rodeado por tentáculos? A las fans les encanta, parece que ver a un hombre fuerte atado y sumiso las pone como a animales en celo.
- Hablas como si fueras el más experto con las mujeres y luego no puedes ni articular tres palabras seguidas delante de una. Tartamudeas y hablas japonés.
- ¡Es que me bloqueo! De repente... -Kiku puso una expresión tensa- De repente es como si el español fuera el lenguaje más complicado que uno pudiera tener delante. Tienes que enseñarme, Francis. Tienes que enseñarme frases para ligar, tú que dominas mejor el idioma. Si vuelvo virgen a Japón, mis compañeros de colegio se van a reír de mí. Cuando les dije que iba a venir me contaron que aquí las chicas eran fáciles, pero es todo mentira. Mi honor...
En ese momento parecía como si hubiese una humareda saliendo de su cabeza de lo mucho que estaba llegando a pensar. Honda era callado, pero a Francis le había contado secretos muy profundos y tenía arrebatos en los que se ponía a hablar largo y tendido de todo lo que le preocupaba. Una de ellas era su virginidad, que le había contado que guardaba para la mujer ideal y que ahora comentaba que le pesaba como si fuera una roca de cien toneladas. El pobre tenía problemas serios con la gente, incluso más que Francis, y cuando se ponía a hablar le sudaban las manos y se le olvidaba el español que sabía, por lo cual comunicarse se le hacía imposible.
- Está bien, Kiku... Como empieces a hiperventilar, yo no me pienso hacer responsable. ¿Llevas encima tu inhalador?
- No podría salir sin él, Francis. Soy extraño pero eso no significa que no tenga conciencia de mi condición.
La charla tuvo que terminar en ese momento ya que el profesor entraba por la puerta. Se tiró la hora y media tomando apuntes, haciendo los ejercicios que mandaban con celeridad y profesionalidad. Cuando el timbre sonó, se estiró y en un abrir y cerrar de ojos tenía a Kiku delante de nuevo.
- ¡Joder qué susto...! -murmuró Francis llevándose la mano al pecho- ¿Es que eres un maldito ninja? Cada vez que haces eso te juro que pierdo cinco años de vida. Al paso que voy, me moriré joven y tendrás toda la culpa de ello.
- Si te mueres joven significará que tu cuerpo no estaba preparado para sobrevivir y que eres esa parte de la raza que está destinada a la extinción. La selección natural, creo que se llama en español. -replicó Honda con una asombrosa tranquilidad, que dejó descolocado a su amigo. Al ver que no decía nada, prosiguió- Me ha enviado un mensaje al correo Elisabeth, creo que la conoces.
- Elisabeth... -dijo pensativo el rubio, dando suaves golpes con su dedo índice sobre su labio inferior. De repente sus ojos se abrieron más y apartó la mano de su cara- Ah, ya lo sé. La chica que me hablaba demasiado y me pidió una foto. Sí... La recuerdo. ¿Cómo tienes su dirección?
- Bueno, me mandó un mensaje a la página de ilustraciones y hemos estado hablando. Vi sus fotos con disfraces, es... -suspiró ensoñador- Mi futura mujer.
- Siempre dices lo mismo de cada mujer bonita que ves y luego no te atreves a hablar con ellas. -apuntó Francis después de hacer un gesto de negación con la mano. Viendo que iban a empezar con lo de siempre y que Kiku iba a realizar un largo monólogo acerca de la belleza de la mujer, de la importancia de observarla desde un lado, con respeto y de la necesidad de conquistarla siendo un caballero, decidió que era mejor continuar hablando- ¿Y qué es lo que quería?
- Me ha preguntado si sé cuándo vas a publicar el siguiente capítulo del webcomic. Al parecer, todas están estresadas porque parecía que por fin Antonio iba a confesarle a François que siente algo por él.
- Pues no tengo ni la más remota idea. Quería que este capítulo fuera interesante, pero aún no me decido. Me parece que los sentimientos de Antonio van a tener que esperar aunque sea otro capítulo más. -murmuró Francis a disgusto tras frotarse un poco la cabellera. Argumentalmente no le cuadraba la declaración, la encontraba forzada y sin sentido. Tenía que buscar el momento oportuno o las fans le matarían.
- Pues vaya... El pobre no es que lo esté pasando muy bien. Creo que se merece que le correspondan; François está claramente colgado de él, aunque se pase la mitad del tiempo en la cama de los demás.
- Pero es que no es el momento adecuado... Hay un montón de gente que se piensa que si no sucede la declaración es porque quiero mantener el suspense, por fastidiar, pero es que argumentalmente no me cuadra.
- Tienes a los aficionados tristes porque no viniste al último Salón.
- ¡Estaba con gripe y a treintaiocho de fiebre! ¿Es que querías que fuera? Da gracias que esta semana puedo venir a clase. -negó con la cabeza, resignadamente. Le gustaban esos eventos y le iban bien para promocionar su webcomic. Había llegado a imprimir el primer capítulo en papel y no podía negar que le había ido bastante bien y había recuperado la inversión que había hecho.
- Se me ha olvidado decírtelo, vi a alguien haciendo cosplay de tu cómic.
En ese instante los ojos azules dejaron la pantalla y se clavaron en Kiku, el cual parecía tremendamente calmado. ¿Acababa de decir en serio que había visto en el último Salón gente disfrazada del cómic al que le dedicaba tanto esfuerzo? ¿Cómo es que no había recibido ninguna foto? Normalmente le enviaban todo lo que hacían para que él pudiera apreciar el esfuerzo que habían realizado. No tardaría demasiado entonces...
- ¿En serio? -al ver que Kiku asentía, se apresuró a añadir- ¿De quién se habían disfrazado? ¿Era un grupo? Y lo más importante: ¿Por qué demonios alguien querría disfrazarse de mi cómic?
- Porque no está mal, Francis. Deberías tener un poco más de confianza, que la última chica que te pidió que le firmaras el cómic se fue avergonzada porque la miraste como si acabara de pedir una barbaridad. La persona que te digo iba vestida de Antonio, con quien creo que era su novia, que iba disfrazada de François. Se estaban echando fotos fuera del recinto. Fanservice, muchísimo. Por ejemplo, la chica que hacía de François agarró del mentón a la que iba de Antonio, la cual estaba mirando hacia otro lado, fingiendo que estaba avergonzada. Luego al ver la foto, yo también eché una, se pusieron a gritar y a especular que eso pudiera pasar algún día.
- Estás de un pesado... ¿Es que quieres que se líen? El cómic dejaría de ser de acción y de repente pasaríamos a tener romance, creo que rompería el ambiente por completo.
- Están destinados el uno para el otro. No puedes decirme que no creaste a François con esa intención desde el principio.
No quiso seguir con la discusión y se lo dio a entender regresando a su dibujo. Era la hora de salir y Kiku tenía que marcharse para seguir con su plan de entrenamiento, con el que pensaba dejar de ser un fideo. Lo combinaba con artes marciales, cuyas clases tomaba una vez a la semana, los viernes. El galo estuvo allí dos horas más, intentando ver lo que le fallaba a su ilustración, pero no encontró nada de nada. Al final, cuando el sol empezaba a caer, se dio cuenta de que era estúpido estar más tiempo allí. En la habitación le estaba esperando una pantalla enorme en la que podría trabajar. Guardó el trabajo, lo cerró y entonces desconectó el portátil. Lo metió en una bandolera que llevaba y la cual cargó a la espalda. De camino a casa, pasó por un local y compró comida preparada, la cual sólo tendría que calentar.
La residencia en la que habitaba era un edificio de ladrillo visto que se alzaba a la altura del resto de los edificios de la zona. Estaba situado en una zona bastante comercial y eso siempre ayudaba a que los estudiantes pudieran salir en cualquier momento a comprar algo que necesitaran sin correr riesgos innecesarios. Él se alojaba en la segunda planta. Su habitación daba a una zona compartida con otros dos compañeros, los cuales también estaban de intercambio en España. Él era el único que vivía allí desde hacía años, así que muchas veces intentaban entablar conversaciones para practicar el idioma y de paso preguntarle cómo se decía eso o aquello.
Como el introvertido que era, Francis solía contestar escuetamente y no parecía demasiado motivado, lo que acaba haciendo que sus compañeros se alejaran y regresaran a sus otras cosas. Tampoco es que pasara tanto tiempo en las zonas comunes, solía estar el rato en su habitación, dibujando o echado sobre la cama con el portátil sobre el estómago, mirando alguna serie nueva que hubiese descubierto o leyendo algún cómic que le hubiera recomendado Kiku. El japonés tenía una larga lista de recomendaciones que no le había decepcionado ni un poco. Sacó las llaves del piso del bolsillo y abrió la puerta del edificio, la cual estaba cerrada por seguridad, para evitar que los ladrones se pasearan por esos pasillos. El apartamento estaba vacío y tuvo que encender la luz porque estaba demasiado oscuro ya como para andar por ahí seguramente sin iluminación. Sacó la comida que había comprado, la puso al microondas y mientras se calentaba fue a la habitación a montar el ordenador y encenderlo. Se había descargado el nuevo episodio de un anime mientras estaba conectado en la red de la universidad, mucho más rápida que la que tenía en casa, y pensaba verlo mientras cenaba.
Tenía deberes, un trabajo que había de entregar en dos días y que no había ni empezado, pero podía esperar veinte minutos, o quizás cuarenta. El sonido del microondas no le importunó, estaba demasiado ocupado acabando de cambiar el proxy para que funcionara como tocaba. De nuevo se produjo el pitido infernal, dándole a entender que la comida estaba caliente y que la cogiera antes de que se le olvidara. Refunfuñó pero no se movió, batallando con el ordenador, que se negaba a funcionar. Al final lo reinició, se levantó y de nuevo el pitido.
- ¡Ya va, ya va! Maldito ruido del demonio... -murmuró a disgusto mientras arrastraba los pies hacia la cocina.
Se quejó por lo bajo cuando tiró del plástico y se quemó las yemas de los dedos. Tuvo que irlo soltando, tirando de él hasta dejarlo sobre la mesa. Como tonto no era, cogió un plato, lo puso encima, agarró un cubierto y se fue hacia la habitación. Estaba cómodo de esa manera, después se puso a terminar el dibujo y eran ya pasadas las doce cuando obtuvo un resultado que le satisfizo. Suspiró y se estiró para desentumecer los músculos, que se le habían agarrotado por estar encorvado sobre la tableta ligeramente. Guardó el resultado y miró por la ventana. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que había estado sumido en la más profunda oscuridad, únicamente iluminado por la luz del portátil. El cielo estaba plagado de estrellas y por una décima de segundo se planteó lo que estaba haciendo con su vida. Bueno, puede que no fuera la mejor, pero de alguna forma le gustaba y al menos no se sentía desdichado o inútil.
De repente, el cielo fue atravesado por una estrella fugaz. Nunca había visto una más que en dibujos o en fotografías y no se podía comparar ni por asomo con la sensación que se anidó en su estómago y que le dejó sobrecogido. Fue un cosquilleo y su corazón incluso latía fuerte. Entonces recordó ese dicho de que si se le desea algo a una estrella fugaz,se convierte en realidad, cerró los ojos y pensó en lo que se le ocurrió en ese momento. Miró de nuevo hacia fuera y rió, pensando en la estupidez que a veces su cerebro inventaba.
- Mejor me voy a dormir o mañana no voy a poder levantarme para ir a clase.
Se arrastró hacia la cama, tiró de la colcha y las sábanas y se echó en ella. Era más grande de lo normal, así que se podía espatarrar y sus piernas no caían por los lados. Es lo que tenía que su padre se desviviera por él, cuando vio la porquería de cama que tenía dijo que le tenían que conseguir una más grande. Cerró los ojos, se quitó las gafas y a tientas las dejó sobre la mesa. No habían pasado ni diez minutos cuando se había sumido en un profundo sopor.
Tuvo un sueño que nunca antes había tenido. No podía describirlo, porque no es que viese nada, simplemente sentía. Era cómo cerrar los ojos sobre una toalla en verano, podías percibir muchísimas cosas sin llegar a ver ni una sola: el rumor de las olas, el olor a salitre, el calor del sol sobre la piel, el cual la dejaba con una temperatura casi febril... Pues esto era algo similar. Sabía que dormía de algún modo, pero estaba demasiado sumido en esa pereza como para abrir los ojos. Además, seguramente si lo hacía, perdería aquel bienestar que estaba experimentando.
Era como si alguien le abrazara, con una calidez que le aliviaba el alma, entumecida desde que su madre había perecido, y percibía un aroma suave, agradable, pero al mismo tiempo algo picante. No sabía por qué había escogido la palabra "picante" para describir un aroma, pero le había parecido la ideal. El sueño era tan realista que pronto la sensación de que un peso aplastaba su brazo contra su costado se hizo demasiado clara. Su mente empezó a funcionar, planteándose seriamente por qué estaba notando todo aquello, y sacó una simple conclusión que debería haber obtenido en menos tiempo: aquello no era normal.
En su interior se formaron nervios, quizás hasta se podría catalogar de miedo, ante lo que podría encontrarse al abrir los ojos. Tuvo que inspirar hondo, hinchando su caja torácica, para encontrar el valor en él, el cual no solía formar parte de su personalidad. Abrió los ojos y a poca distancia de su rostro, a su izquierda, se encontró el semblante pacífico de un hombre que dormía profundamente. Su respiración era pesada y sus labios estaban entreabiertos y entre ellos tomaba el aire con lentitud, para después expulsarlo. Aquella era la causa de algún ocasional ronquido, flojo, que al parecer le molestaba a él mismo y, por ese motivo, aguantaba la respiración unos segundos hasta que luego volvía a tomar aire.
El corazón de Francis dio un vuelco en su pecho y al mismo tiempo lo pudo sentir latiendo rápidamente, expandiendo unos nervios abrasadores por el resto de su cuerpo. Se apartó, pero tampoco logró ir demasiado lejos ya que los brazos de esa persona a su lado le tenían demasiado aferrado como para dejarle ir por completo. En ese momento fue capaz de ver una cabellera castaña despeinada, cuyo flequillo se amontonaba todo hacia la derecha, costado sobre el que dormía. No se equivocaba, había reconocido a la perfección al hombre que estaba a su lado a la primera. Se le quedó cara de póquer mientras su cerebro intentaba poner orden a todo lo que sentía y se decidía por una reacción.
Finalmente lo que hizo fue apartar bruscamente sus brazos y empujarle al mismo tiempo que él aprovechaba para poner distancia entre ellos. El filo de la cama recibió al hombre, el cual se aferró pronto a las sábanas al ser víctima de la sensación de peligro por el vacío que había tras de él. Despertar de esa manera no era para nada sano y sus ojos, los cuales se habían abierto con sorpresa y desorientados, se fijaron en la sábana, descubriéndose, para Francis, como verdes. De pie al lado de la cama, el rubio le miraba en estado de shock, despeinado y con ese pijama viejo y descolorido que seguramente debería tirar a la basura de una vez.
- Antonio... -murmuró.
Por un momento deseó que el hombre no reaccionara a ese nombre, que siguiera mirando la cama como si hubiese sido atacado y que luego le gritara. Entonces Francis saldría de su delirio y descubriría que esa persona en nada se parecía a Antonio, a su Antonio, y que seguramente había estado soñando de nuevo con su cómic y se había despertado enajenado con esa idea. El chico levantó la mirada, aún con pinta de dormido y al mismo tiempo ofendido, con el ceño fruncido y las manos aún apretadas contra la tela.
- ¡Joder, François! ¡Si esta es tu nueva manera de despertarme, te aseguro que no es divertida y que casi me da un infarto!
Vale, tras aquella respuesta, Francis oficialmente pensaba que aquello era de locos. No sólo había reaccionado a ese nombre, además le había llamado François y no se había extrañado en primera instancia. Aún si hubiese sido una persona que por casual se pareciese y se llamase Antonio, que le hubiera llamado François era lo que lo tornaba todo en algo fuera de lo normal. El hispano entonces se fijó más en él y algo no le cuadró. El rubio tampoco podía decir nada, estaba al borde del colapso.
- Espera... Tú no eres François. Te pareces mucho, pero no eres él. -murmuró Antonio.
Por instinto, lo que hizo fue mirar hacia abajo para comprobar que no estuviese desnudo. No podía decir que nunca le hubiese ocurrido, tenía que asegurarse de que no había ido por ahí a beber, que hubiera encontrado a ese tipo que tanto se parecía a él y que hubiese decidido que quería que se la metiera. Era una posibilidad. No obstante, no le dolía la cabeza y tampoco el trasero. Además, ese hombre le estaba observando como si fuese el mismísimo diablo y él tampoco recordara el que estuviera en su cama. Se llevó una mano a la nuca, sonrió nerviosamente y volvió a hablar.
- Vaya, esto es bastante violento. ¿Y te acuerdas de algo? ¿Me viste borracho en algún sitio? Dime que no te acosé demasiado. Te pareces mucho a un amigo.
- François, ¿verdad? -le dijo Francis. Quizás era una trampa. Alguien que se había disfrazado con una profesionalidad admirable y que buscaba robarle. Le sorprendía porque, normalmente, sus compañeros de piso siempre cerraban bien.
- Sí. ¿Le conoces? -preguntó Antonio casi emocionado. Él no era consciente pero, cada vez que hablaba de ese rubio, se le iluminaba el rostro. Vio que el desconocido negaba con la cabeza- Vaya. Bueno, creo que lo mejor es que me vaya a casa. No sé cómo he terminado en tu cama, pero está visto que no estás cómodo y yo tampoco. Lo mejor es que me marche o les voy a matar de la preocupación.
- Supongo. -murmuró Francis sin saber qué decirle para detenerle. ¿Qué iba a comunicarle? ¿Que era un personaje de ficción? No, porque eso era imposible. Ese tipo era alguien que se parecía y se llamaba igual: punto. Cabía decir que era todo lo que había imaginado que su personaje sería de tratarse de alguien real- Soy Francis Bonnefoy.
- Yo soy Antonio Fernández Carriedo. -replicó sonriendo jovialmente- Lamento el susto que te he dado. Quizás bebí anoche y no lo recuerdo, aunque no tengo resaca...
Se levantó de la cama y miró alrededor. La habitación era bastante pequeña, quizás porque el dosel ocupaba casi toda, y se veía abarrotada de figuras y cómics, además de una montaña de papeles que arropaban un escritorio con trastos electrónicos. A simple vista no divisó nada que fuese suyo, así que se atusó la ropa y fue a buscar la salida, seguido por Francis, que a veces estiraba la mano y señalaba el camino correcto. Los ojos azules repasaban esa figura, analizando las similitudes, y se encontró con que coincidía en un porcentaje que rozaba exageradamente el cien por cien. Incluso el culo era lo que había imaginado para su personaje. Levantó la mirada, sonrojado por su propia actitud desairada. Bueno tampoco era tan social, pero cuando estaba con gente nueva apreciaba sus anatomías. Cuando Kiku le llamaba pervertido, él alegaba que era únicamente por curiosidad artística. Referencias. Le abrió la puerta del piso, la cual definitivamente no estaba con la llave echada, y se hizo a un lado para que pudiera salir.
- Gracias por no llamar a la policía, Francis. Seguramente cualquier otra persona se hubiese asustado mucho más.
- Bueno, me has recordado a alguien, así que no me has dado miedo. ¿Y tú? Te veo muy calmado a pesar de que te has levantado en la cama de un desconocido y no recuerdas cómo has llegado aquí.
- No es la primera vez. -dijo y acto seguido se rió al ver la cara que se le quedaba a su desconocido acompañante. Entonces se le quedó mirando: había en ese rubio algo familiar, algo que no sabía explicar y que no entendía. Abrió la boca, para preguntarle quién era, pero después se dio cuenta de que eso le iba a ganar una mirada extrañada, así que lo mejor era marcharse de una vez. Seguro que François estaría preocupado porque no había ido a casa- Que te vaya bien.
Le hizo un gesto con la cabeza para despedirse de él y vio que se alejaba por el pasillo hasta perderle de vista. Cerró la puerta y corrió, esquivando los muebles que había en su camino, hasta que se tiró en plancha en la cama para coger su teléfono móvil. Buscó la conversación de Kiku y la abrió para escribir en ella.
- Esta mañana me he despertado con Antonio en la cama.
Recibir un mensaje de tu mejor amigo francés y que te escriba que se ha despertado en la cama con su personaje le hizo, en primer lugar, pensar que estaba olvidando el poco español que sabía y que no había leído bien. Cuando lo recibió, estaba en el ordenador, intentando descargar de NicoSound el último tema de Miku que había creado su compositor favorito, así que aprovechó para poner el traductor y comprobar que no se había equivocado. En ese momento se debatió entre dos ideas.
Número uno: Su amigo le estaba gastando una broma y decía eso porque se había dormido haciendo bocetos en papel, por lo cual se había despertado con "Antonio en la cama".
Número dos: Francis había perdido la cabeza definitivamente, cosa que podría ser a causa del estrés de los últimos días y de esos horribles horarios de sueño que se había establecido. O también porque hacía no tantos días que había estado enfermo y era probable que los virus aún estuviesen atacándole, muy probablemente en su cerebro.
Al final se decantó por la primera teoría, la cual era más racional, y tampoco tenía por qué cuestionarse desde primera hora de la mañana la salud mental de su mejor amigo. Fue por eso que le envió un mensaje pidiéndole por favor que no dibujara en la cama ya que eso era peligroso para las hojas, que seguramente amanecerían arrugadas. Sólo de pensarlo, al nipón le daban escalofríos. Sin embargo, no habían pasado ni cinco minutos cuando su teléfono de última generación volvió a vibrar sobre la mesa. Cogió el aparato y vio que Francis le había contestado con un emoticono enfadado, otro con una carita llorando y a continuación el siguiente mensaje.
"No te lo digo en broma, Kiku. Esta mañana me he despertado con un tío al lado que se llamaba Antonio"
El japonés se estiró, echando hacia atrás el respaldo de la silla, y miró la pantalla con el ceño fruncido. No sabía qué había pasado en el cerebro de su amigo, pero estaba claro que esa mañana se había despertado con las tuercas demasiado apretadas y que no estaba pensando con claridad. Le contestó que descansara, que estaba enfermo y que mejor que se saltara las clases y ya puso el teléfono en silencio para terminar de ver ese capítulo antes de ir a clase. Luego se le pegó el tiempo al trasero, se tuvo que vestir deprisa y corriendo y ni le dio tiempo a desayunar. Si Kiku no se vestía como tocaba no era porque no tuviera ropa más moderna o elegante, era porque se tiraba las horas muertas haciendo otras cosas y luego tenía que correr si quería llegar a tiempo a los sitios.
Al llegar a clase, Francis estaba en su rincón de siempre, con su portátil abierto. A diferencia de otras veces, su mirada azul estaba dirigida hacia la ventana y miraba al horizonte ausentemente, como si su mente estuviera en otros mundos totalmente desconocidos. Aquella no era su expresión de "estoy pensando en el final de temporada de mi serie favorita", era una que hasta ahora Honda no había visto. Silencioso, se fue hacia él, retiró la silla que había a su lado y empezó a sacar sus cosas. Ni eso sacó del trance al galo, que continuó observando lo que fuera que veía en el exterior, en el mundo real. Cinco minutos después, con el portátil, la tableta, el ratón, el móvil, los apuntes y su estuche lleno de bolígrafos de diversos colores, Kiku dirigió la mirada hacia su amigo, el cual aún no se había percatado de su presencia.
- ¿Entonces ya has salido del armario?
La reacción de Francis fue digna de ser inmortalizada. Kiku abrió los ojos, sorprendido, y se maldijo por no haber usado su teléfono para grabarle. Seguramente eso hubiera hecho que su cuenta de YouTube recibiera un montón de visitas y hubiese ganado subscritores. Ya era muy tarde, Bonnefoy le estaba mirando como si acabara de decir la barbaridad más grande que hubiese contado hasta el momento y curiosamente sus mejillas estaban de un color rojizo llamativo.
- ¡No digas esas cosas! -de repente bajó el tono hasta que se convirtió en un susurro que sólo ellos dos podían escuchar- Si te oyen, van a empezar los rumores de que soy gay y no es cierto. Soy un chico normal que ha tenido pocos encuentros sexuales y que no quiere rememorarlos porque fueron extraños.
- Y hay que hacer un apunte para comentar que ibas hasta arriba de alcohol, porque cuando no lo tomas eres como un pato mareado, igual que yo. ¿Te acuerdas ese día que conseguí arrastrarte a una discoteca? Tú estabas en la esquina, como un gato acorralado, y no dejabas de decirme que podríamos habernos quedado en casa viendo Doctor Who y yo pisé a cuatro chicas en un intento de ligar con ellas. -el japonés asintió con la cabeza- Fue una noche exitosa.
- Si tú lo dices... El sitio estaba tan lleno de gente que, por un momento, pensaba que me iba a desmayar ahí mismo. Odio esos lugares abarrotados. Quiero estar en un local en el que pueda escuchar mis propios pensamientos, pero en ese sitio el altavoz retumbaba tan hondo en mi cuerpo que creía que iba a explotar.
- ¿Pero entonces ayer saliste, no? Te has ido sin mí a ligar y encima has tenido éxito. Pero ya es demasiado fetiche llamarle como a tu personaje, ¿no crees? Siempre he querido acostarme con una mujer y poderla llamar Hamasaki. Oh, Ayumi... Eres mi diosa.
- Siento cortar tus fantasías eróticas, pero no salí. Me fui a la cama después de estar trabajando hasta tarde en una ilustración. Juro que cuando me tapé con la colcha estaba completamente solo y mis compañeros de piso habían llegado. Entonces me he quedado dormido profundamente, me he despertado por la mañana sintiendo calor a mi lado y tenía a un tío abrazándome.
- ¿Me prometes que esta vez no has bebido? Que cuando te da el estrés empiezas a hacer tonterías, que nos conocemos...
- ¡Te lo prometo! -bufó con frustración el francés. Le daban ganas de agarrar los apuntes de Kiku y de estampárselos contra la cara por no creerle. Era una situación complicada para él también, necesitaba su apoyo porque empezaba a sentir que se estaba volviendo loco por momentos. Francis era una persona demasiado racional, necesitaba orden en su vida a pesar de tenerla dedicada casi en su totalidad a la fantasía- El caso es que te aseguro que ese tío se parecía un montón a Antonio. Si fuese real, sería de esa manera. El pelo marrón, despeinado, los rasgos de su cara... Encima, cuando se despertó, tenía unos ojos de un verde que hasta me sorprendió. ¡Te digo que lo tenía todo! Incluso la figura. Le llamé Antonio y me contestó. Encima me dijo que no era la primera vez que le pasaba eso de despertarse en la cama de otro.
- Bueno, estamos en España. Has escogido el nombre más usual en estas tierras. Quizás ha sido un cúmulo de casualidades muy curiosas. -dijo Kiku, asombrado por la historia que su compañero estaba explicando.
- Pero es que no te he contado lo más fuerte de todo... Me llamó François. Me dijo que me parecía mucho a un amigo suyo y que se iba porque seguro que estaba preocupado porque no había vuelto.
Se quedaron en silencio, el rubio esperando a que su amigo le diera la razón y entonces pudieran ambos especular acerca de lo que podría haber sido eso. Pero el japonés parecía que se había puesto una máscara de Noh en la cara y no podía leer en su expresión ningún tipo de emoción. Esperó unos segundos, cada vez más impaciente porque le dijera algo, y de repente se inclinó hacia él, le puso la mano en la frente y se puso la otra en la propia.
- Me parece que no tienes fiebre... -murmuró Kiku pensativamente.
- Te he dicho que no estoy enfermo, ¿es que no entiendes el español cuando te hablo? Mira que lo hago lento para que lo entiendas... -le replicó el galo sonriendo forzadamente, molesto con esa reacción por parte del otro.
- No te lo tomes a mal, Francis. Entiende que, aunque sea tu amigo, eso que me estás diciendo es una locura. ¿Que has amanecido con el personaje de tu cómic durmiendo a tu lado? ¿No estarías adormilado y por eso te ha dado la impresión de que se parecía a Antonio? Quizás era un tío que sí se llamaba así pero que no se parecía y al escuchar su nombre has delirado. Tienes una especie de romance raro con ese personaje, siempre ha sido tu preferido.
- Pero nunca en mi vida he delirado que un personaje está delante de mí estando despierto. Una cosa es tener sueños, que es aceptable, pero otra muy distinta es estar con los ojos abiertos, consciente de lo que te rodea, y verle como si fuera real.
Dentro de su protocolo social, ahora Kiku estaba en una de esas situaciones que tanto le desagradaban y que le quitaban años de vida de su pobre corazón japonés, que prefería vivir en calma. Si le decía la verdad, estaba claro que le iba a ofender, porque el chico estaba cien por cien convencido de que lo que le estaba contando había sucedido de verdad. Pero tampoco podía permitir que viviese creyendo una mentira de ese calibre. De la noche a la mañana uno no despertaba y se encontraba a su personaje preferido acostado a su lado; lo sabía por experiencia. ¡Pues anda que no había deseado él veces despertarse con Nami al lado, ligera de ropa! Pero nada. Esos eran deseos que nunca se iban a cumplir.
- Has tenido una temporada difícil, además has estado unos cuantos días enfermo. Quizás pensabas que estabas recuperado y no lo estás. Si te siguen pasando cosas extrañas, deberías ir al médico.
Una parte de él se sentía ofendido porque no le creía. Le fastidiaba imaginar que, por dentro, Honda estaba pensando que era un mentiroso o que estaba perdiendo la cabeza. Pero, por otra parte, entendía todo el razonamiento de su amigo y él mismo pensaba que era un sinsentido todo lo que le había sucedido. Suspiró con pesadez, viendo de soslayo que el profesor ya llegaba, y se colocó mejor en la silla.
- Tienes razón. Son delirios, quizás debería tomarme el día libre mañana y terminar de recuperarme. ¿Tomarás apuntes por mí?
- Por supuesto. Me preocupas, así que cuida mejor de ti mismo, Francis.
Aunque el muchacho se preocupaba por él, en ese momento el joven de origen francés sintió un vacío en el estómago al darse cuenta de que en eso estaba solo, nadie le iba a creer si decía lo contrario. Le costaba encajar, como siempre, y cada vez se sentía más ajeno al mundo, más raro.
Durante el resto del día, no volvieron a sacar el tema. Estuvieron haciendo trabajos, comiendo lo que compraron en la cafetería universitaria mientras veían una serie y luego se centraron en la clase. Al final de las mismas, Francis se encontraba hecho polvo y tenía unas ganas inmensas de dormir hasta que fuese diciembre. A diferencia de otras veces, recogió pronto todo lo que tenía por encima de la mesa, lo metió en su mochila y se levantó para irse a casa. Kiku aún estaba con todo desparramado por el escritorio y levantó la mirada hacia él.
- ¿Ya te vas hoy? -le preguntó extrañado.
- Estoy bastante cansado, creo que tenías razón al decir que aún no me he recuperado. Mañana no vendré, no te olvides.
Se despidieron sin decir demasiado más, deseándose el uno al otro un buen día, y Francis abandonó los pasillos ruidosos de la universidad. El calor del sol, que estaba cayendo, apenas se mantenía en su cara y después de un par de minutos caminando, sintió frío. Se acurrucó en su chaqueta y deseó llegar a su hogar. Desgraciadamente, tenía que pasar antes por el supermercado para comprar algunas cosas. Cogió una cestita y con pinta de estar aburrido fue caminando por los pasillos, intentando recordar todo lo que le hacía falta comprar. La cajera le miraba bastante y él hacía ver que no se daba cuenta. Cuando le tocó pagar, le tuvo que mirar a los ojos y ella le sonrió coqueta. Sus orbes azules se movieron hacia otro lado, luego la volvieron a enfocar y terminó por devolverle el gesto, un poco nervioso.
Al abandonar el supermercado, aún tenía el corazón un poco acelerado. Era patético que las interacciones con otras personas le supusieran tantos problemas, pero se había alejado mucho de todo el mundo como para ahora volver a encajar en él. Tenía momentos en los que quería ser parte de él, en los que quería dejar de actuar de esa manera tan lamentable, pero luego se lo replanteaba y tampoco quería cambiar su manera de ser sólo por ser aceptado. Subió los escalones que llevaban a la planta en la que se encontraba su piso y se detuvo en el rellano para sacar las llaves. Tuvo que dejar todas las bolsas en el suelo para poder abrirla. Suspiró con pesadez, se agachó para recogerlas y se adentró en el apartamento, el cual, a esas horas, ya se encontraba sumido en una profunda penumbra. Cerró la puerta usando su costado y el trasero para empujarla y encajarla contra el marco.
No pudo avanzar mucho más porque, de repente, alguien le empujó contra la pared y le puso un brazo a la altura del cuello. Jadeó sorpresivamente, notando que el aire le faltaba y que la espalda le dolía aún por el impacto contra la pared. Se le habían caído las bolsas y sus manos, por instinto, se fueron a intentar apartar ese brazo que le asfixiaba. Abrió los ojos, los cuales se acostumbraron a la falta de luz, y delante se encontró dos orbes claros, enfurecidos, que le miraban como si quisieran fulminarle.
- Está bien, ahora mismo me vas a explicar quién eres y qué es lo que me has hecho. -le replicó el que ahora reconoció como al chico de esa mañana, el que decía que se llamaba Antonio y que tanto se parecía a su personaje.
- No sé de qué me estás hablando. -murmuró con la voz medio estrangulada el galo. Era fuerte y por mucho que intentaba apartarle, no lograba nada de nada.
- Trabajas para Arthur, ¿no es así? No sé qué es lo que habéis hecho, pero quiero que me digas la verdad. ¿¡Dónde está François!?
Sólo una vez antes había estado así de asustado y Antonio, o ese tío que empezaba a creer que estaba majareta, estaba realmente fuera de sí mismo. No era tan estúpido como para quedarse quieto por completo cuando estaba de esa manera. Lanzó un puñetazo que el hispano pronto esquivó y una vez hizo eso, quedó en libertad. Se fue hacia un costado, golpeando en el proceso un cuadro que nunca le había gustado demasiado, y la luz, la cual se encendió. Era irónico, pero al menos si iba a morir no moriría a oscuras. No es que eso fuera un consuelo.
En ese momento, Francis no era el único desesperado en esa sala. Antonio Fernández era un hombre perdido, asustado, desolado y ese hombre junto al que se había levantado parecía ser su única pista. ¿Por qué se parecía tanto a François? ¿Por qué estaba en su cama por la mañana? No recordaba cómo había llegado hasta allí, sólo le quedaba la idea de que era posible que le hubieran secuestrado. En una situación como la actual, no le importaba ser brusco con tal de obtener su información. El tipo parecía cobarde, la prueba era que huía y que parecía estar a punto de llorar, así que hacer algo de presión quizás le llevaría a obtener la información que necesitaba. Echó la mano hacia atrás y de su espalda sacó una pistola corta negra, brillante, que apuntó hacia Francis. El francés pegó un brinco, levantó las manos por instinto y le miró horrorizado. Iba a morir. Ese hombre que tanto se parecía a su personaje iba a descargar una bala en su rostro e iba a espicharla. Lo peor es que no había hecho muchas cosas y ahora se arrepentía de ellas.
- No estoy para bromas, quiero saber dónde está François. -dijo Antonio agarrando la pistola con las dos manos para que ésta no temblaran. Los nervios le estaban traicionando.
- Escúchame, creo que te ha pasado algo muy grave. Estás diciendo cosas muy raras. Me da la impresión de que debes haber perdido la memoria y que lo único que recuerdas es en realidad ficción. Antonio Fernández Carriedo, Arthur Kirkland, incluso François, son todos personajes de mi webcomic.
- ¿Qué estás diciendo? Mira, no estoy para bromas. He ido a donde vivo y, en vez de eso, hay un parque que no había visto en toda mi vida. Por si eso no fuera suficiente shock, he ido a buscar a François a su piso y éste es un centro comercial. He ido al trabajo y nadie le conoce, nadie me reconoce a mí siquiera. ¡Esto es una de sus tretas! ¡¿Por qué no viene directamente a por mí en vez de intentar hacerle daño?!
- En serio, baja esa pistola. -pidió Francis aún con las manos en alto- Si se dispara por accidente, me vas a hacer mucho daño, así que te lo estoy suplicando, bájala. Entiendo que estar amnésico debe de ser confuso, pero te vuelvo a decir que todo eso es ficción. Es un personaje que yo creé, pero nada más. No debes dejarte atrapar tantísimo por la imaginación, porque ni tan siquiera yo lo hago. No sé cómo has conseguido mi dirección y debo decir que eres la persona perfecta para interpretar el papel de Antonio en la vida real, pero François no está en ningún lado porque no existe.
- ¿¡Estás insinuando que le has matado!? -exclamó Antonio, con el corazón en un puño, dispuesto a disparar si la respuesta que le daba no venía pronto y de paso le satisfacía.
- ¡No, no, no! ¡Joder, baja eso! -suplicó Francis con lágrimas asomando por la comisura de sus ojos. No quería morirse y ese tío no se calmaba con nada. ¿Por qué le tenían que tocar a él los desequilibrados mentales? Esta mañana no parecía estar tan loco- Antonio Fernández Carriedo, nacido en Madrid. Su madre se llama Ana Carriedo y su padre Juan Fernández. Su signo del zodiaco es acuario porque nació el día 12 de Febrero. Su mejor amigo es François, al cual estuvo una larga temporada sin ver y el que además le ayudó y le salvó de la mala vida en la que se había sumido. Para más inri, Antonio está enamorado de él desde entonces, pero no se atreve a decírselo porque cree que sólo le ve como a un hermano.
En ese momento se le paró el corazón y de repente empezó a latir con violencia. El brazo que había estado sosteniendo el arma en lo alto, fue descendiendo lentamente hasta que quedó enfocada hacia su cintura, cosa que no dejó demasiado tranquilo a Francis, el cual veía peligrar su cadera, o, aún peor, su entrepierna. Los labios de Antonio se entreabrieron, boqueando un poco, buscando qué decirle. Se decidió por una frase, la más obvia.
- ¿Cómo demonios sabes tú eso? No se lo he dicho a nadie, ni siquiera a Edu, al cual le confío todo. ¿Cómo puede ser que tú, al que no había visto antes, lo sepas con tal seguridad? Tienes mucha información de mí.
- Porque no eres tú de quien hablo, me estoy refiriendo a mi personaje.
- Te estoy diciendo que yo soy Antonio Fernández Carriedo, ese chico que has descrito, el que nació en Madrid criado por una Ana y un Juan. Nací el 12 de Febrero y sí, mi mejor amigo es François y estoy enamorado de él. Si no fuera por su ayuda, seguramente estaría muerto a estas alturas. Le debo la vida y además es una persona maravillosa.
- Esto no pruebas nada, estás repitiendo datos del perfil que publiqué en la web y cosas que han ido pasando en los diversos capítulos. Estás hablando de un personaje de ficción como si fueses tú. Lo que tendrías que hacer es relajarte e intentar pensar en quién eres de verdad.
- ¡Soy Antonio! ¿¡Es que estás sordo!? La pregunta aquí es quién eres tú. ¿Por qué tienes toda esa información de mí? El detalle... ¿Por qué dices una y otra vez que soy un personaje de ficción? -le replicó molesto- Me tienes delante, ¡¿cómo puedes decir que no soy una persona real?! Eres un maleducado.
- A ver, ¿puedes decirme qué recuerdo es el que Antonio atesora con más cariño acerca de François?
- No sé por qué tengo que contestar a... -empezó refunfuñando el hispano.
- Estás pretendiendo que te crea, ¿verdad? Pues contesta a mi pregunta. No es nada tan difícil si de verdad eres Antonio Fernández Carriedo. -dijo con tono burlón. Sabía que ahí él era el que iba a ganar, puesto que esa información no había abandonado su cabeza nunca. Lo estaba reservando para futuros capítulos. Haría un flashback y las fans entonces explotarían de la emoción. Quizás entonces podría hacer que se declarara y todo, quedaría bien.
- Eres un inconsciente. No sé cómo te atreves a hablarme así cuando aún te estoy apuntando con una pistola. -murmuró a regañadientes Antonio. Suspiró, apartó el arma y, mirando hacia un lado habló, azorado- El recuerdo que más atesoro fue de pocos días antes de que mis padres y yo nos marcháramos del lugar en el que habitábamos, François era nuestro vecino. Entonces quedamos para vernos y él estaba llorando porque no quería que me fuera. Odiaba que llorara, porque eso me ponía triste a mí también. En ese momento me aparté, le sonreí y le dije que siempre estaríamos juntos, que nuestros corazones nos unirían a pesar de no estar cerca. No sé qué fue lo que le entró, pero se acercó y me dio un beso. La primera y la única vez que me ha besado en los labios y ni siquiera fue de esa manera. Aunque creo que él lo ha olvidado ya que luego no lo ha mencionado ni una sola vez y me da miedo recordárselo.
El hispano había acercado los brazos a su propio cuerpo y, con la mano derecha, sostenía el brazo izquierdo a la altura del codo. Le daba vergüenza haberle contado algo tan íntimo a una persona a la que apenas conocía y la cual pensaba que era su enemiga. Sin embargo, ahora que le volvía a mirar, le encontraba atónito, con la mandíbula ligeramente aflojada.
- Nadie sabe eso. Nunca le he contado ese detalle a nadie. No puede haberse filtrado ya que no lo tengo escrito. Ni tan siquiera se lo he contado a Kiku. ¿¡Por qué lo sabes!? -exclamó Francis, empezando a perder ahora mismo la compostura. El pensamiento de que ese hombre que tenía delante pudiera ser Antonio de verdad le estaba volviendo loco por momentos.
- ¡Porque me llamo Antonio Fernández Carriedo y no soy ningún personaje de ficción! -le replicó chillando el hispano, sonriendo forzadamente. ¿Es que estaba hablando en un idioma desconocido y no se había dado cuenta?
Se hizo un silencio largo que ninguno de los dos se atrevía a romper. La situación era tan extraña que necesitaban un momento para pensar, para intentar poner orden de alguna manera en su cabeza. Los ojos azules de Francis se posaron en la pistola, que obviamente no le producía ninguna sensación de seguridad. ¿De verdad ese era Antonio? ¿Su Antonio? ¿Ese personaje al que tantas horas le había dedicado y cuya historia había pensado cuidadosamente? Pero, ¿qué otra explicación podía tener? Estaba claro que sabía cosas que sólo él conocía? No había manera que hubiesen contratado a alguien para una broma y que le hubieran podido darle toda esa información. Ni tan siquiera había visto fanfics escritos con esa línea argumental y sí, existían relatos de ficción creados por fan para su webcomic. Incluso le habían puesto nombre a la pareja: Franto o Antoncis. Eran nombres rarísimos y no le acababan de matar, pero las fans eran las que decidían.
- No encuentro mi casa por ningún sitio. Como me estés engañando y trabajes para Arthur... -le dijo ahora con rabia, levantando la pistola de nuevo hacia él. Francis pegó otro respingo, realmente amenazado.
- ¡Te estoy diciendo la verdad! ¡Jesús, ¿podrías bajar ese arma de una vez por todas?! Me estás poniendo de los nervios. -replicó tenso- ¿Por qué no la guardas y hablamos como personas civilizadas? Te prometo que no existe, Arthur no está aquí y por supuesto que no trabajo para él. Ni aunque existiera lo haría. Creo que eres Antonio Fernández Carriedo, ¿podrías creerme a mí y bajar la pistola?
Los ojos verdes le examinaron, evaluando con aire crítico. Necesitaba saber que podía confiar en ese tipo que tenía pinta de estar acojonado. Como nada le dio la impresión de que estuviera mintiendo, al final apartó la pistola y la guardó a su espalda tras ponerle el seguro. Francis suspiró aliviado y miró alrededor, pensando en que sus compañeros pronto regresarían.
- ¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo para cenar pero sólo si me prometes que no vas a sacar más ese trasto del demonio. Podemos hacernos daño como se dispare sola. -le dijo como si fuera una madre criticando a su hijo. Antonio arqueó una ceja.
- No sé por qué te pones histérico, lo tengo todo controlado. Los tengo pelados de usar armas. -de repente su estómago sonó, interrumpiendo su charla. El color se le subió a las mejillas mientras observaba su barriga con una sonrisa rota. Menuda manera de quedar como un idiota delante de ese tipo- Quizás puedo aceptar la invitación.
- Ven.
Sin decir nada más, le fue guiando hasta abrir su habitación. Entonces le ocurrió lo que solía pasar al 99% de la población cuando alguien totalmente desconocido visitaba su hogar, en ese momento fue consciente de que estaba más desordenado de lo que lo recordaba. Su cuarto le dio la impresión de ser un estercolero y corriendo intentó adecentarlo. Antonio observaba a su alrededor, curioso, pensando que aunque en general estaba todo más ordenado que el suyo, se veía más caótico por la colección de papeles, figuritas y cómics que había por todas partes. Guardó los papeles en la carpeta, sin estar seguro de querer enseñárselos a Antonio.
- Siéntate donde quieras, voy a preparar la cena.
Esperó pacientemente en silencio, sin saber qué era lo que estaba haciendo. Ni él mismo sabía por qué había decidido creer al rubio, pero tenía la impresión de que lo hacía porque se parecía a François y tenía debilidad por esa cara de cachorrillo abandonado que ponía. Nunca le había visto poner una expresión así y encontrarla en un rostro de un desconocido, tan similar, le había desconcertado. Se levantó y cotilleó una estantería llena de figuritas de lo que parecían cómics de todo tipo y nacionalidad. Cogió una en sus manos y con los dedos intentó moverla, para que cambiara su postura. Sin querer le arrancó el brazo a una de ellas. Puso una mueca de sorpresa y al mismo tiempo desagrado, por culpa de su torpeza, y empezó a maquinar a toda prisa qué hacer con ella. Finalmente la escondió detrás de otras tantas y rezó porque no la encontrara mientras él estuviera allí.
La puerta se abrió finalmente y entró Francis con un par de platos. Esperaba algo elaborado y delicioso como lo que François preparaba, pero en vez de eso se encontró con dos pizzas recalentadas las cuales no habían tenido tiempo ni de empezar a gratinarse. Oler olían bien, aunque con el hambre que tenía seguramente cualquier cosa le hubiese producido esa sensación. El rubio se dio cuenta de esa expresión decepcionada y arqueó una ceja. Le había ofendido la manera en la que le miraba, como si lo que estuviese viendo fuera lo más patético del mundo.
- ¿Qué te pasa? ¿Es que tienes algún problema con la pizza? -le preguntó de morros, con un ligero rubor en las mejillas.
- Esperaba que prepararas algo tú a mano, no que recalentaras una pizza y encima ni la dejaras gratinar... -admitió Antonio ya que le preguntaba.
- ¡Pero bueno...! Que sepas que te estás comiendo la que iba a ser mi cena mañana, así que espero que te reconcoma un poco la conciencia por haberme dicho eso.
Indignado, el galo le pasó su pizza con no mucha delicadeza, se fue hasta la silla del escritorio y dejó el plato sobre el escritorio con cuidado de no manchar nada. Para darle un aspecto más ofendido, se quedó dándole la espalda casi por completo. El hispano hizo rodar la mirada, un poco atónito por esa reacción que él consideraba hasta un poco fuera de lugar. Cogió una porción y empezó a comerla, mirando de reojo la espalda del hombre. Se entretuvo un poco viendo esa coleta que descansaba contra la chaquetilla que llevaba, de color azul.
- Tu habitación está hecha un desastre. -dijo Antonio sin cortarse un pelo. El comentario logró que el francés se tensara y se girara para mirarle, ofendido de nuevo. Alzó una de sus cejas, como si no comprendiera por qué le estaba mirando de esa manera.
- ¡No es verdad! Sólo tiene cosas y por eso se ve llena.
- Por eso se ve hecha un desastre. -apuntó.
- Escucha, sé que esto no debe ser fácil para ti, pero no tienes que pagarlo conmigo. Le he dedicado años a esta historia y a los personajes, a todo tu universo. Seguro que el hecho de que alguien venga a decirte que no eres real debe ser frustrante.
- Soy real. Estoy hablando contigo ahora mismo, ¿no? ¿Me dirás que no has notado el golpe que te he pegado contra la pared? Si hace falta puedo pegarte unos cuantos más para que te entre en la mollera que soy real.
- ¡No tienes que ser tan violento, por favor...! -exclamó horrorizado por la facilidad con la que le amenazaba- Nunca me había dado cuenta de lo agresivo que puedes resultar, voy a tener que corregir eso... -murmuró.
- Es mi personalidad, tú no tienes que corregir nada. ¿Por qué ninguno de los sitios que conozco están?
- Esos sitios los inventé. Metí ficción dentro de la realidad, aquí no están. Mira, para mí esto es muy difícil también, pero eres un personaje y siento tener que decírtelo yo.
Antonio le miró, dejando la pizza por un momento, sin expresión definida en el rostro, y acto seguido sus ojos descendieron hasta los alimentos. Volvió a coger el pedazo y a comer, sin decir nada. Durante un buen rato se quedaron en ese silencio que cada vez era más incómodo para Francis, el cual no tenía demasiada mano con ese tipo de situaciones sociales. Debía ser duro que alguien te dijera que eres un personaje y que todos esos sitios en los que creías haber crecido no estaban por ninguna parte. Incluso la persona a la que más quería no estaba, el panorama debía ser desolador. ¿Pero de qué otra manera podía decírselo? Lo había pensado a fondo durante un momento y no encontraba nada que pudiera decirle para consolarle.
- No te creo. -dijo de repente el español minutos después, tras haberse terminado la pizza- Me niego a creer que mi casa, que mis amigos, que toda mi vida, la cual no ha sido precisamente fácil, es todo la invención de un chico que aún va al colegio.
- No es por fastidiar pero voy a la universidad, soy mayor de lo que piensas.
- Ese no es el punto. Lo que quería decir con todo esto es que me niego a creer que tú inventaste todo lo que me ha pasado. Tiene que haber otra explicación. No sé aún cuál es, pero no voy a rendirme.
- Tengo pruebas. Si tanto te niegas a creerlo, creo que deberías ver el contenido de esta carpeta. Tengo un montón de dibujos tuyos, de François y de otros tantos personajes, sus fichas y las primeras páginas del primer capítulo, el cual hice en papel.
Quizás estaba siendo cruel de algún modo con él, pero tenía que saberlo. Si Antonio era de verdad quien creía que era, cosa de la que cada vez estaba más seguro, entonces debía aceptar la realidad o las cosas se le iban a complicar. Si iba buscando a personas que no existían, las cuales trabajaban en lugares que ocupaban otros tipos de negocio, la gente iba a empezar a pensar que Antonio era un demente. Viendo la facilidad con la que había sacado la pistola antes, nadie dudaría en proclamar que era un loco y además de los peligrosos, de los que podrían herir a cualquiera sin venir a cuento. Pensar que si se iba por ahí podía acabar encerrado, no era algo que le agradara. Ese hombre era Antonio, ese al que había estado dibujando durante ya bastante tiempo.
Las manos del español abrieron la carpeta y se pusieron a mirar los bocetos. Pudo notar que algo se le ponía a la altura del pecho, apretando su esófago, haciéndole complicada la tarea de respirar con normalidad. Aunque eran simples dibujos, podía encontrar la similitud en todos y cada uno de ellos. Empezó a pasar las hojas rápidamente hasta que vio el título de lo que sería el cómic en grande y supo que el primer capítulo empezaba allí.
El sol se alzaba en una ciudad de edificios altos y aspecto un poco lamentable. Un chico corría por las calles, no se le veía la cara, y en la mano cargaba una pistola a la que constantemente le iba vigilando el cargador. No le quedaban muchas balas y una y otra vez pensaba una simple palabra, una maldición: "Mierda". Las onomatopeyas de su respiración se extendían por las páginas y en su cerebro era capaz de escucharla, al mismo tiempo que el ruido de los pasos contra el asfalto. No era la primera vez que corría y se notaba que le perseguían, puesto que cuando dobló una esquina se encontró con dos tipos trajeados, altos, que un segundo después sacaron sendas pistolas y las apuntaron para él. Pero el muchacho, el cual finalmente apareció al completo, cambió su gesto a uno frío y calculador y disparó contra ellos.
"Ya no sé ni cuánto tiempo llevo corriendo..."
De nuevo se veían los pasos, se sucedían los escenarios, hasta que llegaba a una calle por la que no podía llegar a ningún lugar. Estaba cubierta de lado a lado por una malla de hierro grande, la cual le sería imposible saltar.
"Parece que ha sido toda la vida.
Estoy cansado. Es como si me ahogara."
El chico se aferraba entonces a la malla y con fuerza la agitaba, con una expresión de desesperación, como si desear gritar hasta que sus cuerdas vocales se rompiesen. Le sorprendió esa imagen porque él nunca había sido consciente de aquello, pero sí, se sentía vacío y desesperado. Tanto que a veces había pensado en agarrar la pistola y acabar con todo. Pero no sabía por qué, algo le había mantenido en aquella carrera constante. Un globo de alguien que no se veía en ese momento llamó el nombre del muchacho que había estado a la fuga.
"¿Antonio?"
De repente se había dado la vuelta y delante de él había un hombre con una media melena y ojos claros, que le observaba con consternación.
"Aquel fue un punto de inflexión."
Tuvo que respirar hondo antes de pasar de página y continuar leyendo aquel cómic bajo la atenta mirada de los ojos azules de ese chico que decía llamarse Francis. Sus manos estaban frías y a ratos temblaban imperceptiblemente. Con sólo aquello, Antonio supo que el hombre que tenía delante no mentía. Su vida estaba relatada a la perfección en esas páginas y su corazón daba la impresión de que había empezado a trepar, acercándose peligrosamente a su boca. Su historia estaba ahí, delante de sus ojos, y pensar que una cantidad indefinida de personas la había podido leer, le producía vértigo.
- Quizás deberías parar ya, Antonio. -le dijo viendo que se quedaba un rato quieto. Le daba hasta la impresión de que estaba tenso e incluso pensó que si se movía escucharía sus músculos crujir.
- No, he dicho que voy a leerlo y lo haré.
La escena saltó unos años atrás. En una callecita acogedora había una casa, en la cual se escuchaba a alguien cantar. A juzgar por la forma del globo, seguramente no demasiado bien. Entonces se enmarcaba a un niño pequeño, subido en una mesa, con un peine en la mano, que cantaba hacia una audiencia que no existía. Una mujer de cabello oscuro, recogido en un moño, se asomaba y le gritaba al niño.
"¡Vas a llegar tarde a clase! ¡Deja ya de hacer el tonto!"
Entonces el niño se bajaba de un salto, corría a coger su mochila y se la echaba a la espalda. Había un hombre, leyendo un periódico sentado al lado de una mesa. Levantaba los ojos del papel y observaba al niño, que se había acercado a él. Le dio un beso en la mejilla y el chiquillo sonreía, sonrojado, feliz por la muestra de cariño. Después ocurría lo mismo con la mujer y el niño salía fuera. Las siguientes escenas, sin diálogos legibles, eran la vida de esa pareja mientras su hijo estaba fuera. Entonces el timbre se extendía por toda la página, invadiendo las viñetas que hicieran falta.
En la puerta había un hombre rubio, con el cabello echado hacia atrás y unas llamativas cejas negras. Su cara era redondeada y llevaba unas gafas que cubrían sus ojos azules, fríos. Detrás de él había un hombre alto, calvo, con gafas de sol, que sin darle tiempo a decir nada a la mujer la golpeó con fuerza y la abatió contra el suelo. El hombre rubio entraba y el otro agarraba una pierna de la mujer y la arrastraba al interior. La violencia se sucedía en las siguientes páginas, golpes, gritos, interrogatorios y finalmente dos disparos que acabaron con todo aquello. Dos onomatopeyas enormes, cuadradas, las cuales pudo escuchar en su cabeza como si acabaran de producirse en realidad. Se veían cuerpos caídos pero en ningún momento se les veía enteros. Había sirenas por todas partes.
"Alguien ha llamado a la policía, tenemos que irnos."
El jefe sacudía el intento de su esbirro de llevarle.
"Aún queda el niño."
La página se quedaba totalmente en negro y sólo había un cuadro blanco en el centro.
"Volveremos a por él"
Sus manos estaban crispadas contra las páginas y sin querer las apretaban, arrugándolas. Sentía ganas de vomitar, entre otras muchas cosas. El rubio había desviado la mirada a mitad de la lectura, cuando se dio cuenta de cómo el cuerpo de Antonio se volvía más rígido, cómo sus manos temblaban y cómo hasta había ido perdiendo el color gradualmente de su tez morena. Estuvieron un par de minutos sin hablar, mientras el hispano seguía ausente, incapaz de regresar de su propia mente. Su garganta estaba atorada con nada y tuvo que saber, tuvo que despegar los labios y preguntar, aunque le daba miedo obtener respuesta.
- ¿Fue esto...? ¿Esto fue lo que le hicieron a mis padres? -preguntó. Su voz había sonado unos decibelios más alta de lo normal- Nunca... Nunca me dejaron entrar. Me dijeron que no era algo que pudiera ver un niño.
- Lo siento.
- Dios mío... Esto... -dejó la carpeta a un lado y sus manos se apoyaron contra su cabeza, cerca de las sienes y cubriendo parcialmente sus orejas. Aquella nueva información referente a la muerte de sus padres había sido más de lo que hubiera imaginado. Sabía que les habían asesinado a sangre fría, pero nunca pensó que hubiera sido tan horrible.
Se levantó, dejando atrás la comodidad de la cama, y se puso a dar vueltas por la habitación, murmurando frases que nunca se molestaba en acabar y frotándose con las manos el cabello y el rostro, en un intento de mantenerse en esa que ahora era la realidad para él. Los ojos azules del francés le observaban ir y venir, sin saber qué hacer o qué decir para hacer el momento menos terrible. Sólo tendría que haberle dado las primeras páginas, maldita sea. Suficiente trauma emocional había debido ser lo primero, ahora le tenía que sumar que sabía cómo sus padres habían muerto exactamente. ¿Por qué no recordó que lo había metido como un flashback en el primer capítulo? Le alarmó escuchar la respiración de Antonio, rápida, y se dio cuenta de que estaba teniendo un ataque de ansiedad y que le costaba respirar. Miró alrededor y encontró una pequeña bolsa de plástico que le habían dado cuando fue a la farmacia a por los antigripales. Se levantó, con ella en la mano, y se aproximó a Antonio, el cual se estaba empezando a sentar en la cama, asustado porque además de toda la situación en la que se hallaba, de repente daba la impresión de que había olvidado cómo se respiraba.
- Eh, calma. Toma. -le puso la bolsa delante de la boca y le hizo agarrarla él mismo- Respira tranquilo, lentamente.
Iba a darle unas palmadas en la espalda, pero se quedó a medio camino. Observó su propia mano y pensó que era bastante estúpido que él le tocara. Seguramente no haría más que incomodarle. Era violento estar delante de una persona que se estaba viniendo abajo y no saber cómo sostenerla para que no cayera. ¿Pero qué demonios podía hacer él cuando su vida era un fracaso? ¿Cómo una persona tan rota y rara como él podía hacer que Antonio se sintiera mejor? Por suerte él solo supo recomponerse y respirar con normalidad. Arrugó entre sus manos la bolsa y la apoyó contra su regazo. Los dientes blancos estaban apretados los unos contra los otros y por un momento le dio la impresión de que podía oírlos rechinar.
- Ese hijo de puta... Ese desgraciado...
El hispano se fue encogiendo, agachando la cabeza, con ganas de llorar. Decir que Francis no estaba histérico por dentro pensando que se iba a poner a llorar, sería mentir como un desgraciado.
- No tengo a dónde ir. Estoy solo. Vuelvo a estar solo. Quiero volver... Quiero ver a François... ¿Qué voy a hacer ahora...? -murmuró en un tono de voz cada vez más roto.
- N-no estás solo. -dijo Francis armándose de valor. Le había costado un montón decir una frase tan simple. Casi fue como saltar al vacío, así que eso daba una idea de lo complicadas que eran las relaciones sociales para él, incluso siendo Antonio el que estaba delante- Por ahora puedes quedarte aquí, mientras pensamos en algo. Mira, puedes usar mi cama, ¿de acuerdo? Yo dormiré en el sillón ese. -se lo señaló- Siento lo que has tenido que ver, que te hayas tenido que enterar de esta manera. Pero mientras... Ah... Mientras, puedes estar por aquí.
Le puso una mano en el hombro, sintiendo miedo y casi como si le abrasara la palma. Por favor, que no levantara la cabeza y le dijera que era estúpido y le deseara la muerte. Si lo hacía, juraba que no iba a hablar nunca más con nadie. Sería mucho más duro de lo normal que su propio personaje le rechazara de esa manera. No obstante, Antonio levantó la mirada, con los ojos verdes llorosos, con una expresión de dolor que le encogió el alma y que le hizo también estar apenado, y después de unos segundos tiró de él hasta abrazarle y enterrar su rostro en la camiseta, a la altura del pecho. Francis levantó las dos manos, con los ojos como platos, sin saber qué hacer en ese tipo de situaciones. Podía percibir a la perfección el olor de Antonio y también su calidez. El chico temblaba a veces, intentando controlarse. Sabía que apenas se conocían, pero en el fondo Antonio necesitaba alguien en quien apoyarse y ahora que no tenía a François cerca, el único que estaba allí era ese hombre que se le parecía y que, a su manera, estaba intentando animarle. Después de unos segundos largos, el rubio suspiró y le abrazó un poco, extraño, sin saber bien cómo agarrarle. El daño estaba hecho, ahora sólo quería darle a entender que no estaba solo. Le costó minutos y, cuando se despegó, Antonio no hablaba y tenía la mirada gacha. Le dijo que descansara, le abrió la cama y le instó a que durmiera. No pensó en dejarle un pijama y para cuando pensó en ello el hispano estaba echado sobre el lecho, cubierto hasta el cuello y de lado, intentando dormir. Él se echó en el sillón, intentando encontrar la pose ideal en la que pasar la noche. Le volvió a echar un vistazo a Antonio, el cual ya respiraba pesadamente, dormido. Cogió el teléfono y buscó el historial de mensajes con Kiku.
"Tengo a Antonio durmiendo en mi cama y no es broma"
Dejó el teléfono a un lado y cerró los ojos. No sabía cómo iba a afrontar eso pero, por ese día, ya lo mejor era descansar. Con la luz del sol quizás se le ocurriría algo.
Pues nuevo fic owob
La idea para esta historia surgió de un fanart que vi por Tumblr. En éste, había la imagen de un tipo que pintaba en tableta, un tipo con el pelo claro, largo, y se veía el dibujo de la pantalla. El que había dentro se parecía muchísimo a Antonio y el otro, con el pelo claro... Pues ya podéis imaginar a dónde voló mi imaginación y me dije a mí misma: tienes que escribir algo de eso. Así que aquí tenéis la historia.
Pues ya he vuelto de mis vacaciones y regreso y me encuentro que el tag de Frain está tan tan tan vacío que es hasta deprimente... ¡Esto no puede ser! ¡Así que con mi amiga Maruychan hemos decidido hacer una actualización conjunta publicando cosas Frain para alegrar un poco el tag! Así que buscad su perfil y leedlo, que yo lo he hecho y me ha gustado mucho! Recomendado 100%.
Este será un fic multi-capítulos que durará un poco, espero que os guste y leer vuestros comentarios al respecto.
La frecuencia de actualización será como últimamente, dos, tres semanas, depende de mi trabajo, ganas etc. Gracias por la comprensión a tod s :3
¡Nos leemos!
Un saludo.
Miruru.
