¡Hola! ¿Quién creen que regresó? Está bien, no regresé con mucho y había dicho que ya no escribiría para Bleach pero fue imposible no escribir esto.
Nota1: Este fic es un ByaRuki y está inspirado en el drabble "Sombras y Fantasmas" de la colección de drabbles ByaRuki "In Bloom" de la autora BellaRukia. Así que si lees esto Bella, te dije que lo haría, fue imposible no hacerlo.
Nota2: El tema de esto hace referencia al incesto, y no, no me refiero a ese "incesto psicológico" de que Rukia es "hermana" de Byakuya, sino a incesto real, ese donde uno se siente atraído a su propia sangre. La idea en sí es bastante retorcida, así que si son sensibles les recomiendo prudencia.
Disclaimer: Ni Bleach ni sus personajes me pertenecen, pertenecen a Tite Kubo. Yo solo los uso para satisfacer mi imaginación. Disfruten.
Sombra.
Capítulo 1
Había varias cosas que detestaba, una de ellas era que le dijera "Byakuya-nii-sama". Él la llamaba por su nombre, desde que ella había llegado a su casa la llamaba por su nombre, sin sufijo alguno, solo Rukia.
Él en su fuero interno gritaba porque ella le dijera solo Byakuya.
- Nii-sama – dijo ella llamando su atención en la cena. Si detestaba el "Byakuya-nii-sama", el solo sufijo "nii-sama" lo odiaba, era como si en automático se pusiera esa barrera de acero que los separaba millas aunque estuvieran en la misma habitación.
Todo era su culpa, por más de 40 años se dedicó a construirla para mantener el honor de su familia y el honor de su promesa de forma intacta pero en ese momento ella era la que estaba usando esa barrera, fuera consciente de eso o no.
Desvió su mirada de su cena y la enfocó en ella, en un punto neutro, mirándola sin mirar porque sabía que si la miraba a la cara sus ojos se iban a mover en automático hacia sus ojos violetas, se perdería en ellos, naufragaría en ese mar intenso que eran sus ojos y su alma, que tan bien se había mantenido oculta dentro de su cuerpo, quedaría desnuda ante ella, vulnerable, frágil.
Quedaría solo él frente a ella, quedaría solo el hombre.
Ese no era el momento.
Ella empezó a hablarle de su nueva misión y su futura estancia en el mundo humano debido a esa misión, también de que le habían asignado a Kurosaki Ichigo para que la acompañara.
Tantos años teniendo esa mascara de frialdad e indiferencia le permitió asentir sin inmutarse ni un ápice dando su aprobación aunque por dentro se moría de celos como si fuera un adolescente, ya que la sola idea de que Kurosaki estuviera con ella, aunque fuera por trabajo, le hacía hervir la sangre.
La cena después de eso siguió en un completo silencio que solo era roto por los ruidos de los platos. Él tenía la intención, como todas las noches, de romper el ritual de la cena en silencio, preguntarle sobre cómo se sentía en su nuevo puesto dentro de su escuadrón, preguntarle sobre su día, preguntarle sobre cualquier cosa pero no lo hacía, le costaba flanquear la barrera que él había puesto.
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Todas las cenas terminaban igual, en silencio. Ella se levantó, le dedicó una reverencia solemne, le deseó una buena noche y salió de ahí tragándose la frustración y las ganas de acercarse a él, de preguntarle sobre su día, de escucharlo hablar solo porque le gustaba el sonido de su voz.
Llegó a su cuarto y encendió la luz; su futon ya estaba hecho sobre el tatami, las sabanas estaban puestas junto con su almohada y, sobre una percha de madera, estaba su kimono de dormir. La ventana estaba abierta y se colaba una fresca brisa nocturna.
Deshizo el nudo de su obi y lo dejó caer al piso haciendo un ruido sordo. Llevó sus manos a las orillas de su kimono de estar por la casa y lo abrió despacio, entró una brisa fresca nuevamente por la ventana y le acarició los hombros desnudos; terminó de quitárselo haciendo que resbalara la seda por su piel, la sintió como una caricia y la brisa fresca le acarició su pecho desnudo haciendo que su piel se erizara.
Se quedó parada así, semidesnuda y sintiendo la brisa nocturna sobre su piel mientras mantenía los ojos cerrados.
Los abrió después de un rato, tomó su kimono de algodón de la percha y se lo puso, era corto, cubría lo que tenía que cubrir.
Quizás su imaginación fuera grande o quizás fuera el deseo interno que gritaba sobre su piel pero la brisa nocturna le supo a su hermano, a como lo había imaginado siempre, a como lo imaginaria toda su vida porque tenía demasiado miedo de decirle lo que sentía cuando sus labios decían su nombre, cuando lo veía alejarse de ella o cuando sus miradas se cruzaban sin querer.
Su corazón se agitó en su pecho al pensar en su hermano de esa manera. Sería un secreto que jamás le diría a su hermano porque entre ellos había un muro de acero que impedía que sus palabras llegaran a él y tenía miedo de que si llegaban lo hicieran distorsionadas, con otra voz, con otra apariencia.
Con otro nombre.
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El incienso que había colocado bajo la foto de Hisana en el altar ya se había consumido y él no había terminado de hablar con ella. Desde hacía tiempo la conversación con su difunta esposa había dejado los tintes habituales que habían mantenido por casi 50 años y había empezado a girar en torno a una mujer, su hermana.
Le pedía ayuda, consejo, castigo y perdón. Quería que le dijera que debía hacer porque él no lo sabía, no tenía idea de qué hacer, se sentía atrapado como en un laberinto sin saber en dónde girar para encontrar la salida. Estaba en una agonía desesperada, su cerebro y su corazón se debatían entre razón, sentimientos o sombras.
No sabía qué veía en Rukia, si la veía a ella como persona, como un ente individual o si la veía como el fantasma viviente de Hisana. No sabía qué sentía por Rukia, si era ese afecto fraterno que se genera por la convivencia o el deseo carnal que le despertaba en la intimidad de su mente.
No sabía lo que pasaba con él, estaba perdido, varado como en un desierto a medio día donde no sabía a donde ir, a donde dirigir sus pasos, donde los espejismos lo atormentaban y donde agonizaba por el calor que le corroía el cuerpo.
No sabía nada.
Le prendió un nuevo incienso a Hisana, le dio las buenas noches, rezó un poco más y salió de ahí ajustándose el kimono de algodón grueso para darse calor. No había llegado a nada, como lo hacía todas las noches que iba en busca de consuelo a esa habitación.
Sopló una brisa fresca que le despeinó el cabello, era una brisa fresca de otoño, una brisa que se coló bajo su ropa y le erizó la piel de una forma agradable.
Levantó la cabeza con los ojos cerrados, quería sentir la brisa en su rostro, que le enfriara el pensamiento, que se llevara el calor del desierto en el que se encontraba y que lo mataba de forma lenta y despiadada.
Había funcionado, se sentía más calmado, relajado, seguía sin saber que hacer pero en ese momento no le importaba, solo quería un instante de paz.
Abrió los ojos e inmediatamente se movieron posándose sobre una sombra indefinida sobre el techo, se movió de su lugar en silencio usando el shumpo y apareció tras esa sombra indefinida, era Rukia.
Estaba dormida sobre el techo con su ropa de dormir.
Se quedó contemplándola un momento como hipnotizado por lo que veía. Tendría que haberla despertado, tendría que haberlo hecho pero no lo hizo, se quedó admirándola bajo la escaza luz nocturna y se sintió de nuevo en su desierto privado siendo consumido por ese calor.
La observaba en silencio, miraba su piel blanca, inmaculada, perfecta. Quería tocarla, tocar su piel y saber si era fría al tacto, saber si era cálida, si era suave, dura, lisa, áspera; quería saber a qué olía, a qué sabia y si siempre conservaba ese sabor.
Le parecía etérea, irreal, sublime.
No sabía cuánto tiempo había estado viéndola, solo sabía que no quería dejar de verla.
Tendría que haberla despertado, ponerse su máscara de frialdad y aclararse la garganta; tendría que haberle llamado la atención por descuidada, por dormirse en el techo y por vestir así fuera de la cama. Tendría que haberlo hecho pero no lo hizo. Tendría que haberlo hecho para que el desierto caliente que lo mataba lentamente se hubiese quedado así, como un desierto y no como el infierno que se desató después de eso.
Se arrodilló frente a ella apoyando una rodilla en el techo, como un príncipe o como un caballero; estiró sus manos que involuntariamente temblaban ante lo que estaba por hacer y la recogió con agilidad y suavidad. La recostó en su pecho y Rukia se removió un poco acoplándose al agarre sin despertar. El corazón de Byakuya se agitó y sus nervios se tensaron pero nada más pasó, Rukia seguía dormida.
Se debatía entre si hacerlo rápido o hacerlo lento, entre si llevarla despacio a su cuarto y disfrutar de ese momento furtivo de intimidad robada o llevarla a su cuarto y dejarla ahí para salir huyendo como un ladrón en casa ajena. Sea cual fuere la respuesta el calor de su desierto lo abrasaría sin piedad alguna.
Se dejó ir.
Con un ágil salto bajó del techo de su casa. Mientras caminaba en silencio sintió temblar a Rukia y la pegó más a su pecho para infundirle calor y sentirla a ella, aunque solo fuera de esa manera. Llegó a su cuarto y la depositó con suavidad sobre el futon para que siguiera durmiendo; la volvió a sentir temblar e hizo algo que no había pensado hacer, se quitó su grueso kimono de dormir quedando solo en pantalones ligeros y la cubrió despacio con él para que ella entrara en calor.
La vio dormir plácidamente y se levantó de ahí, el calor de su desierto lo estaba consumiendo. Le dio la espalda y se dirigió a la puerta cuando escuchó que ella se removió sobre el futon y pronunció su nombre.
- Byakuya.
Se volteó en seco hacia ella, pensó que por un momento ella había despertado y lo había llamado por su nombre pero no, Rukia seguía durmiendo. Se relajó con una creciente decepción en su pecho hasta que cayó en cuenta de una cosa:
Ella estaba soñando con él.
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Despertó despacio sobre algo que era muy suave y cómodo. Se quedó tumbada sobre eso suave y cómodo por un momento hasta que cayó en cuenta de una cosa: ella se había dormido en el techo.
Abrió los ojos de golpe mientras se sentaba y sus ojos paseaban por todo el lugar, estaba en su cuarto.
Se preguntaba cómo había llegado ahí ya que lo último que recordaba era que se había quedado dormida en el techo sintiendo la brisa fría y fantaseando con su hermano. Se quitó la sabana que la cubría para poder levantarse pero al reconocer lo que era esa sabana su corazón se agitó.
- Una prenda de nii-sama.
Lo tomó con delicadeza entre sus pequeñas manos, como si temiera que fuera un sueño o una ilusión y lo acarició despacio con sus dedos; era suave y cálido, como se imaginaba que debía de ser su hermano bajo esa máscara de indiferencia y frialdad que siempre portaba con él. Lo levantó un poco y lo acercó a la punta de su nariz, cerró los ojos y aspiró profundamente el aroma que emanaba de la prenda.
Olía como él. Olía a menta, a limpio, a hombre.
Aun con la prenda en su rostro y con los ojos cerrados se sonrojó por pensar así de su hermano pero se sonrojó más al saber que su hermano la había llevado hasta su habitación. Una parte de su cerebro le decía que lo había hecho como un gesto de cariño, el cubrirla con su kimono, y otra parte le decía que lo había hecho por vergüenza al encontrarla dormida y semidesnuda sobre el techo.
Debía ser realista; lo más seguro era que su hermano la hubiese encontrado y la hubiese cubierto con su ropa por vergüenza. Ella era una deshonra para la familia incluso cuando solo salía a disfrutar de la brisa nocturna.
Gracias por leer y si dejan algun review lo contesto en el proximo cápitulo :D
