Susan, Peter, Edmund y Lucy volvieron a Londres luego de su segunda aventura en Narnia.

- ¡Ed, Lu! ¡Vengan! -Las voces de Peter y Susan llamaban a los menores. -¡El desayuno está listo!

- ¡Ya vamos! -Contestaron Ed y Lu, bajando las escaleras.

La madre de los Pevensie estaba fuera por la mañana hasta la tarde, así que Susan y Peter preparaban los desayunos.

- Ya han pasado meses... ¿Cuánto será en Narnia? -Lucy llevaba la cuenta y esperaba ansiosa el regreso.

- Lu... -Peter hizo entender a su hermanita que no estaban muy de ánimos para hablar de eso, pues les dolía no poder volver.

- Lo siento, Pet... -Respondió la pequeña.

- Está bien... no es tu culpa... -Comentó el mayor bebiendo un sorbo de jugo de naranja.

Por la mente de Susan pasaban los recuerdos con Caspian. Esto le causó mucha angustia.

- ¿Hoy pasarán por nosotros o debemos volver solos? -Preguntó Edmund, fingiendo no darle importancia al tema.

- Hoy volverán solos. Espero que no haya problemas con eso, Edmund. -Comentó Susan con seriedad. Pues Ed siempre se metía en peleas en la escuela

Edmund bufó.

Todos terminaron de comer; Susan y Peter se despidieron de Lucy y Edmund, los dos menores.

- No te metas en problemas, Ed. -Aconsejó Peter.

- Claro que no... -Respondió Edmund molesto.

- Adiós Lucy, ten cuidado. -Se despidió Susan.

El camino era largo. Irían en tren.

Lucy miraba el colorido paisaje, muy pensativa, recordando aventuras o imaginando el regreso a su amada Narnia.

Edmund, en cambio, miraba la nada. Siempre había sido algo frío, o cerrado. No demostraba sus sentimientos, le costaba, y aunque parecía ser rudo, era muy sensible.

El día transcurrió muy bien, Lu en sus clases y Edmund en las suyas. Había un descanso de 1 hora al mediodía.

- Ahí va el pequeño... -Reían unos muchachos detrás de Edmund. -¿Vendrá hoy su hermano mayor a defenderlo? ¿O su hermana? -Comentaban entre ellos, burlándose.

Edmund suspiró profundamente y continuó caminando, ignorando por completo las burlas de sus compañeros. Ojalá pudiera demostrarles que era un Rey, que era el mejor espadachín de toda Narnia, y que había estado en importantes guerras, que podía acabar con ellos.

El joven se sentó en un banco y tomó un bocadillo de su bolsa. Luego bebió un poco de jugo y se quedó ahí sentado, mirando a ningún lado.

- ¡Déjenme! -Gritaba una chica, mientras los mismos muchachos de antes tiraban de su bolsa y de su ropa.

- ¡Sólo danos eso, linda! -Insistió uno intentando sacarle su bolso.

- ¡Ya basta, déjenme! -Volvió a gritar ella forcejeando.

Edmund, indignado, se acercó con rapidez.

- ¿Qué no escuchan, imbéciles? ¡Ya déjenla! -Su voz sonaba muy diferente cuando Ed estaba molesto, como ahora.

- ¡Tú cállate! ¿Quién eres para decirnos qué hacer? -El líder del grupo se acercó a Edmund, tanto que podía notar claramente cada peca y cada rasgo en su cara.

- La pregunta es quién eres tú, idiota -Edmund empujó al muchacho hacia atrás, pero los demás (Dos más) se echaron encima de él, le quitaron su bolso y se armó una de tirones, puñetazos, gruñidos y golpes.

- ¡Quietos ahí! ¡Ustedes! -Dijo la Señorita Antsy, una de las maestras. -¿Acaso nunca van a aprender? ¡Acompáñenme inmediatamente!

Los separó y los llevó a todos con el director. Luego de una larga discusión, se definió la sanción y los dejaron salir. El corazón de Edmund latía rápidamente y su estómago se retorcía de nervios.

Al salir de la sala, tomó su bolso y caminó lentamente hacia la salida. Soltó un suspiro pensando en lo que Peter o su madre iban a decir, y se pasó la mano por el cabello.

- ...Mm, Hola. -Saludó una voz muy dulce. Edmund levantó la mirada y vio a la joven a la que había "defendido" antes.

- Hola... -Saludó, y aunque apenas la miró durante 1 segundo, bajó la mirada algo sonrojado. Era muy tímido con las chicas.

- Quería agradecerte... Me defendiste, y te sancionaron por eso... gracias... de verdad... -Continuó ella. Edmund la miró a la cara de nuevo.

- De nada, aunque ya ves que no sirvo para las peleas... -Dijo encojiéndose de hombros.

- Pero lo que hiciste fue muy lindo... ¿Cómo es tu nombre, si puedo saber? -Preguntó la muchacha.

- Soy Edmund -Dijo él con un gesto parecido a una sonrisa. -¿Y... tú...? -Al decir "Edmund", la expresión de la joven cambió.

- ¿Ed...mund? -Repitió ella, como si hubiera recordado algo. -Yo... soy Rose. Mucho gusto, Redmund... ¡Ahh! ¡Lo siento! -Dijo soltando una risa nerviosa.

- Redmund... Está bien -Dijo él, y sonrió por completo. -Mucho gusto, Rose.

- ¡Ed! -La vocecita de Lucy los alcanzó y la pequeña corrió hasta su hermano. -¿Ya nos vamos?

- ¡Ey! -Saludó Edmund. -Bueno... ya... debo irme... -Dijo.

- Está bien... ¿Esta es tu hermanita? -Preguntó Rose.

- Sí, ella es. -Respondió Edmund.

- ¿Cómo te llamas? -Le preguntó Rose.

- Mi nombre es Lucy. -Contestó sonriente. Esto hizo que la joven se quedara pensativa un momento.

- Bueno, ya nos vamos... hasta mañana, Rose... -Saludó Ed.

- Hasta mañana... -Saludó ella sonriéndole.

Edmund estaba muy feliz. Ambos volvieron a casa, su madre los esperaba. A la hora de la cena, Ed le contó a su madre de la pelea.

- ¿¡De nuevo! ¿Cuándo vas a parar? -Peter lo regañaba como a un hijo. -¡No estamos en Na.. -El joven se calló.

- ¿En Na? ¿De qué hablas, Peter? -Preguntó su madre, pues ella no sabía nada de Narnia.

- Nada, lo siento. -Se disculpó, dejando que ella continuara.

- Edmund Pevensie. Estoy decepcionada de tí. ¡Por poco y te expulsan de la escuela! Debes aprender a comportarte, y a controlarte. -Dijo su madre con seriedad.

- Ellos estaban molestándonos... -Susurró Edmund.

- ¿A Lucy también? -Preguntó Susan, con una expresión de terror en el rostro.

- No, a... una amiga. -Contestó Edmund.

- ¿Peleaste por una niña? -Preguntó Peter.

- No, ¡Ya basta! -Dijo Ed, levantándose rápidamente. -Buenas noches. -Dijo y se retiró a su habitación.

Muchas cosas le pasaban. Se sentía muy pequeño, se sentía débil fuera de Narnia... y hoy, había conocido a una niña... Se sentía tan mal, que no había notado que a ella sí le interesaba, y tampoco había notado lo bonita que ella era; pues lo que ahora más le importaba era ser fuerte, ser grande...

Recostado en su cama, analizó todas estas cosas, hasta que su mente se paró en Rose, y empezó a analizar, a imaginar, a recordar. Sus ojos eran celestes; su cabello... era castaño claro y su rostro tenía una forma muy prolija. Sus labios eran más bien pequeños, pero con una bonita forma, y de un tono rosado muy suave.

El joven seguía pensativo, cuando Peter entró en la habitación para acostarse.

- Ed, mamá está angustiada. Por favor, deja de meterte en líos. -Dijo Peter, serio.

- No eres mi padre, Peter. -Respondió Edmund, poniéndose de lado.

La mañana siguiente no había clases, pues era Sábado. El día estaba muy lluvioso.

- Edmund, ¿Puedes ir a la tienda? -Preguntó su madre.

- Claro. -Respondió, dejando lo que hacía.

- Aquí está la lista. -La madre le entregó un papel arrugado. -Abrígate.

- Así estoy bien. -Reprochó Ed y salió de su casa rumbo a la tienda. Edmund amaba la lluvia, por lo que no usaba paraguas a propósito.

Caminó 2 cuadras, iba leyendo la lista, intentando cubrirla para que no se moje, y en todo esto, chocó con alguien.

- ¡Lo siento, discúlpame! ¡No te ví! -La chica con la que había chocado recogió sus cosas y miró al joven, que estaba arrodillado en frente de ella.

- No es tu culpa... ¿Rose? -Edmund la reconoció y recogió un pequeño libro que se le había caído. En la tapa estaba la cara de un león, en plateado, lo que le llamó mucho la atención. Se lo entregó.

- Gracias... -Dijo ella. -¿A dónde... vas?

- A la tienda... -Dijo Edmund, mirando al piso, y notó que la lista estaba en el suelo, empapada. -¡Demonios! -Maldijo. -Creo que memoricé algunas cosas...

- Puedo acompañarte, si quieres, Ed... -Ofreció ella.

- Está bien... -Aceptó, y por fin sus ojos marrones se encontraron con aquellos ojos celestes que tanto lo buscaban.

Ambos caminaron hacia la tienda, la lluvia estaba parando.

- Ayer fuiste muy valiente... -Comentó ella.

- No quiero recordarlo... -Dijo él, bajando la mirada.

- Oh... lo siento, Ed...mund. -Rose notó que estaba empeorando las cosas.

- Dime... -El joven levantó la mirada, como si hubiera recordado algo, y eso era precisamente. -¿Qué es ese libro?

- ¿Éste? -Dijo ella, mostrando el del león.

- Sí.

- Es mi diario. Escribo mis... cosas. -Contestó. -No me creerías si te contara las cosas que me suceden a veces... -Soltó una risita.

- Apuesto a que sí. -Dijo Ed confundido. -¿Y por qué ese diseño? -Parecía muy entusiasmado, pero notó que ella estaba nerviosa.

- Es muy especial para mí. Me gustan... los leones... -Ambos sabían que esa no era la razón. Edmund fingió entender.

Llegaron a la tienda, y se despidieron. Edmund volvió a casa y por suerte había memorizado bien las cosas.

Pasó derecho a su habitación. Se quedó dormido hasta el almuerzo. Luego de eso, Susan se fue a su cuarto, Peter al suyo, y Lucy estaba en la sala con Ed.

En Narnia, tras muchos años, se había formado una nueva ciudad; Melkar.

- ¿Qué haremos entonces, Mi Señor? -Preguntó un minotauro a Caspian, el Rey.

- Somos más que ellos. Creo que podemos. -Dijo Caspian, mirando un mapa.

- Pero ¿Y la alianza? ¡Son el doble! -Insistió la criatura.

- Sólo queda pedir ayuda a los Reyes. -Dijo un fauno que estaba presente. -¡Ellos pueden ayudarnos! ¡Sólo hay que usar el cuerno!

- ¿Debemos? ¡Creo que podemos! -Insistió el joven Rey.

- Señor, esto es una guerra, debemos defendernos o Narnia quedará nuevamente en ruinas. Debemos hacer todo lo necesario. -Sugirieron las criaturas presentes.

- Entonces así será... -Declaró Caspian, luego de que lo convencieran.

Salió de la sala, y fue a su habitación. En una preciosa caja de oro sólido, se encontraba el cuerno que la Reina Susan le había dejado. Lo tomó cuidadosamente y se quedó observándolo un momento: Allí había tantos recuerdos... Recuerdos de ella... su primer amor. Con todo el cuidado del mundo hizo sonar el cuerno. Aquel sonido le recordó aún más los viejos tiempos.

- Sólo hay que esperar. -Se dijo para sí y con un suspiro guardó el objeto nuevamente.

El sonido fue escuchado por los dos menores.

- ¿Qué ha sido eso? -Preguntó Edmund.

- No lo sé, me suena... familiar... -Comentó Lucy, y sintió que el viento revolvía su cabello.

¿Viento? ¡Pero si estaban en la sala! Ambos entendieron lo que esto significaba. ¡Era magia!

Las paredes de la habitación se quebraron, y los papeles, libros, adornos, muebles, y todo lo que había en ese cuarto volaba por los aires. Parecía un tornado.

- ¡Toma mi mano, Lucy! -Gritó Edmund que aún lograba estar de pie, y se aferró a la pequeña.

Las paredes desaparecieron, y en una ventisca las cosas de la sala desaparecieron. Estaban nuevamente en Narnia.