La belleza de su mirada era más de la que se podía soportar. La forma en la que expresaba ese aire de rebeldía, de una voluntad tan fuerte que no se rompería ni ante las más terribles adversidades. Era esa manera de observar el mundo lo que atraía a las personas a su lado, y que mantenía esa pequeña familia siempre unida. Solo saber que nunca volvería a notar la chispa de vida en esos ojos, de que todos menos él desaparecerían en las tinieblas de la muerte, bastaban para que su llanto se lamentara más por ese destino de soledad que por la separación total de cuerpo y carne.
La muerte le era negada, y así también la humanidad. Los colmillos que con firmeza se clavaban en su cuello, el dolor agudo de la herida, eran precio por un don oscuro no deseado. Un fallecimiento en vida eterno, completado por un sorbo de dulce néctar prohibido, que en su ansia animal de supervivencia aceptó beber a costa de unas pocas lágrimas en luto por su despedida final.
El mundo a su alrededor poco a poco era engullido en sombras, mientras que el lejano latido de su propio corazón declinaba como el último movimiento de una poderosa pero corta melodía. Su mente se aferraba a la vida, al pensamiento de amor que Yūichirō había logrado plantar en su corazón, ese sentimiento puro y dulce que sobrepasaba cualquier pasión y deseo físico.-...Te amo...Yuu...-No deseaba morir y, sin embargo, encontraba terrible encontrarse en esos brazos, en esa forma nueva. Deseaba encontrarse con Yuu de nuevo, y aún así no volver a cruzar caminos con él.
Porque aunque ahora pudiera verle de nuevo ¿Cómo habría de ser amado, siendo aquello que más era odiado? Echó el rostro hacia atrás, observando el lejano techo sobre ellos, en medio de esa cámara infernal.- Perdóname...Porque ahora la distancia entre nosotros es peor que la de la muerte.-Y con estas palabras, aceptó su destino, como pago final de poder protegerle como se debía, aunque debiera ser peor que el mal que acechaba a la humanidad.
