Alexa Wilde se despertó aquel 1 de Septiembre sobresaltada. Había soñado que perdía el tren que la llevaría a su último curso en Hogwarts. Se tranquilizó al comprobar que solo eran las nueve y media y que tenía tiempo de sobra. Después de desperezarse, fue a la ducha a darse un rápido baño. Al salir, se secó el pelo moreno y algo ondulado con un rápido toque de varita y se secó el cuerpo. A pesar de que le gustaba vestir sexy, pensó que lo mejor sería llevar ropa cómoda para el viaje. Así que se puso unos vaqueros algo ajustados y una sudadera negra y ancha que antaño había pertenecido a su hermano mayor Jake. Se pintó la raya negra del ojo y se echó algo de base en el rostro. Cuando terminó, bajó a desayunar a la cocina, donde estaban sus padres desayunando.

- Ya creíamos que te habías dormido. Iba ahora mismo a despertarte. - dijo su madre, mientras se levantaba y la daba un beso en la cabeza.

- ¿Preparada para tu último año en Hogwarts? - preguntó su padre, sintiéndose orgulloso de su hija pequeña. Su hermosa niña.

- Sí, papá. - contestó ella con una gran sonrisa que alegró el corazón de aquellos padres que tanto la querían. - No os preocupéis, que voy a sacar unas notas muy buenas y aún así, me dará tiempo a romperle el corazón a unos cuantos chicos. - añadió, haciendo reír a sus padres, Christopher y Meredith Wilde.

Alexa era una chica guapísima, nombrada, durante dos años consecutivos, chica más sexy del castillo. Ella se sentía muy orgullosa de aquel título, y no dudaba en hacer gala de él en todos los momentos que podía. Casi todas las semanas quedaba con varios chicos distintos, y todos se quedaban locos con su belleza, su alegría y su simpatía. A pesar de todo esto, Alexa adoraba a sus padres, y no soportaría que sufrieran por ella. Así que trataba de hacer todo lo posible por mantenerlos contentos y felices.

Cuando terminaron de desayunar, metió a su queridísmo gato, Felix, en su jaula y lo metió en el coche. Acto seguido, entraron ella y su madre mientras su padre colocaba el baúl en el maletero. Tanto la familia de su padre, como la de su madre, eran de sangre pura. Christopher era el descendiente del gran mago David Wilde y su madre, Meredith Jackson de soltera, tenía como antepasado a Mark Jackson. A pesar de todo, a ellos no les gustaba alardear de su nobleza de sangre y preferían hacer cosas de muggles, como conducir coches y cocinar ellos mismos. Por eso no soportaban todas esas cosas que se comentaban por aquel entonces sobre que los magos eran superiores a los muggles y que los magos y brujas que eran de "sangre sucia", como ellos lo llamaban, habían robado la magia a otros magos. Ni ellos, ni sus hijos se creían esas tonterías que circulaban por ahí.

Cuando llegaron a la estación, Alexa se despidió de sus padres, prometiéndoles que les escribiría un montón de cartas y que sacaría buenísimas notas. Sus padres no dudaron de ella.

Se sentó en un banco para esperar a sus amigos. Al momento les vio saludar a sus padres, quienes dieron un par de besos a Olivia y un apretón de manos a James y Sirius. Alexa también se levantó para recibirles. Dio un fuertísimo abrazo a Olivia, como si llevara sin verla un año, cuando, en realidad, la había visto hacía tan solo unos días. También abrazó a su mejor amigo, Sirius Black, y a James.

Los cuatro se encaminaron hacia el tren, yendo hacia el último compartimento, aquel que habían ido ocupando desde su primer curso en Hogwarts. Allí esperaron a sus otros dos amigos: Remus Lupin y Peter Pettigrew, que solían llegar algo más tarde. Cuando llegaron, vieron que Remus ya llevaba puesta su túnica con la insignia de Prefecto brillando en el pecho, y que Peter llegaba acalorado después de un último sprint.

- ¿Sigues con la pelirroja en la cabeza, James? - preguntó Peter, sentado y más relajado.

- Dios, no, Peter. - exclamó Olivia, cansada ya de la dichosa Lily Evans. - No llevamos ni cinco minutos en el tren y ya ha salido su nombre. Es una tortura.

- Calla, Olivia. - dijo James sonriendo a su hermana. - Y, sí, Peter, sigo con la pelirroja en la cabeza. Es más, - añadió - creo que este año va a ser el año en el que consiga salir con ella.

- Eso llevas diciendo los dos últimos años, Cornamenta. - dijo Sirius, con un tono divertido en la voz. - Ya no nos lo tragamos. ¿Por qué esta vez iba a ser diferente?

- Tal vez, querido hermano, porque yo, a diferencia de otros - dijo mirando intencionadamente a Sirius - sí he madurado. - Al oír esta respuesta los cinco comenzaron a reir. Nadie podía tragarse el cuento de que James Potter, el bromista y buscalíos, hubiese madurado.

- Cuéntale eso a Lily, a ver si se lo cree. - le instó Remus, una vez que todos ya habían parado de reír. James miró con enfado a Remus y se hizo el indignado. Allá ellos si no le creían.

Después de terminar esa pequeña conversación sobre Lily y James, Remus se fue a hacer su ya habitual ronda de prefecto por el expreso. Cuando volvió, James lo interrogó sobre cómo estaba la pelirroja.

- Está como siempre James. Y no, no me ha hablado de ti. Todavía estaba de buen humor. - añadió riendo.

Una vez que hubo pasado la señora del carrito de gominolas y una vez que Sirius y James hubiesen acabado con todas las existencias de regaliz mágico y de ranas de chocolate, se pusieron los uniformes escolares. Alexa, como siempre, se había subido la falda más de lo debido y la profesora McGonagall, como siempre, la diría cuando la viera que se la bajara.

Al llegar a la estación de Hogsmeade y bajar del tren, James vio por primera vez a Lily. Y se dio cuenta de que Remus le había mentido. No estaba como el año pasado, estaba más guapa, si podía llegar a estarlo. Se había cortado un poco la larga melena pelirroja y, aún así, le llegaba hasta la cintura. Se la quedó mirando embobado y ella se dio cuenta. Le miró y puso cara de asco, como si no la gustase lo que veía. Al momento, volvió a girar la cara hacia el lugar donde estaban sus amigas. James no le dio importancia al hecho; sabía, aunque sus amigos no le creyeran, que sí había madurado y que, al fin, había comprendido como conquistar a Lily Evans.

Sirius le dio un golpe en la espalda, sacándole de su ensoñación. Se subió con sus amigos en el carruaje que lo llevaría hasta el castillo.

Olivia Potter estaba ya muy aburrida de las Ceremonias de Selección de los alumnos a las distintas casas. Había visto ya seis en total, y cada año le parecían más aburridas. Además, tenía a su izquierda a Peter, que no paraba de hacer un sonido al respirar que la irritaba muchísimo. A su otro lado estaba Alexa, que tenía cara de estar pasando el peor rato de su vida. En frente de ella se sentaban Sirus, James y Remus. Los dos primeros no dejaban de hablar en voz baja y el otro les observaba, reprochándoles con la mirada que no estuvieran en silencio. Olivia sonrió al ver la escena y volvió la cara hacia donde estaba situada McGonagall. Volvió a sonreír al recordar la ya repetida escena entre la profesora de Transformaciones y su gran amiga Alexa.

- Buenas tardes, alumnos. - les dijo solemnemente la profesora. - Espero que en este último curso aprovechen el tiempo y se dejen de tantas historias y tonterías. - les advirtió.

- Sí, profesora. - contestaron los seis a la vez. Todos los años Minerva McGonagall les decía lo mismo. Cuando ya iban a entrar hacia el Gran Comedor los detuvo. - Señorita Wilde, lo de todos los años. Bájese la falda.

- Sí, profesora. - respondió Alexa mientras se bajaba la falda. - Como todos los años. - añadió con una sonrisa.

Pensando en la escena como estaba, Olivia no se había dado cuenta de que ya había terminado la selección y que Dumbledore estaba dando su habitual discurso de bienvenida. Cuando el profesor terminó, las mesas se llenaron de una cantidad ingente de comida y todos comenzaron a comer. Sirius y James comían como si no hubiesen provado bocado en meses y Remus devoraba la carne con tanto ahínco que parecía que solo vivía para eso. Alexa también se había dado cuenta y miró a Olivia. Ambas sacudieron la cabeza en señal de negación, sabiendo que no podían hacer nada por cambiarlos.

Cuando todos estaban con el estómago satisfecho, Dumbledore volvió a recordar las normas del colegio y, acto seguido, todos se fueron hacia sus salas comunes.

Sirius, James, Olivia, Alexa y Peter se sentaron en los sofás que había en la sala común de Gryffindor a esperar a su amigo, que había ido a enseñar a los alumnos de primer curso los dormitorios. Cuando volvió a bajar a la sala común, surgieron las primeras bromas que Sirius hacía habitualmente desde que Remus fue nombrado prefecto en quinto.

Después comenzaron a reír y a bromear tanto, que se les pasó la hora. Solo se dieron cuenta cuando oyeron un resoplido proveniente de la escalera que llevaba al dormitorio de las chicas y cuando vieron a una Lily Evans más enfadada con ellos que de costumbre.

- ¿Sabéis la hora que es? - preguntó con notable enfado. - Por supuesto que no. Además, a vosotros os da igual todo, ¿no? No os importa que mañana haya que madrugar para las clases, ni que podáis dar mal ejemplo a los alumnos más pequeños ¿verdad? - paró para dar un fuerte suspiro y continuó. - De vosotros cinco, - dijo, mientras señalaba a Sirius, James, Peter, Alexa y Olivia. - podía esperarlo. Pero de ti, Remus, no. Se supone que tú eres prefecto, que tienes que hacer que se cumplan las normas; no infringirlas. - Remus bajó la cabeza, claramente decepcionado consigo mismo por los motivos que había señalado Lily. Dumbledore le había nombrado prefecto para que intentara parar las travesuras de sus amigos, no para ayudarles a ello. - Todos a la cama. - ordenó Lily al ver que ningun respondía a lo que ella había dicho.

- Tú no eres quién para obligarnos a ir a la cama si no queremos. - expresó Alexa, con un deje de soberbia en su tono de voz. - Nos subimos al cuarto porque queremos, no porque tú nos obligues. - Se levantó del sofá y se dirigió hacia las escaleras. Segundos más tarde, Olivia hacía lo mismo. Remus instó a los chicos a ir al cuarto, mientras Sirius y Peter se quejaban de lo pesada que era Lily. James, sin embargo, no dijo nada. Subió al cuarto en silencio. No quería provocar la ira de Lily.

Al subir al cuarto de chicas, Alexa y Olivia comprobaron que sus compañeras de cuarto, Mary McDonald y Claire Johansson, seguían despiertas. Seguramente estaban criticándolas, pero ellas no podían hacer nada. Esas cinco chicas nunca se llevarían bien.