Capítulo I
"Así es, John, el día de hoy esperamos fuertes tormentas por la mañana, con intensas ráfagas de viento. El clima mejorará hacia la tarde…"
La animada voz femenina parecía hundirse dentro del pequeño televisor. Rose miró su reloj. La diminuta manecilla dorada marcaba el número cinco. Suspiró cansada y observó el café que tenía en la mano. Odiaba ese líquido marrón, a veces demasiado espeso, a veces demasiado acuoso. "La máquina es una mierda", pensó. Le pesaban los párpados y el ojo izquierdo había comenzado a latirle hacía casi dos horas. Y aunque el incipiente otoño amagaba con sentirse más fuerte por la mañana, de pronto tuvo una cálida sensación en las piernas. Tal vez por primera vez, hubieran prendido la calefacción a tiempo… O tal vez ni siquiera fuera otoño. Seguro era primavera, porque las sandalias eran la moda. "Oh, por Dios, y ¿mis sandalias? ¡Las he olvidado por completo!":
-Señor Conejo, ¿sería tan amable de indicarme dónde he dejado las sandalias?
-¿Rose?- la voz sonaba a lo lejos, como si el Señor Conejo se encontrara a kilómetros de distancia…-¡Rose!
Abrió los ojos de golpe.
-¡Joder!- enfatizó molesta- Me he quedado dormida de nuevo.- dijo poniéndose de pie de un salto.
En los últimos meses, esa frase parecía haberse convertido en una especie de disculpa. Pero es que la vida de un residente médico no era fácil. La pillaban durmiéndose en el hospital, en el metro, durante la cena e incluso en el baño.
-Lo siento, Harry.- añadió bajando la vista hacia los zapatos lustrosos de su jefe. Más por la grosería que por la acción.
Harry (también conocido como el célebre Dr. Potter) era un hombre regordete de complexión pequeña, parecía mentira que James fuera hijo suyo. Tenía el cabello canoso y dos entradas prominentes a los dos lados de la sien que dejaban al descubierto una cicatriz en forma de rayo. Rose sabía que se la había hecho de pequeño al caer de un tobogán, pero en el Hospital San Mungo, preferían otro tipo de historias fantásticas, incluyendo espías rusos y armamento nuclear. Debajo de la cicatriz, le brillaban, encuadrados en redondos marcos plateados, unos ojos verdes como faroles.
-Olvídalo. Ve a lavarte, Rosie.- dijo amablemente, señalando sus piernas.
Rose bajó la vista y se miró la oscura mancha color café sobre el ambo celeste. Maldijo internamente y soltó instintivamente el vacío vaso plástico que tenía, todavía, inútilmente en la mano. "Un cerdo sería más limpio que tú, Rose". Sintió la voz de Hermione Granger en algún lugar de su cabeza. Volvió a levantarlo y lo arrojó en el bote de basura que había junto a la puerta.
El camino al baño, desde la Sala de Residentes, era bastante largo. Se trataba de una serie interminable de pasillos blancos, con bancos plásticos de color azul a ambos lados, puertas de vidrios empañados y olor a desinfectante. El baño tenía más o menos, un estilo similar. Los espejos del lavabo subían hasta tocar el zócalo del techo y el dispenser de jabón la mayoría de las veces estaba vacío. Pero como siempre, la imagen más lamentable venía del otro lado del espejo. Algunos días el ambo era de color celeste, otros, azul con pequeños detalles rosas. El elenco estable se componía de una pecosa cara pálida y dos surcos negros debajo de los ojos azules enrojecidos. El lacio cabello castaño recogido en una cola de caballo que a esa altura del día, ya estaba floja.
-Hay cosas que ya no tienen arreglo-murmuró entre dientes mientras observaba sus descuidadas cejas sin depilar. Ni siquiera recordaba la última vez que lo había hecho.
Abrió el grifo del agua y dejó que sus frías manos se calentaran. Luego miró su pantalón e intentó humedecer la mancha. Como era de esperarse, no surtió ningún efecto. Volvió a mirar la hora: 6 am.
-Oh, Dios, me matará- dijo para sí misma.
Sacó su teléfono del bolsilla lateral y observó la última conexión. Última vez visto a las 5.43 am.
Rose: Necesito el ambo azul.
-Vamos, sé que estás despierto.- dijo para sí. Miró en dirección al techo y volvió a escribir.
Rose: Está sobre mi escritorio.
Esperó.
Rose: Vamos, Hugo, sé que estás despierto.
Sin respuestas. Cojonudo.
Rose: Nancy está de guardia en emergencias.
Hugo está escribiendo…
Hugo: Estaré allí en 20 minutos.
-Maldito desgraciado- dijo con una sonrisa.
Volvió a mirarse el pantalón. Parece mierda, pensó. Veinte minutos... Veinte. Volvió a observar el reloj en su muñeca y se masajeó la sien. Salió del baño y le dolieron los ojos al ver la pared blanca donde la luz rebotaba fuertemente. Se dirigió al ascensor dispuesta a esperar. Por suerte, se encontraba justo allí. Subió y marcó el primer subsuelo en el tablero. Detestaba el ascensor y su estúpida música corporativa, pero cuando tenía sueño detestaba aún más las escaleras. El descenso le producía un cosquilleo en el vientre y las notas suaves le daban sueño.
-Primer Subsuelo- anunció el altavoz mecánicamente.
Las puertas se abrieron con un sonoro "¡pin!". En ese piso, la vista era diferente. Los ascensores se encontraban directamente frente a unos ventanales que daban al estacionamiento. Justo en frente suyo, había dos ambulancias y más atrás, la oscuridad de la mañana ocultaba el parque que se encontraba frente al Hospital. En contraste con la negrura, la iluminación dentro era amarillenta. Los pisos reflejaban el brillo de las lámparas colgadas del techo. Los plásticos asientos azules a los lados albergaban gente esperando ser atendida. Las puertas cerradas de los consultorios se habrían cada quince minutos para dejar pasar al siguiente. Cerca de la entrada, un mostrador blanco con forma circular y detrás de él, una muchacha joven de alrededor de 20 años le sonreía con ganas.
-Hola, Nancy- saludó Rose con voz cansada, mientras se acercaba.
-Buenos días, Doctora. ¿Puedo ayudarla en algo?
Nancy había ingresado en el hospital hacía dos años como enfermera. En el último período habían reducido el personal, por lo que terminó cubriendo la conserjería de las guardias. Rose la observó detenidamente mientras se acercaba. Parecía mentira que Nancy fuera la única heredera de una empresa multinacional de telecomunicaciones, cuando la veía todos los días en su pulcro trajecito blanco con la cruz roja bordada en la manga derecha. Sin embargo, lo que más la sorprendía era esa energía que impregnaba sus movimientos y palabras. Estar junto a ella la hacía sentir descolocada, como si no fuera la madrugada y no hubiera razón para sus ojeras, sus ademanes cansados y las manchas de café en la ropa, cuando Nancy tenía siempre el rubio cabello bien recogido, las uñas prolijamente pintadas y el maquillaje perfecto.
-Hugo vendrá a traerme ropa- contestó Rose señalando su pantalón-. ¿Podrías avisarme cuando llegue? Estaré allí- apuntó con la mano hacia la puerta de un consultorio.
Nancy sonrió y bajó la vista.
-Oh, sí, le avisaré, Doctora Weasley.
-Gracias, Nancy.- dijo mientras comenzaba a caminar en la dirección indicada. Se detuvo, dio media vuelta y agregó:- Y, Nancy, te lo he dicho un millón de veces, llámame Rose.
La aludida emitió una risita nerviosa.
-De acuerdo, Doc… Rose.
Aunque sabía que tendría que repetirlo otras tantas millones de veces, Rose esbozó una sonrisa y avanzó hacia el consultorio. Se detuvo en la puerta y sin prestar demasiada atención con voz firme anunció:
-¡Siguiente!
Dejó la puerta abierta completamente y fijó rumbo hacia la silla de madera oscura detrás del escritorio metálico. Mientras se sentaba, sintió la vibración de su teléfono en el bolsillo. Lo tomó y sin levantarlo demasiado, observó el remitente: James P. Levantó brevemente la vista y vio una silueta bajo el marco de la puerta.
-Pase, por favor. Esto me tomará sólo un minuto- contestó Rose mecánicamente, mientras atendía la llamada.- ¿Qué ocurre James?
-¡Hey, Rosie! - la voz masculina al otro lado sonaba con cierto nerviosismo.
-James estoy trabajando. Si no es algo importante...
-No se lo digas a papá,-la interrumpió rápidamente- pero hay una situación aquí… Un amigo de un amigo tomó una pastillas... No, unos parches para, bueno, tú sabes. Y ha funcionado, ¡uff!, como de treinta. Pero al amigo de mi amigo no… no se le ha ido el efecto y la tiene dura como hace tres horas y le cuesta mear…
-Ponte hielo. - esta vez fue ella quien lo interrumpió, mientras miraba su reloj de muñeca- No tengo idea de qué cuernos has decidido ponerte en el pene, James, pero si en un par de horas no desaparece, sé un niño grande y llama a tu padre.
-Pero Rosie…- lloriqueó su primo al otro lado de la línea.
-Estoy trabajando, James. Adiós.
Rose volvió a guardar el teléfono.
-Lo siento mucho, era una llamada de urgencia.- dijo mientras levantaba la vista para ver la figura que tenía sentada en frente. Era un hombre joven de alrededor de veinticinco años. Rubio. Alto y atlético. Ojos claros, pestañas rubias y cejas gruesas. Nariz recta y mandíbula prominente. Incluso su outfit, una remera blanca ajustada con unos vaqueros oscuros, gritaba virilidad por todas partes. Mal día para ser Rose Weasley sin maquillaje ni arreglo.
El muchacho esbozó una sonrisa de dientes blancos como respuesta y levantando una ceja con simpatía agregó:
-Así parecía.
Rose recordó las últimas palabras que le había dirigido a su primo y quiso ser tragada por la tierra. Las mujeres demasiado seguras asustan a los hombres, recordó: "¿Por qué lo primero que tuviste que decir era 'pene', Rose?". Cerró los ojos, forzó una sonrisa y continuó:
-Usted dirá.
-Oh, claro. Mi mano- respondió él, señalándose la extremidad izquierda, con el puño cerrado-. Me caí. -explicó con una sonrisa- No soy ningún mariquita, pero cuando intento abrirla me duele.
Rose lo observó, se levantó de la silla y caminó para quedarse a su lado. Inclinándose para ver mejor, tomó su mano y miró los nudillos enrojecidos. Palpó suavemente el dorso lateral y el muchacho emitió un quejido.
-Luce más bien como una pelea-observó ella con voz calmada y volviendo al otro lado del escritorio, agregó:-. Afortunadamente, no hay sangre. Le recetaré unos analgésicos para el dolor. Tendrá que realizarse unas radiografías.- miró su reloj: 6.30- Si espera media hora, podrá hacerlas aquí mismo. Parece una fractura, pero me gustaría descartar cualquier otra cosa. Ordenaré que esterilicen la zona, de todos modos.
Buscó a tientas en su bolsillo lateral y sacó un bolígrafo Parker de color plateado con detalles dorados. Garabateó rápidamente sobre el recetario médico, con un movimiento mecánico, estampó el sello que rezaba "Dra. Rose Weasley" y firmó. Extendió la pequeña hoja sellada sobre la mesa, mientras guardaba el bolígrafo en el bolsillo, nuevamente.
-Eso es todo.
-Gracias, Doc- dijo él, con una sonrisa sincera.
Toc, toc.
-¡Adelante!- la voz de Rose sonó fuerte y clara.
-La esperan en recepción, Doctora.- dijo Nancy asomándose por el marco de la puerta.
-Oh, Nancy, genial. ¿Podrías terminar tú aquí? Los antisépticos están en aquel cajón - dijo señalando una pequeña repisa junto al escritorio-. Volveré en un minuto.
Se levantó rápidamente y caminó en dirección a la recepción. Reclinado sobre el escritorio blanco de forma circular, la esperaba un muchacho de 20 años. Ojos azules y rasgos demasiado delicados pero que conseguían imprimirle una belleza varonil inverosímil, la cual se reforzaba con los fornidos brazos y el metro noventa de estatura. Llevaba el pelo castaño desordenado y el vello facial con un aire ligeramente descuidado. El bronceado veraniego, la camiseta blanca, el pantalón deportivo gris y las crocs completaban el look casual. Su mano derecha jugueteaba con un llavero con forma de balón de volley; y la izquierda sostenía impacientemente una bolsita blanca, que traslucía un azul intenso.
-¡Gracias, Hugo!- dijo Rose levantando las manos entrelazadas hacia el cielo.- Estoy en deuda contigo.
-No lo estés.- se apresuró el muchacho, mientras se le iluminaban los ojos:- Consígueme una cita con Nancy.
Hugo era un bombón a toda vista, pero a diferencia del fortachón estereotipo, él era muy tímido.
-Pídesela tú. Estoy segura de que aceptaría sin pensárselo dos veces- dijo Rose despreocupadamente mientras le quitaba la bolsita de las manos.
Hugo bajó la vista, algo nervioso ante la sola idea.
-Vamos, Rose. Podrías invitarla a una noche W. Esta semana iremos a ese nuevo club… ¿cómo se llamaba?- dijo rascándose la nuca. Dudó un momento y pareció recordarlo:- Las Tres Escobas.
Las noches W se habían inaugurado cuando Victoire, Teddy, James y Dominique comenzaron a incluir en sus salidas a Roxanne. Con los años, se habían sumado otros integrantes con la W en el apellido, e incluso algunos que no tenían dicha letra -como... bueno, el resto de la juventud Potter y los gemelos Scamander-. Se celebraban todas las semanas con la única condición de no repetir el lugar en el mismo mes. Implícitamente, el objetivo se había convertido en conocer la mayor cantidad de antros, pasando desde clubes nocturnos, comida mexicana e incluso karaokes coreanos.
-Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vimos, Rose. Tal vez sea momento de olvidar a…
-Cierra la puñetera boca, Hugo.- lo interrumpió dando media vuelta- Gracias por la ropa.-dijo dando por terminada la conversación, en tono amable.
-Por lo menos, intenta conseguir lo que te pedí, Rose- Hugo alzó la voz a sus espaldas y ella movió los hombros con cierta incertidumbre, mientras se guardaba las manos en los bolsillos.
Un rayo violeta le pegó en la cara. Entrecerró los ojos e hizo una leve mueca. "Vamos, Scorpius, este no es cualquier motivo de celebración" había dicho su compañera de trabajo para convencerlo. Pero la verdad es que en el último tiempo ya no disfrutaba tanto de los clubes nocturnos. Le recordaban situaciones y personas que prefería dejar en el olvido. Y aunque se suponía que la salida de esa noche era para celebrar que oficialmente se había recibido de contador (asunto que, para variar, tampoco lo entusiasmaba demasiado), en ese momento se encontraba solo, a un lado de la barra, con un trago naranja en la mano izquierda y una morena sonriéndole a un par de metros hacía casi quince minutos. No había rastro de Lily, su compañera de Gestión administrativa. Había desaparecido ni bien entraron, con un muchacho de cara redonda. Palpó el bolsillo derecho de sus vaqueros en busca del celular. Presionó el botón lateral y se encendió la pantalla. Brillaba demasiado en la oscuridad: 5.17 am. Levantó la vista, la misma morena sonriente se había acercado unos cuantos pasos y lo miraba como si fuera a comérselo.
-Tal vez sea hora de que salgamos de aquí.- dijo la morocha enfatizando cada palabra.
Scorpius no estaba seguro de si realmente había escuchado eso o simplemente había leído sus carnosos labios rojos, porque la música estaba demasiado alta. Pero no le cabía duda de que ese era el significado. La insinuación era completamente sugerente.
Él sonrió y negó con la cabeza. Moduló bien un "lo siento" y, dándose media vuelta, se alejó de allí.
Mientras avanzaba hacia donde recordaba, estaba la salida, a tientas intentó buscar a la pelirroja con la que había entrado. Pero no había señal de ella. Tomó su celular y texteó:
Scorpius: Lily, me voy a casa.
Scorpius: Nos vemos mañana.
Su última conexión era anterior a la medianoche, por lo que probablemente no estuviera atenta al móvil. Pero no le importó, estaba cansado, le dolían los pies y definitivamente, de lo que menos tenía ganas en ese momento era de andar cargando un trago en una fiesta nocturna. A medida que se acercaba más a la puerta de salida, la volumen de la música iba descendiendo. Le quedaban solamente unos diez metros hasta la puerta, pasando por el guardarropas, ya a esa hora, vacío y una escalera que llevaba al piso superior, la zona VIP.
Siguió avanzando y aunque sus oídos empezaban a sentir la resaca en forma de zumbido, al pasar por delante de la escalera en forma de caracol, escuchó una tenue voz femenina:
-Aléjate, Marcus…-Scorpius se detuvo y prestó más atención- ¿Marcus? He dicho basta.
Levantó la vista y entre la oscuridad, logró localizar una pareja oculta detrás de la escalera. La chica tendría probablemente unos veinte años, tal vez menos; y el tal Marcus, arrinconándola contra la pared y con las manos y los labios por todas partes, estaría rondando los treinta. Scorpius se maldijo internamente. Como si fuera necesario esto para terminar la noche, pensó. Se acercó por detrás, le puso la mano en la espalda al tipo y volteandolo con agarre firme y tono sarcástico anunció:
-Siempre he sido partidario de respetar las negativas de una señorita.
El tipo lo miró incrédulo.
-Vete al demonio, idiota- gruñó y con intención de volver a lo suyo, le dio la espalda. Pero Scorpius mantuvo el agarre firme sobre su hombro.
-Tendrás que disculparme, Marcus, pero la señorita ha dicho que no.
El aludido puso cara de hartazgo y Scorpius supo que acaba de meterse en problemas. No parecía alguien con quien se pudiera hablara civilizadamente, sino más bien un carapijo cualquiera. Con un movimiento demasiado ágil para lo ebrio que se encontraba -que incluso logró sorprender a Scorpius-, el tipo lo empujó y casi lo tiró al suelo. La oscuridad lo desestabilizó y estuvo a punto de tropezar con un desnivel en el suelo. Scorpius retrocedió un par de pasos a tiempo para esquivar la primera tentativa de golpe. Apretó el puño y el crack no tardó en llegar. Estaba seguro de que había sido la nariz del tal Marcus. Unas gotitas de sangre cayeron al suelo justo debajo del impacto. El hombre abrió los ojos y se desplomó, tomándose la cara con ambas manos y maldiciendo.
-¿Qué está ocurriendo aquí?- a unos metros, la voz gruesa de uno de los de seguridad venía acompañada de un luz de linterna- Ustedes dos, sepárense.
Scorpius miró a su alrededor, un pequeño grupo de gente los había rodeado y miraba expectante. Incluso podía distinguir algún que otro flash de cámara. Irónico, cuando hay disturbios la gente siempre se entera, pensó. Se miró la mano derecha, tenía unos pequeñas manchitas de sangre sobre los dedos. La pasó descuidadamente por el lateral de su vaquero para limpiarse y comenzó a alejarse antes de que el guardia lograra llegar al centro del tumulto. Al llegar a la puerta, empujó la barra metálica y se abrió. La luz de la calle iluminaba la vereda. Visualizó su auto, a unos metros, estacionado. Un Volkswagen Vento color azul. Con intención de buscar las llaves en su bolsillo, sacudió la mano derecha, aún entumecida y el dolor como un rayo le llegó al hombro.
-Me cago en la mierda.- gruñó deteniéndose rápidamente.
Se observó el puño, completamente agarrotado. Tenía los nudillos enrojecidos y el dorso de color violáceo e inflamado. Se palpó con el dedo índice y el próximo insulto no tardó en llegar. Mantuvo la mano cerrada contra su pecho y avanzó hacia el coche. Con la otra mano, activó la alarma y con un "pip pip" se prendieron y apagaron las luces. Abrió la puerta del conductor y se sentó sobre la butaca de cuero. Prendió el GPS que estaba adosado al tablero y marcó el ícono en forma de cruz. La opción más cercana era el Hospital San Mungo, a tan solo unas cuadras de allí.
Puso el auto en marcha y con un poco de dificultad, logró conducirlo. Eran ya casi las 6 de la mañana y todavía no había amanecido. Las calles céntricas estaban desiertas, salvo por algún que otro grupo de jóvenes que recién salían de los clubes aledaños. Estacionó frente al parque San Mungo. De día podría haberse visto la estatua que había en el centro de la plaza, del Dr. Horace San Mungo, los árboles todavía con follaje verde y los maceteros de flores blancas. Pero la oscuridad era tal que no lo alcanzaba a verse más allá de los faroles de la vereda.
Estacionó desprolijamente y se bajó. El dolor se había vuelto permanente y a cada paso, sentía como se movía su brazo, agregándole una punzada extra. Cruzó la calle desierta por la mitad y se dirigió a la entrada de la Guardia. El Hospital era una gran mole de concreto con una infinidad de ventanas rectangulares. Debía tener alrededor de veinte pisos y su entrada principal se encontraba elevada casi a dos metros de altura, accediéndose a ella por una gran escalera. Por suerte, la Guardia quedaba detrás del estacionamiento al aire libre y no había peldaños que subir, agradeció Scorpius. Al acercarse a la entrada, las puertas corredizas de cristal se abrieron mecánicamente. Dentro, había un escritorio blanco de forma redondeada enfrentándolo y detrás de él, una muchacha de cara sonriente. Tenía los ojos claros resaltados por unas gruesas pestañas, el cabello rubio recogido en un rodete con un lazo rosa pálido y los delgados labios a juego.
-Buenas noches, ¿puedo ayudarlo en algo?- su voz aguda asemejaba a una campanilla.
-He venido a la guardia- explicó Scorpius, haciendo una mueca.
-Es por allí.- dijo indicando unos asientos de color azul que se encontraban a los lados de las paredes- Espere y será atendido.
Scorpius tomó asiento. Junto a él estaba un niño que parecía tener fiebre junto a su madre y, tres asientos más lejos, dos adolescentes asustados. De tanto en tanto, pasaban algunas enfermeras y médicos por el pasillo, pero en general, ninguno se detenía o entraba a los consultorios. Pasó casi media hora hasta que finalmente lo llamaron. Se levantó con cierto malestar y lentamente caminó hacia la puerta abierta que tenía en frente. Al llegar, se detuvo bajo el marco de la puerta. Dentro, había una camilla sobre uno de los laterales y, sobre el otro, una pequeña repisa con cajones y un escritorio metálico con una mujer detrás.
- Pase, por favor. Esto me tomará sólo un minuto- dijo ella mientras atendía una llamada.- ¿Qué ocurre James?
Scorpius avanzó y se sentó en el asiento plástico frente al escritorio.
-James estoy trabajando. Si no es algo importante…
Su voz era baja pero rápida. Lucía cansada mientras se masajeaba la sien. Sin embargo, había algo en su voz que a Scorpius le hizo sentirse cómodo.
-Ponte hielo. -sentenció firme mientras miraba su reloj de muñeca- No tengo idea de qué cuernos has decidido ponerte en el pene, James, pero si en un par de horas no desaparece, sé un niño grande y llama a tu padre.
A Scorpius se le escapó una sonrisa divertida. No era difícil imaginar la situación. La llamada terminó con un "Estoy trabajando, James. Adiós." y la mujer guardó el teléfono en su bolsillo lateral.
-Lo siento mucho, era una llamada de urgencia.- se disculpó distraídamente.
Scorpius, a quien todavía no se le había terminado de borrar la sonrisa anterior, repitió la mueca levantando una ceja:
-Así parecía.
Ella puso una expresión cansada y esbozando una tenue sonrisa y con tono seco, apuntó:
-Usted dirá.
-Oh, claro. Mi mano- respondió Scorpius, recordando lo que lo había llevaba allí. Se señaló la extremidad con el puño cerrado-. Me caí. -se excusó con una sonrisa amable- No soy ningún mariquita, pero cuando intento abrirla me duele.
"¿Mariquita? ¿Qué fue eso? Sonó estúpido, Scor", pensó, sin saber por qué lo había dicho ni por qué se lo recriminaba.
Ella se levantó de la silla y caminó hacia él. Le tomó la mano y tras observarla unos instantes, tanteó suavemente la zona inflamada. A Scorpius se le escapó un mueca de dolor.
-Luce más bien como una pelea-observó ella con voz calmada. "En otras palabras, la próxima vez, podrías inventar una mejor excusa", pensó Scorpius-. Afortunadamente, no hay sangre. Le recetaré unos analgésicos para el dolor. Tendrá que realizarse unas radiografías.- Scorpius se miró la mano- Si espera media hora, podrá hacerlas aquí mismo. Parece una fractura, pero me gustaría descartar cualquier otra cosa. Ordenaré que esterilicen la zona, de todos modos.
Él asintió con la cabeza e instintivamente, intentó abrir el puño. Le dolió como la San Puta, pero no se le escapó un sólo sonido, más allá de cerrar fuerte los ojos y morderse los labios. Miró a la doctora enfrente suyo escribir rápidamente la receta. Una vez terminada, extendió la pequeña hoja sellada sobre la mesa, sin mirarlo, mientras guardaba el bolígrafo en el bolsillo, nuevamente.
-Eso es todo.
-Gracias, Doc- agregó Scorpius, mientras tomaba la pequeña nota.
Toc, toc. Los golpes huecos sobre la madera le llamaron la atención.
-¡Adelante!
La muchacha de la recepción se asomó por la puerta y Scorpius se volteó a mirarla:
-La esperan en recepción, Doctora.
-Oh, Nancy, genial. ¿Podrías terminar tú aquí? Los antisépticos están en aquel cajón - dijo la doctora mientras se levantaba de su silla rápidamente, señalando en dirección a la pequeña repisa-. Volveré en un minuto.
La muchacha de la recepción asintió y entró en la habitación. Tomó los frasquitos de un pequeño cajón que no quería abrirse y en tan sólo unos minutos, con la delicadeza de ocasionarle el menor dolor posible, le desinfectó la mano. Le enseñó cómo inmovilizarla hasta que pudiera realizarse la radiografías y le hicieran un yeso.
-Imágenes se encuentra en el tercer piso por el ala Este.- le indicó ella mientras él se levantaba de la pequeña silla.
Scorpius le agradeció y salió, cerrando la puerta. Guardó la receta dentro de su bolsillo izquierdo sin siquiera mirarla y tomó el móvil. Eran las 6.49. Recién comenzaba a amanecer. Dentro de poco más de dos horas tendría que estar en el trabajo. Suspiró de mala gana y se dirigió al ascensor. Una vez adentro, tocó el botón del tercer piso. Iba a ser una larga mañana.
Si llegaron hasta acá, espero que hayan disfrutado de la lectura y que tengan ganas de continuarla. Por mi parte, primero de todo, gracias por tomarse el tiempo (que para variar, no es poco) y segundo, intentaré poner la segunda parte de esta historia lo antes posible, lo que puede ser de acá a dos días o dentro de tres meses. Sí, lo sé, está mal pero este sólo capítulo me tomó muchísimo más tiempo del que esperaba: quiero hacer las cosas bien ;).
Otra cosita que tal vez ya la notaron: esta forma rara que tengo de escribir, donde no decido si me quedo con el español neutro, adopto insulto españoles o me quedo con mi jerga nativa bien argentina. Pero es que el lenguaje es rico y hay palabras que me encantan. Pido paciencia y sepan acostumbrarse.
Último, ultimísimo: si les gustó, agradecería un review, porque son esas las cosas que más animan a la hora de escribir (no vamos a mentir) y de actualizar *guiño, guiño*.
Y eso. Nos vemos la próxima, espero. MUA.
PD: -¿Pero no era lo último recién?- Sí, bueno... Ahora sí, último aviso. Si encontraron alguna falta de ortografía que se me haya chispoteado, algún indicio de dislexia fallido (que dale, a quién no le pasa) o si tienen alguna critiquilla constructiva de buena fe, por favor, háganmela saber, porque si mejoramos, nos ayudamos todos.
