Disclaimer: todo lo que reconozcan le pertenece enteramente a J.K Rowling.

Dos años después

Primera Parte

Cuando tenía veintidós años me enamoré del hombre equivocado.

Y Merlín, de qué manera.

Todo acerca de él me estampó con una fuerza que antes no creía posible. Había leído incontables veces sobre la experiencia arrolladora que es la pasión, y sin embargo en mi subconsciente subsistía la idea de que algo así no podía, no debía, existir en la realidad.

Hasta el momento en que el destino quiso que lo viviese en carne propia y mi mundo giró en su eje, sacudiendo una gran parte de mis creencias: el "no podría o debería existir" fue desvaneciéndose poco a poco como la tinta plasmada en las páginas de los libros de fábulas preferidos de mi infancia.

A pesar de todo me siento afortunada.

¿Cuántas son las personas que dejan este mundo conociendo las llamas del amor apasionado? Me atrevo a responder que muy pocas y siento lástima por las que nunca llegarán siquiera a rozarlo, casi tanta como sentía por mi misma antes de conocerlo.

Quizás la palabra correcta sería reconocerlo, porque debajo de esa fachada de hielo, detrás de las facciones un tanto rígidas y los modales aprendidos con puño de hierro, se escondía un hombre de carne y hueso que era capaz de bromear sin malicia y sonreír sinceramente. El hombre que llegó a mi puerta una noche lluviosa de verano y partió una tarde cobriza de otoño un año después. El mismo que lograba casi lo imposible: que por unos instantes me olvidase de pensar y sólo me dedicara a sentir.

Y cómo sentía, Circe Bendita.

Bastaba una mirada, un roce, para que aquel abanico de sensaciones nunca antes vividas se abriera ante mí. Eran sensaciones tan placenteras que a veces resultaban agonizantes. Fue en esa época que descubrí que para conocer los secretos profundos del cuerpo humano no se necesita un médico, sino un buen amante.

¿Alguna vez sintieron prenderse fuego desde adentro hacia afuera?

Yo sí. Cuando me hacía el amor.

Creía que tocaba el cielo con las manos. Era un deseo crudo y salvaje que me poseía por completo, desde las puntas de mi cabello hasta los dedos fruncidos de mis pies, y me sacudía una y otra, y una y otra vez. En la oscuridad de mis párpados veía pequeñas estrellas que se contorsionaban y persistían aún cuando abría los ojos y descubría que él me estaba atravesando con la mirada. Junto a él, conocí la perfección: sus manos siempre encontraban el lugar justo para acariciarme en el momento justo mientras pronunciaba las palabras justas que quería escuchar. Y con esa boca de labios finos y desdeñosos que tenía, ¡las cosas que lograba hacer!

Mi nombre en sus labios tomaba un significado totalmente diferente del que solía tener. Cada sílaba era música para mis oídos. Su tono característico, arrastrado y con un tinte de arrogancia, hacía maravillas con una palabra tan común:

"Hermione" decía Draco Malfoy, y yo perdía completamente la cordura.

Estaba claro que era algo. Nunca supe si fue amor. No lo creo: Draco no era una criatura hecha para amar.