— ¡No puede ser que ni siquiera tengas curiosidad! –Savannah miraba a su hermana, furiosa. Sus ojos verdes brillaban.
— ¡Y yo no sé por qué te interesa tanto, Van! Nos abandonó, deja de pretender que algún día vamos a tener alguna pizca de relación con él.
Se sentía una grandísima idiota.
Gritó contra la almohada. Lo único que sentía era furia y frustración, todo había sido en vano. Tantos años tratando de tener un padre, sin entender aquella necesidad.. Pero es que, no podía explicarlo, no es que lo necesitaba... Simplemente quería, por lo menos, conocerlo.
La pequeña de las gemelas siempre había sido curiosa, no le tenía miedo a nada, ni a nadie. Siempre se prendía a cualquier desafío, propuesta, o lo que sea, le encantaba experimentar y hacer cosas de las cuales –tal vez– se arrepienta. Pero ahora había llegado muy lejos.
Bat nunca le había interesado la vida del hombre que le dio la vida, realmente, pasaba de ello y no le tomaba importancia. Ella creía que lo necesario ya lo tenía en casa, ella no se enfadó con su madre por haberle ocultado por casi 15 años la identidad de su figura paterna, pero Van sí. Ella, desde el momento que le contaron una corta anécdota de él, quiso escuchar más; quiso conocerlo, saber sus costumbres, hábitos, ticks, ¡todo! Le parecía un hombre asombroso.
Culpaba a su madre de eso, ella siempre había intentado mantener una imagen medianamente buena de su padre, siempre les contaba cosas preciosas de él, tanto ella como sus tíos Zack y Jack, decían que era un hombre divertido, carismático, confianzudo, borracho, sonriente, cariñoso con los que quería... Realmente no pudo entender cómo semejante persona había realizado ese acto.
Quiso llorar con todas sus fuerzas, ¡era una idiota! Tanto años tratando de conseguir al menos una puta charla con él. Cayó, trepó, se resbaló, todo tratando de alcanzar sus grandes manos, pero siempre acababa sola... Ahí.
Sudando su sangre.
Sí solamente hubiera una manera, sólo una maldita puta manera de que él la escuche, de que sepa todo lo que tuvo que sufrir por su culpa. Las burlas, las humillaciones, los comentarios despectivos, sus demonios, todo, ¡todo por alguien que no sabe que existe! Era la más grande frustración e humillación que podría haber sentido en toda su jodida existencia.
Miró la armónica que estaba arriba de su mesa de luz, la quiso estampar con todas sus fuerzas contra la pared pero algo le impidió hacerlo, algo, en lo más profundo de su ser, que seguía encariñado a toda su busqueda, a todo su esfuerzo; algo que le daba esperanzas en que algún día lo conocería y que él la aceptaría.
Todos sus pensamientos se nublaron y bufó pesadamente, estaba demasiado enfadada como para quererlo ahora. Quería ir a su puta prisión y brindarle un patada que se iba acordar toda su vida, ¡era un cabrón! Un grandísimo cabrón.
Es que, ¡dios! Ni siquiera puedo narrar la ensalada de sentimientos que nuestra querida Killjoy (nombre que se le asoció a los herederos, luego de que fueran reconocidos por la UMR) sentía, podía jurar que estaba a un punto de ir y asesinarlo a golpes. Sintió como su corazón se aceleraba y su cuerpo comenzaba a tensarse, intentó respirar profundamente tratando de calmar aquél maldito instinto que amenazaba con salir.
Lobita, así la solían llamar sus tíos por lo salvaje que era, y por el condenado animal que siempre que se enfadaba amenazaba con salir. Y, por si eso no era lo peor, ser una "mujer lobo" se volvía peor cuando tu abuelo era un puto demonio, que te dejó una marca en la cadera que te atormentaría por (oh) toda la vida.
Tal y como sucedió con su padre, Van sufrió millones de pesadillas relacionadas con Him, y millones de transformaciones descontroladas. Bat siempre fue más civilizada, por así decirlo, ella siempre pudo mantener una especie de control al ser mucho más fría y crítica, pero ella no, ella se dejaba llevar y le costaba muchísimo. Casi destruye la ciudad unas cuantas veces y, muchas veces más, se sintió apenada de ver la mirada triste de su madre cuando esto terminaba.
Aquella mirada de un verde tan claro que, para su pesar, no había podido heredar.
Largó unas cuántas lágrimas que acabaron convirtiéndose en un llanto descontrolado, se sentía humillada y rota. Sentía como un mundo feliz y lleno de ilusiones se le había derrumbado en cuestión de segundos, y, a pesar de todo, no terminaba de entender su dolor. Ella creía que lo que sentía por su padre era una simple curiosidad, un simple lazo biológico que los unía y que, en cierto punto, definía su identidad; nunca pensó que lo que en realidad sentía era cariño, y una vaga esperanza que la ayudaba a permanecer buscándolo.
Aún así, no pudo evitar recordar a su hermana y a su preciosa madre. Dos mujeres con las que compartía un lazo inigualable y con las que, en cada oportunidad que se les presentaba, le demostraba su amor ya sea con un abrazo, una broma, o un sonoro beso en la mejilla. Eso eran lo menos que se merecían, porque si pudiera les daría el mundo, ¡el universo entero! Y especialmente a Buttercup...
Su querida madre era hermosa, en todas sus maneras, la mejor de todas y la que más hermoso canta. Recordó aquellas veces en las que ella le cantaba "You are my sunshine" de Johnny Cash, era una simple bebé pero no podía evitar largarse a llorar ante su dulce voz, ella siempre la consolaba, tal y como lo estaba haciendo ahora.
— Van, cariño, hermosa mía, sé que es duro para ti, siempre lo has buscado con... ¡Dios! Tanto anhelo, y eso fue algo que admiré siempre – la miró a los ojos con una sonrisa –, tu siempre les tuviste esperanza, creías en ellos, no sé cómo coño lo hacías pero siempre que hablábamos sobre esos idiotas esbozabas la sonrisa más grande, te preguntaba por qué y me decías "No lo sé, son asombrosos".
— Pues creo que he cambiado de opinión.
— Escucha, linda, no quiero justificar lo que hizo, pero te juro que nada de lo que te conté es mentira, sé que te sentiste avergonzada y engañada pero te reafirmo todo lo que dije porque es cierto — tomó aire —. Estoy muy orgullosa de vosotras, más de lo que alguna vez se imaginaron, me alegra que os hayáis convertido en jóvenes tan inteligentes, preciosas, justas, buenas, divertidas y con una empatía de los cojones que creeme cuando te digo que tu padre tiene razón al decir que no las merecemos.
Van se quedó como una estatua, ¿había escuchado bien la última frase?
— ¿Qué?
— He ido a hablar con tu padre, está orgulloso de vosotras.
Sintió como los músculos se le destensaban, y rió nerviosamente. Abrazó a su madre con fuerza y lloró dejando ir toda esa angustia que guardaba.
Al final, luego de haber encontrado esas manos completamente vacías, podía decir que lo único que le quedaba era respirar por el amor del mañana...
Porque no había esperanzas para el hoy.
