Seira barría distraídamente la entrada del convento. Canturreando como siempre, pasaba su escoba entre las hojas secas y los pichones que caminaban con su singular ritmo. Era un día muy soleado y ventoso. No había ni un alma cerca. Era mediodía, la mayoría de las personas no asistían a misa a aquellas horas. Y mucho menos a confesión. Justo cuando entraba de nuevo a la capilla, un ruido proveniente del exterior llamó su atención. Extrañada, salió de nuevo a localizar la fuente del crujido. Alguien había tirado los botes de basura, del callejón contiguo a la iglesia, estaban volcados y la basura esparcida. Con leve molestia, la novicia comenzó a arreglar el desperfecto. Una vez terminado, por fin regresó a su confesionario, que para sorpresa de la joven, estaba abierto. Recordaba haber cerrado la portezuela. Pero eso sólo fue un pequeño contratiempo comparado con lo que la esperaba en la silla del arcón. Una pequeña carta escrita en papel amarillo, a máquina de escribir, del tamaño de una identificación con fotografía, descansaba en el cuero rojo del asiento. Seira la tomó entre sus manos y leyó. Un golpe de ansiedad le recorrió el cráneo, provocando un ligero dolor en la nuca.
"Eres una mala monja, Seira Mimori. Has violado el secreto de confesión y debes ser excomulgada. Te estoy observando"
No había firma. Solo aquella línea de texto que estremeció a la joven novicia. ¿Quién era el autor de aquella broma de pésimo gusto? Se preguntó a sí misma. Justo al dar la vuelta, la bulliciosa Meimi entraba por el portón de la iglesia. Era fin de semana, así que no había clases en el Instituto Santa Paula. La pelirroja usaba un vestido ligero de color rosa y unos mallones blancos debajo.
-Sera, como estas!- sonrió ampliamente Meimi. La monja escondió rápidamente la nota. Meimi no se dio cuenta.-
-Muy bien Meimi…- Es un día flojo, no hay mucho que hacer. Pero siempre tengo que estar lista para ayudar a los más necesitados – farfulló forzando una sonrisa nerviosa.
-Quería que saliéramos a dar la vuelta, pero veo que estás ocupada…- habló Meimi decepcionada- Bueno, no te molestaré. Veré si Ryoko está en casa. Adiós!- se despidió alegremente la chica.
Seira tembló, respirando entrecortadamente. Menos mal que su amiga no había visto aquella carta misteriosa. Y tampoco se había dado cuenta de su ofuscación. De nuevo la sacó de su bolsillo, examinándola. No había nada más. Quizás sería hora de pedirle ayuda a un amigo cercano…
La tarde caía. El sol se ocultaba entre las nubes bañando los edificios de ciudad Seika con un resplandor amarillo. Daiki oyó como tocaban la puerta de su casa. Se dirigió a abrir
-Ah Seira, que te trae por aquí? – preguntó el chico de pelo azabache.
-Necesito…tu ayuda, y de tu padre, Daiki. – Murmuró la monja, casi sin voz.-
-Pasa, pasa. Quieres beber algo?- ofreció el joven
-No…- musitó Seira sin apenas abrir la boca.
Daiki la miró. Entro a la cocina por un vaso de agua. Cuando volvió, Seira aún lo miraba con vergüenza.
-¿Qué ocurre? Puedes contarnos lo que sea…¿has presenciado algún delito, vienes a hacer alguna denuncia? ¿Algo te pasó?- aventuró el muchacho. La novicia le tendió la carta. Daiki la tomó y la leyó.
-Encontré eso hace un rato en la iglesia…susurró la monja clavando la mirada en la alfombra. No se quien pudo haber sido…-
-El acoso es un delito, lo sabías?…Esto es muy extraño.- ¿Por qué alguien querría amenzarate o peor aún, acusarte de algo sin prueba?- gruño Daiki, suspicaz y reflexivo.
Seira se ruborizó. No quiso darle la razón a Daiki. Era verdad que había roto muchas veces el secreto de confesión al ayudar a Meimi a hacer justicia como Saint Tail. Pero admitirlo frente al joven, sería una oportunidad terrible y perfecta para que este se enterara del secreto que compartían Meimi Haneoka y su amiga…
- No lo sé Seira. Quizás solo mi padre podría ayudarnos. La evidencia quizás ya se ha contaminado con nuestras huellas…- Pero aún así, veremos que podemos hacer por ti-
Le puso una mano en el hombro a la aturullada monja. Un momento después, alguien tocó la puerta del departamento de los Asuka. Había un sobre amarillo, que cayó como una pluma ligera al viento cuando el chico abrió la puerta.
Qué raro, no recuerdo tener correspondencia con alguien…- musitó el joven al leer el destinatario de la carta. No tenía remitente. Abrió el sobre, y sus ojos también de par en par, al sostener en una mano la carta de Seira y la suya. Eran idénticas. Mismo papel, misma máquina de escribir. El joven leyó, con el sudor empezando a anegar su nuca.
Daiki Asuka. Dedíquese a estudiar y obtener buenas notas. Aléjese de esto. Nunca sabrá la identidad de la ladrona. Lo estoy observando.
Seira soltó un gemido ahogado detrás de Daiki. El chico se dio la vuelta, confundido.
Yo…yo también…-tembló el muchacho…Mira, Seira…- La monja soltó un chillido al acabar de leer la pequeña nota.
-Creo que…debo decirle ahora a mi padre…- espetó el joven y se dirigió al teléfono. Seira vaciló. No creía lo que estaba pasando. Alguien estaba siguiendo los movimientos de Daiki y ella…Temiendo lo peor, se despidió brevemente de Daiki, quien hablaba en voz baja por el teléfono y se apresuró de vuelta al convento. Un presentimiento rebotaba en su mente, como una pelota de esponja. Al llegar, sus sospechas se vieron confirmadas. Meimi la miraba con ojos de angustia y terror, completamente pálida.
-No puede ser…Seira…nos han descubierto…- susurró la pelirroja, temblando incontrolablemente-No lo creo…será el fin de Saint Tail…?- chilló la joven, derramando una lágrima solitaria. La novicia tomó la carta que su amiga le tendió. De nuevo, el color manila, los tipos de máquina de escribir y unas pocas frases en el sucio pedazo de papel.
Meimi Haneoka, se que eres la Ladrona Siniestra. Sé tú secreto. No actúes más a menos que quieras que lo revele. Te estoy observando.
Meimi tragó saliva mirando con aprensión a Seira. La monja no pudo decir nada. Las chicas se miraron en silencio, en el portón de la capilla, mientras el viento de otoño soplaba ligeramente, entre el lejano barullo de la ciudad…
