Aviso: Esta ficción participa en el reto Desmarysueizando a Tauriel del foro El Poney Pisador.
Descargo: lo aquí retratado les corresponde a Tolkien, a Jackson y quizás un poco a Dickens.
Advertencias: Y por supuesto, qué menos que un OoC. Faltaría más.
Kíli había muerto, para empezar.
Esto era un hecho innegable. Estaba muerto; bien muerto, y enterrado en una tumba de piedra cuya lápida no podía ser descorrida sino por siete enanos forzudos.
Ella había sido capitana de la guardia de un reino casi autárquico, aislado de la realidad, hasta que la Realidad misma lo invadió.
No recuerdo bien en qué momento de aquella edad me topé con ella mientras, acodada en la barra de una taberna de dudosa reputación ubicada en un pueblucho de mala muerte donde llovía día sí, día también, la falsa muchacha procuraba con ahínco y tesón machacarse el hígado a falta de oficio mejor.
Me llamó la atención. Nadie de mi raza que yo conociese se entregaba con tal dedicación y esmero a un vicio, buscando de modo tan estúpido arruinar su vida.
Sí, había oído que el rey de aquel bosque donde ella sirvió como buenamente pudo también era un gran aficionado al zumo —fermentado— de la uva, catador que lo llaman. Eufemismo para evitar catalogar abiertamente a un soberano de borracho.
Pero ella bebía por otros motivos: muchos y diversos. O quizás sólo uno y concentrado, como aquel licor de absenta que acababa de verter gaznate abajo antes de desplomarse sobre el mostrador.
La piedad es algo intrínseco a nuestra especie. Tal vez por eso la sentí cuando la descalzaba tras haberla depositado suavemente encima del catre de su humilde estancia alquilada en la fonda aneja a aquella tasca, para que pudiera dormir la mona en paz sin el posadero quejándose por tener que acoger a semejante estorbo. Los corazones rotos suelen ser los mejores clientes dejándose los dineros, pero también los que más complicaciones dan.
Entretanto la fingida joven respiraba con cierta dificultad emitiendo breves y quedos chiflidos, pude apreciar cómo su rostro se había ajado. Se percibía que en un pasado tuvo que ser muy hermosa, mas la mala vida posteriormente elegida como castigo con que penar aguardando un final que se demoraba más de lo esperado, acarreó sus consecuencias lógicas; y las ojeras, la pérdida de la tersidad y el decaimiento en los párpados se hicieron pronto notorios marchitando aquello que seguramente había contribuido a alcanzar un amor verdadero —pero fugaz— que la marcó sin remedio.
Ignoro cuánto tiempo más tardaría en conseguir su objetivo, o si era eso mismo lo que pretendía. Lo cierto es que la compadecí, ya que era evidente que ni muriendo, ni renaciendo cientos de años después en Aman, volvería a ser feliz.
Erró al enamorarse de un ser que no pertenecía a su etnia, pues la Muerte era la única que efectivamente podía separarlos.
Y aun así; aun vagando como ánima de Melkor durante edades sobre la faz de este planeta, cada vez que le preguntaban por ello, ella lograba esbozar una trémula sonrisa que llegaba a iluminar su cara, y respondía siempre con la misma afirmación:
«Valió la pena».
N. del A.: La tan denostada y amada a partes iguales Tauriel a mí siempre me ha causado un sentimiento de lástima, porque ¿quién no la siente por aquél que ha perdido al ser amado?
Pero también porque siendo una buena idea, un buen concepto, su inclusión en la saga de El Hobbit se desperdició y diluyó entre los sueños truncados de conseguir algo grande.
