» Back.

Para Cristtine, mi adorable Cristtine. Otro horrible año. Los B-Day apestan (by me). ¡Hurra!, y esas cosas. Gracias por el regalo también, dear. Mi regalo apesta también, pero ¡hey! no te sorprendas.


Walking

«Voy a ser el deseo imposible,

el capricho abominable»

Un, dos, tres. Un, dos, tres.

(Sabe que por dentro ella está contando los pasos, y que intenta permanecer atenta al siguiente movimiento, y pese a todo se mantiene con los ojos fijos en él. Y le parece encantadora).

Un, dos, tres. Un, dos, tres.

El baile, el baile, una de las cosas más preciosas que tienen desde aquellos primeros pasos torpes en un fin de curso que Bella ya no recuerda casi en lo absoluto (cien años y de repente no recuerdas una sola maldita cosa de cuando eras humana). El baile, y los vestidos, y los besos que se roban a veces, contando. Ella, en realidad, ella contando.

(Un, dos, tres, siguiendo el compás, buscando el ritmo dentro de sí, intentando sentirse cómoda con su propia piel).

Un segundo, dos segundos, tres. Los cuenta el reloj, los cuenta Bella, los grita el silencio. Los observa, impasible, Edward. Y entonces, puntuales, a la media noche, comienzan. Él le ofrece el brazo (y ella acepta). Un, dos, tres, a veces él se lo susurra en juego, un, dos, tres, a veces ella lo murmura sin darse cuenta. Un, dos, tres, cabezas asomadas por la escalera, espiando la escena más romántica de la historia, ¿no es verdad, Emmett? No me molestes, Alice, a mi no me van las mariconadas (y cállense, tíos, que aquí es cuando él la abraza).

Caminando. Juntos, de la mano. Un, dos, tres. Como si fuera un número mágico. Especial. Uno como esos besos que lo dejan estático, como cuando Bella se inclina y le presiona los labios con la boca abierta, ávida, inquieta. Y la siente caliente, caliente, casi como cuando era humana, pero quizá haya olvidado su perfección cálida (se desprecia). En el bosque, a veces, tonteando, girando con las manos unidas, como un juego infantil.

—¿Nunca vas a dejarme, no, Edward?

—Tonta, Bella. Yo nunca haría eso.

Las hojas crujen. Ella las cuenta.

(Un, dos, tres... Como el latido de un reloj, como el compás de un baile, como los susurros que simula no escuchar en la escalera, como los segundos que siempre quedan, como las veces que se besan antes de emprender una carrera).

Nunca harías eso y yo te seguiría. Ni siquiera tres pasos, Edward.