Capítulo 1.
No llego. Lo juro que no llego. Maldito despertador y maldita clase de las 6:30 am. Pensé mientras intentaba, en vano, desayunar. Con un pan de mantequilla en la boca y con la mochila a medio colgar en mi hombro izquierdo, me encaminé como una exaltación hacia la puerta. Tuve suerte de no tropezarme con nada por el camino. Cerré de un portazo la puerta y escuché cómo mi padre se quejaba detrás de la madera.
No le di importancia. Pocas cosas me importaban realmente.
Bajé las escaleras a una velocidad inhumana, y mientras lo hacía, tanteé mis pantalones en busca de las llaves de la moto, y lucky me, las traía conmigo. Suspiré, y con una marcha rápida, logré ubicar mi motocicleta estacionada en la calle. Me senté en ella, y ambas encajamos de inmediato. Arranqué el motor-el cuál rugió dándome la bienvenida-, entonces sonreí, y entre el olor a gasolina me marché pisando fondo. Generalmente no me gusta ir tan deprisa, disfruto mucho viajar a una velocidad moderada mientras el paisaje marino me acompaña en mi recorrido. Ooo era una ciudad con unas vistas preciosas, las cuales requerían de tiempo para poder apreciarlas. Pero aquel, era un día en el que el tiempo corría en mi contra. Tenía que derrotar a las leyes de la física o morir en el intento (nunca algo fue tan literal).
Me detuve en un semáforo con toda la impaciencia del mundo. Los segundos en rojo se me hacían eternos. Di un vistazo a mí alrededor, intentando matar un rato el tiempo; noté que aún el sol perezoso no se dignaba a salir, también denoté a mi lado un coche color negro. El auto en sí, no era la gran cosa. No obstante, una cabellera pelirroja que se asomaba por el asiento trasero llamó mi atención. Disimuladamente, sorteé una camioneta delante de mí hasta quedar a la altura de su ventana. Con la visión periférica la vi. Se encontraba con los ojos cerrados aspirando las calles, sus cabellos cobrizos se enredaban con el viento. Y su piel nívea contrastaba con el vehículo en el que viajaba. De un momento a otro, su móvil silbó indicándole que tenía un mensaje nuevo. Fue así como descubrí el color de sus ojos, eran como dos perlas negras. Ella sonrió y yo quedé embelesada. Odié sin razón alguna a la persona al otro lado de la pantalla, y por aquel instante deseé ser yo el motivo de su sonrisa.
Los cláxones me despertaron abruptamente de mi burbuja. A mi alrededor, el mundo seguía girando y yo no me podía quedar en medio de la calle suspirando por una desconocida. Cuando reaccioné, me di cuenta que su auto ya había arrancado. Aceleré y en una maniobra arriesgada los alcancé y me ubiqué delante de ellos. El hombre que conducía me gritó, ella solo se asomó y noté sorpresa en su rostro.
Me encantó ver sus cejas elevadas hacia el cielo en busca de respuestas.
Le guiñé un ojo.
Sonreí para mí, y zigzagueé con habilidad perdiéndome en las concurridas calles de aquella ciudad de leyendas.
Minutos después, por más que golpeara la madera el profesor nunca me dejó entrar. Suspiré casi quedándome sin oxígeno y con un gesto obsceno me marché arrastrando los pies. Enredé los dedos en mis cabellos negros, los revolví y tiré un poco de ellos.
Tanto afán para nada, pensé.
Rodé los ojos y me dejé caer al suelo segundos después. Apoyé los codos sobre mis rodillas y saqué una cajetilla; A la mierda la universidad y sus medidas anti-tabaco. Cogí un cigarrillo y me lo coloqué entre los labios. Busqué entre mi chaqueta un encendedor sin éxito alguno, maldije internamente.
De pronto, una sombra bloqueó la luz que entraba a mi retina.
-Inglesa, no deberías estar fumando en los pasillos-escuché.
-Shut the fuck up- respondí rebuscando entre mi mochila.
-Mal día ¿eh?- sentí que se sentaban a mi lado.
-El abuelo no me dejó entrar-articulé como pude aún con la boca ocupada.
-Toma, fuego- él me pasó un encendedor y sonrió. En su cara se marcaron dos hoyuelos y su expresión me relajó un poco. Este chico siempre sabía cómo bajarme los niveles de estrés.
-Rafa, te lo juro que en mi vida había conducido más deprisa- di una calada.
-Lo sé inglesita, con lo rarita que eres con tu preciada motocicleta no tienes ni que decírmelo.
Suspiré de nuevo.
Eché un vistazo al sitio donde nos encontrábamos; era el segundo piso del bloque de filosofía y letras. Los pasillos se encontraban desiertos, no se escuchaba ningún ruido a excepción de nuestras voces. ¿Dónde estaban los universitarios a las siete de la mañana?
Di otra calada.
-Al menos me consuela haber visto a un bombón esta mañana-sonreí recordando aquellos ojos que me hipnotizaron.
-¿Rico bombón de chocolate para desayunar?-me quitó el cigarro y se quedó con él en los labios
-¿Tú no y que no fumabas?-le dije enarcando una ceja.
-Es una metáfora- dijo soltando el humo por la nariz-pongo esta cosa asesina en mi boca, pero no le doy en poder de matarme.
Sonreí y se lo arrebaté de los labios.
-¿Ese truco te sirve con alguna?-pregunté curiosa gesticulando con los dedos.
-Con alguna sí-se miró las uñas y sopló.
Negué con la cabeza y sonreí de medio lado mirando hacia una pared llena de anuncios coloridos. A penas mi mirada deslumbró una cabellera rubia, me levanté como un resorte y arrojé la colilla por los suelos. Me miré con la cámara frontal de mi celular y cuando me hallé presentable me encaminé hacia la chica de cabellos color oro.
Ella no notó mi presencia, procuré ir despacio, sin prisas. Aunque mi intención era seguirla, no pretendía ser tan obvia. Caminé tras ella un par de segundos hasta que llegó y abrió la puerta del Coliseo. Traté de hacer el menor ruido posible cuando giró su cabeza casi descubriéndome-a esas horas nadie se aparecía por esos lares y mucho menos siendo lunes-. Me escondí detrás de una columna. No obstante, Me bastó solo con quedarme observando la pared frente a mí cinco segundos para perderla de vista, me frustré un poco, pero luego ubiqué su mochila perdiéndose por las puertas de los vestuarios. Empujé la gran puerta metálica con el mayor sigilo que pude. Hice una mueca rara; torcí los labios y fruncí un poco la frente y las cejas. Siguiendo su perfume la alcancé y terminé acorralándola contra uno de los cubículos de aquel baño. Le acaricié el rostro e intenté robarle un beso, pero me esquivó.
-El jueguito se acabó- me dijo seria empujándome suavemente.
El espejo reflejó mi imagen descolocada.
-¿Cómo así?- extrañada intenté acercármele, pero retrocedió.
-Sí, quiero hacer las cosas bien con Marshall-me dijo evitando mi mirada.
-¿Es en serio?- le tomé el mentón obligándola a mirarme. Se mordió el labio inferior y frunció levemente el ceño. Y fue allí, cuando me di cuenta de que sí iba en serio.
-Sabes que me encantas-me dio un pequeño beso que me supo amargo. Me supo a despedida- pero esto no iba a funcionar. Lo mejor será dejarlo.
-Eso suena, a como si en realidad estuvieras rompiendo conmigo.
-Marcy, a Marshall no le agradas y ya sospecha que somos algo más que amigas.
-Está bien- suspiré- me tomaré nuestra ruptura con madurez- dije arrodillándome y aferrándome a su piernas fingiendo llorar.
-Marcy-dijo con mucha paciencia. Me levanté del suelo, le acaricié el rostro.
-Al menos dame un beso de despedida- pedí suspirando con resignación. Accedió con una sonrisa y no puedo decir que le besé hasta la sombra (como decía mi amigo Arjona), porque la magia se terminó cuando una porrista ingresó rompiendo con el momento. Nos separamos rápidamente, saludé con una genuflexión a la chica que acaba de ingresar e hice un ademán de despedida y me marché. Decidí irme a casa, al final la única clase que tenía era la de aquel viejo cascarrabias. Mientras iba rumbo al estacionamiento, jugueteé un rato con mis llaves haciéndolas girar y lanzándolas al aire. Una vez saliendo de la universidad, me llamó la atención una larga fila en la entrada.
Oh claro, colegiales. Pensé sonriendo con malicia. Amaba los comienzos de primer semestre y por ende a los pre-universitarios y a los novatos.
Me detuve y observé a las nuevas víctimas; se trataba de un grupo de chicas de un colegio de monjas. Todas con las faldas por debajo de las rodillas, con los uniformes bien planchados y sin una gota de maquillaje. Hacían caso en todo a la monja-profesora que las guiaba, armaron una fila ordenada y ahora en parejas se disponían a ingresar. Gran parte de ellas no parecía superar la mayoría de edad, todas hijas de mamá y papá.
-¿Buscando presas?- susurraron en mi oído y sentí como un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Giré la cabeza bruscamente topándome con los ojos azules de mi amigo Rafael.
-Imbécil, me asustaste- respondí colocándome la mano en el pecho.
-Imbécil tú que tiras las colillas pudiendo provocar un incendio y te vas detrás de mi hermana, a hacer, quién sabe qué perversiones.
-No hicimos nada, Fiona terminó conmigo- comenté con la vista fija en una chica de la entrada.
-Digamos, que se acabó el sexo esporádico con Fiona- dijo.
-Algo así, ella se lo pierde-Dije. Y aún mirando a la pelirroja de la entrada, caí en cuenta de que era la misma chica de esta mañana. Levanté las cejas y sonreí de medio lado. Sí, era ella.
-¿A quién tanto miras?
-A ella- le indiqué con la cabeza.
-¿A ella?-la señaló con el dedo.
-Animal, no señales con el dedo. Sí a ella.
-La conozco- dijo y mi rostro se iluminó. Me giré sobre mis talones, le tomé de los brazos musculosos y le animé a que continuara hablando- es a la chica a la que Fiona da clases de francés.
-Consígueme su número-pedí.
-Ni sé cómo se llama- resopló encogiéndose de hombros -espera, creo que tiene que ver algo con el chicle. Bubble…Bubblegum creo que es. Al menos su apellido.
Interesante.
-¿Cómo me ves?- pregunté acomodándome la cazadora negra.
-¿Además de flacucha y pálida te refieres?- me molestó. Este hombre amaba joderme la vida.
Lo fulminé con la mirada y le arrebaté sus anteojos hipster sin nada de aumento. Me acomodé el cabello en una coleta alta. Me saqué la chaqueta y la guardé en mi mochila. Corrí deprisa hasta alcanzar un baño. Al entrar me topé con un par de chicas; una se lavaba las manos y la otra se retocaba el maquillaje. Las saludé y les guiñé un ojo, me acerqué al lavamanos y me mojé la cara. Cogí un poco de maquillaje de Fiona que traía en mi mochila y me emperifollé. Salí de allí siendo otra Marceline.
Regresé rápidamente donde Rafa, quién me miró extrañado. Hice caso omiso de su expresión y le pregunté por la chica chicle.
-Creo que van camino a la biblioteca.
-Gracias- le dije dejándolo solo en el pasillo. De mi mochila saqué un cuaderno con unas fotocopias. Ya tenía el plan armado en la mente.
Me di prisa, subí las escaleras y logré divisarla. Lucky me, estaba al final de la fila; era de las más altas. Sonreí para mí y fingí ir con mucha prisa a la biblioteca hasta que "sin querer" choqué con ella.
-Lo siento- comenté comenzando a recoger las hojas que se me habían ido volando con el golpe. Ella me ayudó a recogerlas.
Me miró y pareció no reconocerme. Y menos mal, pensé.
Por un instante consideré marcharme, pero esos ojos me incitaban a querer saber más de la persona en frente mía.
-Deberías tener más cuidado-advirtió siguiendo al grupo.
Las dudas que tenía acerca de seguir con el juego se disiparon.
-Perdona, podrías hacerme un favor-pedí llamando su atención.
Ella giró curiosa y ladeó su cabeza.
-Dime-dijo con duda.
-¿Cuántos años tienes?-pregunté mientras anotaba en un cuaderno.
-Ehhh…17-titubeó jugando con su falda.
-Perfecto-le dije-verás, mi nombre es Marceline soy estudiante de Psicología y estamos realizando una encuesta a colegiales. Queremos saber tu opinión acerca de la homosexualidad.
Vaciló un momento y sus ojos reflejaron inseguridad, desvió su mirada y comentó:
-Pienso que está mal-bufó.
No me debería de extrañar su pensamiento, más sabiendo que viene de un colegio de monjas. Pero una minúscula parte de mí se desilusionó, pero al mismo tiempo supe ignorarla y seguí con mi teatro.
-Por ende, debo suponer que no estás a favor ni del matrimonio ni de la adopción de este colectivo-dije y ella asintió-Pero, me gustaría saber ¿por qué?-la encaré levantando el mentón.
-Pues porque está mal-dijo incómoda. Me dio tanta ternura su incomodidad que reprimí una sonrisa. Si supiera, pensé.
Un tanto incómoda avanzó para no quedarse atrás de su grupo. Observé su silueta perdiéndose por los pasillos de aquella universidad pensando en todos los prejuicios que debían de rondar por esa cabecita. Y no, no era psicóloga; era diseñadora gráfica, pero hasta para eso se notaba a leguas su nivel desinformación. No era de extrañar, lo más probable es que su familia se hubiera regido bajo normas muy estrictas de religión. Pero para eso estaba yo, para llevarla por el camino del mal y desbancar sus fundamentados prejuicios.
