Prólogo
Era una noche blanca, en la que la luna se mantenía fulgente y misteriosa en el cielo nublado. Hacía frío, las ventanas estaban cubiertas de vaho, y el viento golpeaba con violencia las grandes cristaleras por donde se filtraba un poco de luz a través de las cortinas. Era una noche de muerte.
Un niño de ojos carmesí examinó con detalle el salón de la gran casa. Cuadros lúgubres de paisajes de campo rodeaban las paredes ocupadas en su mayoría por un extenso sofá y sillones de terciopelo rojo colocados estratégicamente en un espacio determinado. A un lado, una gran mesa de póker de un color café oscuro, adornada en el techo con una lámpara de la cual colgaban pequeñas piezas de cristal parecidas a témpanos de hielo. Al mirar la moqueta, que abarcaba la mayor parte de la sala, fueron las pequeñas salpicaduras de aquel líquido escarlata lo que le hicieron al chico recordar su cometido aquella noche.
Había sido un trabajo bastante fácil a decir verdad; acabar con una familia compuesta por el padre, la madre y el hermano mayor, ahora los tres yacían inertes en el frío suelo. Vidas tan cortas, tan frágiles, como un lento y doloroso suspiro. No era muy diferente de las veces anteriores, incluso aquel día le había sobrado algo de tiempo para tomárselo con calma. La práctica y constancia hace al experto.
De pronto, sonó en el pasillo el crujir de la escalera, como si alguien estuviera bajando lentamente. Él se quedó desconcertado, ¿acaso se había olvidado de alguien? Antes de que esa persona desconocida pudiera llegar al comedor, se movió sigiloso como una sombra hasta el lugar de donde provenía el ruido. Allí encontró a una niña de su edad aproximadamente, que le observaba al pie de la escalera con sus dos tiernos y adormecidos ojos. Un par de ojos que reflejaban la inocencia en su estado más puro. Su semblante parecía ser una confusa mezcla entre duda, miedo y desamparo.
Sonó la alarma de un reloj de pared. Medianoche.
Tenía que irse, no podía perder más tiempo allí, la niña no podía haber visto nada, no por su bien. Su deber era acabar con la pequeña y marcharse. De repente, sin que le diera tiempo a reaccionar, ella se acercó.
-¿Te has perdido? –preguntó con voz temerosa. Realmente parecía delicada como una lágrima. Al ver que él no contestaba, continuó hablando- ¿Cómo te llamas?
La niña no se preocupó en guardar una distancia prudente; él arqueó una ceja sorprendido, el miedo que parecía guardar no era hacia él. No le importaba, de hecho, aquella persona le era completamente indiferente. No tenía ni idea de con quien estaba hablando, pero tampoco la culpaba de ello. La mirada de la pequeña descendió hasta sus manos, y abrió los ojos fuertemente, tomándolas entre las suyas, algo más pequeña.
-¡Que sucias! –exclamó sin levantar demasiado la voz- Vamos a limpiarlas.
Dicho aquello, arrastró al joven por un largo pasillo que conectaba con la cocina, y lo condujo hasta el baño de relucientes paredes blancas. A penas había una rejilla como ventanita, pero era suficiente como para que la luz que se colaba por ella dejara vislumbrar las siluetas de los presentes. La chica abrió el grifo y dejó el agua correr libremente, mientras le obligaba a acercar sus manos frías como el hielo y le ayudaba a limpiarlas arduamente con jabón. Al niño de ojos inyectados en sangre le pareció bastante curioso, observar las acciones de ella, e incluso divertido. Después, sin articular palabra, lo llevó hasta la escalera tomado de la mano, y los dos subieron tan rápido como ella exigía.
Por un solo pasillo, se encontraban tan solo tres dormitorios, y la joven tomó el de la derecha, el más cercano. Cuando abrió la puerta, un escenario infantil le hizo quedarse completamente maravillado, podía decirse que pocas veces había visto algo como aquello. Peluches enormes amontonados al pie de la cama, una pared rosa palo que contrastaba con las cortinas de un matiz más fuerte, una mesa con papeles y pinturas de los más variados colores, y un tren verde de madera que recorría una larga vía alrededor de toda la habitación. Los juguetes guardados en el arcón ni mencionarlos. Las estanterías estaban constituidas por tres largos estantes, uno de ellos atesoraba los libros infantiles y los otros dos restantes servían de sustento para las raras muñecas raras de porcelana. Aquella familia debía tener mucho dinero, aunque él tampoco debía quejarse, por supuesto.
Una hora después de medianoche.
-No quiero jugar sola –declaró la niña, dejando a entender el por qué le había traído hasta allí-. Tampoco quiero dormir, no me gusta la oscuridad, es aburrido dormir –hizo un mohín, disgustada. Se llevó el dedo índice a los labios, en señal de silencio-. No podemos hacer ruido, mis padres todavía duermen.
No tenía ni idea, de alguna manera eso lo alivió, ya que tampoco habría pruebas de lo que había pasado. No tenía que saberlo jamás.
Sin más dilaciones, se sentó junto a ella y jugó con todas aquellas cosas que reclaman su atención, por simple curiosidad a pesar de su apatía. Aquello era ser un niño corriente, molesto y tedioso; de todas maneras tampoco estaba tan mal.
De pronto, en su mente cayó como una maza la realidad que lo golpeaba cada instante que tomaba en aquel descanso inoportuno. Dos horas después de la medianoche. Se levantó, sacudió sus ropas y se dirigió a la ventana, dedicándole una última mirada indiferente a la cría, que le observaba con la cabeza ligeramente ladeada como un pequeño búho. Dio un salto desde el jardín trasero, y desapareció entre la espesa niebla nocturna.
Capítulo 1- Gakuen Alice
El oscuro príncipe se encontraba sentado sobre su trono de hielo, sosteniendo una rosa roja como la sangre, como un cuervo que extiende sus dos alas negras imponentes en el aire. Sus ojos, de color carmesí, descargaban belleza, y las comisuras de sus labios dibujaban una sonrisa de complicidad…
-Y tenía la cabeza más grande que un melón –Mikan, una chica de unos 15 años, suspiró resignada y se acostó sobre la mesa enterrando el rostro entre sus brazos. Como las anteriores veces, tiró el quinto papel a la basura. Era imposible, definitivamente lo suyo no era el dibujo. A pesar de sus múltiples esfuerzos por representar al chico tan extraño con el que había soñado varias veces no era capaz, no solo por su poca mano para la pintura, sino también por lo poco que recordaba de aquellos sueños espontáneos en los que no recordaba la imagen clara de las personas con las que soñaba.
Hoy empezaba en un nuevo internado, en una nueva ciudad; no le gustaban aquellos cambios, y obviamente estaba muy nerviosa. Era una zona bastante lluviosa y gris, una ciudad de grandes edificios en medio de una zona totalmente urbana y poco conocida para ella, una chica acostumbrada a las villas. Desde que había estado viviendo en un pequeño pueblo de campo con su abuelo sabía que él siempre había querido alejarse. Le asustaba la idea de tener que ir a un internado, ya que eso significaba que vería menos tiempo al abuelo, pero incluso él necesitaba un respiro.
Se recostó contra el respaldo de la silla de escritorio mientras se calzaba las botas; luego bajó a desayunar. Como siempre, el viejo se encontraba sentado con su periódico del día y su taza de café humeante, mientras movía sus ojos cansados de un lado al otro. Mikan le dio los buenos días y tomó sus cereales de miel con leche fría como todas las mañanas, mientras le daba pataditas a la pata de la mesa para calmar los nervios. El abuelo le pidió que parase.
Habían pasado ya diez años, no, diez años y tres meses desde la muerte de sus padres. Procuraba no hablar de eso, incluso pensarlo, porque sabía lo doloroso que resultaba para los dos. Un terrible accidente acabó con la vida de sus dos progenitores, cosa de la que no paró de hablarse en todo el pueblo durante varios días. Huérfana. Aquella palabra sonaba algo mal, quizá no hiriente, pero innecesaria.
-Es tu primer día –dijo el hombre de pelo blanco levantando un poco la vista, para romper el hielo, atravesando los ahora distantes pensamientos de la chica-, ¿estás nerviosa?
-No –sonrió ella tímidamente-, quiero decir sí; quiero decir, ¿debería estarlo?
Su abuelo le dedicó una ronca carcajada contagiosa. Negó con la cabeza remarcando las múltiples arrugas del cuello – Por lo que veo sí estás nerviosa, Mikan. No te preocupes, te irá muy bien, ya lo verás. Eras una niña muy buena y simpática, además te veré los fines de semana.
Otro punto importante. Los fines de semana eran los días oficiales para que los alumnos vieran a sus familiares y salieran un par de días si así lo deseaban. Mikan no iba a poder aguantar la morriña hasta el fin de semana, al menos eso pensaba por el momento. Un colegio no debería ser como una cárcel, no señor, ya no vivían en el siglo diecinueve. Se terminó el tazón de un trago largo, se colgó la mochila al hombro junto con la maleta negra de ruedas en la mano derecha, y después de despedirse de su abuelo tras un largo abrazo cerró la puerta y se fue. El autobús, que realizaba una ruta completa por la zona, esperaba en la parada más cercana a su casa. Corrió bastante para poder llegar a tiempo, y entró jadeando tras entregar el tíquet al conductor. El interior del autobús estaba atestado de gente, y una señora gorda de culo enorme estaba aplastando a la pobre Mikan contra el cristal cercano a la entrada. Ella suspiró, aquello era exasperante, el ajetreo era tedioso para alguien que no estaba tan acostumbrado; aún no sabía cómo no se había quedado sin maleta por la cantidad de personas.
Cuando por fin se bajó en la cuarta parada, besó el suelo, respirando aliviada de haberse librado de la molesta mujer. ¿Qué camino debía tomar ahora? Se la jugó, y fue por la derecha ante la complicada bifurcación. Fue un alivio ver la gran fachada del internado de frente después de cruzar la primera esquina. No había mucha gente en la entrada, de hecho, hasta los últimos ya estaban entrando. Miró el reloj nerviosa; efectivamente, llegaba algo tarde el primer día.
Corrió de nuevo todo lo que pudo hasta llegar a la gran verja de hierro, la cual solo cerraban por las tardes. De pronto, algo la sorprendió: las bonitas instalaciones del centro. Había oído hablar sobre ellas, pero jamás había ido a visitarlas. Era una especie de bosque grande, natural, y bien cuidado, rodeado por un camino de piedra en el extremo de la derecha e izquierda del bosque. Posiblemente, uno conducía a las habitaciones y otro a las aulas, pero Mikan no tenía ni idea de cuál llevaba a cuál; realmente odiaba las bifurcaciones. Decidió tomar esta vez el de la izquierda, esperando no equivocarse.
Pasada la primera fuente, la hilera de árboles parecía no acabar nunca, y el camino se hacía completamente eterno, era muy frustrante. A pesar de todo, no podía negar la belleza del paisaje dentro del recinto cerrado. Los pocos alumnos que quedaban caminando junto a ella, la miraban con curiosidad correr como si le fuera la vida en ello.
Por fin, después de unos quince minutos llegó a unas escaleritas de piedra que subían a un edificio bastante grande: las clases. Sí, debían ser aquellas, podía vislumbrarse desde allí las ventanas de las salas de profesores en lo más alto. Infló los pulmones de aire y entró con decisión. Nada fuera de lo normal, solo cabía destacar el recibidor de la entrada, con otra fuente diferente a las anteriores, plantas, y al fondo puertas de cristal transparentes. El suelo era blanco, un blanco apagado bastante relajante. Al fondo podía verse un poco del comienzo de los pasillos.
Mikan paró, jadeante, inclinándose un poco y apoyando las manos en sus rodillas; estaba algo desorientada. No tardó en encontrar a un profesor, que estaba de pie como una estatua de mármol leyendo un impecable papel. Su expresión parecía seria, concentrada en lo que estaba haciendo, por lo que ella se acercó despacio y con educación.
-Perdone, me llamo Sakura Mikan y soy nueva aquí, ¿puede decirme dónde está mi clase por favor?
EL hombre levantó la vista y sonrió tan tiernamente que sorprendió mucho a la chica. Él había sido la fiel demostración de que las apariencias engañan, ya que, por lo visto, en ese instante tenía un rostro tan amable y sincero que podría deslumbrar el mismísimo sol.
-¿Sakura Mikan? Oh, sí, sé quién eres –contestó revisando el papel una vez más-. De hecho, yo soy tu tutor, puedes llamarme Narumi. Acompáñame y te conduciré a tu clase, por favor. Ven, ven.
Mikan asintió encantada. Narumi… parecía alguien tan cordial, y por no hablar de las palabras tan cariñosas que utilizaba para hablar, hacían sentirte muy acogido. Por primera vez allí, en el rostro de lla se dibujó una sonrisa de oreja a oreja; se estaba sintiendo aceptada, todo parecía ir de lujo. Pero aquello no duraría eternamente…
Después de recorrer dos largos pasillos con puertas numeradas con un cartelito, llegaron a una en la que finalmente Narumi se detuvo. Mikan lo agradeció, pero por otra parte su pulso se aceleró, y sintió un fuerte nudo en el estómago por los nervios. El profesor colocó una mano firmemente en el hombro de la chica para transmitirla firmeza e intentar tranquilizarla un poco, luego, tomó un largo suspiro y abrió. Se podía oír a sus compañeros hablar desde fuera.
Cuando entró Narumi, algunos se callaron, y otros siguieron charlando y riendo en bajito. La nueva bajó la mirada, algo tímida, aunque realmente luego no fuera esa clase de chicas. Todos siguieron sus movimientos hasta la pizarra, donde el profesor se sentó en la mesa y comenzó con la presentación de la joven.
-Chicos –pidió atención con un par de palmadas-, ella es Sakura Mikan, una nueva estudiante transferida. Estará con nosotros a partir de hoy, trátenla bien, ¿sí?
-Encantada –ella se inclinó un poco, educadamente.
Los demás siguieron a lo suyo cuando terminó aquella pequeña introducción. Ella se sentó en el único sitio libre, al lado de una chica de semblante serio, con el cabello corto como un chico que leía en silencio. Mikan la observó con curiosidad, sin que su compañera levantara la vista del libro. En cuanto Narumi ordenó abrir los libros de texto, los alumnos empezaron a hacer cada uno lo que quería, ignorando al pobre hombre al cual le caía una gotita de sudor frío por la cabeza. ¿Qué clase de comportamiento era aquel? ¿Acaso no sabía que el profesor había entrado por la puerta? ¡Inaceptable, totalmente inaceptable! Unos lanzaban cosas, otros hablaban… la situación se le estaba yendo de las manos.
De pronto, la puerta se abrió de golpe, y todos se giraron en aquella dirección. Un chico de fieros ojos color carmesí hizo su aparición en la sala, y de pronto la clase entera guardó silencio absoluto por unos instantes.
-Are Are, Natsume, llegas tarde –dijo Narumi con una sonrisa a pesar de la mirada gélida que le lanzó el chico, el cual no dijo nada. Le dieron los buenos días hasta que se sentó al fondo de la clase, con las manos en los bolsillos y las piernas apoyadas encima de la mesa, sin ningún tipo de educación. La juerga en la clase comenzó y los chicos se agruparon felizmente en torno al recién llegado, el cual se sentaba al lado de un chico rubio bastante guapo. Mikan miró hacia un lado, su compañera seguía leyendo tranquilamente, ignorando todo a su alrededor. ¿Cómo demonios era capaz? Era imposible soportar a aquellos idiotas comportándose como querían, ¿es que acaso no tenían ningún respeto por el profesor?
Observó a las chicas acercarse también al del pupitre del fondo, ¿cómo era su nombre? Todas tenían cara de bobas, y le decían cosas a las que él se mantenía indiferente, ¿qué se había creído ese arrogante?
-Si te molesta lo mejor es que lo ignores –le consejo con voz neutra su compañera, sin mirarla. Parecía que le hubiese leído la mente-, el de allí es el líder de todos esos monos, así que no vas a conseguir nada.
Mikan no aguantaba más aquel ambiente, así que se levantó con un fuerte estruendo y se dirigió hacia el joven de expresión peligrosa, el supuesto "líder". Dio un golpe con la palma de la mano sobre la mesa, a lo que todos se quedaron desconcertados.
-¡Basta ya! Tú –exclamó señalando al llamado Natsume-, ¿quién te has creído que eres llegando así con esa actitud. Si eres el líder de estos idiotas, haz que paren para que podamos empezar de una vez la clase.
Hubo un silencio mortal e incomodo en todo el aula, nadie dijo nada, todos miraron a Natsume inmediatamente para comprobar su reacción. Él arqueó una ceja, creyendo no haber oído bien, además de no tener ni idea de quién era esa chica. Mikan masculló algo en voz baja con enfado y se sentó en su sitio. Todos la miraron enfadados, sobre todo las chicas, ¿quién se había creído la nueva para hablarle así al gran Huuya Natsume? No tenía ni idea de en qué lío se acababa de meter.
Narumi por fin pudo comenzar la clase sin más interrupciones, ya que todos estuvieron bastante entretenidos en observar de mala manera a la nueva y mandarle amenazas en forma de notitas que recibía continuamente. En tan solo unos segundos, había conseguido que comenzaran a odiarla por su osadía; aunque, por suesto, no pensaba quedarse callada. Eso era la guerra.
Llegó la hora de la comida, justo en el momento en el que Mikan iba a sentarse sola en un sitio del comedor, un chico rubio de gafas de aspecto frágil se acercó a ella. Mikan se puso a la defensiva, frunciendo el ceño, y le sacó la lengua de mala gana.
-Si me vas a criticar por lo de esta mañana, es mejor que te lo ahorres.
-¡No, no! –el chico negó efusivamente con la cabeza, nervioso- Al contrario…yo… me parece bien. Así no había forma de que Narumi-sensei pudiera dar clase, pero yo no me atrevía a decir nada… -él bajó la cabeza avergonzado, a lo que la chica sonrió amablemente.
-Me llamo Sakura Mikan, pero puedes llamarme Mikan. ¿Quieres sentarte a comer conmigo?
-¡Ah! ¡Sí! –el muchacho sonrió torpemente- Yo me llamo Tobita Yuu, soy el delegado de la clase –ambos se sentaron en una mesa vacía y algo solitaria. Luego, bajó un poco la voz -. Me parece muy valiente lo que has hecho hoy, de verdad. Me he quedado asombrado.
-No es nada –respondió Mikan sinceramente. Desde un principio, no parecía pensar que la gente se había tomado tan enserio lo que dijo a primera hora-. De todas maneras, ¿por qué tanto revuelo? ¿Quién es ese chico?
El delegado se ajustó las gafas perplejo. Luego, tomó uno de los panecillos de su bandeja y lo mordisqueó por los bordes, sin mucha hambre. También probó la sopa y la carne, pero aunque no parecieron gustarle mucho comió sin rechistar.
-Se nota que eres nueva –hizo una pausa corta-. Él es Natsume Hyuuga, el líder del grupo que manda en el internado. Puedes darte por muerto si vas contra ellos, es la ley del más fuerte, puedes comprobarlo tú misma. Dicen que él solo derrotó a un grupo de chicos mayores el año pasado. Su familia vive a las afueras, y tienen bastante dinero, pero no lo sabemos ya que Ruka es el único que fue a su casa.
-¿Ruka? –interrogó Mikan haciendo memoria- ¿Ese chico rubio que se sienta a su lado? –Tobita asintió. ¿Con que ese era el nombre del muchacho tan guapo que había visto fugazmente en clase? Ruka… se sonrojó levemente, intentando ocultarlo enseguida. Sus pensamientos fueron repentinamente interrumpidos de nuevo.
Un grupo constituido por cinco chicos apareció en el comedor. Las chicas suspiraban como bobaliconas, y el murmullo de la multitud se hizo más general.
-Son ellos –susurraban algunos en voz baja, observándoles disimuladamente. Mikan hizo una mueca de resignación cuando vio a ese tal Natsume adelantarse y buscar con la mirada la mesa donde comían habitualmente. ¿Por qué tenía que ser tan frustrante? No todos los del grupo guardaban una expresión tan fría como la del de ojos carmesí, de hecho, Mikan se fijó en alguien en especial. Ruka. Parecía un chico maduro y tierno, que de repente hizo a su corazón ir más deprisa. ¿Acaso existía de verdad el amor a primera vista? Pero claro, también había otras tantas chicas que iban detrás de él, con eso cavaría su tumba ya del todo.
-Natsume, Ruka, Kitsuneme, Kokoro y Tsubasa Andou –informó Tobita de pronto-. Esos son sus nombres.
Cuando pasaron por su lado, el chico de ojos carmesí tan solo le dirigió una mirada seria y apática a Mikan y continuó andando. Ella se sonrojó al ver al rubio pasar por su lado, por lo que agachó la cabeza, hasta que alguien tiró un poco de salsa en su falda. Un chico de cabello revuelto y rubio al que no conocía y que pertenecía a ese grupo de tontos, sonrió satisfecho al ver el rostro de ella enojado.
-Huy, lo siento, se me escapó –soltó en tono irónico, sin pudor alguno mientras se reunía en la mesa con los demás, todos en el comedor rieron. La chica se sintió humillada y frunció el ceño. Quería decir algo, quería gritarle de todo, golpearle por su poco respecto, pero se tragó las palabras así como su orgullo e impotencia cuando Tobita le tiró de la manga para que se tranquilizara. Tenía que mantener la calma, no quería más problemas por perder los nervios. Hundió el rostro entre los brazos, apoyándose en la mesa, derrotada.
La situación iba de mal en peor, por aquella tontería, ahora la tenían como muñequito de burlas, eso no era nada justo. Todo era culpa de ese idiota llamado Natsume. Su nuevo amigo de gafas intentó consolarla, pero ella era alguien fuerte, y afirmó estar perfectamente bien, aquello no la superaría nunca. Se lo dejaría claro a todo el mundo; no tenían ni idea de quién era.
o-o-o-o
El timbre que daba por finalizadas las clases tocó para alivio de todos, después de una tortuosa clase de gimnasia. Las chicas se reunieron en su vestuario, y Mikan fue a buscar sus zapatillas de uniforme a las taquillas, como todo el mundo. Cuando abrió la suya, palpó el frío metal de dentro y se preocupó al ver que allí no estaban. Buscó bien, en su mochila, por debajo de los bancos, pero nada.
-¿Buscas esto? –preguntó una voz a su espalda. Se giró apretando los puños, temiéndose lo peor; aún así debía mantenerse impasible. Era un chico de pelo muy corto, con un par de amigos, le alivió saber que ninguno era del grupo de antes. Mikan se acercó acentuando su enfado, intentando alcanzar los zapatos. El chico, llamado Mochiage, la esquivó y le dio un empujón que hizo que cayera al suelo. Luego, le tiró las zapatillas con desidia- Esto es solo una advertencia de parte de todos. Cosas peores te pasarán si no cierras esa boquita; no vuelvas a levantarle la voz a Natsume.
Eso había sido la gota que había colmado el vaso. Se levantó con furia y, después de calzarse, se marchó en dirección contraria. Oh, no iba a aguantar aquello más, había llegado demasiado lejos, no tenían derecho a amenazarla.
Allí estaba él, en las taquillas cercanas a la salida, con los demás. Natsume miró en su dirección, al igual que los demás, observando cómo se acercaba hecha una fiera. Se puso en frente del chico y cruzó los brazos sobre el pecho; no le tenía miedo.
-¿Acaso piensas que por todo lo que me hagan tus secuaces voy a pedirte perdón? –preguntó retóricamente- ¡Te equivocas Natsume Hyuuga! Yo no me doy por vencida nunca, es más, no me arrepiento de lo que hice esta mañana. ¡Esto es la guerra!
Antes de que pudiera decir más, Natsume perdió la paciencia y le agarró de pelo, sujetándola contra las taquillas. Era molesta, demasiado, ya era hora de callarla. Los demás retrocedieron.
-No te metas en mi camino –advirtió brevemente, con los ojos entrecerrados-. Si sigues molestándome seré yo quien me encargue de darte tu merecido, lunares. Nos vamos.
Dejando a una perpleja y asustada Mikan allí, la banda se fue sin añadir nada más, siguieron a Natsume que parecía haberse enfadado. Y lo que más lo enojaba era el comportamiento tan obcecado de aquella chica temeraria, que parecía darle igual todo; él odiaba que lo molestasen. Mikan se quedó pensativa, espera, ¿le había llamado lunares a ella? Poco tardó en darse cuenta del por qué, y se puso roja como un tomate.
-¡PERVERTIDO! –gritó a todo volumen, aunque posiblemente ya no le oyera. No se daría por vencida, había hecho una promesa, terminaría con ese imbécil. En la guerra, todo vale.
