Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo me divierto con ellos.

Summary: El jefe Swan extrajo su hermoso revolver negro. Listo, ya está. ¡Soy hombre muerto! Pero aun así, asustado, me propuse a enderezarme y caminar con la frente en alto, como el hombre con los pantalones bien sujetos que era. Y a pesar del miedo que me producía el que me pegara un tiro, me atreví a decir: ¡Buenas Noches, don Charlie! ¿Cómo le va? Verá, amo a su hija...

Nota de autora: Sólo aquí, una historia que escribí hace casi cuatro años, y después de haberla eliminado, decidí volver a subirla, ahora que pude refrescarme y estoy como nueva para volver a Fanfiction. Los capítulos están en proceso de edición¡ Espero que les guste!

Inspirado en la canción de ¡Buenas Noches don David! de Ricardo Arjona.


¡Buenas Noches, Don Charlie!

Capítulo 1.

Vamos, Edward. Tú puedes hacerlo, te estás portando como una mariquita. ¿Dónde te han quedado las pelotas? ¡Compórtate como el macho que eres, y deja de temblar!

—Edward…

—¡Ah!

Bella, mi hermosa y preciosa prometida, me miraba fijamente con ojos entrecerrados y labios apretados, divertida por mi angustiado y posiblemente ridículo comportamiento. Ni siquiera deseaba saber la cara de agónico a medio morir que podría estar teniendo en estos instantes.

—Lo siento, cielo. Creo que estoy un poco nervioso… —admití en un bajo susurro, desordenando mis cabellos que en sí, ya eran un completo desastre.

Ella rodó los ojos con exasperación y comenzó —por millonésima cuantésima milésima y jodidadésima vez— a buscar la forma de re-acomodar mis cabellos con sus manos, acariciándolos pacientemente con el suave roce de sus gentiles dedos.

—Estas siendo melodramático. No entiendo cuál es tu miedo. Ni que te fuera a golpear o algo así…

Oh, preciosa, créeme que no es eso lo que me preocupa. Sino la posibilidad de que me pegue un tiro y me mande al otro mundo. ¡Aun soy muy joven para morir! Ni siquiera podré ver a nuestros hijos crecer, ni viajar a Hawái como te lo prometí, y tampoco podré pasar por las típicas peleas de pareja que cabrean a todo el mundo, pero que al final terminan en una desenfrenada noche de sexo de una buena reconciliación.

No tuve fuerzas de contestarle.

—…Además. Estoy segura de que le encantarás a Renée. Ella siempre deseó que me casara con un hombre guapo, y tú cruzas la barrera de la belleza —si no estuviese tan jodidamente muerto de miedo, podría haberle refutado aquella absurda y errónea conclusión—. Y, de todos modos, estoy yo presente. Dudo mucho que Charlie llegue a ser demasiado violento conmigo presente.

¿Demasiado violento? Solo demasiado. Vaya, me hace sentir tan relajado saber que no será demasiado violento, sino solamente violento como un toro en media corrida.

—Hmpf…

—Vamos, amor, relájate —murmuró, acariciando mi pecho con movimientos ondulantes y muy provocativos, debo admitir—. Todo saldrá bien.

—Si salir bien incluye que no me castrará ni me pateará los huevos, entonces te tomo la palabra.

Aun asustado, tragué saliva, pero me propuse a enderezarme y caminar con la frente en alto, como el hombre con los pantalones bien sujetos que era.

Pero cuando llegamos a la entrada de su casa…

Que el cielo se compadezca de mi vida.

...

—No puedo entrar.

—¿Cómo que no puedes?

—No puedo.

—No seas payaso, Edward. Entra.

—Sería grosero hacerlo sin permiso de…

—Al diablo el permiso. ¡Como si fuese la primera vez que traigo a alguien a la casa!

—¿Novio? —me puse celoso.

Novio, claro que no. Amigos o amigas.

—Aun así…

—¡Shh! Vamos —me asió fuertemente de la mano, y me arrastró hasta dentro, cerrando la puerta una vez que pisé tierras desconocidas.

De la cocina, vimos salir una mujer bajita, de cabello corto y ojos verdes, parecidos a los míos.

—¡Mamá! —exclamó Bella, abrazando efusivamente a la señora Renée.

—Hola, cariño. ¿Dónde andabas? —preguntó su madre con sigilosa curiosidad, mirándome precavidamente desde los brazos de su hija.

—¡Mira a quien me he topado, madre! Edward, el vecino, ¿lo recuerdas? —le dice, separándose de ella para darle libertad de estrechar su mano con la mía.

—Edward Cullen, es todo un placer verla de nuevo, señora —saludé, plasmando la sonrisa más simpática que guardaba.

—Igualmente, Edward—murmuró, tratando con fracaso, disimular la sorpresa y la sospecha que portaba en su rostro al verme en compañía de su hija.

—He venido, porque he de hablar algo de gran importancia con usted, y por supuesto, con su esposo, también —informé, no tan nervioso como al principio, debido a la expresión cálida y apacible de la mujer.

—¿De qué quiere hablar, joven? —dijo esa voz.

Adiós valentía.

Lavoz, provenía específicamente de un sillón girable en la sala. Todos volteamos a verlo, y, como si fuese una de las películas de El Padrino, el jefe Swan le dio la vuelta a su sillón para observarme, con sus ojos de alcón completamente llenos de escrutinio.

¡Oh, santísima mierda! Soy hombre muerto.

Aunque no fue la expresión de su rostro lo que me heló los huesos y hasta la última fibra, arteria, célula, bacteria, y cualquier aspecto de mi organismo. Sino qué, para mi mala y fatídica suerte: Charlie Swan pulía con todo el amor del mundo, un negro, reluciente, resaltante, nuevo, indiscreto, ¿ya dije reluciente? y brillante revolver con un pañuelo blanco, sin quitar sus ojos inexpresivos de los míos.

La sangre huyó de mi rostro.

Bella me retuvo fuertemente de la mano, prediciendo que estaba a dos pasos de dar media vuelta y salir huyendo por la puerta a la velocidad de un correcaminos. No, mejor, a la velocidad de un rayo. O a la velocidad de la luz, o el Concord.

Pero a pesar del miedo que me producía el que me pegara un tiro, me atreví a decir:

—¡Buenas noches, Don Charlie! ¿Cómo le va?

El jefe Swan mantuvo aquel siniestro e indiferente semblante, sin inmutarse, durante varios segundos.

Por el amor de todo lo sagrado. ¡Diga algo, hombre! ¡Cualquier cosa!

Aún tengo en mente las palabras de Emmett:

"No te preocupes, hermano. Recuerda que Charlie es un policía, y a los policías no se les permite matar a un civil inocente. En cualquier caso, si quisiera hacerte daño, te metería un coñazo en tus pasitas y alegaría que utilizó defensa por ataque a un policía. La señora Renée no diría nada porque es su esposa y Bella… bueno, seguro le formara la gorda. Pero al final, ella es su hija, ¿no? ¡Relájate, hombre! Si te hace daño, papá te puede curar. De todos modos, el hospital queda cerca"

Muy tranquilizador. Gracias, hermano. Siempre cuento con tu apoyo.

—Muy bien, gracias por tu interés —respondió luego de doscientos mil partos y un millón de muertes. Solté un suspiro de nerviosismo, y me obligué a sonreír.

El jefe Swan me regresó la sonrisa, una pequeña, pero tan maniacamente macabra que me recordó al psicópata del profesor ¿Lecter? de Hannibal ¿The Cannibal? o como mierda se llame.

—¿Te gustaría algo de tomar, Edward? —Renée interrumpió la tensión silenciosa, regalándome una dulce y cordial sonrisa de lado.

—Oh, un café, gracias…

—¿Liviano o cargado?

—Ah, bien cargado, por favor —sonreí en agradecimiento y me volví a Charlie nuevamente.

—Toma asiento, hijo —me ofreció, señalando uno de los sofás. Asentí invisiblemente y me senté en el largo sillón de color café, con Bella a sólo un mueble de distancia.

—Don Charlie, ¿por qué no se toma algo fuertecito? Lo digo, para que se relaje, y charlemos con más comodidad.

Bella me lanzó una mirada furiosa y yo me encogí. ¿Qué fue lo que dije? Los hombres como él necesitan beber para ser felices. Charlie feliz, Edward feliz. Edward feliz, Bella feliz. Bella feliz, todos felices.

Charlie Swan entrecerró los ojos con sospecha y frunció el ceño, pero accedió a mi proposición. Se levantó de su asiento… ¡aun con la jodida pistola en la mano!, y se dirigió hacia el bar, donde extrajo una botella de Whisky y la sirvió en un vaso de vidrio, sin hielo, crudo. Se sentó nuevamente, colocando la botella en la mesa, y bebió un sorbo de un trago.

—Tú dirás.

Tragué pesado.

Ok, la buena noticia es que al menos no era la primera vez que me topaba con el señor Charlie Swan. Siendo vecinos, evidentemente nos habíamos saludado a lo lejos con anterioridad. Pero, por los cuernos de Lucifer, ¿Cómo coño le digo que me casaré con su hija de 18 años?

"Verá, Jefe Swan. Amo a su hija… y nos casaremos, y eventualmente, tendremos una luna de miel, viviremos en nuestra madriguera como conejitos y haciéndolo como conejitos, y luego fabricaremos muchos hijitos, y esos hijitos heredarán el gen de los conejitos y tendrán más hijitos. Alégrese, don Charlie, será un abuelo fabuloso. ¡Y bisabuelo mejor, si sigue vivo para conocer a sus bisnietos!"

Estaba bien jodido.

Renée Swan trajo el café y lo colocó sobre el centro de mesa, dejando a un lado un tarro de azúcar. Bebí un sorbo pequeño, y me dispuse a hablar:

—¿Cómo está el trabajo, don Charlie?

Lo sé, soy un cobarde. Pero, hay que ir de a poquito, ¿no? Es mejor con anestesia que directo y con trauma.

Bella me observaba con una cara de odio.

—Tranquilo —admitió él, recargándose en su asiento—. Los delincuentes aquí son poco imaginativos, una cuerda de borrachos y drogadictos fáciles de interceptar.

—Mmmm.

—Últimamente, la situación se está agravando por el aumento de delincuencia cerca de los barrios y bares, pero, allí sí que yo no puedo hacer nada. Yo no mando.

—¿Y qué me dice de la economía? —seguí saliéndome del propósito.

—¿De verdad se muestra usted interesado de cómo está la economía en este momento?—arqueó una ceja sarcástica. Ya veía por donde iba la cosa… y lo que iría a preguntar: ¿Qué pinto yo en todo esto?

—¡Oh, doña Renée! ¡Qué lindas están sus cortinas!

Bella se cubrió la cara con las manos con incredulidad.

—¿Te gustan? —sus ojos brillaron de excitación.

—¡Oh, sí! Es una linda tela. Linda, sí. Y ese color… ah…. Beige, combina a la perfección con el… tapiz.

—¿Ves, madre? Te dije que el verde aguamarina combinaría perfecto con las cortinas —se burló mi novia, remarcando el color de la alfombra. Oh, Dios. Conociéndola como la conozco, estaba seguro de que jamás me dejaría olvidarlo.

—¡Oh, gracias, Bella! En realidad, había pensado por un tono más oscuro, como habano claro, o un crema pálido, o arena. Aunque es parecido al beige, es un poco más claro. Me hubiera gustado tener un sofá morado granate, pero no concordaba con muchas de mis reliquias familiares y la pintura de las paredes. Además, acabas de preguntar acerca de la economía, ¿has visto lo cara que está la pintura para paredes? ¡Es absurdo! Si nuestro presidente tan solo…. —y se enfrascó en una conversación acerca de Obama, la pintura para paredes, escuelas, trabajos mal pagados.

Bella estaba que no aguantaba la risa.

Mil blah - blah - blas después, se regresó a la cocina para servirme más café.

—Señor Swan, imagino que usted se preguntará qué hago yo aquí, siendo vecino de ustedes desde hace más de cuatro años…—comencé. Bella se tensó en su asiento.

—Has imaginado bien —contestó, volviendo a portar esa sonrisa tan tétrica enfermiza.

—Bien, verá usted… yo… Me he enamorado de su hija…

Los ojos de Charlie Swan casi se salen de sus orbitas.

—¿De Sarah? —cuestionó duramente, refiriéndose a su otra hija, hermana de Bella, de 23 años, que en estos momentos debía de estar en la universidad.

—No —suspiré—. Me refiero a su hija menor, Bella.

El jefe de policía se petrificó en su asiento.

...

—¿Señor Swan? Por favor cálmese… —articulé con suavidad, cuando comenzó a ponerse morado.

—¡Anda a calmar a tu madre! ¿Cómo jodas vienes tu a decir que te…? ¡es una niña!

—Por favor, Don Charlie. No meta a mi madre en esto… No se levante, relájese. ¿Por qué no se toma otro traguito? Conversemos tranquilamente…

—¡Cállate! —gritó encolerizado, comenzando a temblar como una maraca.

—Don Charlie, entienda. Me enamoré. Me enamoré de ella, ¿qué quiere que le diga? La amo, y ella me ama y… —no pude continuar.

Oh, mi Dios, ¡que alguien llame a un exorcista!

Comer dos kilos de huevos podridos, dormir entre serpientes venenosas, bucear con tiburones blancos de filosos dientes, caer del Salto Ángel de Amazonas, domar a cuatro leones con un plumero, arrastrarse por el Sahara con un montón de escorpiones hambrientos, caer a las profundidades de una alcantarilla llena de químicos radiactivos, extraer un gusano de dos metros de tu estomago…

Todo lo que había creído hasta entonces lo más horrible del mundo, se redujo hasta convertirse en algo insignificante y carente de importancia, en comparación de la expresión fiera y demoniaca de Charlie Swan, quien se había puesto rojo como la lava, y estaba de pie con las manos empuñadas, gritando como si el mismísimo Satanás se le hubiera metido adentro.

—¿Qué mierdas estás diciendo?

Y lo que terminó de casi hacerme llorar y cagarme del miedo, fue la pistola negra, que estaba cariñosamente protegida por la mano cerrada del jefe Swan.

Mierda mierda mierda mierda.

Casi podía vislumbrarme a mí mismo flotando en el aire como un puto fantasma, en un maldito cementerio y frente la futura lápida de mi tumba:

En memoria de Edward Anthony Cullen Platt

1985 – 2010
Buen hijo. Buen amigo. Buen amante

Buen blanco para rifles
Siempre en nuestros corazones

Doña Renée permanecía en el umbral de la cocina con los ojos abiertos como un par de platos, y sus manos tapando su boca.

¿Por qué no pudo él tener una reacción como esa?

—Papá, por favor, cálmate —comenzó a decir Bella…

—No te metas en esto, Bella. Te metes a tu habitación ya.

—¡Pero papá…!

—Charlie, agradecería que por favor dejara de gritarle a Bella…

Y entonces volvió su rostro encabronado a mirarme, con la pistola moviéndose tentadoramente entre su mano.

Al menos mi muerte sería en defensa de mi mujer.

—¡Tú! —me señaló con unos de sus dedos—. ¿Qué edad tienes?

—Veinticinco… —dije con el miedo latente en mi interior.

No se mostró demasiado feliz con eso.

—¿Cómo se conocieron?

—Todo empezó un martes, a las tres, cuando ella iba de camino a la escuela, y yo tenía que ir a visitar a casa de mi hermana. Nos conocimos allí y ya que vivimos cerca, ella inmediatamente me reconoció y entablamos una conversación.…

—¿Cuánto tiempo llevan saliendo? —me cortó rudamente.

—Mmmm, hace tres meses… —vacilé.

Sus ojos casi se salen de las cuencas.

—¿Tres meses? ¿Tres? ¡Nadie se enamora en tres meses!

—Oh, don Charlie, créame que nosotros sí…

—Papá. Basta. Edward y yo nos amamos, ¿no puedes entenderlo? —Bella se introdujo en la conversación.

—Eres una niña, Bella—replicó.

—No, yo ya no soy una niña.

Preciosa, amor mío, ¡no me ayudes tanto!

—¡¿Qué tratas de decir con eso?! —rugió de nuevo, traspasándome con su mirada como filosos cuchillos—. ¡Tú, pedazo de imbécil! ¿Le has arrebatado la inocencia a mi niña? ¿Es eso?

Armándome de valor, respondí:

—No solo eso, don Charlie. Me atrevo a decir que también su corazón, al igual que ella me ha robado el mío —aproveché su mudez causa del shock para proseguir—. No crea que fue fácil conquistarla, don Charlie. Me enamoré desde la primera vez que mis ojos se conectaron con los de ella, y a causa de mi deslumbramiento la seguí por todos lados, insistiéndole, a pesar de que ella se mostraba desinteresada. Y mientras más se oponía y se excusaba, le juro que yo cada vez me enamoraba más de ella.

—¡Eres un acosador de….!

—Por favor, don Charlie, ya no me grite, ni me juzgue. ¡El amor no tiene límites! Y su adorada hija me ha cautivado con su inconsciente pureza. He caído en sus redes.

—¿Y te atreves de acusarla?

—¡No la acuso, don Charlie! ¡Agradezco que me haya enamorado! —me puse de pie—. ¡Debería sentirse usted orgulloso, por la increíble hija que ha criado y formado! No solo hablo de su belleza, sino también de su alma. Ha creado, a la mujer más preciosa, sincera, humilde, dulce, y única del mundo. ¡Con todo respeto me atrevo a decir que tiene cierto parentesco con su esposa!

Él refunfuñó.

—Ahora resulta que te gusta mi esposa.

¡Jesucristo! Y eso que ni si quiera ha venido lo peor.

—Don Charlie —dije muy lentamente—. Aún no he acabado —inhalé hondo—. Su hija y yo, nos vamos a casar.

Otro silencio por parte de Charlie Swan.

—¡Te voy a matar! Amenazó, muy creíblemente, afirmando su revólver.

Listo, hasta aquí llegué. Adiós, mi amor, te querré para siempre.

—¡Ah!—un gritó de salvación se sumó al grito de muerte de Charlie—. ¡Mi hija! ¡Te vas a casar! —corrió a abrazarla—. Pero, ¿dónde está el anillo?

—Oh, lo he mandado a la joyería a que lo ajusten. Me quedaba un poco grande, es que verás, era el anillo con el que el padre de Edward le propuso matrimonio a su madre —explicó Bella, con una sonrisa contenta en el rostro.

—¡Oh, qué romántico!

—¡Renée!—Charlie exclamó.

—Ah, vamos, Charlie. ¡Confió en que Edward es un hombre decente y correcto que hará feliz a nuestra hija! ¡Lo sé!

Decidido. Voy a fundar un club de fans solo para Renée Swan.

—¡No, no, no! ¡Pues yo no lo apruebo! —contrarió Charlie—. ¡No se casarán! De hecho, te vas —gritó, apuntándome.

Y yo me enojé.

—Le advierto, don Charlie, que sí me voy, ella se viene conmigo… —entrecerré los ojos, dominado por la furia.

Y a veces a furia me hace hablar de más…

—…porque pronto seremos tres.

—¿Qué tratas de decir con eso?

¡Oh, santa madre de Dios!

—Significa—Bella habló. Oh, no no no, amor mío, por favor, ahora no—. Que estoy embarazada.

Ya, lo dijo.

—¿QUÉ?

Ya podía irme despidiendo del jodido planeta.


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