Prólogo: Erase Una Vez
"En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza de astillero…"
(El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra)
HACE MUCHO TIEMPO en un país muy lejano, vivía un Rey cuyas tierras daban frutos en adunia y su gente le quería. Se le conocía como un regente inteligente, justo y bondadoso. Sin embargo los reinos vecinos viendo tanto esplendor, no pudieron contener las ganas de envidiarle y ambicionar, todo aquello que él poseía.
Pronto, venidos desde distintos puntos de la tierra, diversos regentes quisieron tomar por la fuerza los frutos de su reino. El Rey, no teniendo otra opción tuvo que luchar por su gente que moría a manos de los invasores. Años de larga y amarga lucha cayeron sobre el prospero territorio. Grandes anales se escribieron sobre esos tiempos, diversos nombres heroicos se estamparon en las páginas de esa dolorosa historia. Y ninguno tuvo tanto renombre, como aquel Caballero que recibiendo diversas heridas en nombre de Su Majestad, siempre guerreaba hasta su último aliento.
Se cuenta que Dios, que tan grande y generoso es, viendo tanto fervor en su Rey y en su paladín, les envió el arma más poderosa que existía entre sus arcángeles. Y fue así, como el Arcángel Miguel descendió de los cielos en un refulgente rayo en medio de una tormenta, encontrándosele al feroz hidalgo en el bosque, en donde le entregó el obsequio de Dios. Tras recibir aquel presente, con gran aína el guerrero expulsó a todos aquellos que trataron de ajar esta hermosa tierra. Una gran prez inundó el lugar, pues los baladros de guerra habían terminado.
El Rey cansado y herido tras la última batalla, se recluyó en el castillo en donde con su último aliento, casó a su hermosa hija con el gran defensor, aseverando así que su reino estaría en buenas manos pues el rejo paladín sabría proteger hasta la más lueña parcela de tierra, ningún bergante se atrevería a hacer socaliña alguna, ni volverían a estar a voacé de ningún marfuz.
Desde que el guerrero subió al trono, el país no conoció de derrota alguna. Gozando de periodos de dichosa paz. Pero los hombres son muy ambiciosos y no importa cuánto erren o destrocen en el camino hacía el poder. Siempre harán hasta lo imposible, para sobajar un poco de control.
Es por eso que por cada año que esa tierra prospera pasaba en paz, miles de reinos se unificaban en la carroña que carcome a los corazones envidiosos y planificaban terribles artificios para derrocar al reinado protegido por el Todopoderoso.
Y es por eso, que de nuevo esas luchas por la tierra fértil y el regalo de Dios, han traído nuevamente las crueles garras de la batalla a este lugar, el cual: sólo quiere un poco de paz.
La pluma se resbaló sobre el pergamino, haciendo una horrible mancha. Tomó el pañuelo que se encontraba sobre el escritorio y se limpió el dedo lleno de tinta. Recogió la pluma con delicadeza, cuidando de no hacer ningún otro rayón en el papel; comenzando el cansino ritual para disimular el feo manchón.
Cuando terminó, colocó los dedos de la mano derecha sobre su barbilla y los tamborileó durante unos segundos, para tratar de recordar todo lo que había sucedido en la última incursión a la que había dio. Era difícil recordar todas las caras que había visto en aquella batalla casi terminada; que habían ganado los mortífagos. Finalmente, tomó la pluma una vez más, la remojó en el frasco de tinta y continuó su trabajo.
Como aurora casi recién salida de la academia, tenía poca acción; aunque estaba pasando el mundo mágico por una época turbulenta. Qué bello eufemismo para describir la situación actual del mundo mágico: turbulenta, no, en realidad caótica. El mundo estaba de cabeza, no se sabía quién viviría el día de mañana y a quién se le habían acabado las horas en este mundo.
La pluma viajó rasgando el pergamino relente. Recordaba la casa en llamas y los gritos desesperados del padre que sufría por los hijos perdidos. El humo penetraba por sus pulmones corroyendo la buena salud, y evitando que las lágrimas salieran por sus ojos. Más miserable no podía sentirse. Los mejores títulos y las más destacadas calificaciones, no significaban nada a la hora de enfrentarse a un siniestro que sobrepasa todas tus capacidades. Podrás ser el mejor del un grupo, pero nunca podrás controlar la crudeza de la naturaleza humana. ¿Más grande que la desolada realidad? Ni siquiera el gran Merlín estaba a la altura de aquello.
Hizo las últimas acotaciones, rayones que se volverían números estadísticos. Caras, dolores y almas se convertían en un simple número sin nombre, ni personalidad. Los muertos eran eso, números infinitos.
—¡Evans!
La chica enrolló el pergamino y se levantó.
—¿Sí, Pevensie? —contestó sin ninguna emoción en la voz.
El joven frunció el ceño e hizo una mueca de desagrado. —Ha faltado Fraser, le cubrirás.
—Ya ha terminado mi turno.
—Son órdenes de Crouch.
—¿Crouch? —le cuestionó la chica. Bartemius Crouch, era el actual director de Seguridad Mágica, el jefe supremo de los Aurores, con excepción del Ministro; claro está. Pocas veces agachaba la mirada y se dirigía directamente a sus subordinados menores. Él sólo les gruñía cuando algún pez gordo del Ministerio de Magia había sido atacado, o cuando les daba nuevas órdenes feroces para combatir a los mortífagos.
—Qué sé yo.
Henry Pevensie no era tan mal chico pero siempre traía un humor de perros, debido a que como auror en regla constantemente iba y venía por todo el país, ayudando a todos cuantos podía. Muchas veces a costa de su propia salud.
—Comienza a moverte, novata estrella.
Lily hizo un gesto horrendo. Detestaba que le llamaran de esa forma. Si había destacado dentro de su grupo no era culpa de ella. Que Moody se hubiera fascinado con ella, tampoco era su problema, sólo hacía lo que le habían enseñado a hacer.
—Están con Moody.
Ella asintió y salió del diminuto cubículo en el cual se podían escribir reportes, que los aurores en su año de interinos se dedicarían a archivar, hasta que sus superiores consideraran que podían hacer incursiones cada una más arriesgada que la otra.
Tras ser aceptados como prospecto a auror, los estudiantes pasan tres años en cursos intensos que les preparan para los duros golpes que conlleva la vida de mago, que vela por la seguridad mágica. Cada uno de ellos se ve embutido en cientos de estudios prácticos y teóricos, que forjan la resistencia de cada uno tanto física como mentalmente. Muchos desisten en el camino, los que logran pasarlo, aún les queda ser aprobados en el campo de batalla real. Práctica y teoría ayuda pero el siniestro en el momento es completamente distinto a las letras impresas ó las simulaciones.
Estar sumergida en ello no fue difícil, ella era demasiado autodidáctica. De su grupo era la que más sobresalía, no sólo era excelente en la teoría, también respondía notablemente en la práctica. La presión en ella no perjudicaba mucho su forma de actuar y responder. Los ojos de la mayoría estaban posados en ella. La situación actual demandaba arriesgar todo cuanto se pudiera para un golpe de suerte.
La primera vez que se había encontrado en una batalla real en contra de los mortífagos, sintió nervios y emoción. El pánico la circundaba, pues estaba expuesta —y voluntariamente— a la muerte, sin embargo no dejó de ser adrenalínico el momento de la batalla, enfrentarse cara a cara con la muerte y decir: hoy ingrata, hoy yo me río de ti.
Varios jefes de altos rangos querían ponerla a batallar de inmediato, sin embargo, el siempre sensato Moody dijo que pasaría por la aburrida fase de archivar y tener movimiento de vez en cuando, probando en cada salida su alcance. Hasta ahora lo había hecho bastante bien, inclusive le habían llamado para dos operaciones en secreto con los aurores de mayor experiencia y capacidad. Además, trabajaba bajo el mando de Alastor Moody, el gran auror; martillo de los chicos malos.
Tocó la puerta con los nudillos suavemente.
—¡Adelante, Lils! —La joven sonrió y entró completamente relajada al lugar.
—¿Cómo te va, Sirius?
El auror más guapo de todo el departamento —según cotilleos de lavabo—, le contestó con aquella cháchara alegre que siempre le acompañaba. Sirius Black era un hombre de un hermoso cabello negro que cualquier chica envidiaría, con unos hermosos ojos gris plomizo inigualables. Todo aquello enmarcado por unas facciones varoniles, refinadas y de color muy pálido.
—¿Y a ti como te ha ido? —le preguntó, echando sus hombros hacía atrás, e irguiéndose haciendo notar su considerable altura. Lily se sentía una niña a lado de Sirius Black, el hombre le sacaba por lo menos dos palmos.
—Bien, supongo. He tenido muchas cosas que archivar.
Sirius torció los labios. —Cuando yo era novato, odiaba tener que hacer eso.
—Pero terminaste rápido, he escuchado eso.
Sirius sonrió encantadoramente. —Es que yo causaba demasiados problemas.
Lily curvó sus labios en una tentativa de sonrisa. Podía imaginar al gran Sirius Black poniendo los archiveros de cabeza, por simple gusto.
Sirius Black era cuatro años más grande que Lily. Se habían conocido en Hogwarts por casualidades del destino. Sí, de esos encuentros que se dan por la prima de la amiga, del tío, del cuñado, del amante, del concuño, del vecino, del sobrino segundo de una conocida de ella. No se hablaban demasiado en aquellas épocas de Hogwarts, si cruzaban tres frases seguidas era demasiado. Con los que me mejor se había llevado Lily era con el encantador Remus y el dulce Peter. Pero en cuanto Sirius se había enterado de que Lily estudiaba para convertirse en auror y era de las mejores, habían iniciado una relación más cercana.
—Estaba a punto de irme a casa. Quiero tomar una ducha caliente.
—No hueles mal —dijo Sirius respirando sobre la cabeza de ella.
—No es que huela mal, Sirius, pero…
La puerta se abrió bruscamente y por ella entró la tromba que era Alastor Moody.
—¡Varitas listas!
El cuarto se llenó de tensión. Lily observó a su alrededor entre el desorden total que era la oficina de Moody y vio a todo el equipo. Doce individuos se congregaban en aquel lugar, y no cualquier mago; sino casi toda la élite de los mejores aurores.
—Muévanse.
El silencio sepulcral acaeció como señal de que era una misión peligrosa. En fila india uno a uno desfilaron siguiendo a Moody sin decir ni una sola palabra, ni siquiera hicieron algún un gesto. Salieron del atrio sin problemas y se dirigieron a las chimeneas. Moody les dio las instrucciones y en un abrir y cerrar de ojos, todos se habían aparecido en el lugar indicado.
Un bosque perpetuo con árboles de follaje espeso se extendía hacia el negro horizonte, el cielo con diminutas estrellas era lo único visible en aquel lugar. Moody los llevó tras unos arbustos abundantes y árboles frondosos.
—Laurie Whitney Gibbson ha sido secuestrada por los mortífagos —dijo por fin Moody sacando de uno de los bolsillos de su túnica una fotografía—. Su padre ha pedido ayuda a los aurores para rescatarla. El señor Gibbson tiene uno de los más altos puestos en Wizengamot; el secuestro de su hija puede estar asociado con el hecho de que en tres días, el señor Gibbson va a enjuiciar a numerosos magos sospechosos de ser aliados del Señor Oscuro.
Aquello explicaba por qué el Ministerio se había movido velozmente, generalmente cuando los mortífagos secuestraban a alguien, los aurores tomaban nota y cuando hacían una incursión, buscaban si había signos de que los mortífagos aún tenían alguien preso, si resultaba positivo; entonces se anotaba para la siguiente incursión. Algunas veces lograban rescatar a los secuestrados, pero la mayoría de las veces los pobres desdichados morían en las horas próximas a su secuestro. Aunque también, pocas veces se secuestraba a alguien, generalmente se le interrogaba y torturaba en el lugar del siniestro, después se le mataba. Así actuaban los mortífagos.
—Hace pocas horas se le ha pedido al señor Gibbson que entregue una arcaica reliquia familiar; se cree que ellos poseen la corona de un dios pagano. Una antigua tontería, pero es lo que piden.
Lily y Sirius alzaron una ceja. Voldemort no secuestraba a la hija de un alto mando y pedía como rescate una vieja cháchara sólo por diversión. Si Voldemort quería la corona era por algo, y sobraba añadir que no debía ser algo bueno.
—¿De qué dios pagano es? —preguntó Sirius.
—Nadie lo sabe.
Sirius bufó sonoramente, obvio que Voldemort sí sabía a quién pertenecía. Sin embargo, Moody ignoró al joven y caminó por entre los arbustos.
El auror los hizo dar varias vueltas entre la naturaleza salvaje del lugar. Y lo de salvaje era literal, los arbustos no dejaban caminar fácilmente, uno tenía que estar moviendo las ramas todo el tiempo. Así mismo el follaje de los arboles, era espeso y llegaba casi hasta el suelo, por lo que también se tenía que lidiar con las abundantes ramas de los árboles.
Varios se quejaron durante todo el tiempo que duró el trayecto, cuando salieron a una planicie despejada de tanto arbusto, todos suspiraron aliviados. En el claro se encontraban por lo menos otros veinte aurores.
Lily se vio de pronto, rodeada por los mejores aurores de todo el departamento.
—Ustedes serán el segundo equipo de refuerzo, los dirigirá Kennicutt —dijo Moody, señalando a unos seis miembros; incluida Lily—. Black, Jhonson, Partridge, Fahke, Metzger y Silverwood, irán conmigo en la avanzadilla.
Sirius se despidió de Lily. La pelirroja se unió a sus compañeros en espera de las órdenes que les daría David Kennicutt; uno de los aurores más experimentados en la guerra contra Lord Voldemort; llevaba dieciséis años al servicio de la comunidad mágica, era de los pocos que habían visto alzarse al Señor Oscuro y sobrevivido.
—¡Atención! —David Kennicutt era un hombre de cabello negro encanecido, altura promedio y ojos azules—. En este lugar hay cinco equipos. El primero de ellos liderado por Moody, será el que escolte al señor Gibbson y garantice la seguridad de su hija. El segundo y el tercero atacarán cuando la joven esté en nuestras manos y a salvo. El cuarto entrará en acción en auxilio de los tres primeros, si la cosas se ponen muy malas, ustedes entrarán como refuerzo mientras traemos a todos los demás aurores. ¡Síganme!
Ellos eran la última esperanza en caso de que las cosas no salieran nada bien. Lily suspiró, hubiera preferido que no la llamaran para una cosa como ésa. Le gustaría estar por lo menos en el cuarto equipo. Todos caminaron tras Kennicutt, visiblemente fastidiados, sobre todo Gegorie Ross, quien era uno de los aurores en regla y que en general iba a las misiones más arriesgadas.
—Desde aquí podremos observar y salir en caso de necesitarlo.
Uno de los aurores se encaramó en uno de los árboles. Debido al follaje, era difícil observar qué sucedía a lo lejos. Por lo tanto, también debía ser bastante arduo ver lo que sucedía tras los arbustos. Lily se agachó y se arrastró por debajo de uno de los arbustos con cuidado de no moverlo mucho. Estaba tanteando el terreno, cuando notó que de pronto la planicie sufría una pequeña depresión.
Delante de los arbustos se encontraba un descenso no muy pronunciado de la meseta. Al terminar la depresión había un llano solitario desprovisto de árboles y arbustos. Las luces pequeñas de abajo debían ser las varitas del grupo principal.
Bajar por aquella tierra inclinada no iba a ser intrincado, además había arbustos y uno que otro árbol que proporcionaba cobijo para el auror que no deseaba ser visto.
—¿Crees que sea muy importante? —preguntó Lucy, una aurora que recién había terminado su tiempo de residente.
Lily se encogió de hombros. —Tal vez.
—¿No crees que es extraño?
—Muy quieto.
—Han movilizado a muchos aurores importantes, sólo por el rescate de esta mocosa.
—Su padre es el señor Gibbson. Un pez gordo de Wizengamot.
—Me gustaría que así fuera para todos.
"Las injusticias de la política y la burocracia" pensó la pelirroja.
El silencio se apoderó del lugar. Kennicutt observaba a través de unos binoculares lo que sucedía abajo y de vez en cuando le susurraba a un chico, dos años más grande que Lily algún que otro comentario.
La noche era demasiado tranquila para un enfrentamiento entre aurores y mortífagos, Selene iluminaba tenuemente la tierra en su ya casi terminada fase de cuarto menguante. Las estrellas fulguraban por aquí y por allá, como risas incontinuas que nunca sonaban con la misma intensidad. El viento entre los árboles apenas si se notaba. No hacía calor, pero tampoco hacía frío. Sería una noche excelente para una cita a la luz de las velas. Lily bostezó. En cuanto llegara a su casa, tomaría un baño caliente, muy largo.
—Dicen que no van a venir mortífagos importantes.
Lily frunció el ceño. —¿Por qué?
—La vasija no es primordial.
—Es una corona —la corrigió Lily.
—No te lo han contado ¿verdad? —dijo Lucy, con aire de superioridad—. No la quiere para él, es para regalársela al Ministro de Alemania. Quiere ganarse su apoyo, "Quien tú sabes" va a dejar Inglaterra para pedir refuerzos y comenzar a expandirse. Es tonto ¿verdad? No ha tomado Inglaterra y ya quiere conquistar Alemania.
A Voldemort podía llamársele muchas cosas, pero tonto no era una de ellas. Tal vez lo que quería era pedir refuerzos, aunque Voldemort no iba perdiendo la guerra, ni tampoco la iba ganando. No tenía sentido. Demasiados aurores por una tonta reliquia. ¿Sería esto un señuelo? Si fuera un señuelo ¿todos los aurores habían caído en él? ¿Incluso el gran paranoico Moody?
Lily lo veía muy poco probable, había algo grande en juego, algo más grande que la corona, pero si el lado oscuro enviaba a mequetrefes… Lily ciñó la tierra que tenía debajo de sus manos. Esta noche podría encontrarse con mortífagos grandes como los Malfoy, los Lestrange o incluso, incluso al temido: Caballero Negro.
Algo suave le rozó la frente a Lily, la joven parpadeó, era Lucy quien buscaba su atención. Varios mortífagos se movían desde el campo contrario, todos ellos vestidos de negro con máscaras y capuchas que les ocultaban totalmente el rostro.
—Suceda lo que suceda, no dejen que la corona vaya a manos de los mortífagos.
Todos asintieron, Lily apenas si movió la cabeza mientras su respiración se hacía lenta y pausada.
Moody y Black se posicionaban a lado del señor Gibbson. Debía ser él, pues era el único que caminaban con aire pomposo con una túnica que se veía desde kilómetros a la redonda y se movía de un lado a otro, estaba en exceso nervioso, juagaba con sus manos una y otra vez.
La tranquilidad de la noche silente fue rota por el grito de la dama capturada. Cabellos rubios desordenados que hacían gala con la situación, su rostro marcado por el terror y la desesperación, clamaba por serenidad y seguridad.
Moody detuvo al señor Gibbson por el brazo. El hombre rubicundo y rechoncho sostuvo en sus manos una caja perfectamente cuadrada. Debía ser la caja que contenía la famosa corona. Moody y Sirius observaron su reloj.
Era un intercambio por tiempo. A determinado minuto, ambos bandos llevarían las cosas a comerciar. Sólo los elegidos para el cambio; que no debían de ser más de tres, avanzarían, todos los demás se quedarían esperando. Ambos bandos estaban visiblemente inquietos, la hora debía estar próxima.
El señor Gibbson se puso completamente rígido, colocando la caja entre sus brazos y frente a sí. De lado de los mortífagos, dos hombres se colocaron cada uno a lado de la joven y la tomaron por el antebrazo, un tercero caminaba detrás de ella. Los dos grupos avanzaron al mismo tiempo. Moody, Black y Silverwood eran los del bando de los aurores.
Lentamente ambos grupos se juntaron deteniéndose a unos cuantos pasos de distancia del otro. Gibbson avanzó al tiempo que el tercero que no había tocado a la chica, caminó con ella tomándola por un brazo. La joven, a pesar de estar frente a un mortífago, no debía dirigirle palabras bonitas. Gibbson y el mortífago se encontraron. Ni siquiera el viento se atrevió a soplar, Lily observó a su grupo contener la respiración.
El señor Gibbson extendió la caja al tiempo que el mortífago soltaba a la chica. La chica corrió hacía los aurores mientras que el mortífago intentó agarrar la caja, pero Gibbson se la quitó.
Traición, enojo y furia. Sombras consistentes salieron de los arbustos. Dos varitas se batieron frente a frente; haces de luz comenzaron a encenderse por todos lados. La adrenalina se adueñó del cuerpo de todos. Gibbson y el mortífago luchaban ferozmente. El verde deletéreo coronó el arma del mortífago; el miedo adornó la faz de Gibbson, dos instintos de supervivencia colisionaron en un estallido de colores; la reina de la victoria, fue la muerte verde quien impuso su reinado.
Diferentes hechizos volaron tratando de derribar al mortífago que había asesinado a Gibbson, ninguno de ellos acertó, pero la fuerte ventisca ocasionada elevó la capucha del mortífago y dejó ver la máscara plateada irrádiate iridiscente.
Lucy dejó escapar una palabrota en un susurró. Lily por el contrario sintió correr por todo el cuerpo, aquel sentimiento de miedo y emoción. Así hacia acto de presencia, el Caballero Negro.
El desorden arribó al lugar, varios aurores se movían de sus puestos, caos se mezclaba en las alineaciones del lado de la luz. Las varitas se iluminaron con hechizos y maldiciones que cruzaban por todo el ancho y largo del vado. Un grito ahogado se enredó en la garganta de David Kennicutt poniéndole a todos los nervios de punta. El grupo número tres salió de su escondite lanzando hechizos a sus espaldas. Caos no era el responsable de aquel desastre, eran los hidalgos de la Orden Oscura.
Aurores y mortífagos se enfrentaban en el campo abierto, luces de colores brillaban por todo el lugar. Desde lo más profundo de las sombras, hasta el territorio más alumbrado, las varitas brillaban intensamente con cada hechizo que salía de ellas. Hombres y mujeres, danzaban el cruel vals que entonaban los vientos de guerra, era luchar por sobrevivir, era luchar por lo que se creía, era luchar por la construcción de un orden diferente.
—¡Prepárense! —bramó el hombre.
Sintió sus tímpanos reventarse, tras sus espaldas algo había explotado. Trece mortífagos empuñaban sus varitas en contra de los aurores presentes. Dos segundos y todo el lugar se había convertido en una maraña de hechizos, nadie sabía quien había lanzado cada hechizo ó maldición. Lily se arrastró hasta salir del arbusto, estando en el suelo estaría en desventaja.
Un mortífago cayó a sus pies, mientras que Kennicutt le daba un traslador. —Avisa al cuartel general.
La joven extendió la mano para tomarlo, pero un hechizo permutador le rozó los dedos. El traslador, que no era otra cosa más que una pluma con la punta quemada, cayó al suelo. El mortífago volvió a atacarles, pero Kennicutt bloqueó su ataque. Lily lanzó un hechizo y el mortífago se golpeó la cabeza contra el tronco de un árbol por la fuerza del impacto.
En el momento de la batalla no piensas en otra cosa más que en salir vivo de ella, y de la mejor forma. Tu cuerpo entra en estado de alerta, el sistema nervioso periférico simpático trabaja a todo lo que da, la adrenalina corre por cada recoveco de tu ser.
Vivir o morir, no hay otra cosa más, apretó su varita fuertemente dando un paso hacia atrás girando el cuerpo, para evitar una maldición. Los arbustos ardieron al rojo vivo. Una mujer gritó por los alrededor, su varita expulsó una luz de color naranja. Dos hechizos colisionaron, alguien la tomó por la muñeca. Un mortífago le apuntó a cara, un quejido salió de la boca de él, ambos cayeron y rodaron por el suelo. Lucy gritaba su nombre. Lily se levantó y conjuró unas cuerdas para el mortífago que se retorcía en el suelo tratando de romper del encantamiento.
Corre, un ser sin rostro le atacaba sin piedad blandiendo su varita como si de un látigo se tratase. Esquiva, cada vez que el destello nacarado le tocaba su piel se laceraba. Contraataca, no es fácil, gira, apunta y agita. Golpea, uno menos y la batalla continua.
Una nube de polvo envolvía a la mayoría de la gente que se encontraban luchando sin embargo, unos cuantos yacían en el suelo, inertes. El escuadrón al cual había sido asignada tenía una sola baja, mientras que casi en su totalidad los mortífagos se encontraban en el suelo inmovilizados. Lily se pasó una mano por la frente para limpiarse el sudor. En la planicie en donde se daba la batalla principal, los gritos y la confusión entre los integrantes de cada bando estaba generando una batalla a muerte sin lógica.
El líder apenas si abrió la boca, cuando todos los aurores comenzaron a descender por la inclinada pendiente, en una formación lineal en horizontal que a la entrada de la batalla, les daría una ligera ventaja. Todos al mismo tiempo alzaron sus varitas y lanzaron diversos hechizos.
Varios mortífagos cayeron al suelo, en tanto que otros simplemente tambalearon un poco. Algunos aurores agradecieron la ayuda, otros dieron media vuelta y se enfrentaron a un nuevo oponente.
Nunca antes había estado en una batalla tan grande. Un haz de color rojo le pasó por encima del hombro, ella contraatacó y el mortífago cayó al suelo completamente inconsciente. Suspiró y recibió un poderoso hechizo. Sintió su cuerpo retroceder y doblarse del dolor. Aún con todo aquello apuntó a su atacante y se protegió. El dolor en el costado izquierdo ardía como si agua hirviendo le hubiese caído. Se cubrió la zona afectada con la mano que no sostenía la varita y sintió como algo cálido le empapaba los dedos. Sectusempra ó algún maleficio de corte.
Un hombre de cabellos rubios embistió con fiereza, sus ataques eran demasiado premeditados para ser algún principiante además, le lanzaba fuertes maleficios, no hechizos. Este era uno de los grandes mortífagos. En el cuerpo de ella palpitó un fuerte sentimiento, emoción por estar peleando con un verdadero mortífago. Aunque el terror latía de manera más queda e inconsciente en su ser. Tal vez no lograría salir viva. "Si tan sólo pudiera desarmarlo" pensó.
Lily lanzó su ataque que chocó contra el hechizo del mortífago. La luz blanca iridiscente le lastimó los ojos, obligándola a cerrarlos por al menos unos minutos. Su atacante bizqueó tontamente, era una vergüenza atacar cuando su oponente estaba en un estado tan lastimero, pero seguramente si la situación hubiera sido a la inversa, él no hubiera dudado en matarla.
El mortífago volvió a la realidad cuando sintió como la varita salía despedida de sus manos. Se giró para buscarla. Lily lanzó un hechizo paralizador que él logró esquivar por los pelos. El rubio intentó arrebatarle la varita, pero Lily le lanzó un puñetazo directo a la cara.
El mago se volvía completamente vulnerable sin una varita, pelear a puño limpio, era para sucios muggles. Lily pateó la rodilla del hombre para desequilibrarlo, conjuró un petrifucus totalus, pero la que recibió un hechizo fue ella.
Una mujer de cabellos negros reía descontroladamente. Lily temió que lo segundo que saliera de la varita de la mujer, fuera la maldición asesina, pero de la varita de ella salió un haz de color azul oscuro. Si en ese momento le hubiera preguntado a Lily entre preferir el haz verde, al azul oscuro, hubiera respondido el verde, al menos sabía que era lo que ese hechizo hacía.
La lucecita azul dibujó un círculo frente a su convocadora, provocando que una ventisca poderosa se arremolinara, en cuando la luz terminó de dar la vuelta, fue succionada al centro y después salió disparada con tremenda fuerza. Fue como sí un objeto se estrellara contra ella, su mente entro en pánico cuando sus pies abandonaron el suelo y todo su cuerpo salió despedido hacia atrás.
La caída fue dura, aunque le había dolido más el choque contra…lo que sea que la detuvo. Su cerebro hizo un chequeo rápido de su estado físico, parecía que no se había roto nada. Fue cuanto se atrevió a abrir los ojos. Lo que le había detenido, era un alguien y no una cosa. Los cabellos negros desparramados salvajemente hacia todos lados, cubrían el rostro que estaba vuelto al suelo, la túnica negra se encontraba rasgada mientras que un brazo se estiraba al frente. Había tratado de contener la caja en su caída, pero esta había rodado delante de él.
Los ojos verdes temblaron como todo su cuerpo. Quien fuera el mortífago, era el custodio de la caja que contenía la corona. El mortífago se levantó sacudiendo su cabeza, el choque le había desconcertado por completo. Movió la mano tratando de encontrar su varita, cuando sus dedos la rozaron, una luz blanca la tocó y la varita salió volando hacia un lugar desconocido.
La fría máscara de plata le observaba. Sus manos se clavaron en el suelo mientras sentía todos sus músculos congelarse. Pétrea impávida expresión, el rostro de plata reluciente parecía estar a punto de abrir sus fauces y tragársela. Tenía pánico hasta de parpadear, eran ciertas todas aquellas crónicas que contaban del Caballero Negro. Era el único que portaba una máscara con una cruz y una estrella en sus cuatro extremos, cuya expresión era de una rígida indiferencia, y las cuencas de los ojos, eran pozos dolorosamente blancos.
Se acordó de respirar, sus días podían estar contados, inclusive las horas. Como el tigre hambriento se lanzó contra ella dispuesto a todo. Su cerebro se desperezó y recordó que un mago sin varita, era como el cisne en la época de caza. Vulnerable, desprovisto de toda protección, a merced de la puntería del cazador.
El hombre cree tener la ventaja física sobre la mujer. La constitución de su naturaleza, le hizo más fuerte que ella. Pero si bien, la naturaleza le había puesto en desventaja con ello, años de entrenamiento en las artes de la defensa personal, le habían dado la habilidad para vencer en un combate cuerpo a cuerpo.
Entonces fue él el que se paralizó. Pocas veces un hombre de su calaña, se enfrentaba con magos que pudieran dar una buena batalla física, que una mujer peleara con semejante aplomo y fuerza; era excepcional. Además había sido inteligente, ella sabía que mágicamente era inferior a él y por eso, no había perdido el tiempo y había mandado a volar su varita. Menudas sorpresas de la vida.
Aun los menos experimentados saben que los golpes directos a la cara, siempre ponen al oponente a la defensiva. Que te rompas una costilla, pasa; que te lastimes una pierna, no hay problema; ¿pero que te marquen el rostro? Era impensable. Vulnerabilidad, el rostro era un conjunto de puntos débiles. Atacar esa zona en las peleas profesionales, estaba penado en algunos deportes, en una batalla real; te daba la ventaja.
Un golpe en las costillas izquierdas, otro el hombro izquierdo y una patada directo a la mandíbula que le voltea el rostro con fuerza y ferocidad al oponente, tirándolo de cara al suelo.
Knockout, el cuerpo de él comenzó a caer sin consciencia al suelo.
Dejar semi-inconsciente o inconsciente al Caballero Negro era un golpe de gracia, tan grande como un milagro. Pasar la oportunidad de salir huyendo, sería convertir el milagro en penitencia. No lo pensó ni un solo instante, en cuanto el hombre perdió el control sobre sí, salió huyendo del lugar, no sin antes tomar la caja que encantó para hacerla invisible.
Desde el suelo a través de los orificios para los ojos, observó a la mujer escurriese por las sombras de la noche. Si tan sólo la máscara no se le hubiera roto por la fuerza del impacto, hubiera seguido a aquella maldita bruja. Una sonrisa torcida apareció en sus labios, dejaría que los aurores creyeran haber ganado una batalla.
Wiccian.
