La primera vez que oí hablar del pirado bigotudo que llenaba los bares al sur de Múnich, como al principio lo llamaba mi padre, fue hace nueve años cuando este lo nombró de pasada una noche que estábamos todos en la mesa, cuando apenas tenía ocho años recién cumplidos.
Me llamo Ron Weasley, y aunque mi color de pelo casi rojo deje lugar a confusión, soy alemán. Nací en el seno de una numerosa familia hace 25 años. Y hoy, 18 de Noviembre del 1952 después de todo lo que ha pasado, toda la repercusión que ha tenido y después de 6 años de que todo acabase, he decidido utilizar la única virtud que creo que tengo, escribir y mostrar mis sentimientos a través de las palabras, para contar como viví la Segunda Guerra Mundial, como la conocí, y como esos cinco años fueron los más felices y a la vez, los más horribles de mi vida. Esto lo hago con la única misión de olvidarla, de liberar todos los recuerdos que ha dejado en mi cabeza y en mi corazón e intentar empezar desde cero con alguna otra mujer. No pretendo originar ni compasión ni pena, sólo lo hago por mí y por si algún día tengo el valor de volver a por ella, leerle esto y que ella en su infinita generosidad y bondad, y después de saber todo lo que he sufrido, logre perdonarme. Estoy completamente decidido a ello y no pararé hasta que deje cada uno de mis sentimientos impresos en este papel. De veras que estoy desesperado, no sé qué hacer para olvidarla, para hacer desaparecer una pequeña parte de toda la culpa que siento en mi corazón por lo que pasó.
Empezaré mi historia en el verano del 1938…
Cuando mis padres me contaron que Alemania estaba en guerra me alegré, me imaginaba a hombres luchando con grandes armas y enormes tanques por la patria como en alguna película había visto. Mi padre, veterano de la Primera Guerra Mundial y de la cual había salido intacto físicamente pero bastante dañado psicológicamente, nos contaba historias de guerra continuamente. Mi madre siempre le regañaba por ello pero a mi padre le daba igual, era una de las pocas cosas en las que se atrevía a desobedecer a mi madre, una gran mujer con muchísimo carácter y a la que le tenían bastante respeto por su enormes y famosos enfados. Sino cada noche, habitualmente, su padre los reunía a todos en una habitación y les contaba cosas increíbles sobre la guerra, eso sí, todas a la par muy desagradables. Mi historia favorita era la de su amigo el teniente Dippet, que murió heroicamente en el campo de batalla al sacrificarse para salvar a todo su pelotón cuando un cabrón inglés puso una bomba en la tienda de campaña donde estaban todos. Mi padre hablaba muy bien de la guerra, pero daba tantos detalles que a veces nos asustaba a todos. Recuerdo una noche a mi hermana Ginny, la única chica de la familia, llamar llorando a mi habitación porque tenía mucho miedo ya que papá les había contado cómo quitó su primera vida.
Los Weasley éramos siete hermanos, estaba el más mayor Bill, un chicarrón pelirrojo y muy bien formado que en esos momentos tendría más de veintitrés años, Charlie, con el que personalmente mejor me llevaba, Percy, un capullo racista y al que nadie parecía estar a la altura, los gemelos Fred y George que siempre me estaban metiendo en líos y se burlaban continuamente de mí, yo que por ese entonces tenía doce años, y Ginny que tenía uno menos que yo. Vivíamos en una céntrica calle de Múnich cerca del centro y de la iglesia donde mi madre nos obligaba a ir todos los domingos vestidos como grandes hombres ricos, caprichosos y frívolos.
Mi madre solía decirnos que no éramos ricos y que estaba mal presumir delante de otra gente que no vivía en casas tan grandes como la nuestra pero una vez Percy me dijo que sí que lo éramos, y que también éramos mejores que las familias de los compañeros con los que iba a clase. Al final, en realidad no éramos mucho más ricos que otras familias, pero la verdad es que nunca nos había faltado nada.
Teníamos varías personas que ayudaban a mamá en casa, Firenze que tenía muchas ocupaciones en casa pero que yo en esa época creía que solo se encargaba de abrirnos la puerta al entrar, regañar a los gemelos, y a mí de vez en cuando, cuando se portaban mal, y ayudarnos a hacer los deberes que nos mandaban en la escuela. La señora Antebellum, una mujer bastante mayor que nos servía la comida en la mesa y limpiaba la cocina con mamá y mi favorita, Katie Bell. Katie tenía la misma edad que Percy, y se encargaba de cuidarnos y estar la mayor parte del tiempo con nosotros. Era guapísima, tenía los ojos de un marrón pardo que hipnotizaban y las facciones de su cara eran tan perfectas que era imposible no sentirse bien cuando te miraba o sonreía. Yo nunca había conocido a muchas mujeres a parte de a mi hermana y a mi madre ya que en el colegio al que iba no había ninguna y la mayoría de los amigos de mis padres tenían hijos y no hijas, así que cuando llegó a casa dos años antes, todos nos quedamos sobrecogidos. Pronto Katie se ganó mi confianza y la de Ginny porque yo era muy pequeño para entender que Katie era una mujer guapa y de la que me podía sentir atraído, yo la veía como un chico más. Pero mis hermanos, sobre todo los gemelos se enamoraron inmediatamente de ella. Solía tener palabras cariñosas para todos en cualquier momento y siempre se inventaba juegos y cosas para entretenernos. Además siempre estaba riendo y era una risa contagiosa que alegraba el día. Al único que no parecía caerle bien era a mi padre que siempre insistía en la necesidad de despedir a Katie por la mala imagen que daba en el vecindario tener a una judía trabajando y viviendo en la misma casa que una familia alemana respetable. Aun así nosotros siempre lográbamos convencer a papá de que no la echase pero nos pedía la condición de que no saliésemos a la calle con ella por si los vecinos le soltaban algún improperio.
Mi padre trabajaba en el gobierno de la ciudad y tenía algún cargo importante porque se pasaba el día trabajando y apenas pisaba la casa hasta horas muy tardías de la noche. La única comida que hacíamos con él era la de los domingos donde ocasionalmente solía acudir un compañero de su trabajo para comer con nosotros y a charlar sobre la situación del momento. Yo nunca me enteraba de nada de lo que decían pero luego Charlie me lo contaba todo. Esos hombres que venían a casa y se sentaban a comer con nosotros eran militares, jefes o amigos de mi padre y siempre le pedían y le aconsejaban que lo mejor para él y su familia era que se afiliase al partido Nacionalsocialista que empezaba a tener muchísima fuerza por ese entonces en Múnich y en Alemania.
Una noche, mientras mi padre nos contaba como luchaba en la guerra valientemente en las trincheras, mi curiosidad fue imposible de controlar y le pregunté algo que deseaba decirle desde la primera vez que Charlie me dijo lo que querían de mi padre.
-Papá, ¿por qué esos hombres que vienen a casa quieren qué estés en ese partido?
Mi padre me miró sorprendido por la pregunta y además porque había interrumpido su historia y nunca solíamos hacerlo. Esa noche estábamos Ginny, Fred, George, Percy y yo, todos arremolinados alrededor del fuego ya que hacía una fría noche de verano muy típica en Alemania. Mi padre nos miró preocupados y preguntó:
- ¿Qué sabéis vosotros de eso?
- Yo sé muchas cosas- dijo Percy.
- Adelante hijo, cuéntalas. – Percy sonrió con suficiencia, le encantaba relatar cosas que otros no sabían, le hacía sentirse importante.
- Sé que todos esos hombres te piden que formes parte del partido político del que todo el mundo habla. En las pasadas elecciones arrasó y ahora el hombre que lo lidera es el presidente del gobierno. En clase, el profesor Carrow dice que ese hombre es muy sensato y que sabe lo que dice, además dice que nos sacará a todos de la crisis y hará que Alemania vuelva a ser la primera potencia del mundo y que todos los países se rindan ante ella.
Todos lo escuchábamos atónitos, la idea vivir en el país más importante del mundo nos entusiasmaba a todos.
- ¿Y sabes cómo lo conseguirá?- preguntó papá.
- Pues luchando contra todos los países que planten cara…
- Una Guerra.- interrumpió mi padre asintiendo.
Todos los chicos sonreímos. Pensábamos en luchar en una guerra como la que mi padre nos contaba desde pequeños y por fin parecía que se iba a hacer realidad. Ginny sin embargo, cambió su expresión de pronto y quedó bastante angustiada con la noticia.
- ¿Y va a ser una guerra cómo a la que fuiste tú?- preguntó a papá.
- No lo sé hija, pero me parece que no. No hay el mismo espíritu en esta, la gente tiene ira, rabia… quiere vengarse de lo que pasó en la anterior. Hay mucho fanatismo, desprecio, desesperación y por eso no sé si quiero ir a la guerra o cogeros a todos y apartaros de todo este desastre, irnos a vivir a un país completamente neutro y que no participe…
- Yo creía que tú estabas deseoso de otra guerra.- dijo Percy y su padre estaba tan pensativo que no se dio cuenta que su hijo le había interrumpido, cosa que se castigaba duramente en esa casa.
- Las cosas han cambiado hijo, no es una guerra sana, justa… aunque la verdad es que no hay ninguna guerra que sea sana… pero tendríais que ver el odio que sienten hacia los judíos no es un odio de matar, es un odio de torturar hasta la muerte.
Ginny empezó a temblar y mi padre supo que se había pasado de la raya al manifestar sus opiniones con sus hijos.
- De todas formas- dijo intentando arreglar su error- no creo que pase nada, todo son desvaríos de un pirado borracho que ha ido repartiendo mensajes y promesas a la gente que no cumplirá- Percy bajó la mirada decepcionado ante la descripción que hacía su padre de su héroe Adolf Hitler.
La conversación parecía acabada, ya era tarde y al día siguiente teníamos que ir a la escuela pero aún faltaba la pregunta más importante de todas y yo no me iba a ir sin saber la respuesta.
-¿Y por qué quieren que tú formes parte de ese partido?- pregunté a mi padre.
- Ya sabéis que soy un hombre importante dentro del gobierno de Múnich, y mis opiniones se valoran mucho. Tengo muchos amigos importantes y el mismo presidente me quiere en su partido para atraer a más gente competente y para que comparta con ellos mis estrategias de veterano de la Primera Guerra Mundial.
- ¿Vas a aceptar?- pregunté sin rodeos.
- Aún no estoy seguro Ron, pero lo más seguro es que sí, ya que no tengo otra opción. Pero el problema es que tendremos que mudarnos a Berlín una buena temporada o para siempre.
Todos menos Percy protestamos a esa respuesta. No me podía creer que me tuviese que separar de mis amigos de toda la vida. Chicos con los que había compartido muchos años de confidencias continuas, compañeros de travesuras y de risas a los que no volvería a ver más.
- Papá nosotros no queremos irnos de Múnich, ¿verdad Fred?
- Verdad George.
- Lo siento chicos, pero como os he dicho no tengo otra opción.
Yo tenía mis opiniones contrarias a que mi padre no pudiese hacer otra cosa que acatar las órdenes de una persona, pero como sabía que no iba a servir de nada decidí callármelas y me limité a preguntar:
- ¿Y cuándo nos vamos?
- Pues en tres meses aproximadamente.
Todos estábamos agotados y por esa noche ya habíamos tenido bastante así que nadie volvió a discutir nada más. Esa noche me fui a dormir muy disgustado por tener que mudarme de Múnich sin saber que mudarme a Berlín iba a ser lo mejor que me iba a pasar en la vida.
