¡Muy buenas!
Resurjo de entre mis propias cenizas y vuelvo con nueva historia :)
Esta vez intentaré que sea menos dramática (creo que en Bewitched ya hubo drama suficiente) y pintaré todo con algo de humor (o al menos eso procuraré, tampoco me veo al nivel de alguien de El Club de la Comedia).
Si os gusta dejad comentarios con vuestras opiniones y subiré el segundo capítulo ;) si no os gusta... también podéis poner vuestras críticas al respecto e intentaré mejorar!
Saludos
Capítulo 1. Choque de trenes
La monotonía. Esa aliada que bañaba sus días de implacable y adorable rutina. Todo esfuerzo tenía un propósito y todo propósito tenía un esfuerzo. No había sobresaltos, no había imprevistos, lo único que cabía en su apretada agenda era una cosa: el orden. Y le encantaba.
Siempre le habían dicho que era una joven demasiado madura para su edad: "a pesar de tener veinte pareces una mujer de cuarenta", le repetían cada vez que salía de fiesta con compañeros de clase. Lejos de tomárselo como un insulto ella prefería recibirlo como todo un cumplido, pues se sentía satisfecha al saber que su estilo de vida la estaba llevando justo donde quería. Una autopista directa al éxito empresarial. Y esa meta en una ciudad como Londres, y en los tiempos que corrían, era lo máximo a lo que podía aspirar. Era su felicidad.
De hecho, se encontraba dirigiéndose al que sería su primer trabajo en una de las oficinas más importantes de la ciudad. Decir que estaba emocionada no haría justicia al estado en que se encontraba en aquellos instantes. Todo su cuerpo vibraba con impaciencia.
Años habían pasado para que llegara ese momento. Y era su momento, se había preparado a consciencia para ello. Paseaba por la Orange Street con el porte más elegante que podía y una sonrisa triunfal bordada en sus labios rojo carmesí. Los edificios, de a duras penas seis plantas de altura, la acompañaban a lo largo y ancho de su camino. Atrás dejaba cafeterías, bares, restaurantes, tiendas de ropa y demás locales que no entraban en sus parámetros económicos. Apresuró la marcha, con miedo a llegar tarde. Si algo no soportaba era precisamente la impuntualidad.
Cogió su diminuto bolso de diseño y lo abrió, rebuscando en el interior hasta sacar el teléfono móvil. Quería comprobar la hora, pues ser muy meticulosa era otra de sus cualidades. Algunos lo veían como un defecto, pero ella creía que se trataba de una virtud que combinada con su afán de perfeccionismo haría que llegara muy lejos. Centró la atención en la pantalla del Smartphone pero la luz del sol se reflejaba en su cristal y no podía leer absolutamente nada. Entornó un poco los ojos, intentando buscar el botón de brillo de la pantalla y empezó a mover los dedos al tuntún. Tan centrada estaba en su pequeña tarea que no tuvo tiempo de reaccionar y al oír un "¡Cuidado!" supo que ya era demasiado tarde.
Un destello rubio se chocó con ella, volátil y rápido, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Pero aquello no había sido lo peor, no. Lo peor era sentir la humedad en su pecho: con el choque se había empapado toda la camisa de la especie de batido de fresa que aquel ser desagradable e inoportuno estaba bebiendo. Ahora la tenía delante, agachada y manchada también de batido. Poco le importaba que esa mujer también se hubiera ensuciado, iba a saber quién era ella. Se puso en pie de un salto tras coger su Smartphone, farfullando entre dientes, y se sacudió la falda de tubo negra.
– Le parecerá bonito –esgrimió en un tono tan nocivo que asustaría a cualquiera.
– ¿Cómo? –la mujer seguía en el suelo, recogiendo el contenido desperdigado por el suelo de su mochila– si has sido tú quien se me ha tirado encima.
– ¿¡Qué!? –notó cómo la vena de su frente empezaba a hincharse por los nervios e intentó serenarse– Ha sido usted quien ha aparecido de la nada y me ha tirado ese… ese bejunge –señaló el vaso de batido– por toda la camisa.
– Eh, eh… relájate –la rubia metió todo lo que había dentro de la mochila, excepto su teléfono móvil, y se la echó a la espalda. Cuando se levantó pudo verle por primera vez la cara. O al menos lo que sus enormes gafas de sol le permitían ver. Tenía el pelo más rubio que había visto jamás, cayéndole en largas ondas por los bordes de su chaqueta de cuero negra. Lo tenía largo y bien cuidado y por un momento sintió cierta envidia, pero al cerciorarse mejor del conjunto de la mujer se le pasó. De un rápido vistazo se quedó con sus tejanos desgastados (completamente rotos por la zona de las rodillas), sus botas militares y su camiseta (exageradamente escotada) blanca. Todo ello adornado con un par de collares colganderos y el enorme tatuaje de su pecho. Un personaje peculiar. Parpadeó.
– A mí no me hable así, tengo una entrevista y por su torpeza voy a ir con este aspecto –la rubia bajó la mirada y la centró en su pecho. Tardó sólo un segundo en echarse a reír y ella torció el labio– ríase en mi cara, si le parece, pero creo que como mínimo me debería pagar una camisa nueva.
– Espera, espera… –su voz se mezclaba con su risa– no te debo nada, eras tú quien miraba el teléfono y me ha abordado –echó la cabeza hacia atrás y se cruzó de brazos– ¿seguro que no ha sido queriendo para tener una excusa para hablar conmigo?
– ¿Disculpe? –abrió tanto los ojos que podía notar cómo estos peleaban por no salírsele de las cuencas– ¡¿Pero quién se ha creído que es?! Como si no tuviera yo mejores cosas que hacer que esperar a tropezarme con una rubia zopenca que no es capaz ni de mirar por dónde anda… mire, ¿sabe qué? Ya estoy llegando suficientemente tarde por su culpa, así que no se preocupe que no tiene que pagarme nada –esgrimió una cínica sonrisa– pero hágame el favor de no ser tan inútil la próxima vez –movió la cabeza como despedida y salió disparada hacia delante. A duras penas pudo oír cómo la rubia se quejaba gritando un "¡Qué humos de buena mañana!". No le importaba lo más mínimo, aquella estúpida ya le había estropeado suficiente el día.
Ahora estaba ansiosa, sentía cierta desesperación y pánico metérsele en el cuerpo y todo por culpa de su aspecto. El conjunto que tantas horas le había llevado escoger estaba hecho un desastre. Se mordió el labio con fuerza presa de la impotencia. Y ni siquiera sabía si llegaba tarde. Sacó de nuevo el teléfono móvil y le dio al botón de desbloqueo. En lugar de su habitual pantalla con aquel fondo de gatitos que tanto le gustaba apareció un bloqueo de seguridad que le solicitaba un número pin. Paró en seco. ¿Por qué su teléfono móvil le estaba pidiendo ese número? Recorrió el aparato con la mirada varios segundos hasta que se percató de lo que realmente estaba ocurriendo: aquel no era su Smartphone.
Una gota de sudor frío le bajó por la frente e instintivamente giró la cabeza, recorriendo con la mirada el trozo de camino que había hecho desde que se había separado de esa mujer, pero no la encontró por ningún lado. Ahora su teléfono estaba en manos de una completa desconocida.
