UTOPÍA DE AMOR

"Cómo voy a creer / dijo el fulano
que la útopia ya no existe
si vos / mengana dulce
osada / eterna
si vos / sos mi utopía"

Bueno, para todos, ¡Hola!. He regresado, como verán, con otra nueva historia. Sé que tengo otras que están sin terminar en mi perfil pero tengo tantas cosas en mi cabeza que me bloquearon las ideas y no pude continuarlas. Pero eso NO significa que no las continuaré. Son historias que simplemente las dejé para otro momento, posiblemente para julio dado que comienzo las vacaciones de invierno. En cambio ésta ya casi la tengo terminada.

Dejando de lado ese tema, tengo que decir que esta historia está especialmente dedicada a todas las chicas que me aconsejaron con respecto al título de la obra (el cual luego explicaré): Lia Jane, Silvana Inzaurralde y Magaly de Rickman. ¡Muchas gracias, chicas, por sus ideas! Sé que la idea era no usar un nombre telenovelesco pero creo que fracasé estrepitosamente en esto dado que puse "Utopía de amor", idea que acaba de surgir en mi mente luego de leer el poema Utopías de Mario Benedetti, del cual extraje el fragmento con el que comienzo arriba.

Sin más, gracias a todos lo que están leyendo este comienzo. Espero que les guste.


Ninguno de los personajes de Harry Potter me pertenece.


CAPÍTULO UNO:

VERGONZOSO SECRETO

Severus no entendía. Simplemente, aquella situación era ridícula. Era como si su alma momentáneamente hubiera salido de su cuerpo y los estuviera contemplando desde allí arriba, a él sentado en su despacho con la mismísima Hermione Granger en frente; ambos tomando té con tranquilidad y charlando sobre temas interesantes. Y cuando decía charlando, quería decir exactamente eso. Ya hacía tiempo que los insultos por ser una fastidiosa sabelotodo habían dejado de hacer mella en ella, ya no le importaba que él le dijera que era una comelibros, que vivía en la biblioteca a pesar de que ya haber aprendido de memoria todos los libros que allí había. Y eso que él nunca había dejado de molestarla con eso. Parecía ser que la señorita Granger se había creado una capa inmune a sus palabras. Era… alucinante, desconcertante y terrorífico.

Habían ya pasado cuatro años desde la finalización de la guerra. Las cicatrices que surcaban por parte de su cuello y hombro no le dejaban olvidar que había estado a punto de no sobrevivir. ¿Pero realmente quería olvidar algo así? No realmente, pero había días en que su mal humor superaba los límites establecidos como cotidianos, días en que apenas se soportaba a sí mismo, en los que pensaba que tal vez era mejor desaparecer de allí, mandar a todos al diablo y obtener un poco de paz. Olvidar su pasado. Dejar de recordar que los días más duros de su vida los había padecido a causa de un amor no correspondido y un sentimiento de culpa que lo ahogaba.

Y ahí había otra cosa asombrosa y terrorífica al mismo tiempo, que lograba paralizarlo del terror y dejarlo dudoso, sin saber cómo demonios había acabado así: hacía meses que no estaba de mal humor. Por supuesto, muchos podrían contradecirlo, aclarando que él SIEMPRE estaba de mal humor. Pero no era verdad. Tenía un carácter fuerte, disfrutaba de burlarse de las cosas más obvias de los demás, tenía un humor negro, abusaba del sarcasmo pero todo eso lo mantenía, en cierta forma, alegre. Ese era su modo de ser y si los demás tenían problemas con ello podrían irse a volar. Pero lo realmente asombroso y terrorífico de no haber estado de mal humor durante tanto tiempo era la razón misma por la cual su humor había sido tan bueno. La razón que en ese momento estaba sentada frente a él bebiendo del té que había preparado para ambos.

Ella le dedicó en ese instante una sonrisa que él no supo comprender. Había comenzado a perderse en sus pensamientos y había dejado de escucharla.

—¿Estás escuchándome, Severus?

Él apretó los labios con disgusto.

—¿Qué le dije de usar mi nombre tan informalmente, señorita Granger?—le preguntó—Y no. Su parloteo incesante cansa y me veo obligado a irme a sitios lejos con mi mente para poder soportar su presencia.

Ella ni se inmutó por sus palabras. La vio mover la cabeza ligeramente a un costado y lo contempló con seriedad.

—¿Por qué no puedo llamarte Severus? Se supone que somos amigos ¿No?—esa última pregunta la había hecha con cierta duda.

¿Amigos? ¿Hasta ese punto habían llegado? Parpadeó por unos segundos, algo atontado con esa nueva realidad. Nunca se había imaginado la posibilidad de tener realmente un amigo. Albus, a pesar de todo, no lo había sido. Aquel anciano loco y con ideas retorcidas y manipuladoras había sido su jefe, su puente a una redención que por muchos años no obtuvo, pero no su amigo. Él lo había respetado a pesar de todo y se había preocupado por el anciano, pero cuando tuvo que matarlo con su propia varita, cuando las dudas lo carcomieron, se consoló, quizás ridícula y macabramente, con el hecho de que después, si sobrevivía, no tendría que seguir escuchando sus órdenes. ¿Eso no lo hacía, a caso, una mala persona? ¿Y quién, es su sano juicio, quería ser amigo de una mala persona?

Lily Evans por un tiempo él la consideró su amiga, aunque sólo por un escaso tiempo. Luego, sus malditos sentimientos intervinieron y la idea de querer hacerse valer por sí mismo lo cegó, haciéndole decir cosas que nunca quiso pronunciar. Pero aquellos imbéciles habían herido su orgullo… y luego apareció ella, intentando vanamente ayudarlo. ¿A caso no se había dado cuenta que él era una persona muy reservada, que iba a vengarse después, de algún modo u otro, de esos canallas sinvergüenzas? ¿Por qué había intervenido? ¡Intentarlo ayudarlo, una mierda! La había odiado en ese momento porque sabía que su intento de calmar las aguas entre ellos no había sido otra cosa más que una aproximación a Potter. Potter, quien ya en aquel entonces había comenzado a adueñarse de su corazón sin importar cuánto intentara negarlo. ¿Y qué tan amiga suya podría considerarla si ella prefería buscar una excusa para acercarse al cuatrojos que preocuparse por su supuesto amigo de la infancia?

No, tal vez nunca había tenido un verdadero amigo en la vida. Y por eso que Granger estuviera allí diciéndoselo lo dejaba anonadado.

—Somos colegas…—la oyó insistir.

—No aún—le recordó con cierta burla—Cuando usted termine sus prácticas y se convierta en dueña de la cátedra de Minerva, sólo entonces será mi colega. Y es allí cuando le permitiré llamarme por mi nombre. Ahora no es más que una simple estudiante.

—¿Ni siquiera vas a darme un poco más de valor y me podrás al nivel de los demás estudiantes?—preguntó ella, visiblemente decepcionada.

—Si no fueras tan condenadamente cabeza dura y hubieras aceptado desde un principio hacer las prácticas… Pero no, la fastidiosa sabelotodo no quiso hacerlo sin antes haber estudiado antes tres años en una "universidad" las técnicas pedagógicas muggles…

—¡Y fue una muy buena decisión!—se defendió ella—No me arrepiento…

—Bien. Entonces, fin de la discusión, sólo cuando te conviertas en una verdadera profesora podrás llamarme por mi nombre.

Ella apretó los labios y él supo, con certeza, que no era el fin de la discusión.

—Pero sólo faltan tres meses para eso. El próximo año ya me podré sentar a su lado en la mesa de profesores y llamarte Severus.

Y sonó muy orgullosa de ello, algo que él no entendió. ¿Qué importaba cómo lo llamaba? Durante más de siete años le dijo Profesor Snape. ¿Por qué el repentino apuro de tutearlo?

—Lo que prefiera, señorita Granger—murmuró.

—Yo sí le doy la oportunidad de llamarme Hermione.

—Y yo elijo no hacerlo—contestó sin pensarlo mucho.

Ambos bebieron unos cuantos sorbos más de té en silencio por unos instantes. Quiso saber qué estaba pensando ella al verla tan concentrada en sus pensamientos. Deseó poder adentrarse en su mente pero sabía que no podría hacerlo porque ella lo mataría. Había aprendido a conocerla y sabía que si se metía donde no lo llamaban se ganaría, no sólo una buena reprimenda, sino una factible amenaza de acabar con sus partes privadas disminuidas a guisantes. Y realmente él no quería correr ese riesgo de saber si se atrevería o no a hacerlo.

—¿Y bien? ¿Qué me dices de lo que le pregunté?—dijo de repente ella, después de dejar la taza a un lado.

—Creí que había quedado claro que no la estaba escuchando.

—Le estaba diciendo que, a pesar de que sé mucho de su pasado y de su participación en la guerra, no supe qué fue de usted después de ella.

Severus alzó una de sus cejas y la contempló fijamente, casi sin parpadear.

—Me volví el mago más poderoso del mundo e intenté conquistarlo—escupió con sarcasmo— ¿Qué demonios cree que hice? Salí de San Mungo, y desde entonces vuelvo a mi casa durante las vacaciones y durante el resto del año doy clases a un montón de ineptos adolescentes que apenas saben escribir sus propios nombres y, no sólo son una amenaza para los demás, sino que también lo son para sí mismo. ¡Eso es lo que he estado haciendo, señorita Granger!

Ella pareció hacer un enorme esfuerzo para mantener la compostura y no soltar una tremenda carcajada y eso lo enfadó más. Resopló con disgusto, dispuesto a sacarla de allí antes de que aquella velada terminara por arruinarse aun más pero ella volvió a hablar.

—No me refería a eso. Quiero decir… ¿A caso no salió con nadie? Supe que habían fundado un club de fans que lo idolatraban.

Rodó los ojos. ¿A caso todo el condenado mundo se había enterado de eso?

—Eran un montón de locas. ¿Y cómo rayos se enteró de eso? Pensé que después e hechizar a la cabecilla del grupo las demás decidieron mantenerse alejadas y trabajar en bajo perfil.

Las mejillas de la joven mujer se volvieron rojas.

—Me invitaron a formar parte del club —confesó—Querían a una mujer que estuviera cerca de usted y así pudiera tomarle fotos de incógnito y poder…

—¡¿Qué?!

—¡No acepté!—se apresuró a decirle—¿Por quién me toma? ¡Nunca haría algo así!

—¡Más le vale que sea así porque si me llego a enterar que participó de esa ridiculez una mañana despertará, en ropa interior, en medio del campo de Quiddicht!

Ella abrió la boca, anonadada.

—¡Pues nunca lo haré así que si alguna vez se atreve a hacerme algo así le juro que le reduciré sus…!

—Ya, ya, ya… No sea mal hablada, señorita Granger…

La vio apretar los labios.

—De todos modos—siguió diciendo la joven—Eso no es lo que quería saber. ¿A caso no ha salido con nadie?

—Creo—siseó—que ese no es asunto suyo…

—¡Oh, vamos, profesor Snape! ¡Somos amigos! Yo le conté qué sucedió con Ron cuando me lo preguntó.

—Nunca le pregunté tal cosa.

—¡Sí, claro! Usted prefirió la sutileza—comentó y rápidamente añadió en un intento de simular su voz— ¿Sigue lamiéndole las botas al imbécil de Weasley o decidió finalmente hacer valer su título de la joven más inteligente de su edad?

—Sólo fue una pregunta que estaba en su derecho de no responder si no lo deseaba. Y, aunque yo realmente no esperaba una respuesta, la tuve que oír dos horas parloteando de porqué decidió que Weasley era un mal partido.

—Pero usted quería saber. Si no hubiera sido así, nunca me hubiera preguntado nada—insistió duramente.

—Da igual, ese tema no es de su incumbencia.

—Por favor, quiero que hablemos de cosas más allá de los libros que hemos leído.

—¡Pero qué escucho!—exclamó con falsa alarma Severus—La comelibros no quiere hablar de libros.

—Por favor, Sev… profesor Snape —se corrigió rápidamente—Yo sólo quiero compartir algo más con usted. Sabe que puede confiar en mí. Somos amigos.

—¡Ya deje de repetir eso!

—¿A caso no me considera su amiga?

—¡Es irrelevante! ¡No hablaré de este tema con usted!—indicó alzando la voz y apretando sus manos en puños.

¿Por qué no dejaba de insistir en eso de una maldita vez?

—¿Por qué? ¡Lo respeto, ya lo sabe! Nunca he comentado nada de lo que nosotros conversamos, ni siquiera cuando me habló de su participación en la guerra. Pensé que el tema de su amor por la mamá de Harry sería un tema difícil para usted pero no he tenido que dar tantas vueltas para lograr que me cuente sobre eso… ¡Pero eso…! ¡Esto sí! ¡¿Quién lo entiende?!

Era verdad. Recordaba perfectamente esa conversación que habían tenido meses atrás. Pero esto era diferente… tocaba algo mucho más allá de su orgullo. Era vergonzoso.

—¡Yo no le pido que me entienda!—le gritó, ya cansado de que siguiera empujando ese tema—Y cuando digo que no voy a hablar de ese tema quiere decir que NO VOY A HABLAR DE ESE TEMA.

—¿POR QUÉ?—gritó ella a su vez—¿Por qué eres tan cerrado? ¿A caso no ves que me intereso por ti? ¡Eso es lo que hacen los amigos!

—¡Maldita sea, Hermione, deja de insistir! ¡No quiero hablar de eso!

—¡Podrían ser unas locas las del club pero algunas eran muy atractivas! ¿A caso siquiera intentaste tener algo con ellas? ¡SEVERUS, RESPÓNDEME!

¡Condenada mujer!

—¡HERMIONE, TE LO ADVIERTO, NO COLMES MI PACIENCIA!

Ella rodó los ojos.

—¡Claro, como si eres un templo de paz y armonía!

—¡HERMIONE, YA CÁLLATE!

—¡Ah, ahora sí decidiste llamarme por mi nombre! ¡Eso, que dijiste que lo harías, y no quieres contarme sobre tu vida amorosa!

—¡Maldita sea, no tengo vida amorosa! ¡Jamás en mi vida he estado con una mujer! ¿Eso es lo que querías oírme decir? ¡Eres tan malditamente insoportable e insistente que ni siquiera quieres dejarme tener mis propios secretos! ¡ES VERGONZOSO PARA MI! No era de tu incumbencia y aún así tuviste que seguir metiéndote en mis asuntos.

Respiraba con dificultad después de haber dicho aquello a gritos, perdiendo el control por completo. No supo en qué momento se había parado, pero había acabado de pie, frente a ella, a escasos centímetros de su rostro. Se apartó inmediatamente y le dio la espalda.

Todavía tenía en su mente sus ojos abiertos como platos, reflejo claro de la incredulidad de lo que acaba de oír. Pero aquella era su… triste verdad. Nunca, en su condenada vida, había siquiera besado de verdad a una mujer. Su único beso en los labios había sido una verdadera vergüenza. Una niña, igual o peor de vergonzosa que él, había posado su boca sobre la suya sobre unos míseros segundos antes de salir corriendo. Y él, que por aquel entonces contaba con cinco años, se había limpiado con la manga de su camisa, completamente asqueado. ¿Cómo pensar que ese sería el único que beso que alguna vez recibiría?

Escuchó cómo ella se levantaba y pensó que se marcharía. Volvió a apretar las manos en puños, clavando sus cortas uñas sobre sus palmas. Acababa de humillarse de la manera más…

—Severus, mírame—escuchó que ella decía con cuidado, sintiéndola detrás de él.

¿A caso lo compadecía? ¡No quería su asquerosa compasión!

Se volteó dispuesto a mirarla con la más pura expresión de odio pero cuando lo hizo no vio en sus ojos nada de lo que esperaba. No, sólo encontró una rotunda determinación que lo alarmó.

—¿Nunca?

—No volveré a hablar de eso otra vez—gruñó.

La vio suspirar sin dejar en ningún momento de mirarlo.

—Bueno—comenzó a decir ella—Entonces deberemos solucionar eso, ¿No crees?

Él se alejó unos cuantos largos pasos de su lado.

—¿Qué?

—¡Lo que has oído! Tendremos que hacer algo al respecto. Si fundaron un club por ti, seguramente encontraremos una mujer que esté completamente dispuesta a ser tu pareja.—habló con completa calma, como si lo que estuviera diciendo no fuera una completa locura.

—¡¿Qué?!

—¡Por favor, Severus, no me mires así! Soy tu amiga, estoy dispuesta a ayudarte. Son pequeños gestos que hacemos los unos por otros. Pero antes que nada, debes aprender a tratar a una mujer como se debe…

—¡¿QUÉ?!

¿Se estaría oyendo? ¿Sonarían sus palabras igual de ridículas a sus oídos? ¡¿Encontrarle pareja?! ¿Enseñarle cómo tratar a una mujer?

—Empezaremos las lecciones mañana por la noche, después de tus rondas. Vendré a verte así que no te duermas—siguió diciéndole ella sin hacer caso a la expresión de él.

Y Severus, tan sumido en su propia perplejidad, no pudo decir nada más antes de verla salir por la puerta.


Bueno, este fue el primer capítulo, prometo que las cosas se pondrán más interesantes a medida de que avance la historia, la cual, ya advierto, no tendrá muchos capítulos. Como siempre, acepto consejos, ideas y críticas constructivas.