Disclaimer: Glee y sus personajes son propiedad de FOX.
—¿Por qué estás tachando eso? — preguntó Morgan, sorprendiéndola por detrás e inclinándose para averiguar lo que absorbía la atención de Rachel.
La heredera de los Berrian había salido con las primeras luces del amanecer, buscando la quietud del Bosque de Hadas. El rocío cubría el precioso manto verde que abrigaba el paraje, dotándolo de una radiante capa que lo hacía resplandecer como si de oro líquido se tratase. El inconveniente era que también volvía resbaladizo el terreno, algo que Rachel pudo comprobar de primera mano.
Una vez pasado el dolor que sintió en su trasero al dar contra el suelo, se sintió extrañamente cómoda en el lugar en el que había caído. La espalda contra una roca, el pelo recogido en una trenza para evitar que no entorpeciese su visión y, sobre sus rodillas, el libro que Quinn le había traído.
Tenía una misión, y estaba tan concentrada en ella, que no escuchó al niño acercarse. Le había costado años acostumbrarse a la tranquilidad de no sentirse amenazada por peligros constantes. Pero desde hacía algún tiempo, ya nadie podía poner en entredicho su capacidad para evadirse.
—No lo estoy tachando. Estoy haciendo una nota al margen. — corrigió Rachel con voz tranquila.
—¿Qué es el margen?
—Es este espacio que hay aquí — le instruyó señalando el libro — Está en todos los manuscritos, sirve para hacer anotaciones o describir ilustraciones.
—¿Y porque anotas cosas? — preguntó Morgan curioso, alzando una ceja.
—Porque este texto necesita correcciones, lo que describe no está ajustado a la realidad. — contestó con fastidio, levantando el tomo y dejándolo caer de manera estrepitosa contra sus rodillas – No es acertado todo lo que cuenta.
—¿Cómo no va a ser acertado? Todo el mundo conoce esa historia, la enseñan en las escuelas, se han escrito canciones sobre ella.
—Eso no quiere decir que sea cierta – le recriminó frunciendo el ceño — aunque en su mayor parte lo es – añadió bajando la voz.
—¿Y tú cómo podrías saberlo? La historia es así. Y a mí me gusta.
Morgan, que conocía bien el temperamento de Rachel cada vez que consideraba algo como injusto, no había podido evitar acercarse cuando la vio allí sentada, murmurando palabras contra el libro, con el gesto ceñudo y apretando la pluma contra las gruesas páginas. Sintió la necesidad de aproximarse a ella y liberarla del peso que se empeñaba en cargar.
—No puedo. No puedo dejarlo como está. — le confesó atropelladamente, levantando por primera vez los ojos del libro.
—¿Por qué?
—Eres demasiado pequeño para entenderlo — objetó mientras le revolvía el pelo, queriéndole quitar importancia y zanjar el asunto.
Quería seguir corrigiendo, no verse interrumpida hasta no haber acabado con aquello. Pero consiguió el efecto contrario, porque el chico ahora estaba profundamente interesado. Le intrigaba la causa que había acuciado a Rachel para salir tan temprano del castillo, sin Gershwin, su preciada espada, al cinto.
Morgan no parecía haber captado la indirecta. Por el contrario, se había plantado sobre la hierba tomando asiento frente a ella. No había dejado de mirarla, con ese gesto concienzudo que a Rachel le resultaba tan familiar.
Suspiró contrariada, dándose por vencida en la contienda contra la curiosidad de Morgan. Cogió una hoja de mandrágora del suelo, sonriendo al recordar lo que Quinn era capaz de hacer con las flores de esa planta, y la puso entre las páginas del libro antes de cerrarlo.
—El problema que tengo, básicamente, es que no puedo dejar que esto se siga propagando. Es injusto.
—Al menos eso déjalo como está. Es uno de los mejores duelos que he escuchado jamás. No me importa si es mentira. Yo me acuerdo de esa parte siempre que me persiguen los loboyertos [1] y me da valentía para subir a los árboles más altos y despistarlos.
—No es valiente hacer tal cosa. — le interrumpió casi gritando — Es peligroso. Además, ¿no estabas educándote en el lenguaje de los animales? Cuando lo aprendas, los dominarás, y no tendrás que refugiarte en los árboles.
—Sí, pero es que yo prefiero trepar. Y Quinn nada más que me enseña a mirarles a los ojos, dice que les tengo que hablar con la mente. No se puede hablar con la mente — se quejó Morgan, alzando la voz y palmeándose las rodillas ante la obvia imposibilidad que Quinn le planteaba en sus lecciones.
—Si ella dice que puedes hacerlo, lo harás. Sé paciente.
—Prefiero que me enseñe a tirar con el arco.
—Primero tienes que conocer lo que tu mente es capaz de hacer, después ya te preocuparás por entrenar el cuerpo.
—Suenas como ella — contestó Morgan cruzándose de brazos.
—Gracias.
—No era un cumplido — gruñó entre dientes.
—Lo era si yo me lo tomo como tal.
Morgan se quedó un rato enfurruñado sin decir palabra, y Rachel se acomodó observándolo, orgullosa. Cada vez eran más frecuentes los momentos en los que la felicidad le cogía desprevenida y le hacía que se le humedecieran los ojos. Se acercó envolviendo al chico en sus brazos. En el interior del bosque se escuchó el graznido de un ave, al cual Morgan respondió con una perfecta identificación. Según él, era un halcón negro telépata y se estaba quejando de la escasa caza que había esos días.
—Eres un insufrible sabelotodo — le dijo sin romper el abrazo.
—Y tú eres una insufrible sentimental.
Sacudió la cabeza y oprimió su mejilla contra la del chico.
—¿Te gustaría saber lo que ocurrió de verdad? – preguntó rindiéndose, ya terminaría las correcciones del libro en otro momento.
—Mucho.
—Pues acomódate, y presta oídos.- comenzó a narrar con voz aterciopelada — Cuentan las leyendas que en el centro de un vasto y flamante terreno, situado en el punto cartográfico más céntrico que jamás hubo existido, se alzaban los majestuosos dominios de Sylverland…
[1] Loboyerto: animal salvaje similar al lobo. De pelaje blanco. Oriundo de las tierras del norte, más concretamente del valle donde se asienta el territorio de Berriland.
